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CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

LA MISIÓN PROCREATIVA Y EDUCATIVA
DE LA FAMILIA HOY

Ennio Cardenal Antonelli
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

Salamanca, 17 de marzo de 2009

 

1) Introducción

Gracia y paz a vosotros de parte del Señor Jesucristo. Con estas palabras de San Pablo, en los dos mil años de su nacimiento, expreso mi saludo y mi amistad fraterna a Su Excelencia el Señor Obispo de Salamanca, a Su Excelencia el Señor Nuncio Apostólico y a todos vosotros aquí presentes. Estoy feliz de estar aquí en Salamanca, ciudad bellísima y gloriosa por su escuela filosófica y teológica. Aquí ha comenzado la reflexión moderna sobre los derechos fundamentales del hombre, conquista decisiva y de validez perenne en el camino hacia la auténtica democracia y la paz.

Hoy la facultad de Teología de Salamanca, fiel a su historia, ha organizado un encuentro de estudio que, en definitiva, tiene la finalidad de defender la dignidad de la persona humana y los derechos fundamentales que de ella derivan. Ha sido presentada la instrucción “Dignitas personae” de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones de bioética. El titulo mismo del documento “Dignitas personae”, la Dignidad de la Persona, indica el criterio que se encuentra a la base de la doctrina de la Iglesia y que orienta el discernimiento y el juicio ético sobre las modernas biotecnologías. A cada persona humana individual, sujeto espiritual y corporal, llamado a vivir como hijos de Dios, se debe un respeto incondicionado. Cuando la técnica es respetuosa de la persona y al servicio de su vida y de su desarrollo, entonces es moralmente buena, se acepta y se estimula. Cuando, en cambio, manipula y usa instrumentalmente al ser humana en vista de alguno objetivo diferente de él mismo, entonces es moralmente reprobable y se debe rechazar. Es según esta lógica que el documento dice “sí” a las técnicas que ayudan a la fecundidad y al acto conyugal sin sustituirlo; si a las terapias con células madre adultas; en cambio dice “no” a la fecundación artificial “in vitro”, al aborto selectivo y a las terapias con células madre embrionales.

La dignidad de la persona humana es también a la base de la identidad de la familia y de su misión procreativa y educativa, sobre la cual deseo reflexionar junto con vosotros esta tarde, siguiendo algunas perspectivas que han resultado en el reciente VI Encuentro Mundial de las Familias en Ciudad de México.

 

2) Un contexto cultural y social difícil

En los últimos decenios se ha difundido una cultura desfavorable a la familia, cuyas principales características son las siguientes:

a) Relativismo. Hay opiniones personales o socialmente dominantes, históricamente mutables. No existen la verdad y el bien objetivos, en base a los cuales se deben orientar las tendencias, los deseos y los afectos. No hay una ley natural, racional y valida para todos, que exprese las exigencias auténticas del crecimiento humano, de la socialidad, de la felicidad.

b) Subjetivismo libertario (libertinismo). No es la verdad la que hace libres, como enseña el Evangelio (Jn 8, 31), sino que es la libertad la que nos hace verdaderos, es decir espontáneos. Ser autónomos no significa seguir la ley interior de la razón, obrar por convicción y por amor de Dios y de los demás, sino ser sin ley, seguir los deseos subjetivos, los impulsos, las emociones, las sensaciones. La libertad, entendida como pura elección subjetiva, es enfatizada y exaltada; no se da cuenta que de esta manera la libertad frecuentemente termina por ser destructiva y la persona esclava de sus instintos y del conformismo social.

c) Igualitarismo. Si el valor supremo es la libertad de elección, todos son iguales, porque todos tienen el poder de hacer sus propias elecciones. La igual dignidad no se fundamenta en la verdad y en la realidad de la persona, sino en la reducción del sujeto humano a libertad de elección, negando la importancia de las diferencias naturales como es la de los sexos. Según la ideología del gender, el ser hombre y el ser mujer son sobretodos realidades culturales, mutables según la situación histórica y a la pareja homosexual debería reconocérsele la misma dignidad y los mismos derechos de la pareja heterosexual.

d) Individualismo. Justamente se considera al hombre como un sujeto individual e irrepetible; pero no se tiene cuenta suficientemente de su constitutivo ser en relación con los demás, que le son necesarios para nacer, desarrollarse y llegar a su plenitud. Los demás son vistos más como extraños o competencia y no como una ayuda indispensable. Esto conduce al egocentrismo, al narcisismo, a la búsqueda del placer y de la utilidad inmediata, a la indiferencia hacia los demás y al bien común. A buscar la autoafirmación sin los demás y aun en contra los demás.

