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PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA

CATEQUESIS PREPARATORIAS
PARA EL VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

(México, D.F., 16-18 de enero de 2009)

 

«La familia, formadora en los valores humanos y cristianos»

 

TEMARIO

  1. La familia, primera educadora de la fe
  2. La familia, educadora de la verdad del hombre: el matrimonio y la familia
  3. La familia, educadora de la dignidad y respeto de toda persona humana
  4. La familia, trasmisora de las virtudes y valores humanos
  5. La familia, abierta a Dios y al prójimo
  6. La familia, formadora de la recta conciencia moral
  7. La familia, primera experiencia de Iglesia
  8. Colaboradores de la familia: la parroquia y la escuela
  9. La familia y el modelo de la familia de Nazaret
  10. La familia, destinataria y agente de la nueva evangelización

ESTRUCTURA DE CADA ASAMBLEA

  1. Canto inicial

  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura bíblica
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia
  5. Reflexión del que dirige
  6. Diálogo
  7. Compromisos
  8. Oración comunitaria
  9. Oración por la familia
  10. Canto final

     

Catequesis primera:

La familia, primera educadora de la fe

 

  1. Canto inicial
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura bíblica: Hech 16, 22-34
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. Dios quiere que todos los hombres conozcan y acepten su plan de salvación, revelado y realizado en Cristo (cf. 1 Tim 1,15-16). Dios habló de muchas maneras a nuestros padres (cf. Heb 1,1; todo el AT). Llegada la plenitud de los tiempos (cf. 4,4) nos habló de modo pleno y definitivo en y por Cristo (cf. Heb 1,2-4): el Padre no tiene otra Palabra que darnos, porque nos dio la única y la última en Cristo.

2. La Iglesia ha recibido el mandato de anunciar a todos los hombres esta gran noticia: «Id al mundo entero y haced discípulos míos todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Los Apóstoles así lo entendieron y realizaron desde el día de Pentecostés, llenando con el anuncio de Cristo Muerto y Resucitado para nuestra salvación a Jerusalén (Hech cap.1-5) y a todo el mundo entonces conocido (cf. Libro de los Hechos y Cartas)

3. La familia cristiana, Iglesia doméstica, participa de esta misión. Más aún, la familia tiene como primeros y principales destinatarios de este anuncio misionero a sus hijos y familiares, como lo atestiguan las Cartas Pastorales paulinas y la praxis posterior. Los esposos santos y los padres cristianos de todos los tiempos así lo han vivido (padre de santa Teresa de Jesús, padre de santa Teresita del Niño Jesús; tantos padres de hoy). A la luz de la feliz experiencia de la Iglesia en las sociedades cristianas de Europa (cuando la familia realizó esta misión educadora con sus hijos) y a la luz también de las gravísimas repercusiones negativas que hoy se constatan (por el abandono o descuido de esta misión), es preciso que la familia vuelva a ser la primera educadora de la fe en esas naciones —hoy ya no cristianas de hecho—, en las que se está afianzando la fe y en las que se está implantando la Iglesia. El principal apostolado misionero de los padres tiene que acontecer en su misma familia, pues sería un desorden y un antitestimonio pretender evangelizar a otros, descuidando la evangelización de los nuestros. Los padres trasmiten la fe a sus hijos con el testimonio de su vida cristiana y con su palabra.

4. El núcleo central de esta educación en la fe es el anuncio gozoso y vibrante de Cristo, Muerto y Resucitado por nuestros pecados. En íntima conexión con este núcleo se encuentran las demás verdades contenidas en el Credo de los Apóstoles, los sacramentos y los mandamientos del decálogo. Las virtudes humanas y cristianas forman parte de la educación integral de la fe. (Este bagaje fundamental no se puede presuponer hoy casi nunca, ni siquiera en los países llamados «cristianos» y en los casos en los que los padres piden los sacramentos de la iniciación para sus hijos, dada la crasa ignorancia religiosa y la escasa práctica religiosa de los padres).

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis segunda:

La familia, educadora de la verdad del hombre: el matrimonio y la familia

  1. Canto inicial
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura bíblica: Gén 1, 26-28
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. La principal cuestión que debe encarar hoy la familia en la educación cristiana de sus hijos no es religiosa sino principalmente antropológica: el relativismo radical ético-filosófico. Según él, no existe una verdad objetiva del hombre y, como consecuencia, tampoco sobre el matrimonio y sobre la familia. La misma diferencia sexual, intrínseca al aspecto biológico del varón y la mujer, no se fundamenta en la naturaleza sino que se considera un simple producto cultural, que cada uno puede cambiar según sus propias concepciones. Con ello se niega y se destruye la misma existencia de la institución matrimonial y de la familia.

