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SYMPOSIA


 

LA CULTURA Y LA ESPERANZA CRISTIANA

La esperanza, don del Espíritu Santo que vivifica a las culturas

Universidad de Sevilla, 12-14 de marzo de 1998

Con motivo del año 1998, dedicado al Espíritu Santo y a la virtud teologal de la esperanza en el marco de la preparación al Gran Jubileo del año 2000, el Consejo Pontificio de la Cultura organizó en la Universidad de Sevilla un Simposio sobre "La cultura y la esperanza cristiana", del 12 al 14 de marzo de 1998. El interés del evento suscitó una participación masiva: 650 inscritos, que abarrotaban el salón de actos de la Escuela Superior de Ingenieros el día de la inauguración, y una asistencia aproximada de 450 personas durante el resto de las sesiones. Entre los presentes había estudiantes, maestros, catedráticos, sacerdotes, religiosas, seminaristas, delegados de pastoral universitaria de diversas diócesis y jóvenes pertenecientes a diversos movimientos. Los comentarios positivos que circulaban revelan que el Simposio sirvió para ampliar horizontes y para avivar la conciencia de una presencia eficaz de la Iglesia en el mundo de la cultura. Cabe destacar la labor del Servicio de Asistencia de Religiosa de la Universidad de Sevilla, dirigido por D. Juan del Río Martín (delegado episcopal para el encuentro), que, aparte de una organización perfecta, ha sabido suscitar la colaboración de múltiples instituciones culturales y universitarias de la ciudad de Sevilla, y coordinar la admirable labor de una multitud de voluntarios.

Tras la lectura del telegrama del Santo Padre para impartir la Bendición Apostólica e invocar la asistencia del Espíritu Santo sobre los participantes, el Rector Magnífico de la Universidad, D. Miguel Florencio Lora, pronunció las palabras de apertura. Siguió la prolusión del Cardenal Paul Poupard, sobre "La esperanza cristiana: un nuevo horizonte para la cultura moderna". Destacó el Cardenal que en este momento histórico de transición entre dos milenios, la cultura se caracteriza por un pluralismo extremo que genera relativismo, confusión y un desasosiego caracterizado por la pérdida del sentido de la existencia. En este contexto, se dan dos respuestas antitéticas al problema de Dios: la indiferencia religiosa y la adhesión a los nuevos movimientos religiosos; es el llamado "retorno de lo sagrado" o la "religiosidad salvaje", y el amplio fenómeno de la New Age.

Ante estos desafíos —prosiguió el Cardenal— la respuesta cristiana ha de ser hacer visible, concreta y creíble la experiencia cristiana auténtica, que es lo que posibilita el encuentro personal con Cristo. Es ésta la experiencia que transforma a las culturas, al dar a cada uno un criterio con el que discernir los elementos de la propia tradición cultural. En este proceso, la comunidad cristiana es el lugar privilegiado para verificar la gracia que cada uno ha encontrado en la propia vida y para constatar su profundidad, su solidez, su autenticidad. Quien se ha encontrado con Cristo en la Iglesia, sólo al final de un período de formación más o menos prolongado podrá dar el sí plenamente humano, libre, confiado, sereno y maduro en que consiste la fe adulta. En vísperas del tercer milenio —concluyó— la humanidad está a la espera de esta manifestación radiante de esperanza cristiana por parte de los hijos de Dios.

Después del Cardenal, el filósofo español Julián Marías, de la Real Academia Española, reflexionó sobre "La razón contemporánea, entre la desesperanza y la esperanza". Comenzó destacando que el horizonte de la muerte es inevitable y decisivo, clave de toda religión. El hombre es moriturus, tiene que morir. Por ello, admitir que el hombre se aniquila con la muerte implicaría que Dios ama al hombre "solamente un rato", y que el hombre no verá nunca a Dios. Pero entonces, al estar destinada a perecer, nada de la vida humana tendría sentido.

Como causas del descenso de la esperanza en la inmortalidad señaló el afán de seguridades y la escasez de amor profundo. Otro factor que influye es una noción de visión beatífica que no dice nada a la mayoría de las personas y la interpretación de la otra vida como un "estado". El filósofo continuó haciendo un intento sugestivo de imaginar filosóficamente la vida perdurable. Para ello es necesario el uso de la razón. Hoy sabemos qué es vida humana y persona. Es posible, pues, imaginar algo verosímil y atractivo, sin dogmatismo, y con la seguridad de que la realidad será inmensamente superior a lo que imaginemos.

La vida perdurable tiene que ser nuestra vida —afirmó—, la de cada cual, con el conjunto de sus proyectos, vínculos y trayectorias auténticas. Debe incluir las diversas edades de la persona, su condición sexuada, la continuidad de la propia vida, y hasta una cierta cotidianeidad. Hay que esperar también una intensificación del valor y del amor a lo creado, iluminado por la luz de Dios. Frente a una concepción amorfa y abstracta, se han de salvar la historia y la inmensidad de las formas de vida. Y el conocimiento de Dios aparecerá como una empresa inagotable.

Es esencial, pues, la conservación de los atributos de la vida humana de modo transfigurado. Si Dios pusiera al hombre sin más en el paraíso, ya no sería él mismo, sino otra realidad. Porque el hombre hace su vida, y en ella elige libremente quién pretende ser, para siempre. Quidquid latet apparebit.

La sesión del viernes 13 por la mañana la abrió el P. Carlos Valverde, S.I., de la Facultad Teológica "San Dámaso" de Madrid, con una conferencia titulada "Hacia un hombre distinto", que publicamos inmediatamente después de esta noticia. Para el P. Valverde, no parece exagerado decir que el peor enemigo del humanismo cristiano es hoy el capitalismo. No cabe duda de que el capitalismo ha aportado grandes beneficios a una parte de la humanidad, pero —aparte de las injusticias que ha cometido y comete— ha despertado tal ansia del dinero que éste ha llegado a convertirse en el dios de este mundo. El dinero se puede considerar como uno de los elementos decisivos en la aparición del hombre postmoderno, el llamado "cuarto hombre" (tras el hombre pagano, el cristiano y el moderno). El hombre postmoderno no tiene ni verdades ni valores y carece de una esperanza trascendente, que es, sin embargo, un componente esencial de la persona.

Frente al capitalismo, la Iglesia no propone un sistema económico-social diverso, porque no es ésa su misión; sino que propone una cultura, "la cultura del amor y de la vida", en frase de Juan Pablo II. Esta cultura ofrece un modo distinto de ser persona: el modo del Evangelio, siempre nuevo.

En la parábola del padre bueno —llamada del hijo pródigo— (Lc 15, 11-32) podemos ver el enfrentamiento de dos concepciones distintas de la existencia: la de la razón, encarnada en el hijo mayor, y la del amor, encarnada en el padre. La modernidad ha sido la cultura de la razón; podemos decir que ha entrado en una crisis irreversible. Ante el tercer milenio, es hora de iniciar una cultura distinta, la cultura del amor, del ágape cristiano. El sujeto de esa cultura será el "quinto hombre". Podrá parecer utópica esta propuesta —concluyó el P. Valverde—, pero para progresar hay que avanzar tendiendo siempre hacia la utopía.

Tras el P. Valverde, Mons. Javier Martínez, Obispo de Córdoba, disertó sobre "La evangelización de la cultura, obra del Espíritu". Toda cultura —afirmó— tiene un punto sintético de valoración, una especie de clave de bóveda que puede ser más o menos consciente en cada persona, y que define efectivamente el valor de cada cosa en esa cultura. Esta clave se convierte en principio de conocimiento y de acción, de forma que establece el nexo y la proporción entre cada circunstancia particular de la vida y su significado total. No se trata de un principio filosófico abstracto, sino de un verdadero centro vital, como observaba agudamente Santo Tomás de Aquino: "la vida del hombre consiste en el afecto que principalmente le sostiene, y en el cual encuentra su mayor satisfacción".

A partir de esta inteligencia se puede entender la relación constitutiva de la experiencia cristiana a la cultura, y también lo que significa para la Iglesia "evangelizar la cultura". El encuentro con Cristo —esto es, con el cuerpo de Cristo que es la comunidad creyente, animada por el Espíritu Santo— es un hecho absolutamente determinante en la vida, y, por ello, es por sí mismo generador de cultura. Por la fe en Jesucristo, el bautismo y la comunión con la Iglesia, nace una nueva criatura, un sujeto nuevo que somete a crítica toda su experiencia, toda su cultura, a partir de ese hecho determinante y nuevo.

Subrayó Mons. Martínez el carácter no ideológico de la experiencia cristiana, y, por tanto, de la cultura que propiamente brota de ella. La novedad que supone en la historia la aparición de esa comunidad nueva que es la Iglesia, no radica en un esquema ideológico nuevo en oposición a tantos, sino en la iniciativa de Dios, que suscita una novedad fuera de todos los esquemas.

Al hombre de nuestro tiempo, hastiado de ideologías y de falsas promesas, Mons. Martínez terminó recordándole algunos rasgos propios de la cultura cristiana, que muestran la correspondencia profunda entre el hecho cristiano y las exigencias del corazón humano: el valor sagrado de toda persona humana en tanto que persona, el reconocimiento de toda la realidad como signo del Misterio —es decir, de Dios, y, por tanto, de un Amor infinito—; la razón como apertura, y la libertad como adhesión a ese Amor; y el don de sí como norma suprema del obrar y como realización plena de la existencia humana.

La sesión de tarde del viernes 13 se inició con una ponencia de D. Eudaldo Forment, Catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona, sobre "El pluralismo cultural y la unidad en la fe". Frente a la opinión de que la fe se opone a las culturas, el Prof. Forment defendió una neta distinción entre fe y cultura que no implica oposición ni conflicto entre ambas. La Iglesia ha tomado como modelo de evangelización de la cultura la encarnación del Verbo, que asumió todo lo que es propio del hombre menos el pecado. Por ello, lejos de oponerse a lo cultural, lo ayuda, lo fomenta, y lo lleva a su plenitud.

Para un naturalismo secularista, lo natural y lo cultural no necesitan del don divino. Es una postura optimista ante lo natural y lo cultural, que son considerados absolutamente autónomos. Se desemboca así en un separatismo entre la cultura humana y el Reino de Dios. A grandes rasgos es ésta la postura de la modernidad, caracterizada por un olvido de lo sobrenatural. La actitud antitética sería un sobrenaturalismo trascendentalista o escatologista, que deforma igualmente la postura cristiana. Para esta tendencia, el cristianismo está orientado a lo eterno de tal modo que lo natural y lo cultural serían ajenos e incompatibles con el fin último sobrenatural. Es una postura pesimista ante la bondad de lo natural, que elimina la esperanza. Podemos verla reflejada en el actual movimiento postmoderno. Frente a estas posturas unilaterales, la Iglesia afirma la bondad de lo cultural —aunque esté debilitado por el mal— y la legítima autonomía de las culturas.

Las relaciones entre la fe y la cultura pueden considerarse a la luz de tres principios generales formulados por Santo Tomás. El primero es que la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona. De ahí nacen la suavidad y la armonización con que la gracia se adapta siempre a las culturas. El segundo principio sostiene que lo sobrenatural no sólo no es opuesto a lo natural, sino que lo exige como sujeto al que perfeccionar. El cristianismo lo incorpora todo, de todo se sirve, menos del mal. La fe no destruye pues a las culturas, ni las sustituye por otra cultura distinta. Pero la fe no es del mismo orden que la cultura; trasciende todas las culturas y no se identifica con ninguna determinada. Por último, el tercer principio afirma que lo sobrenatural restaura a lo natural en su misma línea. Lo cual implica que la cultura, para llegar a su plenitud, necesita ser fecundada por la fe, por más que sin el cristianismo puedan lograrse valores culturales auténticos.

