The Holy See
back up
Search
riga


STUDIA


TRAS LA CAÍDA DE LOS MUROS

Mons. Franc RODÉ, C.M.
Secretario Pontificio Consejo de la Cultura

En 1927 Sigmund Freud publicaba una obra titulada Die Zukunft einer Illusion (El porvenir de una ilusión). La ilusión de la que hablaba era, evidentemente, la religión, «neurosis colectiva de la humanidad». Según sus previsiones —nacidas de esa seguridad optimista característica del no creyente de su tiempo— la ilusión religiosa desaparecería en cuanto que la humanidad, descubriendo la verdad sobre el hombre, se liberase de sus angustias y de sus frustraciones.

Por contraste, en 1995, el historiador francés François Furet ha publicado una obra titulada Le passé d'une illusion (El pasado de una ilusión), en la cual se dedica a profundizar en las causas de la caída de los regímenes comunistas de Europa central y oriental, así como en el proceso de desaparición de la ideología marxista entre los intelectuales del mundo occidental.

Entre el pensamiento de Freud y el de Marx hay una diferencia abismal; y sin embargo, los dos tienen en común un punto esencial: su consideración de que la religión es una ilusión, un falso refugio. Buscado, según Freud, para camuflar las represiones de orden sexual; y, según Marx, para consolarse de las injusticias sociales. Para ambos la religión es una alienación llamada a desparecer en cuanto que sean abolidas las injusticias sociales, o en cuanto se revelen las verdaderas causas de las frustraciones de la humanidad.

Pero dejemos de lado el freudismo. Baste decir que no ha tenido el éxito que algunos se atrevieron a predecir. En cambio, por lo que se refiere al marxismo, ha sufrido un fracaso estrepitoso en todos los órdenes: político, económico, social, y, sobre todo, espiritual. En relación a él, somos nosotros los que ahora podemos hablar del «pasado de una ilusión».

El primero de los fracasos del comunismo fue el político. Habiéndose presentado como un movimiento de liberación de las clases sociales oprimidas y explotadas, lo que creó de hecho fue una de las dictaduras más despiadadas de la historia, difundiendo por doquier regímenes totalitarios y tiránicos.

Al político se suma el fracaso social. El comunismo había prometido la eliminación de la lucha de clases y la abolición de las desigualdades sociales. Pero, de hecho, lo que produjo fue una nueva clase social, una «nomenklatura» roja, identificada con el Estado, y con todos los privilegios propios de una clase dominante y déspota.

Fracaso estrepitoso en el terreno económico. La meta había sido extirpar de raíz la explotación del hombre por el hombre, suprimiendo la propiedad privada y nacionalizando los medios de producción. Como consecuencia se esperaba una prosperidad económica nunca vista. Y sin embargo, en lo que ha parado todo ha sido en un déficit permanente de la productividad, en una moneda débil, y en una penuria endémica de los bienes de consumo más elementales.

Pero el mayor descalabro del comunismo ha tenido lugar en el terreno espiritual. El marxismo leninista se presentó como una nueva Weltanschauung con vocación de transformar el mundo y la historia humana. Había que liberar al hombre de sus alienaciones, y en primer lugar de Dios, causa primera de su esclavitud. El comunismo se presentaba como enemigo absoluto del cristianismo, lo cual dio lugar a una lucha titánica entre ambos; y no sólo de naturaleza política o económica, sino, ante todo, espiritual y religiosa. A esta contienda se debe un número incalculable de mártires. Pero su fin ha llegado con la derrota espiritual del comunismo, que ha gustado las hieles del fracaso precisamente en el más ambicioso de sus proyectos: la creación —bajo la égida del humanismo ateo— de un mundo nuevo, de una sociedad nueva, de un hombre nuevo. No sólo no ha logrado crear ni un mundo ni un hombre nuevos, sino que ha engendrado un mundo que ha sido el mayor escarnio de la dignidad humana, un mundo antihumano e inhumano.

* * *

¿Qué queda después del comunismo? ¿Qué panorama espiritual deja tras de sí? Y ¿qué acción pastoral se impone tras su caída?

1. En las sociedades postcomunistas hay, en primer lugar, creyentes fieles que, a pesar de discriminaciones y de humillaciones de todo tipo, han permanecido unidos a la Iglesia, sosteniéndola con sus donativos. Son en su mayor parte gente sencilla que no se ha dejado intimidar por una opinión pública hostil, que ha dado público testimonio de su fe, y que ha mandado a sus hijos a las clases de catecismo. ¿Cuántos son? En Polonia y en Eslovaquia son sin duda la mayoría; un poco menos en Croacia; en Hungría y en Eslovenia, como mucho, la mitad. Por lo que respecta a los católicos de Ucrania y de Rumanía —obligados a vivir prácticamente en la clandestinidad, sobre todo los de rito oriental— son un caso aparte.

Si exceptuamos a los católicos polacos, todos los demás se han visto obligados a vivir su fe como asunto privado, en el ambiente familiar o en pequeños grupos de cristianos fervorosos. Rara vez participaban los laicos en la acción pastoral de la Iglesia, por lo que todo el peso de la misión reposaba sobre los hombros de los sacerdotes.

Las secuelas de esta semiclandestinidad perduran todavía hoy. En efecto, a los sacerdotes les resulta difícil encontrar colaboradores que estén dispuestos a comprometerse en la acción eclesial, a organizar movimientos apostólicos, o a promover organizaciones juveniles. Además, los estragos producidos por el marxismo todavía están a flor de piel, incluso entre los mismos creyentes: son alarmantes la carencia del sentido de responsabilidad y del trabajo, la tendencia a la duplicidad, el arribismo a ultranza. De todos los modos, es en estos grupos de fieles que la Iglesia se debe apoyar para construir el futuro.

2. Junto a los creyentes fieles están los ex-comunistas. La proporción de miembros del partido comunista oscilaba entre un 10% y un 15%. En las capas superiores había hombres y mujeres con estudios que ocupaban prácticamente todos los puestos de responsabilidad del Estado y de la sociedad. Y, junto a ellos, los comunistas de base, con responsabilidades más modestas, en el ámbito de la fábrica, del ayuntamiento o de la granja colectiva; y con un propósito bien preciso: servir entre sus compañeros de trabajo de oídos y de ojos del partido, porque el partido tenía que saberlo todo.

¿Cómo han vivido estos el hundimiento del comunismo? Sin grandes quebrantos. Porque ya hacía mucho tiempo que ellos mismos no creían en el carácter salvífico de la ideología marxista. Es más, porque se han dado cuenta rápidamente de que las «revoluciones de terciopelo» no iban a suponer una amenaza real para sus intereses materiales ni para su posición en la vida política y social. Olvidándose con una facilidad pasmosa de que hasta hace poco eran ellos quienes proclamaban que la propiedad privada es la fuente de todos los males, se han dedicado a comprar tranquilamente, a precios con frecuencia irrisorios, los bienes que ellos mismos nacionalizaron hace cuarenta y cinco años. De este modo, los últimos comunistas se están convirtiendo en los primeros capitalistas de las sociedades salidas del comunismo.

Por lo que respecta al terreno político, han llevado a cabo una transformación similar, rebautizando el partido comunista como partido socialista o socialdemócrata, y uniéndose a otros partidos de nueva creación, para ejercer sobre la política estatal un influjo acorde con sus propios proyectos de futuro.

En cambio, su actitud contra la Iglesia no ha sufrido cambios substanciales. Si ayer combatían contra ella en nombre de la ideología marxista-leninista, hoy la hostigan en nombre de la libertad de opinión, de la libertad de expresión y de la libertad de elección ética, libertades a las que, según ellos, la Iglesia se opondría. Por ello tratan de limitar con campañas violentas su presencia en las escuelas, en los medios de comunicación y en las instituciones culturales. Es la misma política de los partidos occidentales de izquierda y de extrema izquierda, sólo que disponiendo de muchos más medios económicos.

3. El tercer gran grupo de la población lo constituyen los indecisos que se debaten entre el Dios verdadero y los ídolos. Practicantes ocasionales, participan en la vida de la Iglesia sólo en las grandes fiestas: Navidad, Pascua, las peregrinaciones nacionales, las primeras misas... En cambio su vida privada se suele caracterizar por el materialismo y por el hedonismo. A seis años vista de la caída del comunismo, podemos constatar que es sobre todo en este estrato de la población que la larga fase comunista ha hecho los mayores estragos: pérdida de los valores cristianos, banalización de la sexualidad y del amor, debilitamiento consiguiente de los vínculos familiares, superficialidad, absolutización del hic et nunc, y búsqueda desenfrenada del dinero y del placer. El teólogo checo Jozef Zverina hablaba, a este respecto, de un auténtico «Tchernobyl espiritual».

Hay que añadir que, tras la caída de los muros, se ha intensificado el influjo de Occidente, sobre todo del Occidente laicista y secularizado, cuya ideología ha sido rápidamente acogida por los ex-comunistas, que han pasado a ser sus más ardientes corifeos. De este modo en nuestros países salidos del comunismo, se dilata la ola de secularismo, arroyándolo todo a su paso, sobre todo entre las masas de indecisos. Por una tendencia enfermiza a la imitación ciega, se acepta todo lo que viene de Occidente, que aparece rodeado de la aureola del prestigio, de la modernidad y del progreso. ¡Cómo nos hubiera gustado encontrarnos en Occidente, al caer las barreras, con un cristianismo sólido, enraizado en la fe y en los valores que le han dado toda su grandeza! Pero no ha sido así, y el ejemplo de Occidente, como fuente de inspiración para la vida y para la fe, ha sido para nosotros más nocivo que beneficioso.

De todos modos, no se puede decir en modo alguno que la situación sea desesperada; además de que, para la Iglesia, la desesperación no esta jamás justificada.

