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JEAN-PAUL II       -       JOHN PAUL II       -       JUAN PABLO II

 

La verdadera cultura es humanización

Amadísimos hermanos en el episcopado, ya conocéis muy bien que la Iglesia estima y promueve toda forma de cultura y se esfuerza por entrar en comunión y diálogo con ella. El lugar del encuentro entre la Iglesia y la cultura es el mundo, y en él el hombre, llamado a realizarse progresivamente con la ayuda de la gracia divina, concedida por mediación de la Iglesia, y de cualquier subsidio espiritual puesto a su disposición por el patrimonio de civilización de la nación. La verdadera cultura es humanización, mientras que las falsas culturas son deshumanizantes. Por esto, en la elección de la cultura el hombre se juega su destino. [...] Tened en vuestra acción pastoral una solicitud constante por la cultura.

Encuentro con los obispos de la República Checa, Praga, 25-5-1997, nº 5.

 

El valor de la civilización depende de su defensa de la vida

La medida de la civilización, una medida universal, perenne, que abarca todas las culturas, es su relación con la vida. Una civilización que rechace a los indefensos merecería el nombre de civilización bárbara, aunque lograra grandes éxitos en los campos de la economía, la técnica, el arte y la ciencia. [...]

Hoy el mundo se ha convertido en el campo de batalla del combate por la vida. Prosigue la lucha entre la civilización de la vida y la civilización de la muerte. Por eso, resulta tan importante la edificación de la cultu-ra de la vida: la creación de obras y de modelos culturales, que subrayen la grandeza y la dignidad de la vida humana; la fundación de instituciones científicas y educativas que promuevan una visión correcta de la persona humana, de la vida conyugal y familiar; la creación de ambientes que encarnen en la práctica de la vida diaria el amor misericordioso que Dios dispensa a cada hombre, especialmente al que sufre, al débil y al pobre por nacer.

Homilía en el santuario de San José, Kalisz (Polonia), 4-6-1997, nº 2-3.

 

La misión de la universidad en la cultura

Estas celebraciones jubilares [del VI centenario de la facultad teológica de la Universidad Jaguellónica] suscitan en mi mente una serie de interrogantes y reflexiones de carácter general y muy esencial: ¿qué es la universidad? ¿Cuál es su misión en la cultura y en la sociedad? Alma mater. Alma mater Jagellonica... Ese apelativo, que se suele dar a la universidad, tiene un sentido profundo. Mater, madre, es decir, la que engendra, educa y forma. Una universidad guarda semejanza con una madre. Es como una madre por su solicitud materna, una solicitud de índole espiritual: engendrar almas para el saber, para la sabiduría, para la formación de las mentes y los corazones. Es una contribución que no se puede comparar a ninguna otra cosa.

Personalmente, después de años, veo cada vez mejor cuánto debo a la Universidad: el amor a la verdad, la indicación de las sendas para buscarla. En mi vida desempeñaron un papel importante los grandes profesores que conocí: personas que me enriquecieron y siguen haciéndolo con la grandeza de su espíritu. [...]

La vocación de toda universidad es el servicio a la verdad: descubrirla y transmitirla a otros. De modo elocuente lo expresó el artista que proyectó la capilla de san Juan de K_ty, que embellece esta Colegiata. El sarcófago del maestro Juan fue colocado en los hombros de las figuras que personifican a las cuatro facultades tradicionales de la Universidad: medicina, jurisprudencia, filosofía y teología. Eso me trae a la memoria precisamente esta forma de universidad que, mediante el esfuerzo de investigación de muchas disciplinas científicas, se acerca gradualmente a la Verdad suprema. El hombre supera los confines de las diversas disciplinas del saber, hasta el punto de orientarlas hacia aquella Verdad y hacia la definitiva realización de la propia humanidad. Aquí se puede hablar de la solidaridad de varias disciplinas científicas al servicio del hombre, llamado a descubrir la verdad, cada vez más completa, sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea.

El hombre tiene conciencia viva del hecho de que la verdad está fuera y por "encima" de sí mismo. El hombre no crea la verdad, sino que ésta se revela ante él cuando la busca con perseverancia. El conocimiento de la verdad genera el gozo espiritual (gaudium veritatis), único en su género. ¿Quién de vosotros, queridos señores, no ha vivido, en mayor o menor medida, ese momento en su trabajo de investigación? Os deseo que instantes de esa índole sean frecuentes en vuestro trabajo. En esta experiencia de gozo por haber conocido la verdad se puede ver también una confirmación de la vocación trascendente del hombre, incluso de su apertura al infinito.

Si hoy, como Papa, estoy aquí con vosotros, hombres de ciencia, es para deciros que el hombre de hoy os necesita. Necesita vuestra curiosidad científica, vuestra perspicacia al plantear las preguntas y vuestra honradez al buscar sus respuestas. Necesita también la específica trascendencia, propia de las universidades. La búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio. ¡Cuán importante es que el pensamiento humano no se cierre a la realidad del Misterio; que no falte al hombre la sensibilidad ante el Misterio; que no le falte la valentía de bajar a lo profundo!