Concluyó el Prof. Forment recordando que la Iglesia ejerce su servicio a las culturas y a los hombres en un clima de diálogo cordial y fecundo, respetando y valorando la pluralidad y la diferencia de culturas, pero tendiendo siempre a unir, no a dividir.

La sesión de la tarde concluyó con una mesa redonda sobre la "Unidad y pluralidad en la Iglesia", presidida por el Sr. Arzobispo de Granada, Mons. Antonio Cañizares.

Dña. Adele Fornaro, del Movimiento de los Focolares (responsable mundial de la rama juvenil femenina), resaltó que la unidad es un don del Espíritu Santo que desciende de lo alto cuando vivimos el mandamiento nuevo del amor recíproco. El amor cristiano es imagen de la mutua inhabitación de las divinas personas en la Trinidad. Es una experiencia nueva, pero que requiere ser experimentada de modo concreto para poder captar su novedad.

Dña. Adele resaltó también cómo se ha vivido el valor de la obediencia eclesial desde dentro del movimiento de los focolares. La fundadora, Chiara Lubich, ha visto siempre a la jerarquía de la Iglesia no sólo como una autoridad a la que hay que obedecer, sino como un instrumento a través del cual se revela la voluntad de Dios. Por ello, incluso cuando la jeraquía contradice nuestros propios proyectos, sus indicaciones son siempre fuente de alegría.

Por su parte, el P. Juan-Antonio Martínez Camino, S.I., Secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, destacó que no hay pluralidad sin unidad. El pluralismo, si no quiere degenerar en fragmentación caótica, no debe confundirse con un relativismo carente de referencias a la identidad humana. ¿Bastan la homogeneización de la técnica moderna o el puro juego del diálogo social para ofrecer la referencia de unidad que necesita un pluralismo verdadero? Parece que no. La Iglesia es un pueblo unificado por la verdad misma de Dios y del hombre. Su unidad no es transferible directamente a la ciudad terrena, pero es capaz de actuar como signo e instrumento de una unidad radical de los hombres con Dios y entre ellos. Esta unidad de fondo es la que posibilita una pluralidad democrática verdadera. El P. Martínez Camino terminó subrayando que "no todas las opiniones son igualmente respetables, aunque las personas siempre lo sean".

Concluyó el turno de intervenciones D. Juan del Río Martín, Director del Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla, subrayando que la santidad de la Iglesia y de sus miembros es el único camino de realización de la unidad en la diversidad. La Iglesia es un auténtico espacio de esperanza para las culturas, y el futuro del cristianismo y de sus instituciones pasa por la cultura. La fe crea cultura, ella misma es cultura. La esperanza es fuente de inspiración y norma de acción en medio de la pluralidad de culturas. Cuando en una vida hay esperanza, en esa vida hay también sentido, y esa vida suscita entonces la pregunta, el interrogante. La esperanza tiene que estar en nuestros corazones y en nuestras vidas para que la gente nos pida razones de ella. La esperanza humana no trasciende los límites del tiempo, pero la esperanza cristiana se proyecta hacia la eternidad, integrando y orientando las esperanzas del hombre hacia su fin último. En palabras de Juan Pablo II, "cuando la esperanza se desvanece, las culturas mueren".

En la mañana del sábado 14 de marzo, Mons. Józef Miros_aw _yci_ski, Arzobispo de Lublin (Polonia), trató de "El diálogo ciencia-fe en el contexto de las cuestiones filosóficas de la física contemporánea". Señaló que los descubrimientos de las ciencias naturales han cambiado radicalmente el horizonte de nuestra cosmovisión. En los últimos años han tenido lugar transformaciones profundas en las interpretaciones cosmológicas de la naturaleza. Pero los trabajos de Davies, Hawking, Hartle o Penrose manifiestan que se pueden dar interpretaciones filosóficas muy distintas a un mismo formalismo matemático. Ante estos desafíos, Juan Pablo II, en su carta del 1 de junio de 1988 dirigida al P. George Coyne, S.I., Director del Observatorio Astronómico Vaticano, subraya su gran deseo de que el diálogo entre ciencia y fe continúe, se profundice y se amplíe.

En la actualidad abundan intentos poco serios de unificar la ciencia con filosofías de corte oriental (cf. la obra de Capra). Otros ven en la ciencia el único conocimiento fiable frente a las "supersticiones" religiosas (p. ej. Hawking); pero estas posiciones se basan en prejuicios filosóficos y no en la ciencia como tal. No obstante, existe también una visión cristiana del diálogo ciencia-fe; es la postura de quienes integran los datos de las ciencias en una visión armónica que revela la presencia del Logos divino como fundamento de un cosmos en evolución, especialmente en la cosmogénesis y en la antropogénesis.

La ponencia de clausura corrió a cargo del Sr. Arzobispo de Sevilla, Mons. Carlos Amigo Vallejo, O.F.M., sobre los "Signos de esperanza en la cultura contemporánea". Destacó el Prelado que en nuestra cultura la militancia atea ha dejado paso al desinterés por lo teológico, como si este soslayar lo trascendente fuese una exigencia de la ciencia y del progreso. Sin embargo, una seria responsabilidad intelectual no debería tolerar que se echase por tierra de este modo la sabiduría del espíritu.

Enemigo de la verdadera cultura es el poder político o económico cuando llega a anular la iniciativa privada, la tradición y el espíritu genuino de un pueblo. Cuando la ideología suplanta a la tradición, aparece una cultura politizada, ajena al pueblo al que dice representar, y que desemboca en una antropología secularizada.

Como elementos fundamentales que constituyen a la cultura destacó la humanización como desarrollo del hombre; la libertad como asimilación personal del pensamiento; la formación de la conciencia como cultura moral; la educación como ofrecimiento al hombre de todas las dimensiones que le ayudan y perfeccionan; el diálogo como respeto a la pluralidad y enriquecimiento recíproco.

Por último, comentando el nº 45 de Tertio millennio adveniente, señaló algunos de los signos de esperanza presentes en nuestra cultura: el interés por la justicia y el reconocimiento de los derechos humanos, la promoción de la solidaridad y la cooperación universal, una nueva preocupación moral, la defensa de la vida, la protección de la naturaleza, la promoción de la mujer, el desarrollo de la ciencia, la renovación de la Iglesia...

Clausurando el Simposio, el Cardenal Poupard recordó que en la evangelización es el Espíritu Santo el que tiene la iniciativa; es él el agente, es él el que impulsa, es él el que anima. Por ello, el objetivo primario de los cristianos en la preparación del Gran Jubileo del 2000 será sintonizar con "Aquél que construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo". He ahí la clave; ir a donde él lleve, seguir la inspiración que él marque, ver la realidad a la luz de lo que él ilumine.

"Esta perspectiva grandiosa —afirmó— nos llena necesariamente de gozo. Más allá de las tensiones, de los conflictos, de los signos de muerte, hay un motivo profundo de esperanza. El mismo Dios que con una mirada de ternura sostiene en el ser la realidad entera —desde la más ínfima de las particulas subatómicas hasta la totalidad del universo— tiene también en sus manos las riendas de la historia. Y los cristianos estamos llamados a colaborar en esta empresa sin igual; incorporados a Cristo, partícipes de su Espíritu, para realizar obras de salvación incluso mayores —según su palabra— que las que él mismo realizó en su vida mortal. ¿Puede haber alegría mayor?"

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[Français]
Dans le cadre de l'année 1998 consacrée au Saint-Esprit et à la vertu d'Espérance, le Conseil pontifical de la Culture a promu du 12 au 14 mars à l'Université de Séville un Congrès sur "La culture et l'espérance chrétienne". Parmi les 650 participants, de nombreux étudiants, professeurs, prêtres, religieux, séminaristes et responsables de la pastorale universitaire des différents diocèses, ainsi que des jeunes appartenant à divers mouvements. Relevons l'organisation du Service d'Assistance Religieuse de l'Université et la collaboration de plusieurs institutions culturelles.

[English]
From 12 to 14 March 1998, in the year dedicated to the Holy Spirit and the virtue of hope, the Pontifical Council for Culture organized a symposium in Seville on "Culture and Christian Hope". Some 650 people took part, including students, teachers, lecturers, priests, religious, seminarians, people from various dioceses involved in university pastoral work and young people belonging to different movements. The event was remarkably well organized by the University's pastoral service, with the co-operation of a number of cultural institutions.


HACIA UN HOMBRE DISTINTO

Carlos VALVERDE MUCIENTES, S.J.
Facultad Teológica "San Dámaso" (Madrid)

1. Situación

Parece que se puede afirmar que los futuros filósofos de la historia calificarán un día al siglo XX, a pesar del gran progreso científico e industrial obtenido, como el siglo del desprecio a la persona. En el fondo, las grandes guerras de este siglo, los campos de concentración y de exterminio, los genocidios de Camboya o de África, la eterna guerra de los Balcanes, las matanzas en Argelia, el terrorismo, y tantos otros factores, lo que significan es el predominio de ideologías, de razas, de religiones, de nacionalismos —en suma, de valores abstractos— sobre el valor y el respeto a toda persona. Se ha sacrificado la persona a valores materiales, o a ideas e idealismos abstractos, utópicos y bárbaros.

En el mundo occidental, pasadas las conmociones de este siglo, y eclipsadas las ideologías, ha subido, de manera irresistible, otro poderoso factor dominante e inhumano y, en cierta manera, más destructivo del verdadero humanismo que las guerras, porque aquéllas pasan, pero este factor permanece: me refiero al sistema económico-social neocapitalista, en el que vive una gran parte de la humanidad. Puedo equivocarme; pero estoy persuadido de que el peor enemigo que tiene hoy el humanismo cristiano es el capitalismo. Él ha creado y ha llevado a los altares de la adoración a un dios refulgente y cuasi-omnipotente al que se sacrifican todos los demás valores y todas las personas: el dinero.

El capitalismo nació con la Revolución industrial, iniciada a finales del siglo XVIII, y se desarrolló en el XIX, con los trastornos sociales y humanos que todos conocemos. Pero ha sido en la segunda mitad del siglo XX cuando ha alcanzado las cotas más altas de creación y de apropiación de riqueza; y cuando se ha extendido —como una envolvente marea negra— sobre las sociedades que un tiempo fueron cristianas, el ansia de dinero, para poder disfrutar de todas las delicias que con él se obtienen.

Hoy se habla mucho de la postmodernidad. No entraré en una descripción detallada de lo que esa palabra significa, porque se ha hecho muchas veces y es conocido su significado. Todos sabemos que es real una situación de desencanto de la razón, de desconfianza, y aún desprecio, hacia la verdad, de eclipse de las tablas de valores verdaderos y objetivos, de la sonrisa irónica ante los intentos de explicar el mundo, el hombre y Dios, ante "los grandes relatos", o ante quien propone un humanismo que sea fundamentalmente válido para todos. En el ambiente de las sociedades que un día, todavía no lejano, se regían por los principios y los valores cristianos, predomina hoy el escepticismo, el relativismo, el subjetivismo, y, sobre todo, el hedonismo: vale lo que me agrada; o mejor: todo vale si me agrada. Se desprecia la metafísica porque se ignora.