Un dato fundamental —y, según mi parecer, irreversible— en el que encuentra su apoyo un sano optimismo cristiano, es la misma libertad de que goza ahora la Iglesia. Con la instauración de la democracia la Iglesia tiene pleno derecho de anunciar el Evangelio «a tiempo y a destiempo», con libertad de crear movimientos laicales y organizaciones juveniles. Es cierto que el espacio de que dispone en los medios de comunicación es más bien limitado, sobre todo en la televisión; pero siempre se puede luchar por ampliarlo e incluso por crear una televisión propia. La Iglesia tiene además posibilidades inmensas en el campo de la prensa, pues en este terreno sus únicos límites son la falta de medios económicos y de periodistas competentes. Por ello uno de los objetivos prioritarios debería ser la formación de periodistas y de presentadores de televisión verdaderamente profesionales.

Por lo que respecta al terreno político, la Iglesia podrá consolidar su presencia preparando una clase de políticos cristianos competentes, algo que era impensable en el antiguo régimen.

Otro dato positivo, muy prometedor para el futuro, es el de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Sin que sean superabundantes, no dejan de ser suficientes, y tienden a aumentar. En este campo estamos lejos de la trágica crisis que se da en algunos países occidentales.

Otro dato característico de nuestros países salidos del comunismo, es que en ellos la Iglesia está unida, y sin conflictos internos. Esto se debe sin duda a los cincuenta años de persecución, durante los cuales los fieles han cerrado filas en torno a sus pastores. Pero también se debe al hecho de que la renovación del Concilio Vaticano II nos ha llegado de forma gradual, sin la presentación más bien tendenciosa que de ella hicieron los medios de comunicación occidentales. Y esta unidad sigue siendo real. Mientras que en los países occidentales se vive un enfrentamiento apasionado entre progresistas y conservadores, o entre tradicionales y conciliares —lo cual recuerda una especie de lucha de clases dentro de la Iglesia— en nuestros países los sacerdotes y los fieles acogen al unísono, con espíritu de fe, las enseñanzas del Papa y de los obispos. De este modo no se dilapidan las fuerzas en este tipo de tensiones y de contiendas poco evangélicas; antes bien, se encauzan hacia la edificación de la Iglesia y hacia el fortalecimiento de su presencia en la sociedad. En la Iglesia, las tensiones y la competitividad sólo deberían existir en la común aspiración a la santidad, no en otros campos. Importa poco que uno sea de derechas o de izquierdas; lo que importa es tender hacia la santidad con toda el alma.

Gaudium et spes, luctus et angor —todo esto existe en nuestras Iglesias, aunque —en mi opinión— con más proporción de gozo y de esperanza que de tristeza y de angustia.

* * *

La Congregación de la Misión está llamada a desempeñar su labor en estas condiciones concretas. Para ello no tiene que cambiar en nada lo que constituye su doble finalidad. Sólo se trata de adaptarla y de ampliarla, acomodándose a las exigencias de la situación actual de nuestra sociedad.

Evangelización de los pobres, sí, pero evitando un concepto de pobre demasiado restringido que acabe por excluir a los verdaderos pobres de hoy. Por ejemplo, hay que tener en cuenta a los intelectuales que forcejean con la duda y con el escepticismo, y que difunden a raudales el materialismo y el hedonismo. Son ellos los que, en último término, le dan el sesgo decisivo a una sociedad. Como decía el Cardenal Newman, «es más importante luchar contra las desviaciones fundamentales del pensamiento, que lograr unas pocas conversiones». Ello es evidente y tenemos que admitirlo, aunque suponga un duro golpe para nuestro antiintelectualismo inveterado.

Está también el pueblo cristiano sencillo, que nuestros misioneros han seguido evangelizando, siempre que ha sido posible, con las misiones populares. Sin dejar de lado esta obra, de gran importancia, hace falta ahora promover las asociaciones de laicos, como las congregaciones de San Vicente Paúl o similares, que se ocupen de los minusválidos, de los drogadictos, de los refugiados... Se impone una ingente movilización que haga salir a los laicos del letargo en que les ha sumido el comunismo, devolviéndoles el gusto por la libertad y por la creatividad cristianas.

El segundo aspecto de nuestra misión, la formación del clero, es igualmente importante en este momento de la vida de la Iglesia. Tradicionalmente, nuestras provincias no han tenido la dirección de grandes seminarios, salvo en Polonia; pero por otra parte, son muchos los cohermanos que han contribuido a la formación del clero por medio de retiros y de la dirección espiritual. Es ésta una obra exigente que debemos continuar por amor a la Iglesia. Porque el modelo de sacerdote de San Vicente de Paúl y de la escuela francesa, que durante tres siglos ha sido dominante en la Iglesia, no sólo sigue siendo hoy de actualidad, sino que da una respuesta cabal a las necesidades de la Iglesia y del mundo de hoy.

(Français)

Mgr Franc Rodé analyse l'échec de l'idéologie communiste dans les domaines politique, économique, social et, surtout, spirituel. En voulant créer une nouvelle humanité, le communisme a fini par se contredire et a laissé derrière lui une situation spirituelle complexe. Comme beaucoup de croyants étaient obligés de vivre leur foi dans la semi-clandestinité, l'Église éprouve des difficultés maintenant à trouver des laïcs soucieux de reconstruire la communauté. Les anciens communistes ont certes changé de face, mais continuent de combattre l'Église au nom de la liberté d'opinion. Par ailleurs, beaucoup de personnes restent attachées à l'Église, mais sont victimes des mutations des valeurs, particulièrement de la consommation. La situation est mûre pour une nouvelle évangélisation, y compris dans le domaine culturel, et la formation du clergé demeure une tâche urgente.

(English)

Msgr. Franc Rodé comments on the multiple failure of the communist ideology: in the political, economic, social and especially the spiritual domains. Communism tried to create a new humanity but contradicted itself totally, thus leaving behind a complex spiritual situation. Because many of the faithful were forced into a semi-secret living of faith, today's emerging Church finds it hard to find active laity willing to rebuilt the community. Ex-communists are a second group, who in spite of changing their facade continue to oppose the Church in the name of freedom of opinion. Most people remain vaguely attached to the Church but are victims of all the changing values, and in particular of the new consumerism. The situation is ripe for a new evangelization including the field of culture, but formation of the clergy is an urgent task.


INCULTURATION DE LA FOI
LES DEUX SYNODES DES ÉVÊQUES 1994

Bernard MUNONO MUYEMBE
Conseil Pontifical de la Culture

Préambule: L'ancien et le nouveau

Répondant au commandement du Seigneur, l'Église a, depuis ses origines, pris le chemin des cultures pour annoncer l'Évangile à toute créature. Elle est donc entrée, au fur et à mesure de sa mission évangélisatrice, en dialogue avec les autres cultures et les autres religions. Or, cette annonce entraîne des ruptures qui ne lui ont pas toujours valu un accueil chaleureux parmi les peuples et les cultures. Ce fut déjà le sort du Seigneur lui-même quand il enseignait sur le mariage et bien d'autres sujets qui semblaient aller de soi. Ne l'avait-il pas du reste annoncé à ses disciples: "Le serviteur n'est pas plus grand que le maître ni l'envoyé plus grand que celui qui l'envoie" (Jn 13,16)?

En outre, le christianisme s'est affirmé sur des terrains qui connaissaient déjà d'autres cultes. L'Évangile représentait pour ces diverses religions un enseignement nouveau qui allait à l'encontre des idées reçues. Fallait-il tout abolir? Quelles traditions les nouveaux convertis pouvaient-ils garder de leur héritage pré-chrétien? Étaient-ils tenus de tout abandonner pour se joindre à la communauté des croyants? Questions brûlantes qui, dès la naissance du christianisme, engagèrent l'Église sur la voie du dialogue.

De nos jours, à deux mille ans d'intervalle, la question continue de se poser avec une brûlante actualité, car le nombre de cultures touchées par l'Évangile n'a cessé d'augmenter, et surtout les différentes cultures apparaissent aujourd'hui sous un jour nouveau.

Vatican II a mis en relief non seulement l'importance des Églises locales, mais aussi celle des religions non chrétiennes. L'Église peu à peu met en meilleure lumière les Églises particulières à partir desquelles "existe l'Église catholique une et unique" (Lumen gentium, n. 23). La différence des situations culturelles auxquelles l'évangélisation est confrontée dans les diverses cultures est une invitation à un dialogue toujours plus fécond entre l'Évangile et les cultures locales. Les réflexions qui suivent entendent contribuer à ce dialogue, tenant compte à la fois des acquis et des attentes dans ce domaine.

I. Deux chemins d'Église convergents

Au cours de l'année 1994, deux Assemblées du Synode des Evêques ont été convoquées à Rome par Sa Sainteté le Pape Jean-Paul II. La première, dite Assemblée Spéciale pour l'Afrique, eut lieu du 10 avril au 8 mai 1994 sur le thème "L'Église en Afrique et sa mission évangélisatrice vers l'an 2000: 'Vous serez mes témoins' (Actes 1,8)". La seconde fut la IXe Assemblée générale ordinaire, convoquée du 2 au 29 octobre 1994 autour du thème "La vie consacrée et sa mission dans l'Église et dans le monde".

Compte tenu des circonstances spéciales de sa célébration, l'Assemblée Spéciale pour l'Afrique du Synode des Évêques fut considérée comme le Synode de l'espérance pour le continent africain. Et pour cause... Le Pape Jean-Paul II, dans son homélie à la messe d'ouverture de ce Synode des Évêques, relevait: "Aujourd'hui, pour la première fois, cette Assemblée concerne l'ensemble du continent: depuis Alexandrie jusqu'au Cap de Bonne Espérance, et du Golfe Persique jusqu'à Gorée et jusqu'aux îles du Cap-vert" (Synodus Episcoporum Bulletin 2 [09.04.1994] 2; dans la suite SEB).