2. El relativismo afirma también que no existe Dios ni la posibilidad de conocerlo (ateísmo y agnosticismo), y tampoco existen normas éticas y valores permanentes. Las únicas verdades son las que dimanan de las mayorías parlamentarias.

3. Ante esta realidad tan radical y condicionante, la familia tiene hoy la ineludible tarea de trasmitir a sus hijos la verdad del hombre. Como ya ocurrió en los primeros siglos, hoy es de capital importancia conocer y comprender la primera página del Génesis: existe un Dios personal y bueno, que ha creado al hombre y a la mujer con igual dignidad pero distintos y complementarios entre sí, y les ha dado la misión de engendrar hijos, mediante la unión indisoluble de ambos en «una caro» (matrimonio). Los textos que narran la creación del hombre, ponen de manifiesto que la pareja hombre y mujer son —según el designio de Dios— la primera expresión de la comunión de personas, pues Eva es creada semejante a Adán como aquella que, en su alteridad, lo completa (cf. Gén 2,18) para formar con él una «sola carne» (cf. Gén 2,24). Al mismo tiempo, ambos tienen la misión procreadora que los hace colaboradores del Creador (cf. Gén 1,28).

4. Esta verdad del hombre y del matrimonio ha sido conocida también por la recta razón humana. De hecho, todas las culturas han reconocido en sus costumbres y leyes que el matrimonio consiste sólo en la comunión de hombre y mujer, aunque, a veces, admitieran la poligamia o la poliginia. Las uniones de personas del mismo sexo han sido consideradas siempre ajenas a lo que es el matrimonio.

5. San Pablo ha descrito todo esto con trazos muy vigorosos en su carta a los Romanos, al describir la situación del paganismo de su época y el desorden moral en que había caído por no querer reconocer en la vida al Dios que había conocido con la razón (cf. Rom 1,18-32). Esta página neotestamentaria ha de ser bien conocida hoy por la familia, para no edificar su acción educadora sobre arenas movedizas. El desconocimiento de Dios lleva también a la ofuscación de la verdad sobre el hombre.

6. Los Padres de la Iglesia ofrecen doctrina abundante y son un buen ejemplo en el modo de proceder, pues tuvieron que explicar detenidamente la existencia de un Dios Creador y Providente, que ha creado el mundo, el hombre y el matrimonio como realidades buenas; y combatir los desórdenes morales del paganismo que afectaban al matrimonio y la familia.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis tercera:

La familia, educadora de la dignidad y respeto de toda persona humana

  1. Canto inicial

  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura bíblica: Jn 9, 1-11
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra —y está llamada a descubrir cada vez más profundamente—, su plena razón de ser en el misterio de Cristo. Cristo nos revela a Dios en su verdad; pero, a la vez, manifiesta también el hombre al hombre. Este hombre ha recibido de Dios una incomparable e inalienable dignidad, pues ha sido creado a su imagen y semejanza y destinado a ser hijo adoptivo. Cristo, con su encarnación se ha unido, de alguna manera, con todo hombre.

2. Por haber sido hecho imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona: no es sólo algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. Esta relación con Dios puede ser ignorada, olvidada o removida, pero jamás puede ser eliminada, porque la persona humana es un ser personal creado por Dios para relacionarse y vivir con Él.

3. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad porque ambos son imagen de Dios y porque, además, se realizan profundamente a sí mismos reencontrándose como personas a través del don sincero de sí mismos. La mujer es complemento del hombre como el hombre lo es de la mujer. Mujer y hombre se complementan mutuamente, no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico, pues sólo gracias a la dualidad de lo «masculino» y «femenino» se realiza plenamente «lo humano». Es la «unidad de los dos» la que permite a cada uno experimentar la relación interpersonal y recíproca. Además, sólo a esta «unidad de los dos» Dios le confía la obra de la procreación y la vida humana.

4. Toda la creación ha sido hecha para el hombre. En cambio, el hombre ha sido creado y amado por sí mismo. El hombre existe como un ser único e irrepetible. Es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus actos.

5. La dignidad de la persona humana —de toda persona humana— no depende de ninguna instancia humana, sino de su mismo ser, creado a imagen y semejanza de Dios. Nadie, por tanto, puede maltratar esa dignidad sin cometer una gravísima violación del orden querido por el Creador. Por lo mismo, una sociedad justa sólo puede realizarse en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana.