A esta situación de desencanto se ha llegado por múltiples factores filosóficos y culturales, ya muy examinados y conocidos. Pero tengo la impresión de que no se ha dado la importancia que tiene, en esta gravísima crisis de valores humanos y cristianos, al materialismo sofocante, inducido precisamente por el capitalismo triunfante y arrollador de esta segunda mitad del siglo XX. El capitalismo ha logrado vencer al comunismo como sistema económico-social y ha quedado triunfante y dueño absoluto del campo. Ya no tiene enemigos. Un ingenuo profesor norteamericano, de origen japonés, Francis Fukuyama, ha creído que con el capitalismo como sistema económico y con la democracia liberal como sistema político, ha llegado nada menos que "el final de la Historia", y ha aparecido nada menos que "el último hombre" (The End of History and the Last Man, 1992). En el neoliberalismo capitalista habría hallado el hombre, al fin, la liberación y la satisfacción de todas sus aspiraciones. ¡Dios no le tenga en cuenta semejante ingenuidad!

Consideran los economistas que el constituyente esencial del capitalismo es la obtención del "máximo beneficio". Pues bien, el capitalismo, como casi todos los grandes y poderosos de la historia, es maquiavélico; y, con tal de obtener ese fin, considera justificados todos los medios. No negaré que el capitalismo ha aportado considerables beneficios materiales a una parte de la humanidad, sobre todo por la industrialización. Pero ciertamente ha despertado también en las multitudes tal ansia de ganar y tener dinero que ha hecho imposible para muchos la objetivación, la estima y la práctica de los valores espirituales, que son los más humanos. No es mi propósito repetir ahora las graves denuncias hechas contra el capitalismo, sea por los marxistas, sea por los Papas. La última la hizo Juan Pablo II en su viaje a Cuba. Sí quiero dejar constancia de que una de las causas principales del caos moral en el que vivimos, y de la crisis humanista y postmoderna, es, a mi juicio, el capitalismo. La vieja y peligrosa utopía de la Ilustración: "Tenemos derecho absoluto a ser felices en este mundo"; completada con la respuesta del capitalismo naciente: "Y lo seréis teniendo mucho dinero", está hoy en el subconsciente, y aún en la conciencia colectiva de los pueblos, de las familias y de los individuos. Es de las pocas proposiciones universales que no se ponen en duda, ni se exige su verificación. Los medios de comunicación social, dominados por el gran capital, se encargan de que no se nos olvide.

Es muy significativo, a este propósito, que Jesucristo no anunció otra antinomia radical con Él más que el dinero: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 24). Pero he aquí que en las sociedades contemporáneas se sirve mucho más al dinero que a Dios. Al dios-dinero, refulgente e irresistible, se le sacrifican las personas, las familias, los hijos; por su adoración hay personas que pierden la fama y la honra, y se corrompen en negocios y desfalcos escandalosos; a él se le entregan las horas ordinarias y las extraordinarias, las que se deberían dedicar a la entrañable convivencia familiar para transmitir a los hijos los valores morales, culturales y religiosos. Por el dinero los hermanos oprimen a los hermanos en los precios insoportables de las viviendas, en la carestía siempre en alza de los medios necesarios para la vida, en la creación ininterrumpida de nuevas y falsas necesidades. Esto, para no hablar de la explotación de pueblos subdesarrollados a los que se les compran las materias primas a precios bajos, y a los que se les vende armamento convencional o elementos bacteriológicos y minas unipersonales para que se hagan la guerra. Pero, con tal de obtener dinero, todo vale. En suma, que el capitalismo, queriendo crear una "sociedad del bienestar" ha creado, para muchos millones de personas, una "sociedad del malestar".

2. El cuarto hombre

Ha aparecido así lo que Gianfranco Morra, profesor de sociología en Bolonia, ha llamado el cuarto hombre. Después del hombre griego, educado en la σωφρoσύvη y en la καλoκ_γαθία, apareciσ el hombre cristiano modelado por el Evangelio. Fue el segundo hombre. En el siglo XVIII se desplaza al modelo cristiano de persona y aparece el tercero, el hombre ilustrado, el hombre cuya divinidad era la razón, de la que decía "nec decipit ratio nec decipitur unquam": la razón, ni se engaña, ni nos engaña nunca; es infalible. El hombre racional, liberado de supersticiones y prejuicios religiosos, morales y políticos. Ese modelo, vigente hasta la mitad de nuestro siglo, ha hecho crisis en su segunda mitad, y ha dado paso al hombre postmoderno, el cuarto hombre.

El hombre postmoderno es hedonista y consumista como le enseña el sistema. Relativista y escéptico, prefiere un pensamiento débil y fragmentario que no le comprometa a nada. Se ríe de la verdad y de los ideales como mandaba Nietzsche. Cree que lo que le apetece y le agrada es natural, y confunde lo bueno con lo agradable. Es un ser invertebrado, fragmentado y hasta nihilista. Afirma, además, que vive esta derelicción sin aquella "existencia trágica" con que la vivían, o decían que la vivían, los existencialistas de mediados de siglo, sino que se encuentra así muy a gusto. Pone su esencia no en el ser, sino en el poseer y en el acumular dinero, como ya lo denunció acertadamente Marx, en el siglo pasado. Desprecia lo religioso porque lo ignora, pero se cree en el derecho de hablar de ello, por cierto con una frivolidad irritante.

Augusto del Noce escribía en 1986: "En la sociedad presente se debería hablar de absolutización del momento económico, en el que tienden a desaparecer la nociones del bien y del mal y se sustituyen por las del éxito y el fracaso. Se está formando la sociedad más desacralizada que la historia haya conocido jamás" ("L'ora di una nuova laicità": Il Sabato, Roma, 25-10-1986). Tatiana Goritcheva, una mujer rusa convertida del marxismo al catolicismo, escribe: "Cuando llegué a Europa caí súbitamente en la cuenta de que aquí la palabra espíritu prácticamente no existe ya, no tiene consistencia. El espíritu se ha convertido en algo irreal [...] A la crisis del espíritu en Europa, la acompaña una crisis de energía" (AA.VV., La Filosofia di Karol Wojtyla, Bolonia 1983, 95).

La familia deja de ser el hogar entrañable y cálido en el que hay tiempo y sosiego para la convivencia gozosa entre padres, hijos y hermanos, y para la transmisión de valores. Se convierte en un ámbito con frecuencia estrecho e insoportable, para breves intervalos en el trabajo fuera de casa. No puede ser fecunda, porque hay que mantener un nivel económico que permita disfrutar de todos los placeres que ofrece el dinero. Los hijos ya no son la alegría del hogar y el regalo de Dios; son una carga y un obstáculo; por eso es mejor evitarlos o estrangularlos en el seno materno. La mujer, con frecuencia, no quiere ser virgen, pero tampoco madre, porque entonces no puede ganar su dinero y vivir con independencia de su marido.

La sociedad se ha convertido en un inmenso y complicadísimo tejido de producción y comercio cuya célula es la empresa, movido todo por un círculo vertiginoso: trabajar para producir, producir para consumir, consumir más para producir más; y todo para ganar más dinero. Los estados valoran el éxito de su gestión por el crecimiento del Producto Interior Bruto, por el aumento del consumo, por la capacidad adquisitiva; es decir, por valores materiales y económicos, no por la elevación de la sociedad hacia un humanismo mejor. Los planes de estudio y formación para niños y adolescentes están orientados, prevalentemente, hacia la formación técnica y productiva, no hacia la humanización.

Los creadores de la nueva Europa democrática, después de la Guerra Mundial, fueron tres grandes católicos: Konrad Adenauer, Robert Schumann y Alcide De Gasperi, que se inspiraban además en las enseñanzas sociales de Pío XII. No pudieron prever las consecuencias catastróficas para la persona y para el cristianismo que el sistema neoliberal capitalista iba a traer.

3. ¿Y la esperanza?

Antes que Ernst Bloch, ya Gabriel Marcel había hecho muy finos análisis de la esperanza, y la había considerado como un componente estructural de la persona. Salía al paso, con ello, a la filosofía desesperanzada y trágica de Jean-Paul Sartre y de Martín Heidegger. Para Marcel el ejercicio de la esperanza significa una confianza serena en la realidad y en la persona. La verdadera esperanza se da, sobre todo, en el amor personal, cuando es mucho más que erotismo. Quien espera, no dice sólo "yo espero"; dice también "en tí" y "para nosotros", porque lo que se espera atañe siempre al que espera y a aquél de quien se espera. Es un modo de profunda apertura al otro y de intercomunión humana; de la relación yo-tú que siempre es creadora. La esperanza me indica, además, que puedo triunfar de todas las decepciones sucesivas, y que, por ello, vale la pena estar siempre en actitud de búsqueda de mejores valores humanos. La esperanza mira siempre al futuro y lo encuentra abierto. La desesperanza lo encuentra cerrado.

La esperanza, si es verdadera, es también un impulso hacia la trascendencia. Sea o no sea consciente de ello, la persona, cuando espera, busca ser más, o, mejor, más ser. Las limitaciones estructurales de nuestro ser y la fuerza gravitatoria que experimentamos hacia la plenitud, nos llevan a esperar en un Tú absoluto y plenificante, un Tú del cual se puede renegar, pero no se puede desesperar. "Desde el momento en el que me abismo, de alguna forma, ante el Tú absoluto —escribe Marcel— que, en condescendencia infinita, me ha hecho salir de la nada, parece que me prohibo para siempre desesperar, o más exactamente, que atribuyo implícitamente a la desesperación posible, un carácter tal de traición que no podría entregarme a ella sin pronunciar mi propia condenación" (Homo viator, Paris 1944, 63). La esperanza es, en último término, la respuesta del ser contingente al amor del Ser absoluto, un signo de nuestra dependencia de Él que nos hace libres, y de la plena seguridad en Él. Pertenece a la estructura óntica de la persona, pertenece al ser, no al tener. Por eso la esperanza referida al Ser absoluto da sentido y plenitud a la existencia.

Esto supuesto ¿qué esperanza última puede tener el cuarto hombre que vive absorbido por el tener y no cree en un Absoluto trascendente? Y si no se tiene una esperanza final y plenificante ¿vale la pena vivir, y vivir honestamente? Sin esperanza ¿hay persona? El cuarto hombre tiene falsas necesidades, pero no esperanza en el sentido humano, divino y elevador de esta palabra. Marcel escribe: "Sólo los seres enteramente liberados de las ataduras de la posesión bajo todas sus formas, se hallan en disposición de conocer la divina ligereza de la vida en esperanza" (ibid., 82). El afán de tener y de acumular es egoísta y se cierra en sí mismo y en sus intereses económicos. No sin un deje de tristeza reconoce Marcel que "esta liberación, esta exención está llamada a quedar como el privilegio de un pequeño número de elegidos. Los hombres, en su inmensa mayoría, están destinados, según todas las apariencias, a permanecer enredados en las inextricables redes del tener" (ibid. Cuanto se ha escrito sobre la esperanza, con valoraciones críticas y sugerentes ideas personales, lo ha sintetizado P. Laín Entralgo, La espera y la esperanza, Madrid 1958).

De ahí el taedium vitae de muchos contemporáneos nuestros que se han afanado tanto por acumular y, al final, experimentan el vacío existencial del que habló Viktor Frankl como característico de las sociedades capitalistas; es decir, la falta de sentido de la vida (cf. Ante el vacío existencial, Barcelona 1980; El hombre en busca de sentido, Barcelona 1982; La presencia ignorada de Dios, Barcelona 1981). Ya Kierkegaard advirtió que "el hombre estético", el que vive sólo de los placeres de los sentidos, es, en el fondo, un desesperado. Y remedando al Evangelio podríamos preguntar: ¿de qué le sirve al hombre poseer todo el mundo si su vida no tiene sentido?