C'est donc à juste titre que, dans son discours d'ouverture, le Cardinal Arinze, Président du Conseil Pontifical pour le Dialogue inter-religieux et Président délégué, a pu dire: "L'heure est venue". En effet, l'heure était venue pour l'Afrique, qui, par la voix de ses pasteurs, de ses théologiens et de ses laïcs, avait, à maintes reprises, souhaité la tenue d'une telle Assemblée d'Église sous forme d'un Concile Africain (cf. E. Mveng, "Le Synode Africain, prolégomènes pour un Concile Africain?", Concilium 239 [1992] 149-169).

Pendant ce temps, confrontée à toutes sortes de problèmes, l'Afrique gémissait en travail d'enfantement d'une société plus juste, où tous les hommes, tous les peuples, toutes les ethnies, toutes les minorités et autres laissés-pour-compte à cause de leur appartenance sociale, politique, linguistique, culturelle et religieuse puissent trouver leur épanouissement dans le respect de leur dignité et de leur identité propre. L'heure était venue pour l'Église, de cheminer avec cette société au plus profond de sa détresse et de ses aspirations légitimes.

Quant à l'Assemblée générale ordinaire du Synode des Évêques qui traita de la vie consacrée, elle est née, elle aussi, du voeu plusieurs fois exprimé de faire le point sur les diverses expressions de cette voie de consécration à Dieu, en réponse aux défis suscités par "le contexte de la nouvelle évangélisation du monde contemporain" (Synode des Évêques IX Assemblée Générale Ordinaire, Instrumentum laboris, n. 2, p. 4). "Les évêques, rappelait le Pape, veulent vous aider à être un ferment évangélique, évangélisateur des cultures du troisième millénaire et de l'organisation sociale des peuples" (cité ibid., p. 5). Les différentes phases de la préparation de cette Assemblée furent évoquées par Mgr Jan P. Schotte, Secrétaire Général du Synode des Évêques (cf. L'Osservatore Romano, éd. en langue franç. Cahier spécial, p. 4-5; dans la suite OR pour toutes les références au Synode sur la vie consacrée). A vrai dire, pour la vie consacrée aussi, l'heure était venue de se pencher sur sa mission dans le monde d'aujourd'hui.

A l'évidence, le Synode sur l'Afrique est plus que jamais vivant au sein des Églises locales de ce continent. Plusieurs initiatives ont été suscitées à la suite de cet événement d'Église: conférences, sessions de formation pour les agents de l'évangélisation et les communautés de base, réunions d'évêques, réflexions des théologiens... En outre, un comité de suivi a été mis sur pied pour aider le Saint-Père à la rédaction du document postsynodal.

Le Synode sur la vie consacrée, loin d'éclipser le Synode sur l'Afrique, en recueillait les fruits, dans l'esprit de communion ecclésiale mis en lumière par Vatican II. L'Assemblée synodale sur l'Afrique a cherché à mettre en lumière les axes majeurs de l'évangélisation; celle sur la vie consacrée en a été la concrétisation dans le domaine particulier de la consécration à Dieu par les conseils évangéliques.

Du reste, l'Assemblée Spéciale pour l'Afrique du Synode des Évêques, dont l'orientation se voulait intégrante de différents aspects de l'évangélisation et de la vie ecclésiale, n'avait pas oublié la dimension religieuse de consécration à Dieu. Dans sa "Relatio ante disceptationem" au n. 10, le Cardinal Hyacinthe Thiandoum, archevêque de Dakar (Sénégal), disait à juste titre: "La prochaine Assemblée Ordinaire du Synode des Évêques sur «la vie consacrée et sa mission dans l'Église et dans le monde» avive le besoin pour ce Synode d'examiner l'image et le rôle des religieux en Afrique aujourd'hui. Les fondations africaines, comme les africains dans les communautés internationales, doivent continuer à chercher les moyens aptes à faire de la vie religieuse dans le contexte africain un témoignage toujours plus éloquent et crédible. Nous avons la capacité et le devoir de parler d'inculturation, s'agissant de la vie religieuse, et de prendre sérieusement en compte les défis que cela entraîne" (SEB 5 [11.04.1994] 5).

De même, sur bien des points, le Synode sur la vie consacrée a été la mémoire du Synode sur l'Afrique, surtout dans les interventions des Pères Synodaux d'origine africaine, comme en témoigne la force des réflexions sur la Sainteté comme but de l'inculturation et les Saints comme modèles et premiers artisans de l'inculturation (cf. Mgr A. Sima Ngua, évêque de Bata [Guinée équatoriale], avec référence au "Message du Synode" africain, n. 58, OR 43). Auparavant, Mgr Jan P. Schotte avait, dans le bilan des activités du Secrétariat du Synode des Évêques, rappelé la place de l'Assemblée Spéciale pour l'Afrique (OR 5). Les deux Synodes sont convergents et ne peuvent être mieux compris que dans un rapport de continuité et de complémentarité.

Considérant ces deux Assemblées synodales sous l'angle particulier de l'inculturation, j'y relève le sens revêtu par le terme inculturation, les thèmes majeurs qui y furent discutés, les conditions de réalisation du processus même de l'inculturation, les objectifs poursuivis, les obstacles à franchir et les insistances régionales ou continentales qui émergent de ces deux Synodes.

II. Quelle approche de l'inculturation?

Le processus d'inculturation fut abordé dans une perspective englobante et intégrante comme l'horizon de l'évangélisation en général et de la vie consacrée en particulier. Le Synode sur l'Afrique l'affirme: le besoin d'inculturation ne relève pas d'une concession, c'est un droit et un devoir inhérent à la mission même de l'Église (cf. notamment Card. H. Thiandoum, "Relatio ante disceptationem", n. 16 et 17, SEB 5 [11.04.1994] 6-7).

Le Magistère de l'Église a défini les principes généraux d'inculturation et donné des directives pour aider les Églises locales dans l'application de ces principes. Parlant de la nature et des critères de l'inculturation, Mgr Tharcisse Tshibangu Tshishiku, évêque de Mbujimayi (Zaïre), recommandait d'"éviter de banaliser ce thème, et veiller à suivre les critères donnés par de nombreux documents de l'Église pour sa mise en oeuvre... " (SEB 12 [15.04.1994] 15).

Des essais de définition de l'inculturation ont été esquissés dans l'aula synodale, surtout lors du Synode Africain dont l'inculturation était un des cinq sous-thèmes. Fondamentalement, elle apparaît comme une intelligence profonde de la foi et un défi à relever pour chaque culture, une irruption et une épiphanie du Seigneur qui provoque à la conversion, une harmonie entre foi et culture ou encore un processus nuptial par lequel une culture épouse les valeurs de l'Évangile. Celui-ci, à son tour, reçoit les valeurs de la culture, en purifiant ces "semina Verbi" marquées de finitude et de péché.

Dans le domaine de la vie consacrée, l'inculturation est conçue comme un renouveau de la vie religieuse dans un contexte culturel déterminé, pour y donner l'hospitalité au Christ vierge, pauvre et obéissant. Les Pères ont souhaité une attention à l'héritage culturel et aux situations locales pour déboucher sur l'adaptation de la vie religieuse, des conseils évangéliques et de la formation tant initiale que permanente. Les religieux, faisait remarquer un participant à ce Synode, ne doivent pas se sentir étrangers dans leur propre pays par l'adoption d'un mode de vie qui les éloignerait de leur peuple au lieu de l'en rapprocher.

La terminologie employée est diversifiée. Outre le terme d'inculturation, généralement utilisé, on trouve également d'autres expressions telles que "adaptation", "réadaptation", "dialogue intégral", "rencontre", "incarnation", "salut", "rédemption", "enracinement", "initiation", "intériorisation", "intégration", "christianisation", "reconversion","renouveau", "transformation", "témoignage", "africanisation", "africanité", "interculturalité", "résonance ou vision anthropologique", "héritage culturel", "désaliénation", etc. Mais le terme fondamental, après celui d'inculturation, est sans aucun doute celui d'incarnation.

Le fait que plusieurs Pères synodaux aient insisté sur la primauté du Christ et de son message le montre: l'inculturation n'est pas une adaptation folklorique, mais bien le mouvement continuel et la démarche originaire d'un peuple qui se convertit à l'Évangile et s'engage à suivre le Christ. Tant que ce processus n'approfondit pas le dialogue entre foi et culture, le Christ demeure un étranger pour cette culture. Or, chaque culture qui accueille l'Évangile souhaite que le Christ demeure au milieu de son peuple et chemine avec lui.

On en arrive ainsi à la question brûlante de la dichotomie entre la culture et la foi et de l'écartèlement de certains chrétiens entre ces deux pôles (évangélique et culturel). Si aujourd'hui, y compris dans les pays de vieille chrétienté, beaucoup de chrétiens se sentent écartelés entre la fidélité au Christ et les attraits de leur monde culturel, c'est le signe d'un besoin urgent de conversion profonde et d'enracinement de la foi.

Déplorant la dichotomie entre la foi chrétienne et la vie de ses compatriotes, Mgr Polycarp Pengo, archevêque de Dar-es-Salaam (Tanzanie), affirmait: "Cette situation contradictoire dans laquelle se trouvent tant de chrétiens tanzaniens a besoin du message de salut apporté par le Christ. En d'autres mots, il nous faut mettre en oeuvre une réelle inculturation du message évangélique dans la vie des gens. Pour cela, il faut intérioriser l'Évangile de façon qu'il devienne un unique facteur susceptible de pouvoir s'exprimer dans toutes les interactions sociales et dans toutes les communications psychologiques" (SEB 8 [12.04.1994] 3). Dans le même ordre d'idées, Mgr James Dominic Sangu, évêque de Mbeya (Tanzanie), l'affirmait à juste titre: les contenus de l'Évangile "ne sont pas encore bien compris, quand nous voyons les gens qui cheminent, si l'on peut dire, avec deux bâtons: un païen et un chrétien ou, comme l'on dit, avec le chapelet le matin et la sorcellerie l'après-midi. Cela nous montre tout ce que nous avons encore à faire pour l'évangélisation en Afrique" (SEB 14 [16.04.1994] 7).

