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Conclusiones de la XXIV Asamblea Plenaria 

 

Señoras y Señores,

 

Al término de nuestra Plenaria, desearía intentar una síntesis, muy pobre con respecto a las experiencias y a las ideas de nuestro encuentro.

Ante todo, deseo expresarles mi agradecimiento, pues aun contando con numerosos compromisos en los diferentes países, han sacado tiempo para participar a este nuestro importante encuentro. El tema que hemos elegido se ha revelado muy actual, y querría decir que mediante vuestras contribuciones he podido constatar que hemos dado en el blanco. Verdaderamente el voluntariado, así nos lo indicaba el grupo de lengua española esta mañana, es un "signo de los tiempos", aquellos a los que alude el Nuevo Testamento (Mt. 16,4).

 

1. Por lo demás, no es la primera vez que nuestro Consejo se ocupa del voluntariado. Querría recordar que, en cuanto al periodo de mi presidencia, el 16 de mayo de 1999, tuvimos el gran encuentro de los testigos de la caridad con el Papa, que recogió 40.000 voluntarios de todo el mundo. No es que el fenómeno sea por doquier nuevo: el voluntariado, por sí mismo, ha siempre existido. Se ha recordado, también, que el origen del término proviene de la sociedad civil. ¡Aun así, también sin usar este concepto, en 2000 años de historia, cuántas personas animadas por la fe cristiana han prestado tiempo y energías en favor del otro, movidos por la caridad! Se ha hecho una profunda análisis teológico-espiritual, partiendo de la historia de la Iglesia. La característica moderna es que este tipo de actividad está recibiendo un mayor reconocimiento social y una estructuración más articulada.

 

2. A continuación, me detendré brevemente sobre los aspectos positivos de esta experiencia, de la que ha hablado suficientemente Jean Vanier, gracias a su labor con los minusválidos. Que alguien se ocupe de ellos gratuitamente, les revela su valor. Los voluntarios se convierten en amigos fieles de los minusválidos, y esta amistad les permite crecer en madurez, en integridad y en la fe en Jesús. De tal manera ellos descubren el Misterio. También numerosos testimonios de varios países nos han recordado el valor de esta experiencia.

Es necesario hacer una premisa sobre nuestras reflexiones, el voluntariado citado es aquel que, más bien de forma comunitaria organizada, trabaja en el campo de la asistencia y de la ayuda a quien se encuentra en dificultad. En el grupo de lengua inglesa hemos oído hoy algunas aclaraciones que pueden ser útiles para definir este fenómeno: los voluntarios trabajan sin recompensa, sirven personas a las que no están obligados a servir, operan normalmente en grupos, donan tiempo, energías y talentos gratuitamente.

El sector de nuestra competencia es la diaconía. Pero obviamente hay muchísimas formas de voluntariado que se actúan también en otros campos: por ejemplo, creo poder afirmar que casi toda la catequesis parroquial y, como ella, muchos servicios que las parroquias prestan, se mantiene gracias a la contribución de voluntarios. A ellos se pueden, de todas formas, aplicar analógicamente algunas reflexiones que hemos desarrollado, en particular, sobre el espíritu que debe animarlo.

 

3. Debo también emplear una palabra sobre la relación del voluntariado, católico o no, con el poder público. De por sí, se constata una apreciación general, es más, una tendencia de los gobiernos a favorecer el voluntariado. Nos han proporcionado informaciones de primera mano y análisis preocupantes sobre un desarrollo, que a menudo permanece velado. La presencia de tantos voluntarios significa una mayor participación de los ciudadanos a la vida pública. En este sentido es interesante constatar un cierto cambio de perspectiva. Mientras en los años pasados la participación de los ciudadanos se canalizaba, sobre todo, a través de las grandes estructuras de los partidos y de los sindicatos, esto hoy ha disminuido mucho su enganche social. Así, han sido creadas tantas iniciativas en el sector público, pero reconducibles más bien a agregaciones locales, con un objetivo bien preciso y limitado, casi espontáneas. El voluntariado es expresión de este deseo de participar a la vida social, partiendo desde abajo. Por ello es necesario evaluar tal fenómeno como un efectivo interés que los ciudadanos muestran hacia los problemas sociales, aun que en formas nuevas. Creo que también, de parte de la Iglesia, deba favorecerse y apreciarse lo más posible esta participación menuda, puesto que es el signo de una sociedad viva. Diría más: es importante que estas fuerzas, menos estructuradas, menos nacionalizadas, cuenten con un espacio vital alargado. El Papa en Su carta al voluntariado escribía, al punto tres, que hay que ayudar a la sociedad a "valorar siempre más las tantas formas de voluntariado, que representan un factor de crecimiento y de civilización".