e) Utilitarismo. El obrar se orienta no según el criterio personalista (el verdadero bien de las personas, mi verdadero bien y el de los demás), sino según el criterio utilitarista (aquello se sirve a mi placer y mi interés). La lógica del mercado, legitima y válida en el campo económico, invade también otras dimensiones de la vida. Las relaciones con los demás tienden a hacerse cada vez más instrumentales y calculadas en vista del propio beneficio. La relación hombre-mujer, cuando no es totalmente mercantilizada con la prostitución, puede degradarse, también en el matrimonio, en coincidencia más o menos precaria de dos egoísmos. El deseo mismo de tener hijos puede estar contaminado por motivaciones interesadas, como de la aseguración de la vejez o del narcisismo y la vanidad.

f) Consumismo. El desarrollo de la sociedad se basa cada vez más en el producir y en el consumir lo más posible. La plenitud de la persona no consiste en el proyectar, construir, ser creativos, comprometerse, aun con sacrificio, en vista de algún ideal importante; sino en el consumir cosas y experiencias en la mayor cuantidad posible. Se remueve el pensamiento de que al final podría encontrarse con la soledad, el vacío, el fracaso, en lugar de la satisfacción de haber realizado algo valioso en comunión con los demás y con Dios.

g) Individualismo institucionalizado. La política y las leyes actualmente miran a los individuos y ignoran a la familia y a sus exigencias de pequeña comunidad. El trabajo y la economía se organizan a medida de individuos en lo que se refieres a horarios, lugares, movilidad, contractos y despidos, salarios. El trabajo doméstico se reconoce socialmente productivo sólo si es desarrollado por las empleadas del hogar o las babysitter. La madre de deja el trabajo externo para dedicarse al cuidado de los hijos, se encuentra con el empobrecimiento personal y de la familia. Frecuentemente los impuestos tienen en cuenta sólo las entradas y no las personas (hijos) a cargo; penalizan a las parejas casadas respecto a las uniones de hecho; penalizan, en igualdad de rédito imponible, la familia de un solo rédito respecto a la familia con dos réditos.

 

3) Crisis de la familia hoy

En este contexto cultural y social la familia respira mal. Sufre una grave crisis en cuanto a su identidad y su misión procreadora y educativa.

a) Crisis de identidad. La familia es considerada no como un sujeto social con derechos y deberes, sino como un hecho absolutamente privado; no como una comunidad peculiar, sino como una suma de individuos que habitan en la misma casa; no como un entramado de relaciones profundas entre los sexos (hombre-mujer) y entre las generaciones (padres-hijos), sino como una convergencia más o menos duradera de afectos y de intereses. El matrimonio como pacto públicamente reconocido (y como sacramento) pierde importancia; se multiplican las uniones de hecho y las parejas homosexuales. No faltan las ideologías, para las cuales la familia sería un residuo histórico del pasado e incluso destinada a desaparecer en un futuro próximo.

b) Crisis de su misión procreadora. En Europa (y también en otras áreas geográficas) está ocurriendo una preocupante caída demográfica. El índice medio de fecundidad por mujer ha descendido a 1,56 -uno coma cincuenta y seis- (en Italia incluso 1,2 –uno coma dos-), muy por debajo de la cuota de sustitución generacional que es de 2,1 (dos coma uno) hijos por mujer. Por ello se prevé un envejecimiento de la población con pesadas consecuencias económicas, sociales y culturales. Dentro de cuarenta años por cada anciano de más de 65 (sesenta y cinco) años habrán sólo dos trabajadores, que deberán proveer a asegurarle la pensión, media pensión cada uno: cosa insostenible, si se piensa que ya ahora se tienen grandes dificultades con cuatro trabajadores por un solo pensionado mayor de 65 (sesenta y cinco) años. Resultará problemática la asistencia de los ancianos que requerirá mayores recursos no sólo económicos, sino también humanos. Disminuirán los servicios gratuitos en el ámbito sanitario y escolar. Se debilitará la transmisión del patrimonio cultural nacional, precisamente mientras se estarán difundiendo otras culturas traídas por los inmigrantes. En razón de estas perspectivas más bien inquietantes comienza a despertarse en Europa una renovada, aunque aún débil, atención a la familia.