Toujours au Synode sur l'Afrique, la Sr Pierre-Elise Gafah, Secrétaire exécutive de la Commission épiscopale panafricaine pour les communications sociales (CEPACS-SCEAM) (Togo) et Assistante du Secrétaire Spécial, donnait cet avertissement: "Il ne faut pas se faire beaucoup d'illusions sur la solidité de la foi de beaucoup de chrétiens qui mangent à tous les râteliers, des chrétiens assis sur deux chaises, cherchant plusieurs sources de sécurité, comme ils disent" (SEB 18 [19.04.1994] 13).

Il est donc légitime d'orienter les efforts à déployer vers l'enracinement de la foi et l'approfondissement de l'Évangile. La première annonce de l'Évangile ne fait pas le chrétien, encore faut-il que le message annoncé soit vraiment accueilli et qu'il devienne semence d'une vie nouvelle pour le croyant et sa communauté. Le défi de cette nouvelle évangélisation, c'est-à-dire de l'évangélisation en profondeur, doit être relevé par toutes les Églises, y compris par celles aux traditions plus anciennes.

Toutefois, quelle que soit la place centrale de l'incarnation dans le processus de l'enracinement de la foi, il convient de rappeler, comme le relevait le Cardinal Ratzinger: "L'incarnation... n'est pas une fin en soi, elle est finalisée vers le mystère pascal, vers la croix et la résurrection du Christ. L'incarnation est un chemin de purification, de transformation, de renouvellement, et elle tend vers la transfiguration, la vie nouvelle. Le mystère pascal, avec sa force de purification, est donc également déterminant pour le chemin de l'inculturation" (SEB 10 [14.04.1994] 12). Il faudrait donc, dans le processus d'inculturation, mettre aussi en évidence l'aspect passion-résurrection de même que la dimension pneumatologique. Le Fils de Dieu ne s'est pas seulement incarné dans l'histoire humaine, il a souffert pour les hommes, s'est livré pour eux, devenant, par sa victoire sur la mort, espérance pour ceux qui marchent à sa suite par la force de son Esprit.

Après ces remarques générales, le moment est venu d'entrer dans la perspective de l'inculturation de la foi, qui fut au coeur des deux Assemblées synodales de 1994.

III. Les domaines prioritaires

3.1. Le modèle ecclésiologique

Un des thèmes majeurs de ces deux Synodes a sans doute été le modèle d'Église autour duquel gravitaient les débats des Pères. Or, le concept ecclésiologique fondamental qui émerge de ces travaux synodaux est, comme le veut la nature même du Synode des Évêques (cf. Paul VI, Motu proprio "Apostolica sollicitudo", du 15 septembre 1965), la notion d'Église-communion, sous laquelle l'Église fut présentée à Vatican II.

Cette notion a trouvé à l'Assemblée spéciale pour l'Afrique une traduction concrète dans le concept d'Église-Famille. La famille est le premier lieu de la socialisation, où s'apprennent, s'intériorisent et s'expérimentent les valeurs humaines et spirituelles d'une culture. Les principales de ces valeurs dans l'univers africain sont l'appartenance au même groupe par le même sang, le respect de la vie reçue de Dieu par les ancêtres, la solidarité, la communion avec les vivants et les morts, le sens de Dieu et des réalités sacrées, etc.

C'est cette réalité anthropologique qui, dans l'univers africain, est proche du mystère de l'Église-communion. "Le concept de «famille», très fort en Afrique, exprime par une image concrète la profonde notion ecclésiologique de communion des croyants; une communauté diversifiée en fonctions et en personnes" (Card. H. Thiandoum, "Relatio ante disceptationem", n. 8, SEB 5 [11.04.1994] 5; cf. ibid., n. 3, p. 2-3).

Tout effort d'inculturation de la foi en Afrique doit prendre en considération ce fond culturel qui met en honneur les valeurs de la famille africaine. Parlant de la conception pastorale et théologique de l'Église communion, de l'Église-Famille et l'Église-Fraternité, Mgr Anselme Titianma Sanon, évêque de Bobo-Dioulasso (Burkina Faso), a proposé en quelques points un modèle de compréhension inculturée de cette notion ecclésiologique en Afrique. Selon ce modèle analogique, la Trinité est une famille; le Christ, ancêtre fondateur de notre foi; la Bible, parole d'alliance de la famille divine avec la famille humaine; le collège apostolique, assemblée d'aînés témoins et garants de la tradition familiale; le Pape, aîné de ces témoins (cf. SEB 10 [14.04.1994] 10).

Mgr Bernard Bududira, évêque de Bururi (Burundi), a présenté un autre essai d'interprétation de cette réalité ecclésiologique (SEB 12 [15.04.1994] 12). Le prélat burundais a mis l'accent sur l'appartenance de tous les baptisés à la même famille dont Dieu est le Père et l'Ancêtre suprême, sur la coresponsabilité dans l'évangélisation et le témoignage de la vie évangélique, sur le lieu d'éclosion de ce sens de coresponsabilité (famille nucléaire, voisinage, milieu professionnel), et sur la répartition des rôles au sein de ces divers milieux.

Certes, les grilles de lecture proposées sont diverses, mais elles sont toutes orientées vers un même objectif: mettre en lumière la dynamique de la diversité des richesses qu'offre la réalité de la famille africaine au bénéfice d'une compréhension inculturée de la notion d'Église. Mais cela suppose une conversion des mentalités et une remise en question de certaines traditions en contradiction avec l'esprit de l'Évangile. La notion même de famille a besoin, pour son inculturation ecclésiale, d'une ouverture au-delà des frontières fixées par la tradition. Mgr Albert Kanene Obiefuna, évêque de Awka (Nigéria), dénonçait, au Synode sur l'Afrique, le danger d'une interprétation restrictive de la notion de famille qui la priverait ainsi de l'ouverture ecclésiale sans acception de personnes ni de peuples. "Il est vrai que l'Église est une famille. Ses limites dépassent les frontières du clan ou de la tribu. L'africain moyen, même s'il est catholique, n'a pas à considérer cet aspect des choses. Il est vrai que le chrétien africain, donnant trop d'importance à l'ethnie, trouve qu'il est difficile d'accepter la vérité que le chrétien, homme ou femme, de l'Inde est plus un frère ou une soeur pour lui qu'un frère ou une soeur non-chrétien de sa tribu (Gal 5,10)" (SEB 8 [12.04.1994] 6). Et d'ajouter: "Cette mentalité domine à tel point que l'opinion des africains, quand on en arrive aux faits, est que l'adage «le sang est plus dense que l'eau» prévaut sur le concept chrétien de l'Église en tant que famille. Et par «eau» on peut aussi entendre celle du Baptême par laquelle chacun naît dans la famille de l'Église. Pour l'africain converti, aussi, les liens de sang sont les plus importants"(ibid.; cf. aussi la mise en garde du Card. H. Thiandoum contre le danger du tribalisme et de l'ethnicisme, Relatio ante disceptationem, n. 3, SEB 5 [11.04.1994] 3).

De toute évidence, cette vision des liens de famille ne s'impose pas nécessairement à tous, et l'attachement à son groupe naturel n'est pas l'apanage de l'Africain, mais une note dominante chez tous les peuples, en même temps qu'une condition sine qua non de l'inculturation de l'Évangile. Le cri de Mgr Obiefuna retentit comme une sonnette d'alarme pour prévenir l'illusion d'une inculturation magique. Sans une conversion au Christ, la famille humaine ne peut prétendre être à l'image de la famille de Dieu. "Le Christ est venu restaurer un monde unifié, une famille humaine à l'image de la Famille trinitaire. Nous sommes de la Famille de Dieu: voilà la Bonne Nouvelle! Un même sang circule dans nos artères, et c'est le sang de Jésus-Christ; un même Esprit nous anime, et c'est l'Esprit Saint, Fécondité infinie de l'amour divin" (Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 25, SEB 35 [06.05.1994] 7; cf. ibid., n. 24, p.6-7). Par là s'exprime un besoin de renouvellement des structures et des institutions pour les ouvrir à l'esprit de famille voulu par Dieu.

Il faudra donc "inculturer les structures ecclésiales qui incarnent l'Église, vue comme Famille de Dieu, capables d'offrir de nouveaux ministères mieux appropriés" (Card. H. Thiandoum, "Relatio post disceptationem", SEB 25 [23.04.1994] 2). Beaucoup de Pères synodaux ont justement souhaité que le rôle des communautés ecclésiales vivantes soit mieux souligné, dans la mesure où ces communautés constituent de véritables lieux d'inculturation de l'Évangile.

Cette orientation est clairement définie dans le message final du Synode sur l'Afrique, qui recommande en particulier l'ouverture au sein de ces communautés: "L'Église-Famille de Dieu suppose la création de petites communautés à taille humaine, des communautés ecclésiales vivantes ou communautés ecclésiales de base. Dans de telles communautés qui sont des cellules de l'Église-Famille, l'on est formé à vivre concrètement et authentiquement l'expérience de la fraternité. En elles, règnent la gratuité, la solidarité, un sort commun; chacun y est motivé à construire la Famille de Dieu, famille entièrement ouverte sur le monde, et qui n'exclut absolument personne. De telles communautés seront les meilleurs moyens de lutter contre l'ethnocentrisme au sein de l'Église elle-même et, plus largement, dans nos nations. Ces Églises-Familles ont le devoir de travailler à transformer la Cité" (Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 28, SEB 35 [06.05.1994] 8). L'inculturation va donc au-delà de l'annonce de l'Évangile, elle embrasse tous les domaines de la vie concrète des croyants dans l'Église comme dans le monde. Ainsi, il ne peut y avoir d'inculturation véritable s'il n'y a pas transformation de la Cité par des comportements nouveaux enracinés dans les valeurs évangéliques.