Hay pocas cosas tan importantes en la vida del hombre y de la sociedad como el servicio del pensamiento. En su esencia, el "servicio del pensamiento" al que aludo, no es más que el servicio de la verdad en la dimensión social. Todo intelectual, independientemente de sus convicciones personales, está llamado a dejarse guiar por este sublime y difícil ideal y a cumplir una función de conciencia crítica con respecto a todo lo que constituye un peligro para la humanidad o la disminuye.

El ser hombre de ciencia obliga. Ante todo, obliga a una particular solicitud por el desarrollo de la propia humanidad. Quiero recordar aquí a un hombre a quien conocí personalmente, al igual que muchos de los presentes. Vinculado al ambiente científico de Cracovia, era profesor en el Politécnico de esta ciudad. Para nuestra generación fue un particular testigo de esperanza. Me refiero al siervo de Dios Jerzy Ciesielski. Su pasión científica estuvo indisolublemente unida a la conciencia de la dimensión trascendente de la verdad. A su escrupulosidad de científico se unía la humildad del discípulo para escuchar lo que la belleza del mundo creado revela del misterio de Dios y del hombre. De su servicio de científico, del "servicio del pensamiento", hizo un camino hacia la santidad. Hablando de la vocación del hombre de ciencia, no podemos ignorar esta perspectiva.

En el trabajo diario de un estudioso hace falta también una particular sensibilidad ética. En efecto, no basta el interés por la corrección lógica, formal del proceso del pensamiento. Las actividades de la mente deben ser necesariamente insertadas en el clima espiritual de las indispensables virtudes morales, como la sinceridad, la valentía, la humildad, la honradez, así como una auténtica solicitud por el hombre. Gracias a la sensibilidad moral se conserva un vínculo muy esencial para la ciencia entre la verdad y el bien.

En efecto, estos dos problemas no pueden separarse. El principio de la libertad de la investigación científica no puede separarse de la responsabilidad ética de todo estudioso. En el caso de los hombres de ciencia, esa responsabilidad ética es especialmente importante. El relativismo ético y las actitudes puramente utilitaristas constituyen un peligro no sólo para la ciencia, sino también directamente para el hombre y para la sociedad.

Otra condición para un sano desarrollo de la ciencia, que quisiera subrayar, es la concepción integral de la persona humana. La gran controversia sobre el tema del hombre aquí, en Polonia, no terminó con la caída de la ideología marxista. Prosigue y, en cierto aspecto, incluso se ha intensificado. Las formas de decadencia de la concepción de la persona y del valor de la vida humana se han hecho más sutiles y, por eso mismo, más peligrosas. Hoy hace falta una gran vigilancia en este ámbito. Se abre así, para los hombres de ciencia, un vasto campo de acción precisamente en las universidades. Una visión del hombre deformada o incompleta hace que la ciencia se transforme con facilidad de beneficio en una seria amenaza para el hombre.

Los progresos que las investigaciones científicas han logrado hoy confirman plenamente tales temores. De ser sujeto y fin, el hombre, a veces, se ha convertido en objeto o incluso en "materia prima": basta recordar los experimentos de ingeniería genética, que suscitan grandes esperanzas, pero también, a la vez, muchos temores ante el futuro del género humano.

Son realmente proféticas las palabras del concilio Vaticano II, a las que recurro frecuentemente en los encuentros con el mundo de la ciencia: "Nuestra época, más que los siglos pasados, necesita esa sabiduría para que se humanicen todos los nuevos descubrimientos realizados por el hombre. El destino futuro del mundo está en peligro si no se forman hombres más sabios" (Gaudium et spes, 15). El gran desafío que se plantea a las instituciones académicas en el campo de la investigación y la didáctica consiste en formar hombres no sólo competentes en su especialización o dotados de un saber enciclopédico, sino sobre todo llenos de auténtica sabiduría. Sólo personas así formadas serán capaces de tomar sobre sus hombros la responsabilidad del futuro de Polonia, de Europa y del mundo.

Discurso en el VI  centenario de la facultad teológica de la Universidad Jaguellónica, Cracovia (Polonia), 8-6-1997, nº 4-5.

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Le Pape Jean-Paul II le souligne: toute vraie culture est source d'humanisation et le niveau de civilisation se jauge à l'aune de la défense de la vie. A l'occasion du sixième centenaire de l'Université Jaguellone, le Saint-Père insiste sur l'universalité de la culture: le "service de la pensée" est l'un des services les plus signalés qui soit rendu à l'homme et au monde. Le Pape demande aux hommes de science d'en faire un chemin de sainteté, avec un sens de la responsabilité éthique toujours plus aiguisé, une ouverture au Mystère et une reconnaissance effective de toutes les dimensions de la personne.

Pope John Paul II points out that genuine culture is something which humanizes, and that the measure of a civilization is the value it places on life. At the celebrations for the 6th. centenary of the Jagellonian university he also made reference to the cultural mission of a university, and commented that "there are few things in human life or in the life of society which are as important as a life of dedication to thought". He asked intellectuals to let their dedication to thought be a path to holiness, by constantly developing their understanding of ethical responsibility, having the courage to be open to the depths of mystery and holding on to a comprehensive view of the human person.


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