Inquietantes son además las perspectivas sobre la dignidad de la procreación humana que se abren con el empleo desordenado de las nuevas biotecnologías. Las señala con autoridad el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe "Dignitas personae", hoy aquí comentada. Comienzan a referirlas concretamente los medios de comunicación. Es de los días pasados la descripción en los diarios de una extraña actividad comercial. Dos bancos de semen, con sede central en Dinamarca, frecen a las mujeres la posibilidad de comprar on-line esperma masculino, eligiendo el donador ampliamente publicitado: raza, color del cabello, de los ojos y de la piel; cualidad del bronceado; corpulencia física delgada y atlética (altura 1,92m –uno coma noventa y dos metros-; peso 75 kg setenta y cinco kilogramos-; latidos del corazón 52-cincuenta y dos-); exitoso profesional; elevada inteligencia de tipo científico; preferencia por los autos deportivos; abuela longeva muerta a los 91 (noventa y un) años. El esperma es enviado al médico de confianza de la adquiriente o a la clínica donde ocurrirá la fecundación artificial. Se paga con tarjeta de crédito y el costo es de 275 (doscientos setenta y cinco) a 350 (trescientos cincuenta) euros según los casos más 300 (trescientos) euros por la expedición del contenedor en hidrógeno seco. Si además se desea también la fotografía y la grabación de la voz, se necesitan otros 75 (setenta y cinco) euros. De 1991 (mil novecientos noventa y uno) a la fecha el más grande banco de esperma, Cryos, habría procurado doce mil embarazos. Cualquier comentario es superfluo.

c) Crisis de la misión educativa. Está a la vista de todos aquello que el Santo Padre Benedicto XVI ha llamado "Emergencia educativa" con sus consecuencias: el degrado ético y la disgregación social. Se señalan las siguientes causas de este fenómeno tan preocupante: el relativismo cultural, la invadencia de los medios de comunicación, la inadecuación de la escuela, la debilidad de la comunidad parroquial. Todas explicaciones fundamentadas; pero no se puede infravalorar la fatiga de la familia para educar: la dificultad para conciliar el trabajo con el cuidado de los hijos; la búsqueda de la autorrealización de los padres más en la profesión fuera de casa que en el rol de padre y de madre; la abdicación de la responsabilidad educativa; la falta del ejercicio de la autoridad a favor de una actitud permisiva y falsamente "amigable"; la prolongada ausencia de la figura paterna; el desacuerdo y el contraste frecuente entre los padres; en fin, aún más desastroso, las separaciones y los divorcios.

 

4) La familia comunidad de vida y amor

El amor humano en su plenitud es al mismo tiempo "eros" y "ágape", deseo y don, integrados y armonizados entre ellos (Cf. Benedicto XVI, DC 7). Se busca en el otro el propio bien, la propia felicidad y al mismo tiempo se valora al otro porque es un bien en sí mismo, se desea para él aquello que se desea para sí mismo. "Ama a tu prójimo como a ti mismo"; "haz a los otros aquello que queráis que os hagan a vosotros mismos". Yo quiero vivir plenamente y quiero que tú vivas plenamente; es bello vivir y crecer juntos. Encontrándote colmo mi necesidad; al mismo tiempo salgo de mí y me vuelvo a ti con admiración, conmoción, dedicación y servicio. Mi felicidad está en ti y en la comunión contigo, antes que en otras posibles ventajas. Esta actitud plenamente humana se distancia del egoísmo, porque no trata al otro como un instrumento y no desea realizarse a sí mismo sin el otro o en contra de él, sino solo junto con él; se distancia, por otra parte, del olvido de sí mismo, del llamado "amor puro" condenado por la Iglesia (DS 2351), porque si se sacrifica aún el propio placer, la utilidad inmediata y la misma vida terrena, en definitiva es porque se busca a sí mismo, según la lógica pascual "Quien pierde la propia vida la gana" (Cf. Benedicto XVI DC 6). En otras palabras: ni afirmar a sí mismo en contra del otro; ni afirmar al otro contra sí mismo; sino afirmarse a sí mismo y al otro juntos en la comunión. El amor enseña Santo Tomás de Aquino es "virtus unitiva", energía unificante en el respeto de la alteridad y de la libertad del otro.

La familia actúa en sí misma y pone en la sociedad la lógica del amor, que es deseo y don al mismo tiempo, una lógica muy diferente de la lógica utilitarista del mercado finalizada únicamente al propio beneficio y basada en el intercambio contractual y calculado. En la familia las personas son amadas por sí mismas: y, si hay una atención preferencial, es por los más débiles: niños, enfermos, minusválidos, ancianos. Se concilian libertad y solidaridad, el bien de cada uno y el bien común. Las diferencias son enriquecimiento mutuo.