Le Synode sur la vie consacrée a affirmé les mêmes exigences dans des termes différents. L'approfondissement de la vie consacrée, de ses formes et de ses expressions, avait pour toile de fond une compréhension renouvelée de l'ecclésiologie de communion (cf. Synode des Évêques IX Assemblée Générale Ordinaire, Instrumentum laboris, n. 40). L'accent portait sur la fraternité dans la vie communautaire, l'ouverture d'esprit et la solidarité avec le monde.

Pour atteindre ce but, les Pères insistèrent sur le renouvellement de la présence missionnaire. Dans les jeunes Églises en particulier, les formes de vie consacrée se doivent de trouver de nouvelles expressions proches de la culture locale. Pour les pays de vieille chrétienté aujourd'hui sécularisés, le besoin se fait sentir "de trouver un nouveau modèle de présence religieuse et d'activités qui sache répondre aux urgences pastorales effectives. Il faut abandonner les vieilles structures et en créer de nouvelles" (R.P. J.M. Lasso de la Vega y Miranda, OR 24).

De manière générale, les Pères insistent sur l'esprit informant ces structures et non sur leur réalisation concrète. Les débats gravitaient autour de l'inspiration et des valeurs capables de féconder les nouvelles expressions et les formes de vie consacrée accordées au génie des peuples et au contexte de leur culture. Puisque l'inculturation de la vie consacrée fait partie du processus global de l'inculturation de l'Évangile, elle ne peut véritablement s'épanouir et s'enraciner qu'en s'insérant dans le projet intégral de l'évangélisation et en respectant les principes généraux d'enracinement de la foi. Mais il n'est pas exclu que le mouvement d'inculturation et de renouveau ecclésial parte de ces centres de vie spirituelle pour s'étendre aux différentes communautés des croyants et les provoquer à la conversion.

3.2. Médiation anthropologique

Je l'ai indiqué plus haut: les interventions des Pères avaient pour orientation majeure l'ecclésiologie de communion. Pour pouvoir en tirer les conséquences pratiques dans la perspective de l'inculturation, ils avaient besoin d'une médiation anthropologique.

Tenant compte du fait qu'il s'agit d'annoncer Dieu aux hommes d'aujourd'hui, et de témoigner de lui dans des contextes culturels différents, le recours à l'anthropologie s'avère incontournable. Ainsi, la réflexion théologique fait appel à un langage et à des expressions proches d'un milieu culturel donné pour rendre le message de Dieu compréhensible aux hommes de cette culture vivant dans un contexte géographique, socio-politique, économique, voire religieux, particulier.

Il faudra mener des études pour repérer les grandes valeurs culturelles et leur signification dans le contexte de cette culture. Un tel travail engage toute la communauté, particulièrement les détenteurs et les garants de diverses traditions culturelles et religieuses (cf.Tradition et développement dans l'Afrique d'aujourd'hui, Paris, Unesco, 1990, p. 138), les chercheurs des universités, des instituts supérieurs d'enseignement catholique, et de divers centres d'études spécialisés.

Enrichi de cet héritage, le théologien commencera généreusement à décrypter avec discernement les composantes culturelles susceptibles de lui ouvrir de nouveaux horizons de réflexion et de pratique pastorales dans le domaine de l'inculturation de la foi et de l'évangélisation des cultures. Des défis pastoraux particuliers émergent notamment de la pratique des sacrements, de la liturgie et du symbolisme rituel.

3.3. Implications pastorales

Les Pères synodaux n'ont pas seulement réfléchi sur la mission évangélisatrice de l'Église en Afrique, ou sur la vocation à la vie consacrée, mais ils ont également échangé sur les implications pastorales de la mission ecclésiale aujourd'hui. Comment enraciner dans des contextes culturels particuliers l'ecclésiologie de communion? Que faut-il faire pour que les croyants et les Églises locales apparaissent comme un Peuple et une Famille de Dieu vivant de la même sève spirituelle et donnant le témoignage d'une foi inculturée qui devienne le moteur de la vie des croyants, afin que le monde croie?

Pour répondre aux défis posés par l'inculturation de la foi dans le monde d'aujourd'hui, il convient de conduire ce processus d'enracinement de telle manière qu'il parle à l'âme des destinataires de l'Évangile, atteigne les fibres de leur être et touche leur sensibilité religieuse. Car, remarquait à juste titre le Cardinal H. Thiandoum au Synode sur l'Afrique, aucun peuple ne se trouve en situation de vide spirituel (cf. "Relatio ante disceptationem", n. 7, SEB 5 [11.04.1994] 4). Et ceci s'est particulièrement confirmé dans les principaux domaines de l'action pastorale de l'Église.

Le premier de ces domaines, incontournable pour toute vie de foi, est celui des sacrements. La question de leur inculturation se pose à partir de la dichotomie entre la culture locale et le message chrétien. Comme le baptême constitue l'entrée dans la communauté ecclésiale, et le rite de conférer le nom marque l'entrée dans la société traditionnelle africaine, certaines conférences épiscopales africaines - notamment celles du Nigéria et de l'Afrique de l'Ouest en général - ont exprimé le voeu d'aboutir à une solution pastorale pour unifier les deux rites d'entrée.

Le mariage est sans conteste le domaine qui suscite beaucoup d'interrogations. Celles-ci touchent à la fois aux formes, à la célébration, et à la discipline de ce sacrement. Si l'on fait remarquer que les Africains se marient trois fois - selon la coutume, devant l'Église et devant l'autorité de l'état civil - il convient de préciser: ce sont surtout les deux premières formes qui interpellent les pasteurs, les théologiens et les responsables de l'évangélisation. La troisième forme est une formalité administrative tenant le plus souvent compte des dispositions coutumières auxquelles elle confère une force nouvelle en vertu de la loi.

Plusieurs études ont été conduites afin de mettre en lumière la nature et la signification de la coutume du mariage traditionnel, dans la perspective du dialogue avec la conception traditionnelle du mariage chrétien. Les évêques africains avaient, par le truchement du Symposium des Conférences Episcopales d'Afrique et de Madagascar, publié deux déclarations sur ce sujet: "Vers l'indigénisation du rituel chrétien du mariage" (15 septembre 1976) et "Mariage et vie de famille" (6e Assemblée du SCEAM, 1981). Au Synode sur l'Afrique, plusieurs Pères africains ont présenté quelques suggestions pastorales pour le rapprochement entre le mariage chrétien et le mariage africain. Parmi les intervenants sur la pastorale du mariage, le Cardinal Frédéric Etsou Nzabi Bamungwabi, archevêque de Kinshasa, souligna: "Il faudrait promouvoir une catéchèse inculturée du sens chrétien du mariage, sur le mariage coutumier et «mariage dans le Seigneur»; il faudrait un rituel enrichi et plus adapté à la célébration du mariage. Ainsi ouvrira-t-on la voie vers une intégration des cérémonies coutumières dans un cheminement par étapes vers la célébration sacramentelle dans le Seigneur" (SEB 14 [16.04.1994] 13). Ici, l'accent porte sur la catéchèse et les possibilités d'accompagnement spirituel des futurs mariés en vue de favoriser une intégration harmonieuse des valeurs coutumières et de la célébration sacramentelle du mariage.

Un autre motif de préoccupation pour l'Église tient non plus à la conclusion du rite matrimonial, mais à l'intégration des époux dans la communion ecclésiale. Les situations matrimoniales irrégulières provoquent, on le sait, une instabilité dans le couple et attentent aux propriétés du mariage, notamment à l'unité et à l'indissolubilité. Conformément à la discipline canonique en vigueur, les époux en situation irrégulière ne peuvent pas recevoir les sacrements, notamment l'eucharistie, ce que Mgr R.S. Mwana'a Nzeki Ndingi, évêque de Nakuru (Kenya), appelait la "famine eucharistique" (SEB 13 [15.04.199] 8). Un autre prélat africain, Mgr Boniface Tshosa Setlalekgosi, évêque de Gaborone (Botswana), invitait à réfléchir sur la nourriture dans le contexte particulier de son pays. "Au Botswana, la nourriture est symbole de bienvenue, de réunion, de partage, de fête, de solidarité. Exclure quelqu'un de l'Eucharistie, c'est l'exclure de la compagnie de Dieu, de l'amour de Dieu. Quoiqu'on puisse dire, c'est comme cela que les gens l'interprètent. J'en appelle aux Pères synodaux pour que cette question soit sérieusement prise en considération" (SEB 9 [13.04.1994] 10). Ce même fond symbolique de solidarité et de communion fut rappelé par Mgr Charles-Rémi Rakotonirina, évêque de Farafangana (Madagascar). Partant des affinités entre la foi ancestrale des malgaches et l'Ancien Testament, notamment sur la signification de l'animal sacré, il concluait: "Il nous est facile de comprendre la communion eucharistique. Selon la foi ancestrale, la chair du boeuf sacrifié, en partie consommée en commun et en partie envoyée aux absents, est appelée «le morceau de chair qui fait la relation» (nòfon-jèna mitàm-pihavànana). Que pourrait-on trouver de mieux pour comprendre le dynamisme de notre communion avec le «corps sacramentel» qui nous transforme en «corps ecclésial», en vue d'une relation de plus en plus grande avec Dieu le Père, avec nos Ancêtres, et entre nous?" (SEB 16 [18.04.1994] 5). L'Église-Famille est ainsi appelée à grandir dans la communion, à l'affermir avec et entre ses membres pour devenir toujours davantage un seul Peuple de Dieu, ce Corps du Christ uni par les liens de la foi, de la charité et des sacrements.

La foi a besoin de s'enraciner dans les cultures, de les féconder, de les transformer. Ce qui présuppose de parler au coeur des croyants, en tenant compte de la nouveauté de l'Évangile et des valeurs spirituelles des destinataires de la Bonne Nouvelle. Un tel dialogue se construit par l'annonce, la réflexion théologique, le symbolisme rituel et la liturgie.