6. Las personas minusválidas, a pesar de sus limitaciones y los sufrimientos grabados en sus cuerpos y facultades, siguen siendo sujetos plenamente humanos, titulares de derechos y deberes, que nadie puede conculcar ni discriminar.

7. Los no nacidos son también personas desde el mismo momento de su concepción; y su vida no puede ser destruida por el aborto o la experimentación científica. Destruir la vida de un no nacido, que es completamente inocente, es un acto de suprema violencia y de gravísima responsabilidad ante Dios.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

 

Catequesis cuarta:

La familia, trasmisora de los valores y virtudes humanas

 

  1. Canto inicial

  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura bíblica; Jn 1, 43-51
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, es el lugar primario de las relaciones interpersonales, el fundamento de la vida de las personas y el prototipo de toda organización social. Esta cuna de vida y amor es el lugar apropiado en que el hombre nace y crece, recibe las primeras nociones de la verdad y del bien donde aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir ser persona. La familia es la comunidad natural donde se tiene la primera experiencia y el primer aprendizaje de la socialidad humana, pues en ella no sólo se descubre la relación personal entre el «yo» y el «tú», sino que se da el paso al «nosotros». La entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, tomar conciencia de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible. En este clima de afecto natural que une a los miembros de la comunidad familiar cada persona debe ser reconocida y responsabilizada en su singularidad.

2. La familia educa al hombre según todas sus dimensiones hacia la plenitud de su dignidad. Es el ámbito más apropiado para la enseñanza y trasmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, que son esenciales para el desarrollo y bienestar tanto de sus propios miembros como de la sociedad. En efecto, es la primera escuela de las virtudes sociales, que necesitan todos los pueblos. La familia ayuda a que las personas desarrollen algunos valores fundamentales que son imprescindibles para formar ciudadanos libres, honestos y responsables; vg. la verdad, la justicia, la solidaridad, la ayuda al débil, el amor a los demás por sí mismos, la tolerancia, etcétera.

3. La familia es la mejor escuela para crear relaciones comunitarias y fraternas, frente a las actuales tendencias individualistas. En efecto, el amor —que es el alma de la familia en todas sus dimensiones— sólo es posible si hay entrega sincera de sí mismo a los demás. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender sino sólo regalar libre y recíprocamente. Gracias al amor, cada miembro de la familia es reconocido, aceptado y respetado en su dignidad. Del amor nacen relaciones vividas como entrega gratuita, y surgen relaciones desinteresadas y de solidaridad profunda. Como demuestra la experiencia, la familia construye cada día una red de relaciones interpersonales y educa para vivir en sociedad en un clima de respeto, justicia y verdadero diálogo.

4. La familia cristiana hace descubrir a los hijos que los abuelos y ancianos no son inútiles porque no sean productivos, ni gravosos porque necesiten el cuidado desinteresado y constante de sus hijos y nietos; pues enseña a las nuevas generaciones, que además de los valores económicos y funcionales, hay otros bienes: humanos, culturales, morales y sociales que son incluso superiores.

5. La familia ayuda a descubrir el valor social de los bienes que se poseen. Una mesa, en la que todos comparten los mismos alimentos, adaptados a la salud y edad de los miembros es un ejemplo, sencillo pero eficacísimo, para descubrir el sentido social de los bienes creados. El niño va incorporando así criterios y actitudes que le ayudarán más adelante en esa otra familia más amplia que es la sociedad.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis quinta:

La familia, abierta a Dios y al prójimo

 

  1. Canto de entrada
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Ef 5, 25-33
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, para vivir y convivir con Él. Ni el ateísmo, ni el agnosticismo, ni la indiferencia religiosa son situaciones naturales del hombre ni pueden tampoco ser situaciones definitivas para una sociedad. Los hombres estamos re-ligados esencialmente a Dios, como una casa lo está respecto al arquitecto que la construyó. Las dolorosas consecuencias de nuestros pecados pueden oscurecer este horizonte, pero, más pronto o más tarde, añoramos la casa y el amor del Padre del Cielo. Nos ocurre como al hijo pródigo de la parábola: no dejó de ser hijo cuando marchó de la casa de su padre y, por eso, a pesar de todos sus extravíos, terminó sintiendo un anhelo irresistible de volver. De hecho, todos los hombres sienten siempre la nostalgia de Dios y tienen la misma experiencia que san Agustín, aunque no sean capaces de expresarla con la misma fuerza y belleza que él: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que descanse en Ti» (Confesiones, 1,1).