Queda la tentación para los gobernantes de servirse del voluntariado para no absolver aquellos deberes que de derecho que les compiten. Me alegro que se haya dicho, claramente, en esta sala que, de por sí, no es tarea primaria de la Iglesia garantizar el bienestar de los ciudadanos y que, por ello, nuestras organizaciones de voluntariado no pueden asumirse todas las responsabilidades. Esto no significa que la Iglesia no esté presente allá donde exista la pobreza, más bien a menudo previene la intervención de todos los demás actores sociales. Pero esta suplencia no puede entenderse como una substitución de la responsabilidad que tienen el estado y la sociedad hacia los ciudadanos.

A propósito de la presencia del voluntariado católico en el ámbito civil, recojo de buen grado, cuanto se expresó concerniente a la labor de "Cor Unum", de favorecer una acción común entre las principales agencias católicas para promover algunos valores inderogables que nos están particularmente a pecho.

 

4. Yendo más al mérito de la cuestión, hemos visto que un aspecto fundamental nos obliga a reflexionar profundamente sobre la antropología que nos inspira. El voluntariado nace del deseo natural del hombre de ayudar al otro; todos sabemos que es innata en el hombre la vocación de amor y que el hombre encuentra, por lo tanto, plena realización sólo cuando se dona. Sobre este terreno muchos voluntarios encuentran un primer comienzo, que debe ser acogido por los grupos y por los "leaders" que tengan experiencia.

Sobre esta base, puramente humana, se construye mucho voluntariado. La Iglesia aprecia esta libre iniciativa, también de personas que se dedican a los otros sin contar con motivaciones de fe, sino especialmente en nombre del hombre y de la atención a sus necesidades. Aunque hoy en día falte la presencia institucional de la Iglesia, queda el legado cultural: el espíritu cristiano ha pasado también a la sociedad y ha dejado sus huellas, de esto debemos ser gratos.

Querría, de todos modos, relevar dos peligros. El primero, es el hecho que nuestras instituciones son marginadas: ya no hay necesidad de la Iglesia, debido a que el bien se da también fuera de ella.

La sociedad ve, de hecho, a la Iglesia meramente en su función social. Para el gran público es como una de las numerosas instituciones filantrópicas. Su obra es medida según categorías humanitarias. Y tanto el estado, como la sociedad esperan que se limite a esta labor. Y así, el hombre es reducido a un "animal inteligente". La religión y la trascendencia, en la mentalidad común, no tienen ya ningún profeta. También la contribución sobrenatural en favor del hombre en su integridad y la aportación histórica del cristianismo vienen callados - como por ejemplo en el nuevo preámbulo de la Constitución europea.  

 

5. El secularismo escondido, o también manifiesto, obliga a las asociaciones de voluntariado y también a las agencias caritativas a estar vigilantes; si se adecuaran ingenuamente a las tendencias dominantes, su espíritu cristiano desaparecería. Además - y este es un argumento muy pragmático - en el grande y siempre creciente ejercito de las ONG, la connotación cristiana da a los grupos eclesiales una identidad inconfundible.

El mantenerse fieles a la herencia cristiana y la atención a una profundización de la fe de todos los adherentes, contribuyen después eo ipso a superar todas las incomprensiones que pueden nacer en la colaboración entre instituciones caritativas y aquellos que reciben: el respeto de la responsabilidad última de los pastores ordenados para la diaconía eclesial; la colaboración con otras confesiones y con otras religiones; el equilibrio financiero entre funcionarios de las instituciones y los colaboradores locales; todos los elementos que crean aquella irrenunciable confianza entre donadores y recibidores. Se ha hablado también de los "guidelines" (línea directivas) que eventualmente "Cor Unum" debería proponer. En todo esto no se debe descuidar que la ayuda no es nunca una vía con sentido único. Los países del llamado primer mundo tienen mucho que recibir de los países que todavía se encuentran en vía de desarrollo: integridad de la antropología, sensibilidad, reconocimiento de la creación como obra de Dios, respeto hacia los ancianos, sentido de pertenencia familiar y social.