Le rite occupe une place importante dans la vie des personnes et des communautés, notamment au plan spirituel et religieux. Dans la perspective de l'inculturation, les rites d'initiation et de passage jouent un rôle de premier plan. On n'est pas agrégé à un groupe sans avoir été initié à la vie de ce groupe. L'agrégation elle-même se passe selon un rituel bien précis sous la direction et l'oeil vigilant des anciens ou des aînés, membres et représentants de la communauté. Et les événements majeurs de la vie sont autant de stations rituelles qui jalonnent le pèlerinage terrestre des hommes, de la première grossesse à la mort et aux funérailles, en passant par la naissance, l'initiation, la maladie, la guérison.

L'attention au symbolisme des rites peut aider l'Église dans l'annonce de l'Évangile, stimuler les croyants à mieux comprendre ce message dans l'aujourd'hui de Dieu et à le faire passer dans leur vie. La liturgie est un lieu privilégié de cette inculturation. La célébration des sacrements - en particulier du baptême, de l'eucharistie et du mariage - constitue un moment favorable d'intégration des valeurs culturelles d'appartenance à la famille, de l'autorité parentale, de la communion de vie, de la réconciliation et de l'alliance entre les familles. Des gestes particuliers et des rites symboliques peuvent trouver une place dans ce contexte de la célébration et de la fête.

Dans le même ordre d'idées, il a été suggéré que l'Église d'Afrique soit régie par un Canon qui tienne compte des réalités culturelles du continent, notamment pour la discipline canonique du mariage (cf. dans ce sens Mgr R.S. Mwana'a Nzeki Ndingi, SEB 27 [26.04.1994] 3). Il est vrai, l'Église d'Afrique est confrontée à des questions importantes et à des situations particulières auxquelles le droit actuel n'apporte pas une réponse culturellement appropriée. Mais il n'est pas établi que la publication d'un Canon propre à l'Église d'Afrique puisse résoudre tous ces problèmes.

Le bien que l'Église pourrait tirer d'une attention plus grande aux différents symbolismes est évident. Mais il faudrait également ne pas perdre de vue les ambiguités liées à la perception et à l'usage du symbolisme rituel. A ce propos, Mgr A. Wouking, évêque de Bafoussam (Cameroun), faisait remarquer: "L'africain doute de la compétence d'un ministre chrétien qui opère en empruntant un rite traditionnel; il doute de l'origine du pouvoir utilisé; l'africain est souvent esclave de tout le contexte concret du rite (personne, objet, geste, lieu d'opération...) lié à une efficacité automatique de la parole et du geste. Il a aussi peur de la nature de son dieu!" (SEB 7 [12.04.1994] 4).

Des obstacles jalonnent le chemin de l'inculturation de l'Évangile; mais il existe aussi des expériences positives et des initiatives qui interdisent de sombrer dans le pessimisme. Ainsi, au Synode sur la vie consacrée, plusieurs références ont été faites à l'importance des rites en Afrique comme ailleurs.

Sa Béatitude Raphaël Ier Bidawid, Patriarche de Babylone des Chaldéens (Iraq), a clairement demandé aux "missionnaires occidentaux oeuvrant dans les Églises orientales, de bien vouloir valoriser l'esprit des Rites de ces Églises et la culture de leurs peuples, pour une mission profitable au service de ces Églises" (OR 71). De même, Sa Béatitude Stéphanos II Ghattas, Patriarche d'Alexandrie des Coptes (Egypte), mettait en relief le rôle majeur joué par les moines dans les Églises orientales: "Nous leur devons l'inculturation de l'Évangile, une tradition liturgique avec un rite particulier, le rite copte, propre à notre Église d'Alexandrie, et toute une discipline canonique" (OR 73).

Pareillement, la Soeur Anne-Antoinette Bwanga Zinga Da Silva, Supérieure générale des Soeurs de Sainte Thérèse de l'Enfant-Jésus (Zaïre), développait tout un langage symbolique pour l'inculturation de la vie consacrée féminine en Afrique. "Nous essayons de repenser et de traduire le signe qu'est la vie religieuse à travers des symboles de la culture africaine. Le port du pagne et le pacte du sang nous servent d'illustration" (OR 77). Ces multiples efforts d'inculturation méritent attention et respect. Mais ils devront être conduits avec discernement et précaution, évitant de canoniser n'importe quel symbole, geste ou langage.

3.4. La formation: un défi permanent

La mission d'une évangélisation en profondeur, telle que l'a présentée le Synode sur l'Afrique, est un vaste projet d'inculturation de la foi qui exige de nombreuses collaborations, au niveau des personnes, des communautés chrétiennes vivantes, des paroisses et diocèses..., voire de l'Église universelle. C'est une tâche globale qui concerne toute l'Église, hiérarchie et fidèles.

En même temps, cette mission d'évangélisation et d'inculturation peut efficacement se réaliser si tous les agents pastoraux engagés dans ce travail sont formés à percevoir les défis du monde d'aujourd'hui et à les éclairer de la lumière de l'Évangile. A la formation des laïcs doit être accordée une importance particulière, non seulement parce que la plupart d'entre eux n'ont pas reçu de formation théologique ou pastorale pour les préparer à assumer des tâches nouvelles dans l'Église, mais aussi parce qu'il ne peut y avoir d'inculturation sans le concours des fidèles laïques appelés à annoncer l'Évangile au coeur de la Cité (cf. Apostolicam actuositatem, n. 7) et à rayonner par le témoignage de leur vie au milieu des communautés chrétiennes vivantes.

Les prêtres, pères (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 26, SEB 35 [06.05.1994] 7) de communautés paroissiales confiées à leurs soins pastoraux, se doivent d'être bien préparés à leur mission et continueront à se former pour être capables de relever les défis nouveaux que le monde d'aujourd'hui pose à l'évangélisation. La formation des candidats au sacerdoce en particulier doit être menée dans une perspective inculturée visant leur enracinement dans leur milieu d'origine où ils seront appelés à travailler (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 49-50, SEB 35 [06.05.1994] 12; Mgr P.-L. G. Scarpa, OR 25; Sr R. Sumah, OR 30; Mgr Z. Ortiz Rolon, OR 42).

Les congrégations religieuses le souhaitent également: la formation surtout initiale doit être enracinée dans le contexte culturel pour éviter dépaysement ou déphasage des missionnaires par rapport aux réalités locales. L'insertion dans le milieu d'apostolat, la connaissance et le respect des valeurs spirituelles d'un peuple, de la langue, des us et coutumes du pays, devront faire partie du bagage culturel du missionnaire ou du religieux.

Les maisons de formation ont un rôle incontournable à jouer comme lieux de recherche, de transmission et d'échange de connaissances intellectuelles et de valeurs anthropologiques. Il s'agit de séminaires et noviciats, d'universités et instituts supérieurs d'enseignement, de centres culturels et autres cercles d'études et de recherche spécialisés (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 53-55, SEB 35 [06.05.1994] 13; Rév. P. B. Buetubela, "Le rôle des Instituts Supérieurs de théologie", SEB 22 [21.04.1994] 13-17).

IV. Quelques présupposés

L'accueil des traditions culturelles des peuples et de leurs valeurs spirituelles comme "semina Verbi" présuppose notamment une attitude positive et une large ouverture d'esprit à l'égard de ces réalités. Non pour à tout prix adopter ces valeurs, mais du moins afin de ne pas pratiquer de tabula rasa ni de rejeter ces traditions sans les avoir examinées avec sagesse.

La Religion Traditionnelle Africaine est, à n'en point douter, un des piliers majeurs de la société africaine. Il faut la prendre au sérieux et éviter de tout réduire au paganisme. Lorsqu'un évêque parle de ce monde religieux traditionnel comme de "notre" religion traditionnelle africaine, il se reconnaît comme membre d'un groupe marqué par les valeurs de cette culture. En même temps, il désigne ce fond religieux commun à tous les Africains et hérité de leurs ancêtres.

Le culte qui leur est voué en Afrique (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 19, SEB 35 [06.05.1994] 5; Mgr B. Haushiku, SEB 10 [14.04.1994] 9) et dont l'influence s'étend aux populations d'origine africaine en dehors du continent (cf. Card. L. Moreira Neves, SEB 13 [15.04.1994] 3-4), montre combien sont tenus en grande estime ces protecteurs de la vie et garants de la tradition. Certaines fonctions socio-religieuses comme celles des guérisseurs et la sorcellerie, auxquelles recourent toujours plus d'Africains, sont justement en rapport avec le culte des ancêtres. Ces pratiques touchent également les chrétiens en temps d'épreuve ou d'incertitude, et constituent une interpellation pour l'ensemble des Églises chrétiennes. Seul le dialogue avec les valeurs dominantes de ce fond religieux traditionnel peut amorcer une prise en compte de leurs aspirations fondamentales par les Églises chrétiennes. Le Missel romain pour les diocèses du Zaïre - approuvé par la Congrégation pour le Culte Divin avec le Décret Zairensium Dioecesium du 30 avril 1988 - où l'invocation des ancêtres occupe une place de choix, est un exemple de dialogue sur le plan liturgique. Aussi est-il souhaitable d'éviter des expressions inadéquates, voire péjoratives, pour qualifier les Religions Traditionnelles Africaines (cf. Mgr P.K. Sarpong, SEB 10 [14.04.1994] 17-18).

La même ouverture à l'héritage culturel des peuples vaut également pour la vie consacrée. Les formes de vie consacrée présentes dans une culture déterminée sont à encourager. Elles sont les témoins des valeurs spirituelles qui, comme en Inde, ont nourri des générations d'hommes et de femmes pendant des siècles, voire des millénaires. Les nouveaux venus devraient mettre plus de zèle à se frayer un chemin, c'est-à-dire à trouver des voies nouvelles d'inculturation et de dialogue, qu'à abolir ou à diaboliser les cultes traditionnels.

Cette orientation devrait en particulier s'appliquer aux conseils évangéliques, signes de consécration à Dieu. Ainsi, le voeu de pauvreté ne se vit pas de la même façon dans des pays riches d'Occident et les pays pauvres d'Afrique, d'Amérique latine ou d'Asie. Le célibat non plus n'a pas la même signification dans une culture d'aisance matérielle, de plus en plus marquée par l'égoïsme des parents et la tendance à réduire sinon à rejeter les charges familiales et dans une culture où la procréation n'est pas l'objet d'un choix individuel des parents, mais la fin et la raison d'être du mariage.