2. Consciente de esta realidad, la familia cristiana sitúa a Dios en el horizonte de la vida de sus hijos desde los primeros momentos de su existencia consciente. Es un ambiente que ellos respiran e incorporan. Esto les ayuda a descubrir y acoger a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia. Con plena coherencia, ya desde el primer momento de su nacimiento, los padres piden a la Iglesia el Bautismo para ellos y les llevan con gozo a recibir las aguas bautismales. Luego, les acompañan en la preparación a la Primera Comunión y a la Confirmación y les inscriben en la catequesis parroquial y buscan para ellos la escuela que mejor les eduque en la religión católica.

3. Sin embargo, la verdadera educación cristiana de los hijos no se limita a incluir a Dios entre las cosas importantes de su vida, sino que sitúa a Dios en el centro de esa vida, de modo que todas demás actividades y realidades: la inteligencia, el sentimiento, la libertad, el trabajo, el descanso, el dolor, la enfermedad, las alegrías, los bienes materiales, la cultura, en una palabra: todo, estén modelados y regidos por el amor a Dios. Los hijos tienen que habituarse a pensar antes de cada acción u omisión: «¿qué quiere Dios que haga o deje de hacer ahora?» Jesucristo confirmó la fe y convicción de los fieles de la Antigua Alianza, sobre el que consideraban como «el gran mandamiento», cuando respondió al doctor de la Ley que «el primer mandamiento es éste: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (cf. Mc 12,28; Lc 10,25; Mt 22,36s).

4. Esta educación en la centralidad del amor a Dios la realizan los padres, sobre todo, a través de las realidades de la vida diaria: rezando en familia en las comidas, fomentando en los hijos la gratitud a Dios por los dones recibidos, acudiendo a Él en los momentos de dolor en cualquiera de sus formas, participando en la misa dominical con ellos, acompañándoles a recibir el sacramento de la Reconciliación, etc.

5. La pregunta del doctor de Ley sólo incluía «cuál es el primer mandamiento». Pero Jesús, al responderle, añadió: el segundo es semejante a éste: «amarás al prójimo como a ti mismo». El amor, pues, al prójimo es «su mandamiento» y «el distintivo» de sus discípulos. Como concluía san Juan con fina psicología: «Si no amamos al prójimo a quien vemos ¿cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos?» (1 Jn 4,20).

6. Los padres han de ayudar a sus hijos a descubrir al prójimo, especialmente al necesitado, y a realizar pequeños pero constantes servicios: compartir con sus hermanos los juguetes y regalos, ayudar a los que son más pequeños, dar limosna al pobre de la calle, visitar a los familiares enfermos, acompañar a los abuelos y prestarles pequeños servicios, aceptar a las personas haciéndoles pasar por alto y perdonar las pequeñas limitaciones y ofensas de cada día, etc. Estas cosas, repetidas una y otra vez, configuran la mentalidad y crean hábitos buenos, para afrontar la vida del « prejuicio» mediante el amor a los demás, y hacerles así capaces de crear una sociedad nueva.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis sexta:

La familia, formadora de la recta conciencia moral

  1. Canto de entrada
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Ef 6, 1-17
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. El hombre actual está cada vez más persuadido de que la dignidad y vocación de la persona humana requiere que, guiado por la luz de su inteligencia, descubra los valores inscritos en su naturaleza, los desarrolle sin cesar y los realice en su vida, logrando así un progreso cada vez mayor. Ahora bien, en sus juicios sobre los valores morales, es decir, sobre lo que es bueno o malo y, por ello, sobre lo que debe hacer u omitir, no puede proceder según su personal arbitrio. El hombre, en lo más hondo de su conciencia, descubre la presencia de una ley que él no se dicta a sí mismo y a la que debe obedecer. Esta ley ha sido escrita por Dios en su corazón, de modo que, además de perfeccionarse con ella como persona, será esta ley por la que Dios le juzgará personalmente.

2. Por consiguiente, no existe verdadera promoción de la dignidad del hombre más que en el respeto del orden esencial de su naturaleza. Ciertamente, han cambiado y seguirán cambiando muchas condiciones concretas y muchas necesidades de la vida humana. Sin embargo, toda evolución de las costumbres y todo género de vida han de mantenerse dentro de los límites que imponen los principios inmutables fundados sobre los elementos constitutivos y sobre las relaciones esenciales de la vida humana; elementos y relaciones que están más allá de las contingencias históricas.