4. La cultura

Soy consciente de que he acentuado los aspectos sombríos y negativos del capitalismo, y de que este sistema ha tenido y tiene muchos valores positivos en la industrialización y en el progreso material, como ya he dicho. Lo he hecho conscientemente. En cuanto podemos conjeturar el futuro, el capitalismo es inamovible por muchos años y acaso siglos. Denunciar sus contradicciones y los gravísimos perjuicios que está causando a la humanidad, a las personas y a los valores religiosos y morales, me parecía una obligación en un congreso en el que queremos hablar de cultura. Sólo si se diagnostica y se reconoce sinceramente una enfermedad hay esperanza de curación. Lo malo es que, en este caso, la sociedad capitalista, gravemente enferma, no se reconoce todavía como tal. José Luis Pinillos acaba de escribir, y ojalá tenga razón, que "en los últimos años se va cayendo en la cuenta de que la Posmodernidad no es una Modernidad que se haya vuelto loca sino, más bien, una Modernidad que ha comenzado a tomar conciencia de su locura" (El corazón del laberinto, Madrid 1997, 338).

Al llegar aquí se podría preguntar: entonces ¿qué sistema propone la Iglesia como alternativa o superación de los "mecanismos perversos" —así los llamó Juan Pablo II (cf. Sollicitudo rei socialis, nº 35)— de los que está formado el capitalismo? Pues bien: la Iglesia ni tiene ni puede tener un sistema económico-social que proponer como alternativa al capitalismo. La Iglesia no tiene autoridad más que en lo que atañe a la fe y a la moral. La economía como tal cae fuera de su misión y de su ámbito doctrinal. La Iglesia —dice también Juan Pablo II— "no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal de que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo" (ibid., nº 41). Buscar soluciones técnicas a las contradicciones de un sistema económico es tarea de economistas, sociólogos y políticos, no de la Iglesia en cuanto tal.

Pero si no puede ofrecer soluciones técnicas, sí puede ofrecer, y es lo más importante, una cultura, es decir, un modo de ser persona. La revelación divina no ha pretendido enseñarnos ciencias de la naturaleza, ni ciencias económicas. Eso lo ha dejado a la libre investigación de los hombres. La palabra de Dios nos ha enseñado a ser personas. El Papa dijo en Cuba, el 25 de enero de este año, refiriéndose al neoliberalismo y al neocapitalismo: "La Iglesia, maestra en humanidad, frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida". La proposición del Papa es perfecta y programática: la Iglesia sí puede proponer al mundo de hoy, y es su más verdadera vocación, un conjunto de valores humanos que ayuden a las personas a ser más plenamente personas. Creo que no exagero si digo que, aún a pesar de errores y pecados, ha sido la institución creadora de la más alta cultura que ha habido en la historia. Sabiéndolo o sin saberlo, la humanidad entera es deudora a la fe cristiana de muchos de los más elevados valores culturales humanos. Sería fácil demostrarlo, pero demasiado largo. Si somos capaces de renovar, recrear y ofrecer a los hombres nuestra admirable cultura cristiana, entonces obligaremos al capitalismo a doblar su altiva cerviz ante los verdaderos y eternos valores humanos.

Lo que los hombres queremos decir con el vocablo cultura ha sido inacabablemente discutido. No es éste el sitio de entrar en diálogo con Freud, que consideraba la cultura como el conjunto de creaciones sociales que reprimen la libido y así posibilitan la vida humana; ni con Marx, que estimaba la cultura como un producto superestructural determinado por la infraestructura económica; ni con Ortega y Gasset, que pensaba que la cultura es aquello que el hombre hace cuando siente que naufraga en el mar de la vida, para poder sobrevivir; ni con tantos otros. (Puede verse, entre la inmensa bibliografía, E. D'Ors, La ciencia de la cultura, 1963; O. N. Derisi, Filosofía de la cultura y de los valores, 1963.)

El Concilio Vaticano II dijo: "Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales, procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo, hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo, expresa, comunica y conserva en sus obras, grandes experiencias espirituales y aspiraciones, para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano" (Gaudium et spes, nº 53).

De manera más sencilla, creo que podemos llamar cultura a todo aquello que ayuda a que la persona sea más plenamente persona, entendida ésta como es, es decir, una simbiosis de cuerpo y espíritu, toda ella cuerpo, toda ella espíritu. Así, la cultura viene a perfeccionar la naturaleza. No hay contraposición entre ambas, como quisieron ver Rousseau y muchos de sus seguidores, hasta los postmodernos de nuestros días. Ni hay contraposición entre naturaleza y espíritu, como han querido muchos alemanes desde Hegel. Ni entre naturaleza e historia, como creyó la escuela histórica alemana del siglo pasado. Hay naturaleza humana, como es evidente, y hay historia, espíritu y cultura. Entre ellas se da complementariedad, porque la persona es una y única. Cuando se habla de cultura, este concepto debe utilizarse referido exclusivamente a las personas. Los animales ni tienen ni pueden tener cultura, sólo tienen naturaleza. Por eso no tienen historia. Pero la persona es una unidad dual, o una dualidad unida en una sola esencia.

Mario Bunge ha dicho que las actividades culturales son actividades sociales llevadas a cabo por individuos, ya sea solos o, más a menudo, en relación y cooperación con otros. La cultura constituye pues un "subsistema" de la sociedad —el más importante— en la cual hay que tener en cuenta, naturalmente, los subsistemas de la economía, la política y otros. Pues bien, hablemos de un nuevo subsistema cultural que oponer al economicismo capitalista.

5. Hacia un nuevo subsistema cultural

En la imposibilidad de exponer aquí todos los componentes de una antropología y de una sociología auténticamente cristianas y humanas, que, de alguna manera, corrijan el antihumanismo capitalista, me detendré únicamente en dos elementos que considero fundamentales: 1º) recuperar el verdadero concepto de persona; 2º) predominio del amor verdadero sobre todos los otros valores. Sin ellos, cualquier intento de crear cultura, es decir, de perfeccionar a la persona, me atrevo a calificarlo de vano y de fracasado.

El verdadero concepto de persona

Es aquí donde radica toda la problemática teórica y práctica acerca de la cultura y del humanismo. La verdadera aporía en que se encuentra hoy la humanidad está en el concepto de persona, en la antropología. Hay tantos conceptos de persona, tantas antropologías, cuantos filósofos o cuasi-filósofos. Tot capita quot sententiae. No los enumeraré porque el elenco es demasiado largo y hay para todos los gustos, desde los estructuralistas de los años sesenta y setenta, que dijeron que el hombre es una invención de la Ilustración, hasta los que ahora lo clasifican dentro de la especie de los ordenadores. Puesto que en toda la primera parte he dedicado una atención casi exclusiva al capitalismo, analizaré ahora, brevemente, no lo que piensa el capitalismo de la persona —porque el capitalismo piensa poco— sino lo que la persona es o puede llegar a ser, a pesar del sistema capitalista del que no hay manera, hoy por hoy, de liberarnos.

El marxismo era una ideología totalizante. Quiero decir que proponía una explicación completa y coherente del mundo, del hombre y de Dios. Era una filosofía de la naturaleza, una antropología, una teoría económica, una sociología, una teoría del estado, una religión y hasta una mística. Por ello sedujo tanto. Y además imponía por la fuerza toda esa cosmovisión. El capitalismo no es una Weltanschauung, una cosmovisión o una ideología. Le tiene sin cuidado lo que cada uno piense o cómo cada uno interprete la realidad. El capitalismo es sólo una economía. Es un sistema de producción y mercado orientado hacia la consecución del máximo beneficio. Pero esta realidad, cuando ha alcanzado el enorme desarrollo que ahora tiene, ha provocado una inversión del paradigma de lo que es y de lo que debe ser la persona. Ha hecho de la persona, como ya he dicho y hablando en general, una máquina de producir y de consumir. La persona interesa como productor y como consumidor.

Ya hace muchos años Herbert Marcuse denunció el hecho de que el hombre y la mujer de hoy salen a la calle, fundamentalmente, a comprar o a consumir sus horas libres en los grandes espectáculos de masas, o a hacer proyectos de compras y anteproyectos de más compras. La gente se reconoce a sí misma en su mercancía, encuentra su alma en su automóvil, en su video, en su antena parabólica, en el deporte, en los viajes de turismo y de placer, en los espectáculos. Los individuos han llegado a ser unidimensionales, propensos al mimetismo absoluto. Con los productos de consumo acallan su conciencia desgraciada y su falta de libertad que antes acallaban con la religión. Y cuando aparecen "herejes" de esta sociedad, frecuentemente entre los jóvenes, los mayores se escandalizan, procuran convertirlos y casi siempre lo consiguen.

La persona cristiana, si quiere vivir como cristiana, tiene que ser "hereje" de esta sociedad, y evitar la seductora tentación de "convertirse". La persona cristiana cree en Dios, es decir, se siente inevitable y gozosamente religada a Alguien que es su fundamento, su razón suficiente, su fin; Alguien que es su Esperanza y su Amor y que, por tanto, es compañía cercana y seguridad cierta. Alguien que, porque le ama, le indica con sus mandatos cuál debe ser su comportamiento como persona y cuáles son los valores humanos. Salvo loables excepciones, sin fe en Dios no hay humanismo pleno, porque si el hombre se apoya sobre el hombre se apoya sobre algo muy endeble y contingente. La razón apoyada sólo en la razón acaba con frecuencia en lo irracional. "Estoy convencido —escribe el Cardenal Joseph Ratzinger— de que la destrucción de la Trascendencia es la mutilación radical del hombre, de la que brotan todas sus frustraciones" (Iglesia, Ecumenismo y Política, Madrid 1987, 231). En ese proceso de toma de conciencia de su plenificante religación con Dios, la persona descubre a Jesucristo, Dios-hombre, "El que tenía que venir" (Mt 11, 3) como Maestro. En su persona y en su palabra, contenida en el evangelio, y transmitida fielmente por la Iglesia, a pesar de todos los avatares de la libertad y de la debilidad humana, encuentra "el camino, la verdad, y la vida" (Jn 14, 6), cuanto necesita para vivir como persona.

Por todo ello, la persona cristiana tiene una conciencia muy clara de que no es sólo un complejo biológico, como los animales, ni su cerebro es un ordenador muy perfecto, sino además, y sobre todo, es un espíritu encarnado, un espíritu que se expresa hacia el mundo en el cuerpo. Y el cuerpo humano recibe toda su dignidad por estar trascendido por un espíritu que le eleva sobre todos los demás seres. Un espíritu tan bello y tan rico que es capaz de distanciarse del mundo para objetivarlo, entenderlo y así admirar su belleza y su dolor. Porque es inteligente, es libre, capaz de autodeterminarse y de elegir los valores libremente. La fe le enseña y le ayuda a elegir bien, que es la manera de ser más libre. Un espíritu que sabe, con alegría, que es inmortal, y por eso vive en esperanza. El cristiano ama este mundo como el que más; se siente hijo de la tierra y quiere mejorarla siempre; pero es consciente, al mismo tiempo, de que es peregrino sobre la Tierra y de que la felicidad total sólo se encuentra detrás del horizonte de esta vida. Por ello, no se deja engañar por los fulgores del dinero, ni por las seducciones que le prometen una felicidad que no le van a dar. Acepta que el dolor es un componente inevitable de la vida humana, procura aliviarlo, y sabe, al mismo tiempo, que tiene un sentido y un valor.