Tel est le sens profond de la recommandation du Cardinal Poupard, Président du Conseil Pontifical de la Culture, lorsqu'il rappelait la fidélité au charisme du fondateur, mais une fidélité créatrice (OR 50). Tout en restant fidèles au charisme de leur fondateur, les congrégations religieuses et autres instituts de vie consacrée devraient trouver des formules d'inculturation qui permettent à leurs membres d'être à la fois fidèles au Christ et à leur identité culturelle.

Plaider pour une inculturation en profondeur des valeurs évangéliques ne signifie pas une porte ouverte à tout syncrétisme religieux. Se référant à son encylique Populorum progressio, Paul VI avait, dans son message historique aux peuples d'Afrique, souligné l'importance du discernement dans la tâche d'inculturation de la foi: respect du patrimoine culturel du passé, et nécessité de "savoir choisir: critiquer et éliminer les faux biens qui entraîneraient un abaissement de l'idéal humain, accepter les valeurs saines et bénéfiques pour les développer, avec les leurs, selon leur génie propre" (n. 41; cf. également son "Message «Africae terrarum» à l'Afrique" [29 octobre 1967], n. 13, DC 64 [1967] 1943). Inculturer la foi, c'est donc à la fois s'ouvrir aux valeurs morales et religieuses, en opérant les choix qui s'imposent en vertu de la radicalité et de la nouveauté de l'Évangile, qui invitent à une conversion permanente.

Ce discernement s'opérera en particulier dans le recrutement des candidats au sacerdoce et à la vie religieuse, dans la fidélité au charisme de chaque Institut.

Toute l'Église est impliquée dans la mission évangélisatrice et la tâche d'inculturation. Mais cette dernière revient, comme il a été dit dans les deux Synodes, en premier lieu aux autochtones eux-mêmes. Jean-Paul II affirmait dans son homélie à l'occasion de l'inauguration solennelle de l'Assemblée spéciale pour l'Afrique du Synode des Évêques: "L'Église qui, en ce moment, parle par ma bouche, se réjouit du fait que les peuples d'Afrique vivent actuellement chacun dans sa souveraineté, chacun avec sa propre culture et ses propres traditions, elle se réjouit qu'ils soient maîtres chez eux dans leur Continent. Cette souveraineté leur permet de discerner ce qu'il y a de positif dans ce que leur apportent les Européens pour mieux développer leur continent, mais aussi de faire la part des injustices qu'ils ont subies pendant la période coloniale et même avant, par cette pratique cruelle qui a réduit en esclavage tant de jeunes gens, hommes ou femmes, et les a déportés vers le Nouveau Monde" (SEB 2 [09.04.1994] 2). Dans le même ordre d'idées, Mgr F.J. Arnaiz Zarandona, évêque auxiliaire de Saint Domingue (République Dominicaine) et Président du Département sur la Vie consacrée du CELAM, s'exprimait ainsi au Synode pour la vie consacrée: "Inculturer l'Évangile et la vie consacrée veut dire les enraciner, les faire fructifier dans une réalité concrète. Il s'agit d'une tâche qui va bien au-delà des limites de la vie consacrée et appartient à chaque Église. La pleine inculturation incombe aux autochtones" (OR 82).

Parce qu'ils sont sensibles à l'héritage qui leur a été transmis et qui les a façonnés, les autochtones semblent mieux préparés à ouvrir leur culture à d'autres apports extérieurs et à en discerner les valeurs fondamentales dans un monde en mutation. Cette préparation à son propre héritage requiert en même temps la lumière de la foi, le concours d'autres disciplines et le dialogue avec les autres cultures.

V. Inculturation, spiritualité et sainteté

La promotion de l'inculturation répond à la mission de l'Église, qui est non seulement d'annoncer l'Évangile, mais de l'enraciner dans les cultures pour qu'il soit ferment de vie. Ce sont l'être même de l'Église et sa survie qui commandent cette tâche d'inculturation. Ce faisant, l'Église cherche à promouvoir certaines attitudes ou dispositions internes conformes à cet idéal d'évangélisation et de témoignage.

Par l'inculturation, l'Église cherche également à tracer de nouveaux chemins de spiritualité qui conduisent vers la sainteté. On voudrait avant tout trouver des modes appropriés à l'évangélisation inculturée. Cela peut se traduire par la création de centres de prière et de méditation, l'adaptation de la vie des prêtres et religieux aux modes de vie des populations locales, mais aussi par des efforts pour trouver des expressions locales à de nouvelles formes de spiritualité de type oriental ou généralement d'inspiration étrangère (cf. Card. G.B. Hume, "Relatio ante disceptationem", OR 10).

Cette culture de la spiritualité est elle-même au service de la sainteté, fin et sommet de l'inculturation (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 14-15, SEB 35 [06.05.1994] 5; Card. A. Felici, SEB 12 [15.04.1994] 14; Card. P. Poupard, SEB 14 [16.04.1994] 3). La sainteté n'est pas seulement présentée comme un défi, une tâche à remplir, mais aussi comme fruit du travail déjà accompli dont rayonne l'Église dans les meilleurs de ses fils. Les Saints ont donc été présentés comme la parfaite inculturation de la foi, les premiers artisans de l'inculturation. La tâche de l'Église aujourd'hui consiste à relever ce défi et, en recherchant la sanctification du monde, à en témoigner par l'exemple de la vie de ses membres.

VI. Obstacles à l'inculturation

Ce qui a été dit plus haut à propos de la formation et du discernement le rappelle: l'inculturation n'est pas une oeuvre automatique. Quelle que soit par ailleurs l'assistance divine dont elle bénéficie, l'inculturation est oeuvre humaine. Elle connaît donc, comme toute entreprise humaine, des difficultés, des obstacles et des limites.

Un exemple peut aider à illustrer cette intuition. Le concept d'Église-Famille, fondamental pour l'inculturation en Afrique, risque, s'il est mal exploité, d'aller à l'encontre de l'esprit de famille, de communion et d'unité qu'il représente. Les liens de sang, auxquels les Africains restent attachés, ne favorisent pas toujours l'intégration des personnes situées en dehors de ce groupe clanique ou ethnique. Et l'histoire récente montre combien sont fragiles les sociétés lorsqu'on touche à cette corde sensible, en Afrique comme ailleurs. Ce sont les appellations qui changent, en fonction des situations locales, mais l'enjeu est fondamentalement le même.

Les différents rites attachés à la culture d'un peuple sont des symboles que l'Église peut exploiter dans l'évangélisation, la catéchèse et la liturgie. Mais la multiplicité de cultures et de peuples ne permet pas toujours de constituer des rites communs à une mosaïque de peuples. Si l'on s'appuie sur les groupes dominants, les autres se sentent délaissés, voire humiliés. Les choix à opérer invitent donc à la prudence, y compris pour la signification à donner au geste ou symbole choisi.

Le faible niveau d'instruction de certains de leurs membres, en particulier dans les jeunes Églises, est un défi pour les fondations religieuses tant autochtones qu'internationales. Le discernement lors du recrutement des candidats constitue une première étape vers le relèvement de ce niveau. Mais cela ne devrait pas dispenser les communautés concernées de concevoir une formation équilibrée et inculturée, tant au niveau initial que permanent. C'est une exigence de la vie consacrée elle-même, rendue plus actuelle par les défis du monde d'aujourd'hui.

Il a également été beaucoup question de l'Islam, à propos du dialogue rendu difficile par l'intégrisme musulman. Mais certaines interventions ont essayé de mettre en lumière la nécessité du dialogue, malgré les difficultés, invitant à distinguer l'Islam authentique de certains courants intégristes. Mgr H. Teissier, archevêque d'Alger (Algérie), affirmait notamment: "La fidélité à leur vocation - dans ce contexte difficile - des prêtres, des religieux, des religieuses et des laïcs missionnaires, prouve que ce développement des courants fondamentalistes de l'Islam ne justifie pas un abandon des travaux du dialogue dans lesquels beaucoup de chrétiens, vivant auprès des musulmans, sont engagés depuis Vatican II" (SEB 9 [13.04.1994] 16).

L'absence d'un droit canon tenant compte des différences culturelles -surtout pour les questions matrimoniales - a été perçue comme un obstacle à l'inculturation. La même difficulté a été signalée à propos de la vie consacrée et des conseils évangéliques (cf. Mgr M.-M.-B. Calvet, OR 45). D'aucuns souhaitent que soient accordés plus de droits aux conférences épiscopales pour trouver les adaptations dictées par la diversité des situations locales.

Plusieurs interventions des Pères synodaux venus de Pologne, de la partie orientale de l'Allemagne, de la République Slovaque, de Bulgarie, du Viêt-nam, de Russie, d'Ukraine, des États-Unis, d'Équateur, de l'Uruguay, du Chili, ont porté sur les obstacles représentés par l'athéisme, le sécularisme, le matérialisme, l'hédonisme, l'indifférence religieuse et le relativisme (cf. les interventions de Mgr S. Sulyk, OR 23; R.P. J.M. Lasso de la Vega y Miranda, OR 24; Mgr T. Kondrusiewicz, OR 24; Mgr J.P. Loro, OR 25; R.P. J. Nalakowski, OR 29; Sr N. I. Haletzca, OR 30; Mgr E. Nguyen Nhu The, OR 33; Mgr J. Arnaiz Zarandona, OR 38; Mgr T. Goclowski, OR 40; Mgr S. Dmyterko, OR 43; Mgr G. Weinhold, OR 44; Mgr P. Gherghel, OR 45; Mgr D. Gil Zorrilla, OR 50-51; Mgr D. Hrusovsky, OR 63; Mgr G.I. Jovcev, OR 63; Mgr F. J. Errazuriz Ossa, OR 64; et les rapports des groupes de langue allemande, anglaise et française "B"). Ces interpellations ont mis en lumière, la nécessité d'une nouvelle évangélisation mettant à profit les chances ouvertes par la chute du communisme et cherchant à susciter un nouvel élan de la foi. La notion d'anti-valeurs que ces faits évoquent souligne l'urgence de susciter une nouvelle culture empreinte de valeurs positives et de vertus.