3. Estos principios fundamentales, comprensibles por la razón, están contenidos en la ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y amor. Dios hace partícipe al hombre de esta ley suya, de modo que el hombre pueda conocer más y más la verdad inmutable. Además, Cristo ha instituido a su Iglesia como columna y fundamento de la verdad y le ha dado la asistencia permanente del Espíritu Santo para que conserve sin error las verdades de orden moral e interprete auténticamente no sólo la ley positiva revelada sino también los principios morales que brotan de la misma naturaleza humana y que atañen al desarrollo y perfección del hombre.

4. Hoy son muchos los que sostienen que la norma de las acciones humanas particulares no se encuentra ni en la naturaleza humana, ni en la ley revelada, sino que la única ley absoluta e inmutable es el respeto a la dignidad humana. Más aún, el relativismo filosófico y moral niega que exista alguna verdad objetiva, tanto en el plano del ser como del actuar ético. Cada uno tendría su verdad, dado que cada uno interpreta las cosas y las conductas según su personal inteligencia y conciencia. La convivencia nos obligaría a una verdad admitida por todos, en virtud de un consenso que nos haga posible vivir en paz. Este es el fundamento de las leyes que salen de los Parlamentos democráticos. La Iglesia no tendría nada que decir y si lo hace invade un terreno que no le corresponde, amenazando peligrosamente el orden democrático.

5. Desde estas premisas se siguen dañinas consecuencias para la persona, la familia y la sociedad. Así se explica la justificación del aborto como un derecho de la mujer, los intentos de legalizar la eutanasia, el control de los nacimientos, las leyes cada vez más permisivas del divorcio, las relaciones extra-conyugales, etc. etc.

6. La familia cristiana tiene el grandísimo reto de formar en la verdad y en la rectitud la conciencia moral de los hijos, respetando escrupulosamente su dignidad y libertad, de modo que les ayude a formarse una conciencia recta sobre las grandes cuestiones de la vida humana: la adoración y respeto de Dios Creador y Salvador, el amor a los padres, el respeto a la vida, al propio cuerpo y al de los demás, el respeto de los bienes materiales y del honor del prójimo, la fraternidad entre todos los hombres, el destino universal de los bienes de la creación, la no discriminación por motivos religiosos, sociales o económicos, etc. Puntos firmes de esta enseñanza son los preceptos del Decálogo y las Bienaventuranzas.

7. Los padres deben educar hoy a sus hijos con confianza y valentía en estos valores esenciales, comenzando por el más radical de todos: la existencia de la verdad y la necesidad de buscarla y seguirla para realizarse como hombres. Otros valores claves hoy son el amor a la justicia y la educación sexual clara y delicada que lleve a una valoración personal del cuerpo y a superar la mentalidad y praxis que lo reduce a objeto de placer egoísta.

8. Condición fundamental de esta educación es crear en los hijos amor y sintonía hacia la Iglesia y, más en particular, hacia el Papa, los obispos y los sacerdotes; para que vean en ellos la preocupación de una madre buena que los quiere y sólo desea ayudarles a vivir de modo recto y digno en este mundo y gozar de la contemplación de Dios en la gloria.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis séptima:

La familia, primera experiencia de Iglesia

  1. Canto inicial
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Hech 2, 36-47
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. La Iglesia —Pueblo de Dios, Cuerpo Místico de Cristo y Templo del Espíritu Santo —es signo e instrumento universal de salvación por el triple ministerio de la evangelización, la celebración y la vivencia de la caridad. Gracias al ministerio evangelizador, la Iglesia proclama la gran Buena Noticia de que «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tim 2,4) y que para eso envió a su Hijo Único al mundo. Por el ministerio de los sacramentos de la iniciación, incorpora nuevos miembros, les robustece y alimenta; por los sacramentos de la sanación, les cura de sus pecados y les alivia en la enfermedad; por los sacramentos del Orden y del Matrimonio asegura y cuida eficazmente de sí misma y de la sociedad. Por la vivencia de la caridad, construye la fraternidad de los hijos de Dios y se hace fermento de la sociedad humana.

2. La familia es la primera experiencia de Iglesia que vive una persona, pues en ella la persona tiene una primera y elemental iniciación a la fe, recibe los primeros sacramentos y tiene la primera experiencia de la caridad.