Porque vive del amor que Dios le tiene, quiere vivir para amar a los demás. Pero ha entendido que el amor no es sólo ni principalmente _ρoς, sino ante todo _γάπη, es decir, donaciσn generosa de sí y de cuanto tiene para el bien de los hermanos. Por eso vive con austeridad como quien sabe que "no tenemos aquí una ciudad permanente sino que buscamos la futura" (Heb 13, 14) y pone su riqueza en dar y en darse, que es la mejor manera de ser. Forma una familia unida, estable y fecunda y la convierte en una escuela del amor. Colabora al bien común porque se siente hermano de todos. Obedece a las leyes, mientras no vayan contra la ley natural que es ley de leyes, pero las desobedece si contradicen a la ley natural o a otras leyes divinas, porque "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29). Acepta con alegría y asombro el haber sido elevado a la altísima dignidad de hijo adoptivo de Dios por la Redención de Jesucristo. Y procura conformar su vida entera con esa realidad. Sabe que "bajo el cielo, no nos ha sido dado otro nombre en el que podamos ser salvos" (Hch 4, 12).

Estos y otros elementos del humanismo cristiano que aquí no podemos ni enumerar, son los que han de conformar las nuevas personalidades, testigos y mensajeros de una nueva cultura más humana porque es más divina. Es una tarea de educación lenta pero progresiva. El que tiene la posibilidad de educar tiene la posibilidad de crear una sociedad mejor. Cuando Rousseau propuso un modelo nuevo de sociedad, en su Contrato social, a continuación, el mismo año de 1762, publicó un tratado pedagógico, Emilio o sobre la educación. Certera intuición. Las sociedades no se transforman por la revolución impaciente, sino por la educación paciente. El mito de la revolución está ya desenmascarado, porque las revoluciones suprimen unos males e instauran otros iguales o peores. Puerorum educatio, renovatio mundi, decía el P. Juan Bonifacio, famoso educador jesuita del siglo XVI.

Predominio del amor

Todo el empeño de los ilustrados del siglo XVIII y de sus discípulos y seguidores en el XIX y en el XX, fue lograr que los hombres todos fueran racionales. En el siglo XX han sido tantos y tan enormes los irracionalismos, que ya nadie cree que los hombres podamos reconciliarnos en la razón. Tanto más que, en realidad, y como he escrito muchas veces, la razón no existe. Lo que existe es la persona que razona; y la persona es un complejo de sentimientos, afectos, temores, prejuicios, pulsiones subconscientes, lenguaje, herencia genética, etc., que hacen imposible que seamos perfectamente racionales. Los pensadores de la escuela de Frankfurt han denunciado el fracaso de la razón, convertida en este siglo en instrumento de dominio. Y es que podemos decir con Gabriel Marcel que "lo humano no es verdaderamente humano más que allí donde está sostenido por la armadura incorruptible de lo sagrado. Si falta esa armadura se descompone y perece" (Homo viator, Paris 1944, 132). Pero lo que querían los ilustrados era que el hombre no se apoyase más que en el hombre, la razón en la razón.

Fracasado este intento, y supuesto que no podemos pensar tampoco en una reconciliación de todos en la misma religión, no queda más camino que buscar la reconciliación de los hombres en el amor. He aquí cómo la historia nos está llevando, al final, al encuentro con el Evangelio. El capitalismo como creador de humanismo está fracasado. Es un inhumanismo, como hemos visto. La sola razón como medio único de progreso cultural humano está también fracasada. Aún está inédito el esfuerzo por conseguir una cultura que brote del hontanar fecundo del amor. Y, sin embargo, ése es el proyecto proclamado en el Evangelio. He ahí la tarea más esperanzadora de la Iglesia en el Tercer Milenio: educar en el amor y difundir el amor. La supremacía de la razón comenzó el día en que Descartes dijo: "pienso, luego soy", porque dio la prevalencia al pensamiento, a la razón, sobre la realidad. Todo hubiera sido distinto en el mundo occidental si Descartes, en lugar de decir: "pienso, luego soy", hubiera dicho "amo, luego soy". La supremacía no la hubiera tenido la razón sino el amor. Pero esa ocasión, desgraciadamente, se perdió.

Es conocida la expresión de San Agustín: "Dos amores fundaron dos culturas; a saber, el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial". El planteamiento agustiniano sigue siendo hoy válido. Hoy sigue habiendo dos culturas paralelas a las de San Agustín: la del dinero y la razón por un lado, la de Dios y el amor por otro. Sería conveniente un contraste dialéctico, no violento, entre las dos; para que, mediante una lenta Aufhebung, surja una síntesis que asuma, purifique y eleve todo lo bueno que hay en ambas culturas. Porque también el término amor necesita ser purificado y mejor comprendido. El amor cristiano no es el erotismo. Es la actitud de ayuda y servicio incondicional de todos a todos. En la evolución biológica, el paso de una especie a otra se verifica por una mutación genética imperceptible. Podemos esperar que en el siglo XXI se dé, en el proceso evolutivo y dialéctico de la humanidad, una mutación cultural que inicie el predominio del amor bien entendido, y así aparezca una nueva y mejor humanidad.

El capítulo 15 del evangelio de San Lucas, en el que va integrada la parábola llamada del hijo pródigo, se ha leído siempre en clave de la misericordia de Dios para con los pecadores que se arrepienten. Esa lectura es, sin duda, correcta, pero me parece que la parábola admite otra lectura de alcance mucho más profundo. Si no me equivoco, Cristo ha querido proponer ahí, además de la imagen del Dios Padre y Amor que comprende y perdona, dos modos de vivir, de desarrollar la propia persona, dos antropologías y dos culturas: la cultura de la razón frente a la cultura del amor. El hijo mayor de la parábola, que vuelve del campo y se encuentra con el festín organizado por su padre, encarna la cultura de la razón. Cuando recrimina al Padre por haber recibido tan festiva y gozosamente al hijo menor, "ese hijo tuyo —dice— que ha devorado tu hacienda con meretrices", mientras que a mí, que "hace tantos años que te sirvo sin dejar de cumplir nunca una orden tuya, nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos", cuando se rebela así contra la conducta de su padre, hay que reconocer que tenía toda la razón. No había derecho. La actuación del padre no era razonable. Lo razonable hubiera sido que aceptase la propuesta del pródigo: "no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros", al menos hasta que hubiese restituido lo que se llevó. El hijo mayor tenía razón. No tenía amor.

El padre, en cambio, encarna la cultura del amor. Razones propiamente dichas, no tenía, para acoger a aquel hijo con tanto derroche de benevolencia y magnanimidad. Pero tenía amor, y el amor va mucho más allá de las razones. La clave para entender aquel amor está en aquellas palabras: "este hijo mío". Ante un hijo no valen las razones, sólo vale el amor. Y cuando ha escuchado la invectiva del hijo mayor contra su actuación, con la dura y despectiva expresión: "ese hijo tuyo", el padre le invita a pasar de la razón al amor y le recuerda: "este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado". Quiere decirle: es tu hermano, y para la relación con un hermano siempre es mejor amar que tener razón".

¡Admirable lección de Jesucristo, que sólo algunos cristianos sabios, "los pocos sabios que en el mundo han sido", han aprendido y puesto en práctica! En ella se nos invita a que, en lugar de tener por guía de nuestros comportamientos a la sola razón, pasemos a realizar nuestra persona como Dios realiza la suya, en el amor. Son dos culturas, la de la razón y la del amor, dos modos de actuar y de ser personas, el modo humano y el modo divino.

Las consecuencias humanas y humanizadoras de una vida guiada por este amor son sorprendentes para los demás y para uno mismo. Son siempre atractivas y siempre nuevas, mucho más en el capitalismo, donde impera el egoísmo, el "yo antes que tú", o "yo más que tú". Alcanzan una plenitud de sentido las palabras de Jesucristo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, que como yo os he amado así os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 34-35). Es el comienzo de los "nuevos cielos y la nueva tierra" de que habla el Apocalipsis. Este amor vivido descubre la infinita e inagotable belleza de ser persona, y de vivir en el amor verdadero, que tiene esa prerrogativa, misteriosa, de que cuanto más es la persona para los demás, más se realiza a sí misma.

La modernidad ha sido, o ha pretendido ser, la cultura de la razón, hasta el extremo de que su más grande pensador, Hegel, hizo del Absoluto una Idea. Esa cultura ha desembocado en la técnica puesta al servicio del dinero y del poder. Ahora ha entrado en una crisis profunda e irreversible: es el cuarto hombre, al que hemos aludido, que ya no cree en la razón. Le vuelve la espalda y se lanza alocadamente en busca del amor, pero confunde el amor con el sexo, para desembocar al fin en el tedio y en el vacío.

En los umbrales del Tercer Milenio, no queda más que una alternativa: la progresiva instauración de la cultura del amor que tantas veces han pedido los últimos Papas. Una de las cosas más insensatas que se han dicho en filosofía es que el Absoluto es Idea o Razón, aunque lo haya dicho la potencia intelectual de Hegel. San Juan ha dicho, mucho más modesta, pero mucho más acertadamente, que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). Y cuando dice “amor” no dice, en el original griego, como ya hemos hecho notar, _ρoς, sino _γάπη; es decir, no amor posesivo y sensual, sino amor oblativo, gratuito, magnánimo; servicio y ayuda desinteresada, acogida, comprensión, perdón; la profunda alegría de dar.

Está por elaborar una verdadera antropología basada en el amor. En el siglo pasado, Feuerbach, a pesar de su ateísmo y de su materialismo, tuvo intuiciones verdaderas y muy valiosas acerca del amor. Estas intuiciones han sido desarrolladas y ampliadas por la corriente filosófica que llamamos personalismo, que parece ser la filosofía que tiene más futuro y que anuncia más esperanza. Algunos de sus pensadores son admirables. Pero, sea por la desconfianza ambiental hacia todo lo constructivo y metafísico, sea por el positivismo y el nihilismo imperante, sea porque interesa más tener dinero que ser personas, no se ha hecho gran caso a esa llamada al verdadero amor. Pienso que ésta es la hora, y que la misión más urgente de la Iglesia —y la Iglesia somos vosotros y yo— al comenzar el Tercer Milenio es poner en presencia de los hombres una nueva cultura: la del verdadero amor. Esa cultura no vendrá de arriba abajo. Tiene que nacer de la base, de personas y comunidades que se decidan a vivir como cristianos. La presencia del amor verdadero siempre es nueva y siempre es atractiva.

Cuando el Papa nos convoca a una Nueva Evangelización creo que, con esa expresión, entiende la urgencia de presentar ahora el núcleo más hondo del Evangelio de Dios: el amor. Durante el segundo milenio el Evangelio se propagó en Europa por la fuerza de la espada y de las leyes y, a veces, por la violencia de la que hoy nos avergonzamos. Hubo amor en muchas personas de la Iglesia y, a veces, hasta el heroísmo; pero hubo también coacción externa, comprensible por las circunstancias. La evolución del pensamiento humano es muy lenta, y siendo tan nítidas las palabras del Evangelio, su sentido no se había descubierto, ni se ha descubierto todavía en la plenitud de su valor humano y humanizador. Esperamos que el milenio próximo sea el milenio del amor. ¡Ojalá las personas que conozcan el final del Tercer Milenio, cuando vaya a comenzar el año 3000, puedan volver la mirada atrás y agradecemos a nosotros haber iniciado esta nueva andadura humana!

