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La Curia Romana  
 

 

 
 
 

S.Em. Cardinal Robert Sarah                      
Presidente,                                                                         
Pontificio Consejo Cor Unum 

2 de dicembre de 2012

El obispo ministro de la caridad
Un corazón que ve las miserias de la sociedad
(Síntesis del artículo sobre la Carta Apostólica en forma de "Motu Proprio"
Intima Ecclesi
æ natura, del 11 de noviembre de 2012)


 

Ve la luz el motu proprio Intima Ecclesiae natura tras un largo período de reflexión, consulta y redacción. Entra en vigor para la Iglesia universal el 10 de diciembre de 2012. El texto concierne en primer lugar al ministerio episcopal en cuanto a la responsabilidad de los pastores por el servicio de caridad de la Iglesia. Por lo demás, el Papa subraya repetidamente cuán importante es este servicio para la Iglesia; ello se deduce también del título mismo del motu proprio. Sobre la función preeminente de la caridad, de hecho, el Pontífice volvió igualmente el pasado 8 de octubre al dar inicio al Sínodo sobre la nueva evangelización, recordando que las dos columnas de ésta son confessio y caritas.

La presente legislación contempla tres grandes sujetos de la actividad caritativa —el obispo, los fieles y los organismos de caridad— y explicita sus derechos y deberes. El documento se articula en dos partes: una introducción teológica y una parte dispositiva.
El gran mérito de Benedicto XVI con su primera encíclica Deus caritas est (DCE) fue anclar el servicio de la caridad a su fuente real, según cuanto la revelación tiene como más precioso y más aún central. Nosotros hemos conocido a Dios como amor. El nombre de Dios es caridad: es el modo como se presenta, el criterio —si se puede decir así— con el que se define y se distingue y nos hace posible entrar en comunión de vida con Él. Este nombre de Dios, el modo en que lo podemos reconocer como nuestro Dios e invocarlo, es precisamente caridad. Y esto a su vez nos remite a la Trinidad. Dios es caridad porque es, sí, único; y sin embargo no es él sólo, sino Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas personas divinas se aman y se donan recíprocamente. Quien acoge este amor, que se ha manifestado visiblemente en Cristo, forma la Iglesia, que se convierte en la tierra en el espejo de una comunión de amor celestial. E igual que no podemos entender la Iglesia sin la Trinidad, tampoco podemos entender la caridad de la Iglesia sin la caridad de la Trinidad. Por ello podemos decir con san Agustín: «Si has visto la caridad, has visto la Trinidad».

Estas consideraciones nos llevan al corazón de nuestra reflexión: la misión de caridad de la Iglesia no es comprensible sin este dato teológico fundamental y necesita por ello del dato teológico para llegar a su plena expresión. Porque toda acción de la Iglesia tiene por fuente a la Trinidad. Y es este amor trinitario el que queremos, en último análisis, revelar con nuestra acción caritativa. Tenemos la misión de revelar, a través de la caridad, el amor que Dios tiene por cada hombre y actuar de forma que cada hombre pueda experimentar personalmente que es amado por Dios.

En este sentido la acción caritativa de la Iglesia se introduce en la misión eclesial más amplia. Desde el principio los apóstoles y cuantos anunciaban la Buena Nueva comprendieron que la misión de la Iglesia era, tras las huellas de Cristo, la de vivir inspirándose en la bondad y en el amor de Dios Padre. Después desarrollaron progresiva e íntimamente la convicción de que la diaconía era la otra dimensión del anuncio de salvación y que estas dos tareas pastorales no podían disociarse.

En esta luz se entiende por qué la misión de la Iglesia se compone de tres munera: anuncio y testimonio (kèrygma y martyrìa), celebración (leitourgìa) y servicio (diakonìa). En el motu proprio el Papa parte del número 25 de la Deus caritas est, donde éstas se definen como tres tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse la una de la otra. En la medida en que la Iglesia ejerce las tres tareas se realiza ella misma, haciendo posible así la comunión entre los hombres y el Dios trinitario.

La fe actúa mediante la caridad y la liturgia misma vive de la caridad fraterna y de la fe que contempla y adora el rostro de Dios, mientras la adoración a Dios se transforma en servicio al prójimo. «Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia» (DCE, 25 a). Todo ello es importante para evitar acreditar una identidad de Iglesia que ve que se le confían determinados servicios por parte de la sociedad o que toma iniciativas respecto a ciertos problemas y emergencias sin sentirse generar y animar continuamente por la caridad que es Dios. Por lo tanto, para una comunidad cristiana la atención a los necesitados, a los que sufren, a los marginados, no es sucedánea o accesoria de la acción eclesial, sino sustancial y coesencial.

La expresión utilizada por el Pontífice para definir la diaconía de la caridad me parece muy importante: un verdadero oficio espiritual.

El oficio o ministerio consiste en participar en la misión, en el servicio y en la dignidad de Cristo como enviado del Padre y servidor de los hombres, pues ha venido a servir y no a ser servido (cf. Mateo 20, 28).

El concepto de ministerio permite sobre todo evidenciar el nexo que el servicio de la caridad tiene con el ministerio ordenado y, más específicamente, con el ministerio episcopal. Y éste es uno de los puntos de mayor interés para el motu proprio Intima Ecclesiae natura. Por otro lado, situar el servicio de la caridad dentro de la misión eclesial significa relacionarlo necesariamente con el ministerio episcopal, siendo episcopal la naturaleza de la Iglesia (DCE, 32).

La motivación principal de la nueva normativa es precisamente la de subrayar la responsabilidad del obispo en la acción caritativa en cuanto misión eclesial, tanto cuando anima la acción desarrollada por los fieles —sin que ello limite la libertad de iniciativa de ellos o su autonomía en las actividades de su competencia— como cuando se trata en especial de organismos caritativos católicos. Ya la encíclica Deus caritas est nos recuerda que «los obispos, como sucesores de los Apóstoles, tengan en las Iglesias particulares la primera responsabilidad de cumplir, también hoy, el programa expuesto en los Hechos de los Apóstoles» (cf. 2, 42-44)» (DCE, 32).

Todo esto implica, desde un punto de vista personal, un compromiso concreto y un testimonio de sobriedad personal, de cercanía paterna y de caridad afectuosa con los pobres y, desde una perspectiva pastoral, una atención particular para que la Iglesia, a nivel diocesano y parroquial, viva la diaconìa en el modo que Cristo nos ha mostrado. El obispo debe, a través de un programa de catequesis y formación cristiana, poner todos los medios a fin de que su comunidad tenga un «corazón que ve» las miserias de la sociedad y sale a su encuentro, llevando consuelo a los pobres y a cuantos sufren. Pero sobre todo esta responsabilidad indica que el obispo es garante de la comunión. En su persona se encuentran y se crea unidad entre los distintos munera de la Iglesia: anuncio, sacramentos y caridad, en cuanto que él garantiza su autenticidad y alimentación mutua.
 


L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 2012, p. 7

 

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