3. En efecto, nada más nacer, los padres llevan a bautizar a sus hijos y se comprometen a educarles de modo que puedan recibir la Confirmación y la Primera Comunión, iniciándoles así en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Cuando apenas son capaces de entender algo, les enseñan las primeras oraciones, bendicen con ellos la mesa, usan signos religiosos, y les inician en los primeros rudimentos del amor a la Virgen. Cuando ya son capaces de comprender mejor, leen con ellos la Palabra de Dios y se la explican de una manera sencilla y asequible. Y les son especialmente cercanos y participes en el momento en que asumen las responsabilidades de su vocación personal, como la elección matrimonial o sacerdotal, religiosa o celibataria en medio del mundo. Desde el mismo momento de su nacimiento, les muestran un inmenso cariño y una constante dedicación, sobre todo, cuando están enfermos o tienen alguna malformación o deficiencia física o psíquica.

4. Una experiencia particularmente intensa de Iglesia en familia acontece cuando padres e hijos participan en la Misa del domingo. En ella, al reunirse con otras familias y otros hermanos en la fe, escuchan la Palabra de Dios, rezan por las necesidades de todos los necesitados y se alimentan de Cristo inmolado por nosotros. La fe crece y se desarrolla con estas experiencias tan hermosas que dan sentido a la vida ordinaria, infunden paz en el corazón.

5. En familia se viven también experiencias especiales de la Iglesia en su dimensión apostólica en algunos momentos particulares, vg: el Día de la Santa Infancia, el Domund, la Campaña del Hambre, la ayuda países subdesarrollados o azotados por grandes calamidades, terremotos, ciclones, , etc.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis octava:

Colaboradores de la familia: la parroquia y la escuela

  1. Canto de entrada
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Lc 6, 6-11
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. La educación cristiana busca, ciertamente, la madurez de la persona humana; pero busca, sobre todo, que los bautizados se hagan cada día más conscientes del don recibido de la fe; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), sobre todo, en la acción litúrgica; se formen para vivir según el «hombre nuevo» en justicia y santidad de verdad (cf. Ef 4,22-23) y así lleguen al hombre perfecto en la edad de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13) y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico; se acostumbren a dar testimonio de la esperanza que hay en ellos (cf. 1Pe 3,15) y contribuyan eficazmente a la configuración cristiana del mundo (cf. Gravissimum educationis, 2).

2. Los padres, al dar la vida a sus hijos, asumen la gravísima obligación de educarles y, a la vez, reciben el derecho de ser sus primeros y principales educadores. A ellos corresponde, por tanto, formar un ambiente familiar animado por el amor, la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación integral de los hijos. Por ello, la familia es —como ya se ha dicho en las catequesis anteriores— la primera escuela de las virtudes sociales que todas las sociedades necesitan, el espacio donde los hijos aprenden desde los primeros años a conocer y adorar a Dios y amar al prójimo, el ámbito donde se tiene la primera experiencia de la sociedad humana y de la Iglesia, y el medio más eficaz para introducir a los hijos en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. La trascendencia de la familia cristiana es, pues, realmente extraordinaria para la vida y el progreso de la Iglesia; tanto que, cuando falta, es muy difícil suplirla.

3. Pero la familia no se basta a sí misma para realizar su misión sino que necesita la ayuda del Estado. Es obligación de la sociedad civil tutelar los derechos y deberes de los padres y de los demás que intervienen en la educación, colaborar con ellos, completar —cuando no es suficiente el esfuerzo de los padres y de otras sociedades— la obra de la educación según el principio de subsidiariedad y atendiendo los deseos de los padres, y crear escuelas e institutos propios según lo exija el bien común. El Estado, por tanto, lejos de ser antagonista o entrar en conflicto con los padres, debe ser su mejor aliado y colaborador, aportando todo y sólo lo que los padres no pueden aportar y hacerlo en la dirección que indiquen los padres. Esta colaboración leal y eficaz ha de darse también en los profesores de todos los centros de educación, sean privados o públicos. De esta colaboración saldrán beneficiados los hijos, en primer lugar; pero también la misma sociedad y la escuela, porque esos hijos serán mañana mejores ciudadanos y muchos de ellos harán verdaderas aportaciones al progreso de la escuela.