6. Hacia el quinto hombre. ¿Utopía?

Sé que esta propuesta puede ser tachada de poco realista, idealista y utópica. Puede que lo sea. Pero en una sociedad sin ilusiones, que no vive más que de lo útil y lo confortable, urge despertar las utopías. La utopía es muy peligrosa cuando se quiere hacer realidad por la violencia. Eso fueron las dictaduras nazista y las marxistas. Pero es extraordinariamente fecunda y estimulante cuando es el horizonte y la estrella refulgente hacia la que tendemos. El mérito principal del libro del marxista Ernst Bloch, Das Prinzip Hoffnung [La esperanza como principio], es haber destacado el valor de la utopía como algo que "todavía no" se ha alcanzado y que acaso no se alcance nunca, pero que sirve de estímulo para luchar. Unamuno, en su época, se dolía amargamente de la vulgaridad y de la indolencia de sus coetáneos, y se propuso inquietarles y lanzarles "a la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado" (Vida de Don Quijote y Sancho, Prólogo). Hoy no hay que convocar a ninguna cruzada, pero sí hay que despertar la conciencia de todos, principalmente de los jóvenes, drogada por el capitalismo, para que se subleven y se nieguen a un conformismo estéril.

Urge la aparición del quinto hombre. Será el nuevo cristiano, que sin renegar de ninguno de los valores conquistados hasta ahora por el esfuerzo humano, se niegue a pactar con el aburguesamiento egoísta al que nos impulsa la sociedad capitalista, crea en la verdad de Jesucristo, y se esfuerce por traducirla en su vida contra la corriente materialista, hedonista y escéptica que nos ahoga. El Espíritu Santo está haciendo surgir acá y allá personas y comunidades que quieren anteponer el amor al dinero. Son la esperanza de una humanidad mejor. Todo lo grande suele empezar por lo imperceptible. Dios, que es grande en lo grande, es máximo en lo pequeño. En lo pequeño aparecerá su grandeza, como apareció en aquella pequeña joven que se llamó María de Nazaret.

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[Français]
Selon Carlos Valverde, le pire ennemi de l'humanisme chrétien est l'idolâtrie de l'argent suscitée par le capitalisme, élément décisif de l'apparition de l'homme post-moderne. Face au capitalisme, l'Église propose une culture de l'amour et de la vie plutôt qu'un système économique et social différent. La modernité, culture de la raison, est entrée en une crise irréversible. Avant le troisième millénaire, il est l'heure de promouvoir une culture différente qui applique la nouveauté de l'Évangile: une culture de l'amour, de l'agape chrétien.

[English]
For Carlos Valverde, Christian humanism's worst enemy is the worship of money generated by capitalism, a decisive factor in the rise of postmodern man. The alternative to capitalism which the Church puts forward is not a socio-economic system, but rather a culture of love and life. Modernity, which was the culture of reason, has entered upon an irreversible crisis. It is time to initiate a new culture before the Third Millennium, a culture which would put into practice the originality of the Gospel: a culture of love and of Christian agape.


CONSCIENCE NOUVELLE EN ROUMANIE
RAPPORT ÉGLISE DÉMOCRATIE ÉDUCATION

6-7 mars 1998, Sumuleu-Ciuc (Roumanie)

Les Centres Culturels Catholiques de l'archidiocèse catholique romain d'Alba Julia (Roumanie) ont organisé du 6 au 7 mars 1998 un congrès sur le thème "Conscience nouvelle en Roumanie. Rapport Église Démocratie Éducation" au Centre d'études Jakab Antal de Sumuleu-Ciuc. Cette rencontre est la première initiative commune de ces centres de création récente, depuis les changements inaugurés en Roumanie en 1989. Le congrès a réuni avec le patronage du Conseil Pontifical de la Culture et sous la présidence de Mgr Jakubinyi, Archevêque du lieu, plus de quatre-vingt personnes: directeurs et collaborateurs des Centres Culturels Catholiques diocésains, personnalités de la vie politique, sociale, culturelle et universitaire de Roumanie, mais aussi fidèles prompts à soutenir l'action de l'Église catholique et de tous les hommes de bonne volonté pour offrir une contribution valide à la société, en vue de dépasser les suites de la dictature communiste.

Vendredi 6 mars

Le congrès commence par la Messe concélébrée et présidée par l'Archevêque. Après le salut inaugural de l'Abbé Elekes Directeur du Centre Jakab Antal et modérateur de la Rencontre, est donnée lecture du Message envoyé par le Cardinal Poupard, Président du Conseil pontifical de la Culture, et transmis par l'Abbé Kovács du même Dicastère. Le Cardinal souligne l'impérieuse nécessité pour la Roumanie d'enter radicalement la démocratie sur son patrimoine modelé par les valeurs chrétiennes, dans le respect de la liberté religieuse entendue comme droit de vivre, célébrer et annoncer sa foi. Toute nouvelle liberté est une conquête en même temps qu'un défi. Elle est aussi un devoir de conversion personnelle permanente. C'est seulement en un tel dialogue que pourront renaître les valeurs sans lesquelles la liberté se réduit en un libéralisme. Pour cette mission de nouvelle évangélisation et de renouvellement de la société, la contribution des Centres Culturels Catholiques est fondamentale.

Au cours de sa conférence, Madame Szegô, Professeur émérite de philosophie de l'Université Babes-Bolyai, a exprimé la conviction que la démocratie est l'unique choix possible. Quarante années de communisme appesantissent certes la démocratisation roumaine. La destruction morale, la perte du sens des valeurs, le manque de liberté personnelle et religieuse ont conduit à forger une personnalité qu'il faut aujourd'hui entièrement retravailler, pour renouveler la mentalité comme la conscience. La démocratie doit se baser sur le respect de l'incontestable dignité de la personne. Ses points de référence sont les valeurs universelles qui peuvent et doivent rapprocher les cultures et les nations. La liberté et la démocratie ne peuvent se réaliser sans référence à Dieu, sans une culture, une mentalité et une moralité enracinées dans la Révélation de l'amour du Père du Ciel.

Analysant le rapport Église-État, le Pr. Kötô, Président de la Section pour la culture et l'éducation de l'Union Démocratique des Hongrois en Roumanie, souligne la difficulté à dépasser les limites de l'"État national". Celle-ci influe sur les rapports entre l'État et l'Église catholique, et freine la mise en oeuvre pour les communautés catholiques de la liberté promise. A côté de l'Église orthodoxe qui jouit du statut de "religion d'État", l'Église catholique et les autres confessions chrétiennes jouissent de la liberté prévue par la Constitution "dans les limites de la loi" (art. 29, 3). Les huit dernières années ont démontré les difficultés suscités par la discrimination et les limites imposées dans la restitution des biens ou dans le domaine éducatif et législatif.

L'Abbé Rencsik présente une analyse détaillée du rapport juridique entre l'Église et l'État où il n'y a pas de changement significatif. L'incertitude juridique persiste et long sera le chemin avant d'obtenir effectivement l'égalité entre citoyens, la liberté religieuse, la liberté d'enseignement religieux dans les écoles, le libre accès aux médias prévus par la Constitution. Une double constatation s'impose: le primat de la personne responsable pour fonder la démocratie et la réciprocité nécessaire et loyale entre État et Église.

M. Markó, Président de l'Union Démocratique des Hongrois en Roumanie, membre du Parlement, présente le processus de démocratisation sur le plan politique. Il relève l'importance de l'exemple concret, de l'ouverture aux autres, du dialogue et de la tolérance. Il est urgent de créer une nouvelle mentalité pour asseoir la démocratie sur des bases solides. L'intégration européenne influe sur la situation roumaine. Les changements en cours en Europe se font sentir jusqu'en Roumanie et donnent espoir aux chrétiens et à tous ceux qui Âœuvrent à la construction d'une société nouvelle. Les exigences de la géographie politique ne permettent pas d'illusions mais représentent le cadre dans lequel s'intégrer. La globalisation avec ses lois préparées de l'extérieur à l'intention des roumains ou l'intégration pure et simple ne sauraient résoudre l'ensemble des problèmes. L'Église catholique, la société et la politique roumaines doivent assumer leurs responsabilités spécifiques dans le processus de transformation.

L'après-midi, les travaux se sont poursuivis en cinq groupes de travail, ce qui a permis un contact plus direct et d'affronter les questions avec sincérité et ouverture. Ces cinq groupes étaient: 1. changement de mentalité et religion, 2. changement de mentalité et génération, 3. démocratie et ses obstacles, 4. chrétien et citoyen, 5. formation de la personnalité et responsabilité dans l'éducation. Les discussions et confrontations furent particulièrement animées et ont dépassé les horaires prévus. La première journée s'est conclue par une soirée en commun.

Samedi 7 mars

Après la célébration eucharistique présidée par l'Abbé Kovács du Conseil pontifical de la Culture, la seconde journée a été consacrée aux problèmes de l'éducation. Le système éducatif roumain actuel doit relever de nombreux défis qui aggravent la situation déjà précaire de l'enseignement religieux dans les écoles, reconnu par la Constitution mais toujours plus difficile à mettre en pratique. Mgr Vencser, Directeur de la Section pour les Projets ecclésiaux pour l'Europe du Centre-Est des Conférences épiscopales d'Autriche et d'Allemagne, a insisté sur le fait qu'on ne peut renoncer à l'école catholique, même en l'absence de l'aide financière de l'État. Sa relation s'est articulée autour de cinq points: 1. l'école catholique doit non seulement enseigner mais éduquer, unissant l'humanum au christianum, 2. l'Église ne peut se permettre ni dilettantisme ni médiocrité, 3. il convient de prévoir une stratégie à long terme de l'éducation, 4. il y a un double besoin de professeurs préparés et de l'aide des familles, 5. le financement de l'école religieuse ne peut être laissé au hasard.

Mme Gyímesi, Professeur de Langue et Littérature Hongroise à l'Université Babes-Bolyai, en a appelé à l'exemple du Christ qui enseignait avec autorité. La parole est efficace et nous sommes responsables de son usage. Nous sommes tenus de transmettre la foi parce que celle-ci est l'arche de salut face aux flots du déluge actuel. La modernité ne nous rend pas heureux, mais Dieu seul. Chaque personne compte et il faut éduquer aussi bien les élites que les handicapés: éduquer à être responsable de soi, capable de choix et d'action, de maturité et de liberté authentique. Les éducateurs ne seront crédibles que si leur vie témoigne de ce qu'ils enseignent: ils doivent représenter le bien. La foi et la culture chrétiennes doivent s'affirmer, hier face au communisme, aujourd'hui face à la société de consommation.

Les travaux en groupes ont approfondi les sujets pour présenter un compte-rendu final. Le Pr. Bokelmann, Professeur émérite de l'Université de Münster, a tiré les conclusions et indiqué les points cruciaux des travaux qui feront l'objet d'une synthèse adressée ultérieurement aux Autorités ecclésiastiques et civiles compétentes.

La rencontre marque le début d'un long parcours et met en lumière l'importance de l'apport des Centres Culturels Catholiques pour la nouvelle évangélisation et le renouvellement de la société. Conscients d'une telle responsabilité, les directeurs du Centre Jakab Antal ont proposé d'organiser d'autres rencontres destinées à poursuivre les travaux commencés et maintenir l'esprit de la présente rencontre. Une commission chargée de suivre le programme garantira que les travaux du Congrès ne restent pas lettre morte.

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[English]
The Catholic cultural centres of the Roman Catholic archdiocese of Alba Iulia (Romania) organized a seminar on "A new Outlook in Romania. Relations between the Church, democracy and education", at the "Jakab Antal" house of studies in _umuleu-Ciuc, 6-7 March 1998. This was the first joint venture organized by these centres, which have been founded since the fall of the communist dictatorship in December 1989.

[Español]
Los centros culturales católicos de la Archidiócesis romano-católica de Alba Iulia (Rumanía) han organizado un coloquio sobre "Nueva conciencia en Rumanía. Relación entre Iglesia, democracia y educación", en la Casa de estudios "Jakab Antal" de _umuleu-Ciuc, 6-7 de marzo de 1998. Se trata de la primera iniciativa común de estos centros, creados recientemente, tras la caída de la dictadura comunista en diciembre de 1989.