VII. Les accents régionaux

Au Synode sur l'Afrique, la notion d'Église-Famille a été au coeur des interventions synodales et des orientations prises pour l'inculturation de la foi. Les sacrements - tels que le baptême, l'eucharistie et le mariage - , les symboles et les rites, le culte des ancêtres et les valeurs morales et spirituelles des Religions Traditionnelles Africaines, et d'autres aspects des cultures locales ont été abordés dans cette perspective englobante de l'inculturation. Conduire le travail de l'évangélisation de telle manière qu'il atteigne les personnes et les peuples dans ce qu'ils ont de spécifique et les convertisse au Christ venu pour rassembler les hommes en une seule famille, tel a été l'objectif majeur de ce Synode. Ainsi, en accueillant la foi, les chrétiens Africains ne renient pas leur identité propre, mais l'enrichissent de la perspective de la grande famille du Christ rachetée au prix de son sang.

Une conséquence majeure de cette orientation a été l'insistance sur l'intelligence et l'expression africaines de la foi, notamment de la Parole de Dieu. La même perspective a été rappelée à propos de la conception de la vie consacrée et de ses exigences, dont les Pères ont souhaité que les diverses formes s'enracinent dans les cultures locales d'Afrique.

Pour des raisons historiques évidentes, les Pères originaires de l'Afrique du Sud ont porté leur attention sur l'africanisation de l'Église (cf. Mgr M.P. Nkumishe, SEB 23 [22.04.1994] 5; Mgr K. Dowling, OR 13). On retiendra des Pères venus de l'Afrique de l'Ouest la mise en valeur des détenteurs de la tradition ancestrale, les sages penseurs de la communauté, dont on devrait solliciter la collaboration dans le travail d'inculturation de la foi. De même, ils ont fait porter le débat sur les efforts à déployer pour résoudre la dichotomie entre foi chrétienne et vie des croyants, à commencer par le dédoublement des rites d'agrégation à l'Église et à la société traditionnelle dont ils ont souhaité l'unification.

L'apport des Églises d'Asie s'est distingué par la mise en relief de l'originalité des cultures de ce continent et de leurs traditions religieuses propres. Les Pères venus d'Asie ont invité au dialogue avec les formes de vie consacrée antérieures au christianisme, notamment en Inde. Ils ont également appelé à l'insertion dans la vie des populations démunies de leur continent et à développer une spiritualité de la pauvreté, aux Philippines et ailleurs.

L'Amérique latine et les Caraïbes se sont souvenues de leurs racines africaines et ont souhaité la collaboration avec les Églises d'Afrique pour un meilleur engagement pastoral envers les populations d'origine africaine. Mais il a également été question des situations socio-politiques particulières qui interpellent l'Église à s'engager pour l'instauration d'une société plus humaine et plus juste pour tous.

Les Pères de l'ancien bloc de l'Est ont évoqué à plusieurs reprises les bouleversements provoqués par la chute du communisme et souligné la tâche de l'Église dans l'ère post-communiste. Des chances nouvelles d'évangélisation s'offrent à l'Église, mais aussi des obstacles majeurs se dressent, du sécularisme à l'athéisme, en passant par la société de consommation, l'hédonisme et le vertige de la liberté.

L'intérêt principal de l'Europe Occidentale s'est porté sur les exigences de la nouvelle évangélisation dans un monde sécularisé. L'inculturation de la foi a été perçue comme une chance pour les Églises de ce continent en quête de nouvelles formes de spiritualité; mais on a également encouragé l'élan missionnaire et l'inculturation dans les autres continents.

Pour l'Océanie, enfin, les Pères souhaitaient l'évangélisation dans un esprit de respect à l'égard des cultures traditionnelles des aborigènes, tels ceux de la Mélanésie. La vie consacrée devrait également s'inculturer en tenant compte des mêmes exigences d'authenticité.

Conclusion

Les problèmes liés à l'évangélisation des cultures et à l'inculturation de la foi figurent parmi les orientations fondamentales des deux dernières Assemblées du Synode des Évêques. Etant donné que la plupart des thèmes abordés l'ont été dans la perspective de l'inculturation, il a été dit, à propos du Synode sur l'Afrique en particulier, que l'Église venait de célébrer un Synode de l'inculturation.

Il en est de même de l'Assemblée générale ordinaire sur la vie consacrée. Elle ne s'est pas seulement occupée de la vie consacrée comme vocation particulière dans l'Église, mais également de ses formes concrètes, son insertion dans divers contextes socio-culturels et les apports qu'elle peut tirer de ces cultures.

En voulant mettre en relief les principaux axes d'inculturation de ces deux Synodes, à partir notamment de l'ecclésiologie de communion et de ses implications pastorales dans le monde d'aujourd'hui, je n'ai pas la prétention d'épuiser le sujet. Mais il était important de se mettre à l'écoute des Pères, de recueillir leurs réflexions, de communier à leurs joies, mais aussi à leurs interrogations, à leurs peines de pasteurs et de partager l'espérance qui habite les Églises locales dont ils se sont faits les porte-parole.

Ces deux voies ouvertes dans la marche de l'Église, loin de s'exclure, se complètent mutuellement. Le Synode sur la vie consacrée a creusé un aspect majeur du processus intégral d'inculturation de l'Évangile, qui était déjà abordé au Synode sur l'Afrique et qui a été ainsi mis en meilleure lumière avec ses exigences spécifiques.

Le travail accompli au cours de ces deux Assemblées synodales est appelé à porter des fruits dans la vie des Églises locales. Ces deux événements d'Église sont une étape importante vers le grand Jubilé de l'an 2000, comme l'a indiqué le Saint-Père dans sa Lettre apostolique "Tertio millenio adveniente": "Sur le chemin de la préparation du rendez-vous de l'An 2000, écrit le Pape, s'inscrit la série de Synodes commencée après le Concile Vatican II: Synodes généraux et Synodes continentaux, régionaux, nationaux et diocésains" (n. 21).

Tous les membres de l'Église sont appelés à donner le meilleur d'eux-mêmes pour une évangélisation en profondeur et une inculturation saine de la foi. Deux catégories de fidèles méritent une mention particulière: les laïcs parce qu'ils sont au coeur de la Cité et les femmes parce qu'elles sont au coeur des familles, ces Églises domestiques qui transmettent les valeurs humaines, morales et religieuses particulièrement aux générations montantes. Aussi la Vierge Marie, qui méditait dans son coeur le dessein salvifique de Dieu, a-t-elle été présentée comme le modèle de l'inculturation, qui précède l'Église sur ce chemin (cf. Synode des Évêques Assemblée Spéciale pour l'Afrique, "Message du Synode", n. 71, SEB 35 [06.05.1994] 16); Card. P. Poupard, SEB 14 [16.04.1994] 3).

Or, la méditation est un chemin d'humilité, de patience et de discernement. L'Église engagée sur cette voie est appelée à opérer le même processus de conversion orienté vers une grande fidélité au Christ. Elle devrait en particulier ne pas embrasser des options qui, quelle que soit leur légitimité culturelle, risquent peut-être de s'avérer éphémères au bout d'un certain temps (cf. Mgr A. Maanicus, SEB 28 [27.04.1994] 6; Mgr J. Teky, SEB 15 [18.04.1994] 8, citant Jean-Paul II, Redemptoris missio, n. 52). Les jeunes Églises notamment sont appelées à faire des choix entre les valeurs permanentes et fécondes de leur héritage culturel et certaines idoles incompatibles avec la nouveauté du christianisme.

L'arbre de l'Église, au milieu de ces peuples désireux d'enraciner leur foi, continue de croître, nourri des mêmes racines, constitué des mêmes éléments essentiels à toute l'Église du Christ et fortifié par la sève nourricière commune à toutes les cultures, mais aussi avec ses particularités qui font son originalité. L'oeuvre d'inculturation consiste à conjuguer d'une manière équilibrée universalisme et particularités en évitant l'écueil d'un christianisme à peu de frais.

(English)

Bernard Munono Muyembe offers an in-depth study of the two Synods of Bishops of 1994. Although their themes were different - evangelization in Africa on the one hand and consecrated life in the Church on the other - certain convergences emerge. This article analyses the perspectives opened concerning inculturation of the faith and evangelization of cultures, examining the work of the two Synods in this respect, and while waiting for the publication of the respective post-synodal apostolic exhortations which will clarify the orientations. On the threshold of the third millennium, the entire Church as the communion of Churches, pastors and faithful, as the family of God and the family of mankind, must question herself on the challenges which today's world poses for faith. In addition reflection is called for on the most suitable means to confront these challenges in the different ecclesial and socio-cultural contexts.

(Español)

Bernard Munono Muyembe lanza una mirada retrospectiva a los dos Sínodos de los Obispos de 1994. En estas dos asambleas sinodales han sido tratados temas distintos -la evangelización en Africa por una parte, la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo por otra- sin embargo en los puntos fundamentales son convergentes. Las perspectivas abiertas para la inculturación de la fe y la evangelización de las culturas son analizadas aquí, en el trabajo prolongado de estos dos Sínodos, y a la espera de la publicación de las exhortaciones apostólicas postsinodales con las cuales se clarificarán las orientaciones. En el umbral del tercer milenio, es la Iglesia toda entera -Comunión de las Iglesias, de los pastores y de los fieles-, que como familia de Dios y familia de los hombres, se debe interrogar sobre los desafíos que el mundo de hoy lanza a la fe y los medios apropiados para responder a estos retos en los diferentes contextos eclesiales y socio-culturales.

top