4. La familia necesita también de la parroquia. Los padres, en efecto, realizan la educación en la fe, sobre todo, por el testimonio de su vida cristiana, especialmente por la experiencia de amor incondicional con que aman a los hijos y por el amor profundo que éstos se tienen entre sí; lo cual es un signo vivo del amor de Dios Padre. Además, según su capacidad, están llamados a dar una instrucción religiosa, generalmente de carácter ocasional o no sistemática; la cual llevan a cabo descubriendo la presencia del misterio de Cristo Salvador del mundo en los acontecimientos de la vida familiar, en las fiestas del año litúrgico, en la actividad que los niños realizan en la escuela, en la parroquia y en las agrupaciones, etcétera. Sin embargo, necesita la ayuda de la parroquia, porque la vida de fe va madurando en los hijos en la medida en que se va incorporando, de una manera consciente, en la vida concreta del Pueblo de Dios, lo cual acontece sobre todo en la parroquia. Es ahí donde el niño y el adolescente, primero, y luego el adulto, celebra y se alimenta con los sacramentos, participa en la Liturgia y se integra en una comunidad dinámica de caridad y apostolado. Por eso, la parroquia ha de ponerse siempre al servicio de los padres —no a la inversa—, especialmente en los sacramentos de la Iniciación cristiana.

5. Familia, escuela y parroquia son tres realidades que quedan integradas y conjuntadas por la educación que deben recibir los hijos. Cuanto mayor sea la mutua colaboración e intercambio, y más afectuosas sean las relaciones, tanto más eficaz será la educación de los hijos.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis novena:

La familia y el modelo de la familia de Nazaret

  1. Canto de entrada
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Lc 2, 41-52
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. Las noticias que nos han trasmitido los Evangelios sobre la familia de Nazaret son escasas, pero muy ilustrativas.

2. Es una familia constituida sobre la base del matrimonio entre José y María. Ellos estuvieron realmente casados, como señalan san Mateo y san Lucas; y vivieron así hasta el fallecimiento de José. Jesús era hijo verdadero de María. San José no era padre natural —porque no lo engendró— ni adoptivo, sino putativo, es decir: era considerado por los vecinos de Nazaret como padre de Jesús, debido a que la gente ignoraba el misterio de la Encarnación y a que José estaba casado con María. Esta realidad tiene hoy gran importancia, debido a las legislaciones civiles y a la cultura ambiental, tan favorables a las uniones de hecho, a las meramente civiles, a otras formas, al divorcio, etc. La familia de Nazaret se presenta hoy como ejemplo de pareja formada por un hombre y una mujer, unida por amor de una forma permanente y con una dimensión pública.

3. La familia de Nazaret vivió como una familia más de ese pueblo. Es decir, de una manera sencilla, humilde, pobre, trabajadora, amante de las tradiciones culturales y religiosas de su nación, profundamente religiosa y alejada de los centros del poder religioso y civil. Un viajero que visitara Nazaret y desconociera los hechos que conocemos nosotros, no encontraría ningún detalle que distinguiese a la sagrada familia del resto de las familias: ni en la vivienda que usaban, ni en el modo de vestir, ni en la comida, ni en la presencia en los actos religiosos que se celebraban en la sinagoga, ni en nada. Dios nos ha querido revelar que la vida corriente y de cada día es el lugar donde Él nos espera para que le amemos y realicemos su proyecto sobre nosotros. El secreto es vivir «esa» vida con el mismo amor y constancia que la sagrada Familia.

4. Los Evangelios de la infancia no dilucidan la profesión que ejerció san José: herrero, carpintero, artesano, ... En cambio, señalan claramente que era un trabajador manual y que se ganaba la vida trabajando. María se dedicaba, como todas las mujeres casadas, a moler y cocer el pan de cada día, atender las labores domésticas del hogar y prestar pequeños servicios a los demás. De Jesús no dicen nada, pero dejan suponer que ayudaba a María y, más tarde, a san José en sus trabajos manuales. La familia de Nazaret vivió lo que hoy llamamos «el evangelio del trabajo»; es decir: el trabajo como realidad maravillosa que da una participación en la obra creadora de Dios, que sirve para sacar adelante la propia familia y ayudar a los demás, y para santificarse y santificar por medio de él. También en esto es un modelo perfecto para la familia actual. Muchas siguen viviendo igual que ella y otras, pese al trabajo de la mujer fuera del hogar y a la tecnificación de las tareas domésticas sigue siendo fundamentalmente igual.

5. La familia de Nazaret era una familia israelita profundamente creyente y practicante. Al igual que hacía el resto de familias piadosas, rezaban siempre en cada comida, iban cada semana a escuchar la lectura y explicación del Antiguo Testamento en la sinagoga, subían a Jerusalén para celebrar la fiestas de peregrinación, como la Pascua y Pentecostés, rezaban tres veces al día el famoso credo hebraico «Escucha Israel».