THE GOSPEL AS GOOD NEWS FOR AFRICA TODAY

Keynote Address at the Symposium: The Gospel as Good News
 for African Cultures
. February 16, 1998 – Nairobi, Kenya.

Bishop Peter K. SARPONG
Catholic Bishop of Kumasi

1. Preamble

The accounts of the life and work of our Lord Jesus Christ as recorded by the four evangelists draw our attention to quite a few basic truths about discipleship of the same Lord. St. Mark in Chapter 3, verse 4 of his version clearly defines who an apostle is. Jesus, he writes, "appointed twelve; they were to be his companions and to be sent out to proclaim the message, with power to drive out devils". The apostle, therefore, is chosen to know Jesus intimately and to savour his goodness. He then has to proclaim that goodness.

This was made even more explicit when Jesus, about to leave his disciples, told them: "Go, therefore, make disciples of all nations; baptise them in the name of the Father and of the Son and of the Holy Spirit, and teach them to observe all the commands I gave you. And look, I am with you always; yes to the end of time" (Matt. 28:19-20). Here is yet another truth. In carrying out this work of proclaiming the Good News the disciple is assured of the perpetual presence of the Lord with him inspiring him and supporting him.

The third truth confirmed by the Lord in the Acts of the Apostles is that the proclamation of the Good News is bearing witness to Jesus himself, and that this must reach every part of our globe: "You will be my witnesses not only in Jerusalem but throughout Judaea and Samaria, and indeed to the earth's remotest end" (Acts 1:8)

The fourth truth is that it is the duty of a disciple of the Lord to see to it that all hear the Good News and that in the process of proclaiming the Lord Jesus Christ and his goodness, one cannot but deliver people from the shackles of iniquity and oppression. The Good News, therefore, has power and irresistibly urges those who receive it to share it with others. One cannot accept it without passing it on as it were.

Often when the Lord healed a sick person of an infirmity and forbade him to tell others, the healed person would do just what the Lord had told him not to do. This happened to the man with leprosy, the story of the healing of whom we find in Mark 1:41-45. The Lord had told him "Mind you, tell no one anything". Yet "the man went away, but then started freely proclaiming and telling the story everywhere."

All this is a clear indication that the Lord's Gospel has a liberating mission for all human beings and the Lord intends it as such.

2. John the Baptist

His own preaching of this Gospel of liberation from sin, resulting from a true conversion of hearts, was preceded by that of John the Baptist, who "went through the whole Jordan proclaiming a baptism of repentance for the forgiveness of sins... . "Produce fruit in keeping with repentance, and do not start telling yourselves, `We have Abraham as our Father'"" (Lk. 3:1-4,7). He went on to advise those who had two tunics to share with those who had none and anyone who had something to eat to do the same. The tax collectors were to exact no more than the appointed rate. Soldiers were to stop intimidating people, extorting money and be content with their pay (Lk. 3:3-14).

The Gospel is indeed Good News of repentance, justice and compassion.

3. Core of Christ's Message

Jesus' own words are clear on this. When he began to proclaim the message of God he talked of a Kingdom of God. "The time is fulfilled, and the Kingdom of God is close at hand. Repent , and believe the Gospel" (Mk. 1:14-15). Matthew recalls the same thing in only slightly different words, "From then onwards Jesus began his proclamation with the message, "Repent, for the Kingdom of Heaven is close at hand"" (Matt. 4:17).

Hence Jesus could justifiably sum up his whole mission in the words of Isaiah when he went to his own town of Nazara. "He went into the synagogue on the Sabbath day as he usually did. He stood up to read, and they handed him the scroll of the prophet Isaiah. Unrolling the scroll he found the place where it is written: "The Spirit of the Lord is on me, for he has anointed me to bring the good news to the afflicted. He has sent me to proclaim liberty to captives, sight to the blind, to let the oppressed go free, to proclaim a year of favour from the Lord"... This text is being fulfilled today even while you are listening" (Lk. 4:16-19).

4. The Kingdom of God

The Gospel then is a message about the Kingdom. The preface of the Feast of Christ the King makes it clear that God the Father anointed Jesus Christ, his only Son, as Eternal Priest and Universal King. As priest, he offered his life on the cross and redeemed the human race by his perfect sacrifice of peace. As King, he claims dominion over all creation so that he may present to his Almighty Father "an eternal and universal Kingdom: a Kingdom of truth and life, a Kingdom of holiness and grace, a Kingdom of justice, love and peace".

Jesus founded the Church to be at the service of this Kingdom. The Kingdom, in the words of Pope Paul VI, is so important "that by comparison everything else becomes the rest which is given in addition. Only the kingdom, therefore, is the absolute reality and it makes everything else relative" (E.N. 8). The Church serves the Kingdom as its sign and instrument and as a means to it. She is there to preach, promote, establish and nurture the Kingdom and, by the character and quality of her life, to tell the world what the Kingdom is all about.

This Kingdom of God is the reign of Christ in our hearts and comes into being whenever and wherever human beings love one another and accept one another's burden with the spirit of compassion, concern, generosity and sensitivity.

5. Good African Values

A look at the African culture and life with special reference to the concept of the ideal African family reveals that its values could come in useful in the announcing of the Good News of Christ in Africa. The African family is based on the clan or lineage system. Its members are believed to be relatives, irrespective of the degree of relationship or length of distance separating them. But the clan is not closed in on itself. Strangers, even slaves and prisoners, can be absorbed into it.

The cardinal value of the African family is religiosity, common allegiance to some spiritual overlord. The African family exhibits the values of collectivity and togetherness. Ownership of property is corporate. Succession, inheritance, status and rank are determined by one's lineage. Kinship terms do not refer only to biological relationships but equally importantly to sociological relationships. My father's brother is my father and his children are my sisters and brothers. My father's brother treats me as my natural father would.

In my language there is no word for "paternal" uncle or cousin different from that for "father" or "brother". In the family, individualism has no place, the significant principles being related to solidarity and the collective consciousness. There is a spirit of sharing and caring. Both blessings and difficulties are handled collectively. There is love and affection especially for the sick, the disabled and the aged. In the course of the years members of the family may disperse. They may not even know one another; but let there be a common danger to be expelled or a common good to be achieved or maintained or a common duty to be performed or a right to be enjoyed or a blessing to be shared, and members of the lineage will flock together from everywhere and nowhere almost automatically. The family provides a point of reference for the individual; it gives security to the individual, it gives him dignity. Theologically the family is a gift of God.

In the family there are checks and balances to control authority and regulate life in general. There are mechanisms to reconcile members who may be at loggerheads and tend to disrupt the unity that should exist among family members. Support is offered to the downcast, punishment is meted out to the aberrant. A dominant value in the family is love for life. Everybody wants to communicate life.

6. Counter Values

In spite of the fact that in the ideal situation the African family exhibits the qualities of the Kingdom of God, however, attention must be drawn to the warning note sounded by His Holiness the Pope to the Church in Africa, namely, that in our attempt to build up the Church as Family, we should try to avoid "all ethnocentrism and excessive particularism" and "instead to encourage reconciliation and true communion between different ethnic groups, favouring solidarity and the sharing of personnel and resources among particular Churches without undue ethnic consideration" (EIA No. 63).

The Pope's words are particularly apt and opportune today in Africa because, whereas members of an ethnic group may cater well for themselves, they may exclude others from their consideration. Members from other ethnic groups are not treated with the same respect as those belonging to it. One protects and supports one's people against others even when one's people are wrong. How often do Africans not lie or resort to violence to protect their people?

Community solidarity, which creates strong social, economic and religious bonds is often turned in on itself so that outsiders receive no justice and no compassion. While providing for the welfare of close relatives and friends and ethnic comrades, one may refuse to see beyond one's group and to work sufficiently for the common good. The love of children when absolutized becomes a disvalue since it regards childless people as cursed and is one of the main causes of polygynous alliances. The commendable emphasis on personal rather than impersonal values is unfortunately often interpreted as loyalty to one's relatives at any price. Magnanimity is a value. But this is often understood to mean engaging in the most cruel inhuman activities to gain honour. Too much dependence on the family can easily result in parasitism and engender laziness.

For all its excellent qualities that have convergences in the Gospel, therefore, African sociocultural life is full of serious ambiguities and could be counterproductive to the Good News, if not well directed.

7. Dominant Worldly Values

In this connection four worldly values that are clean contrary to the values of the Good News, but which appear to be on the ascendancy in Africa, need to be mentioned.

The Lord deplored prestige as a value which is opposed to the aspirations of the Kingdom. "As he was teaching, he also said to them, "Beware of those teachers of the Law who enjoy walking around in long robes and being greeted in the market place, and who like to occupy reserved seats in the synagogues and the first places at feasts. They even devour the widow's and orphan's goods while making a show of long prayers. How severe a sentence they will receive"" (Mk. 12:38-40).

Unfortunately not infrequently, many an African ethnic group has sought to gain or maintain its pride through the most ruthless acts of brutality.

Jesus condemned power for the sake of power. For him power must be for service. "Jesus then called to him and said, "As you know, the so-called rulers of the nations act as tyrants and their great ones oppress them. But it shall not be so among you: whoever would be great among you must be your servant, and whoever would be first among you shall make himself slave of all. Think of the Son of Man who has not come to be served, but to serve and to give his life to redeem many"" (Mk. 10:42-44).

Alas, Africa is unceasingly subjected to the humiliation of witnessing individuals and their fellow tribesmen not only seeking power by all means, foul or fair but, also trying to keep it for as long as possible.

A cursory look at the African scene reveals that megalomania and tyranny are some of the principal causes of the bloody conflicts raging over her face.

Jesus often had to denounce the false solidarity of the scribes and the pharisees who at the last minute assembled in the palace of the high priest to conspire together against him (Matt. 26:3-5). He minced no words in condemning them for their unholy alliance that made them collectively impose senseless hardships on the simple people, scandalise them, deceive them with meaningless regulations and oppress them without qualms. "Alas for you, scribes and pharisees" (Matt. 23:1 ff). "The teachers of the law and the pharisees occupy the seat of Moses. Listen and do all they say but do not imitate what they do for they themselves do not practice what they teach. They prepare heavy burdens that are very difficult to carry, and lay them on the shoulders of the people. But they do not even raise a finger to move them" (Matt. 23:2-7).

How often, alas, do Africans, in fidelity to a group they belong to, not heartlessly deprive others of their rights?

Money and Possessions, which result in unacceptable avarice, have become what amounts to a pathological concern among African leaders. But the Good News could not be clearer on the harm they do to the building up of the Kingdom. "Then Jesus said to his disciples, "Truly I say to you: it will be hard for one who is rich to enter the kingdom of heaven"" (Matt. 19:23). "Alas for you who are rich; you are having your consolation now" (Lk. 6:18).

It is obvious that these destructive values account in no small measure for the violence with its attendant woes that erupts with such alarming frequency all over Africa.

8. Justice and Peace

Indeed often in view of the avid pursuance of these values everywhere in Africa one wonders whether the words "justice" and "peace" can be found in the lexicon of the African.

This is what made His Holiness the Pope join his voice "to that of the members of the Synodal Assembly in order to deplore the situations of unspeakable suffering caused by so many conflicts now taking place or about to break out..." (EIA 117). The Synod Fathers had not only admitted that: "For some decades now Africa has been the theatre of fratricidal wars which are decimating peoples and destroying their natural and cultural resources" (Ibid); but also that the catastrophic situation has "internal causes such as tribalism, nepotism, racism, religious intolerance and the thirst for power taken to the extreme by totalitarian regimes which trample with impunity the rights and dignity of the person" (Ibid).