 

6. Por desgracia otro peligro muy difundido es creer que se puede substituir la experiencia cristiana, es decir, el encuentro personal con Cristo, con una actividad guiada por la buena voluntad personal. Se corre el riesgo de considerar que el hombre, en sí, es bueno y que puede, con sus fuerzas hacer el bien, por lo que no habría más necesidad, ni de redención, ni de salvación. Es lo que en italiano llaman "buonismo" - en alemán se habla de "Gutmenschen"-, el sentimiento que, de todas maneras, somos buenos y podemos hacer el bien, la tentación de hacer desaparecer todo en una presunta armonía original. Las instituciones católicas de ayuda resisten a esta mentalidad "pelagiana", en base a la que la redención nos vendría de nuestro mismo obrar. Es un horizontalismo que exalta la capacidad del hombre, para decir que en realidad no hay necesidad de Dios.

 

7. En cambio, por lo que se refiere al voluntariado al interior de nuestras instituciones caritativas católicas, me parecen importantes algunos puntos.

Tengamos en cuenta que el voluntariado mantiene vivas y dinámicas nuestras organizaciones. Mientras haya voluntariado, es decir mientras haya personas que se ponen a disposición espontáneamente, quiere decir que aun hay ganas de hacer, y por tanto vitalidad.

Más allá de este dato más sociológico, es necesario que nosotros cristianos tengamos bien presente dónde tiene su ancla el voluntariado, y cual es la única garantía para que puede tener éxito: el voluntariado debe ser puesto en relación con la persona de Cristo. Lo vería desde un triple vertiente.  

A) La fe en Cristo motiva a hacer el bien. La actividad del voluntariado católico se origina fundamentalmente en el creer - y este es un dato histórico ineludible. Es en nombre de Cristo que la Iglesia hace el bien, porque de Él ha aprendido que la ley fundamental de la revelación es el amor hasta la donación de sí, el amor en particular hacia los pequeños, hacia los necesitados, hacia aquellos que menos parecen merecerlo.

B) En el pobre mismo se encuentra Cristo. En este modo, quien hace voluntariado puede redescubrir la fe. De hecho, Jesús mismo nos indica que con su encarnación, Él nos espera en cada persona necesitada. Aquel que sabe mirar, individua en el pobre al que sirve, a Jesús mismo. Este es un gran misterio que quizá no podemos explicar, en su profundidad, sólo con las palabras, pero podemos dar relieve a través de la experiencia, porque el sufrimiento nos introduce al conocimiento de la verdad, en cuanto nos hace descubrir el límite profundo del hombre. Y allí donde se encuentra la verdad, es Cristo que aparece.

C) Por último, pero probablemente es el aspecto más importante, la relación del voluntariado con Cristo se manifiesta en el hecho que sólo el Hijo de Dios, que ha tomado sobre sí gratuitamente el sufrimiento humano, da también una explicación a este sufrimiento. ¿Cómo puede un voluntario que se halla ante tantos problemas, resistir al escándalo del dolor, si no sabe que Cristo ha muerto y ha resucitado para redimir al hombre de este sufrimiento? Es decir, el voluntario debe ser conducido al encuentro con la cruz como misterio de salvación. Permítanme ilustrar este pensamiento, también en referencia a nuestro Pontífice. Sus sufrimientos no le impiden ejercer su ministerio, sino que lo hace, de alguna manera, más fecundo. Sobre todo es en Su propia persona un mensaje elocuente para un mundo que nos quiere a todos atléticos y fuertes. Nos enseña que la cruz de Cristo, da al sufrimiento un sentido que de otra forma queda oscuro.

Para garantizar esta visión de fe del voluntariado, es necesario encontrar formas de acompañamiento espiritual de los voluntarios mismos. Es necesario formarlos más a las motivaciones profundas de su obrar, como se ha recalcado esta mañana. Debemos, por ello, huir de las tentaciones de creer que la acción del voluntariado se baste a sí misma. Hay que obrar continuamente sobre las motivaciones del voluntario y sobre su sentido de fe, para que su servicio sea siempre más adecuado. Querría que esta convicción estuviera particularmente presente en aquellos que cuentan con funciones de guía en el interior de nuestras agencias católicas, pero también en los Obispo que cuentan con tantos voluntarios en el interior de sus parroquias y de sus nuevos movimientos. El grupo español recordaba también la importancia de integrar en la Iglesia local, los voluntarios que llegan del extranjero. No podemos olvidar que en los jóvenes tenemos un grande potencial, disponible y generoso. La atención al acompañamiento espiritual puede ser uno de los frutos concretos que nacen de esta Asamblea Plenaria.

 

Ciudad del Vaticano, 8 de febrero del 2002

 

Paul Josef Cordes 

Arzobispo Presidente

 

 

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