De este modo, también hoy, la bendición de la mesa a la hora de las comidas, la participación semanal en la misa del domingo y la lectura de la Sagrada Escritura siguen siendo fundamentales para que la familia cristiana realice su misión educadora.

6. La vida de la familia de Nazaret estaba totalmente centrada en Dios: Dios lo era todo para ella. Cuando todavía eran novios, José se fió de Dios, cuando le reveló por medio del ángel que la gravidez de María era obra del Espíritu Santo. De casados, María y José tuvieron que oír del hijo al que acababan de encontrar, tras días de angustiosa búsqueda, estas palabras: «Por qué me buscabais. ¿No sabías que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Ellos no lo entendieron, pero lo aceptaron y trataron de encontrar su sentido. María, por su parte, no se derrumbo en la fe cuando vio a su hijo clavado en la cruz como un criminal e insultado por los jefes del pueblo. La familia cristiana, cuya vida es siempre un cuadro de luces y sombras, encuentra la paz y la alegría cuando sabe ver a Dios en ello, aunque no acierte a comprenderlo.

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

Catequesis décima:

La familia, destinataria y agente de la nueva evangelización

 

  1. Canto de entrada
  2. Oración del Padre Nuestro
  3. Lectura de la Biblia: Hech 18, 23-28
  4. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia

1. «La futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica» (Discurso de Juan Pablo II a la III Asamblea general de obispos de América Latina, 1979). Más aún, la familia es el corazón de la Nueva Evangelización (cf. Discurso de Juan Pablo II a los Obispos de África encargados de la pastoral familiar, 1992). La historia de la Iglesia lo confirma desde sus orígenes. Un caso típico es el de san Agustín, convertido por la gracia de Dios implorada con las lágrimas abundantes de su madre, santa Mónica. La familia realiza «su misión de anunciar el evangelio, principalmente mediante la educación de los hijos» (EV 92).

2. La misión evangelizadora de la familia está radicada en el Bautismo y recibe una nueva forma con la gracia sacramental del matrimonio.

3. La tarea evangelizadora de la familia cristiana se hace especialmente necesaria y urgente en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha crecido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de hacer de hecho imposible una verdadera práctica religiosa. Esa geografía se encuentra principalmente en los países comunistas y ex comunistas y en los países del llamado primer mundo. La Iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis sobre las verdades más fundamentales.

4. La familia tiene un modo específico de evangelizar, hecho no de grandes discursos o lecciones teóricas, sino mediante el amor cotidiano, la sencillez, la concreción y el testimonio diario. Con esta pedagogía trasmite los valores más importantes del Evangelio. Mediante este método, la fe penetra como por ósmosis, de una manera tan imperceptible pero tan real, que incluso convierte a la familia en el primero y mejor seminario de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al celibato en medio del mundo.

5. El servicio de los cónyuges y padres cristianos a favor del Evangelio es esencialmente un servicio eclesial. Es decir, está enraizado y derivado de la única misión de la Iglesia y está orientado a la edificación del Cuerpo de Cristo. Por eso, el ministerio de evangelización de la familia ha de estar en comunión y armonizarse responsablemente con los servicios de evangelización y catequesis de la diócesis y de la parroquia.

6. Este carácter eclesial requiere que la misión evangelizadora de la familia cristiana posea una dimensión misionera y católica, en plena conformidad con el mandato universalista de Cristo: «Id por todo el mundo y predicad e Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15) Por eso, incluso es posible que algunos padres se sientan urgidos a llevar el Evangelio de Cristo «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), como ocurrió en las primeras comunidades cristianas. En cualquier caso, dentro del mismo ámbito familiar debe realizarse una actividad misionera, anunciando el Evangelio a los familiares no creyentes y alejados o respecto a las familias que no viven con coherencia el matrimonio.

7. La familia cristiana se hace comunidad evangelizadora en la medida en que acoge el Evangelio y madura en la fe. «Igual la Iglesia, la familia debe ser un espacio donde el Evangelio es trasmitido y desde donde éste se irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembros evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido...Una familia así se hace evangelizadora de otras familias y del ambiente en que vive» (EN 71).

  1. Reflexión del que dirige
  2. Diálogo
  3. Compromisos
  4. Oración comunitaria
  5. Oración por la familia
  6. Canto final

 

Fuentes:

— Vaticano II: Constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes; declaración Gravissimum educationis

— Pablo VI: Humanae vitae

— Juan Pablo II: Familiaris consortio; Gratissimam sane; Evangelium Vitae

— Benedicto XVI: Varios discursos alusivos a la familia

Catecismo de la Iglesia Católica

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

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