9. New Forms of Social Ills

The types of injustices that have been mentioned can be termed as culturally structural injustices. They are a tip of the iceberg. Many others such as acrimonious fights within the same family for leadership positions, the disposal of abnormal babies born with one deformity or another, the discrimination against strangers even when they are absorbed in the family, have not even been broached. And yet new forms of atrocious phenomena have reared their monstrous heads in Africa today. In fact Africa today is fast losing her cultural identity. It is beset with almost insurmountable problems too well known to warrant full enumeration.

Many Africans suffer starvation. The majority of African nations lack basic health requirements. The infant mortality rate in Africa is unacceptably high. The illiteracy rate leaves a great deal to be desired. The situation of man-made hostilities has created a refugee situation whereby Africa has more than half of the world's homeless. The crippling poverty that has gripped Africa today is frightening.

The love for life is giving way gradually to what Pope John Paul II calls the Culture of Death. Human life appears not be respected any more as is evidenced by the incredible massacre of human beings in Algeria, Sudan, Sierra Leone, Liberia, Burundi, Rwanda, Kenya, Republic of Congo, just to name a few, that has become daily news.

The African woman toils and struggles to win the bread for the family. But she is generally not respected or in any case treated on equal terms with men. Hence the Pope had no choice but to deplore and condemn, wherever they are still found in Africa, "the customs and practices which deprive women of their rights and the respect due to them" (EIA 121).

We were all elated when the evil system of Apartheid finally gave way to common sense. It can only be described as tragic that one of the first laws that liberated South Africa has enacted is to legalise abortion. It is reported to be on the verge of legalising euthanasia. Political crime may have ceased in South Africa but social crime has quickly replaced it and indeed surpassed it in intensity, magnitude and cruelty.

However, in deciding to give up power, President Mandela has given a unique example of political wisdom which one hopes other African leaders would imitate to save our continent.

Africans were happy when they gained political independence form their colonial masters. Little did they realise that the leadership of African countries would, in the main, soon turn out to be corrupt, power drunk oppressive and discriminating. The words "bribery and corruption", "nepotism", "intimidation" have become so common that they have lost their odium. Everywhere in Africa fundamental human rights are flouted. The phenomenon of devil worship is fast gaining ground, competing with some of the barbaric and sadistic practices of some traditional secret societies.

The youth in Africa are fast losing their sense of identity and purpose. For fulfilment in life, many of them have recourse to drugs, alcohol and other forms of illusory satisfaction. In search of greener pastures, millions of African youth flock from the villages into the cities in search of non-existent jobs and from the cities to every part of the world, especially Europe and America, where they are not wanted and where many of them become criminals.

Rural dwellers continue to be held in contempt, treated unjustly and looked down upon by urban dwellers and yet in most cases they produce the materials that are the mainstay of the national economy.

We cannot talk about Africa today without mentioning, however casually, the AIDS pandemic. Prostitution, armed robbery and other types of crimes are causing pandemonium in many African cities and plunging citizens on to the verge of despair. The phenomena of child combatant and street children are destroying the African young girl and boy. We could go on, but to what purpose? We all know it all.

10. Civilisation of Love

There is no doubt that this gloomy picture has only one cause: sin. Sin in turn is expressed in various ways, notably pride, selfishness and greed. And this is where the Gospel comes in. It is an emancipating news. It is a Gospel of Life and life is a direct antithesis of hatred, which is death. The Gospel, therefore, should help Africans to build what Pope Paul VI calls the Civilisation of Love in order for them to truly live.

Love, that weapon against which there can be no defences, is the only key to the solution of the manifold problems of injustice and slavery to sin in Africa. The Good News of Jesus Christ creates the Civilisation of Love because it preaches the truth, and the Civilisation of Love thrives on truth, and truth is not co-existent with victory for, as a sage has rightly observed: "victory cannot tolerate truth, and if that which is true is spread before your very eyes, you will reject it, because you are victor. Whoever would have truth itself, must drive hence the spirit of victory; only then may he prepare to behold the truth".

It is my belief that much of the scourge of Africa stems form the African's desire, nay craze, to be victorious by all means. Yet the Good News does not talk about victory. It utilises the power of Christ himself Christ is the Truth whose power lies in the cross, and unless we are prepared to follow the Truth right up Calvary rather than pursue victory, we cannot be disciples of the One who said, "I was born for this, I came into the world for this, to bear witness to the truth; and all who are on the side of truth listen to my voice". (Jn. 18:37) "If anyone wants to be a follower of mine, let him renounce himself and take up his cross daily and follow me".

The Good News makes it clear that the transformation of a person into a thing is evil and that the refusal to respond to one afflicted is a denial of his humanity and turning him into a corpse. The Gospel compels us to heed the Word of the Lord: "I give you a new commandment, that you love one another as I have loved you" (Jn. 13:34). The Gospel reminds us of what the spokesman of God said years before the coming of the Messiah. "Is not this the sort of fast that pleases me – it is the Lord Yahweh who speaks – to break unjust fetters and undo the thongs of the yoke, to let the oppressed go free, and break every yoke, to share your bread with the hungry, and shelter the homeless poor, to clothe the man you see to be naked and not turn from your own kin?" (Isaiah 58:6-7). Jesus would say the same in other words: "so long as you did it to the least of your brothers you did it to me".

11. Evangelisation

Evangelisation, the proclamation of the Good News of Christ, and human progress therefore converge. It is the acknowledgement and acceptance of the liberating mission and grace of Christ which he has entrusted to the care of his Church.

Christ liberates us form all forms of bonds. He it is who restores us to our former dignity and sets us on the course of salvation. He makes us members of His universal family, the Church, which is His Body. That family is not restricted to any ethnic group, race or continent. It extends the length and breadth of our globe. Accepting Christ, therefore, means being part of one global community without boundaries, after the fashion of the Most Blessed Trinity, the source of true love, unity and peace. It means accepting everybody as your brother and sister, helping them when they need help, and treating them justly and living in peace with them. This is the Gospel, the Good News of which Africa today is in dire need.

12. The Need for the Gospel

Africa needs that Good News today to destroy the pernicious spirit of vendetta that is becoming her daily bread and butter. We have become incapable of forgiving, let alone of forgetting. That group has disgraced us; that group has deprived us of our power; that group is in our way to becoming rich; that group has banded together against us. They are our enemies and therefore deserve nothing less than annihilation. We need the Good News to liberate Africa by giving her the power of reconciliation and forgiveness. "You have heard how it was said: "You will love your neighbour and hate your enemy." But I say this to you, "Love your enemies and pray for those who persecute you"" (Mt. 5:43-44).

Africa needs that Good News to give joy to her millions of shelterless, displaced, miserable citizens. Africa today needs the Good News to open her eyes to see and accept the best in humanity and reject evil. Africa needs the Good News to bring consolation to her afflicted citizens. Africa needs the Good News to bring liberty to her many captives and to free those millions of Africans incarcerated in the innumerable towers of Babel dotted around her face; the edifices of arrogance, hedonism, falsehood, wickedness, hatred, violence and intolerance. Africa today needs the Good News to be the voice of the voiceless in the uncountable situations of abject poverty, the strength of the powerless, and the dignity of the downtrodden. Africa needs the Good News to be the leg of her lame, the ear of her deaf and the mouth of her dumb.

Africa needs the Gospel to make the life of her women and youth meaningful and worth living. She needs the Gospel to show us the only human way to get rid of the scourge of AIDS.

In short, Africa, indeed the whole world, needs the Good News for the human community cannot long survive without fidelity to what is essentially human and criticism of what is fundamentally anti-human. Without criticism, charity recedes into ruthlessness, peace dissolves into rivalry and love yields to hostility.

Therefore Africa needs the Church to rid her of political deceit, of the horrors of torture and of the menace of vote rigging and naked intimidation. We need it to fulfil the wish of the Holy Father that Africa be endowed with holy politicians and saintly Heads of States who place the good of their people over and above their personal interests.

Under the judgement of the enduring values of the Good News of Jesus Christ, Africa must critically examine her traditions, customs and cultural heritage with a view to arriving at true freedom. We need the Good News to affirm and confirm the many lofty and wholesome values in African life.

But we need the Good News also to challenge those aspects of our traditions and cultures that are debasing and obsolete. We rely on the Good News to purify, animate, unite, guard and guide our cultures on the path to salvation.

Africa needs the Good News to strengthen her with the power of Christ, to be able to rid herself of the menace of obsession with the spirit world, especially witchcraft and magical beliefs and operation of secret societies and devil worship.

The Good News must help Africa to expose all those forces, personal and political, which undermine the values of friendship, communality, the fear of God and compassion, prophetically denounce them and, through the instrumentality of moral rather than material force, to disarm and dismantle them. Africa should listen to the Good News, which proclaims without compromise the dignity and worth of every human person and places everything under the judgement of God's Kingdom.

We need the Good News to remind us of the unsurpassable value of the gift of life on account of which Jesus said, "I came that they may have life and have it abundantly" (Jn. 10:10). Africans must not only accept but vigorously preach the Gospel of Life as passionately advocated by the Holy Father in the recent encyclical bearing that name.

Africa needs the Gospel to create a vibrant Church which unashamedly witnesses to Jesus Christ the Saviour; a Church which directed by the same Good News becomes a revolutionary community which never rests until the principles of the same Gospel of Jesus Christ are everywhere realised, extended and solidified.

We need the principles of the Good News to form small Christian communities in which there is harmony that radiates to others outside them. Directed by the imperatives of the Good News, these small Christian communities must be open to the world.

13. Conclusion

In short, Africa needs the Good News to resolve the many contradictions in which she is entangled at all levels: cultural, political, economic, social, religious and moral. For only one Person can rescue Africa from the chains of domination. He is our Lord Jesus Christ, the subject, object and final goal of the Gospel, the Good News. He is the only Saviour of mankind "who has given himself up for our sins to rescue us from the evil world that surrounds us according to the Will of God who is our Father. To Him be glory forever and ever. Amen" (Gal. 1:1).

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[Français]
Mgr Peter Kwasi Sarpong souligne au cours du Congrès de Nairobi les valeurs incarnées par l'idéal de la famille africaine. Elles aident l'annonce de la Bonne Nouvelle: religiosité, solidarité et amour de la vie. Dans le même temps, l'Auteur présente les contre-valeurs: recherche violente du pouvoir et du prestige, les injustices dues à une fausse solidarité ethnique, l'empressement sans frein pour les richesses de la part des gouvernants. En un tel contexte, l'Évangile est vraiment une Bonne Nouvelle qui permet de discerner le bien et le mal au sein des traditions africaines. Seul le Christ peut libérer de l'emprise de la magie, de la haine et de la mort. Le remède contre les injustices et l'esclavage du péché est la civilisation de l'amour.

[Español]
El Obispo Peter Kwasi Sarpong resaltó en el Simposio de Nairobi que el ideal de familia africana encarna muchos valores que facilitan el anuncio de la Buena Nueva: religiosidad, solidaridad, amor a la vida. Pero al mismo tiempo están presentes una serie de contravalores: la búsqueda violenta de poder y de prestigio, las injusticias derivadas de una falsa solidaridad con la propia etnia, el afán desmedido de riqueza por parte de los gobernantes. En este contexto, el Evangelio es realmente una Buena Nueva que ayuda a discernir lo bueno de lo malo en las tradiciones africanas. Sólo Cristo puede liberar de la sumisión a la magia, del odio y de la muerte. El remedio para las injusticias y la esclavitud del pecado presentes hoy en África es la civilización del amor.


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