La familia armoniza y valora en la comunión las diferencias humanas fundamentales: la diferencia de los dos sexos hombre – mujer y las diferencias de las generaciones padres – hijos. El marido es un don para la mujer y viceversa la mujer es un don para el marido; los padres son un don para los hijos y viceversa los hijos son un don para los padres. El amor, en cuanto energía unificante en la valoración de la alteridad, mueve a las personas a salir de sí mismas, a moverse hacia la comunión, a hacer más intensa y más amplia la comunión. El niño nace egocéntrico; el adolescente concentra su atención especialmente en los amigos del mismo sexo; el joven se orienta hacia el otro sexo y llega a constituir el ligamen estable de pareja en el matrimonio; los cónyuges se abren juntos a la acogida de los hijos. Se trata de un camino hacia la comunión y hacia la alteridad al mismo tiempo. Se intuye como la vocación de las personas al amor tenga en la familia su vía ordinaria. Se intuye cómo la dimensión unitiva y procreativa del amor conyugal juntos se integren como momentos de una misma dinámica, dirigida a reconocer al cónyuge y al hijo como valores en sí mismos.

La dignidad de la persona humana exige, tanto que el cónyuge sea acogido con su identidad sexual, como que se mantenga abierta la disponibilidad a acoger un posible hijo. Don y acogida total y recíproca de los cónyuges; don y acogida común del hijo. El recurso a medios artificiales, para evitar absolutamente un hijo o por el contrario para tenerlo a cualquier costo, conduce fuera de la lógica del don.

Finalmente, la dinámica del amor va más allá de la generación de los hijos y se prolonga en su educación. La familia educa en modo propio y con una eficacia tal que la convierte en escuela primaria e insustituible de humanidad y de vida cristiana. Educa en un clima de amor y de confianza, con el ejemplo y el testimonio, con la experiencia vivida y el ejercicio cotidiano. Por ello los valores y las normas éticas, el evangelio y la fe cristiana no se quedan en enseñanzas teóricas; no son padecidas como imposiciones desde el exterior; sino que se interiorizan y asimilan como exigencias de vida y de crecimiento auténtico.

La dinámica del amor-comunión alimenta en todos los miembros de la familia, especialmente en los hijos, las virtudes personales, sociales y cristianas: confianza en los demás, en la vida, en Dios; autoestima; respeto por la dignidad de la persona humana, justicia, servicio, laboriosidad, cuidado de los más débiles, perdón; reciprocidad, diálogo, sinceridad, fidelidad, cooperación, solidaridad, ejercicio de la autoridad como servicio, obediencia generosa; sentido religioso; actitud de fe; experiencia de la presencia y del amor de Dios y de Cristo; oración y escucha de la palabra de Dios; conversión permanente y crecimiento espiritual.

Todos los miembros de la familia contribuyen a favorecer la maduración de las virtudes humanas y cristianas; pero es peculiar la responsabilidad de los padres. Una buena relación educativa comporta ternura y afecto, racionalidad y autoridad. Es importante que ambos padres estén presentes junto a sus hijos; cultiven el diálogo con ellos; sean afectuosos y generosos sin ser permisivos; que sean exigentes y con autoridad sin ser duros; se mantengan coherentes y concordes en sus comportamientos y en las reglas que se establecen y que se hacen observar; sepan decir "sí" o "no" en el momento oportuno. Un acompañamiento atento e inteligente estimulará a los hijos a insertarse en la realidad sin ser frenados por el narcisismo perezoso, frágil e incapaz de afrontar los desafíos y las pruebas de la vida; los ayudará a abrirse sin temor a los demás y a su diversidad, a desarrollar personalidades equilibradas, sólidas y confiables, constructivas y creativas.

En síntesis: la vocación de la familia es vocación a la comunión en el amor recíproco y a la misión procreativa y educativa. Desgraciadamente en muchas familias esta vocación se realiza sólo parcialmente, en muchas otras fracasa completamente. Pero, gracias a Dios, no faltan tampoco las familias en las que esta vocación se realiza plenamente. Su testimonio es motivo de esperanza y un precioso punto de referencia para todos.

 

5) La familia sujeto de evangelización

En un mundo secularizado y religiosamente indiferente (materialismo práctico) sólo se puede evangelizar con posibilidades reales de buenos resultados si los cristianos practicantes se empeñan seriamente en vivir cada vez más el Evangelio, en dar un testimonio significativo, en profesar abiertamente la fe, como lo ha pedido Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris missio. Es necesario despertar en ellos la responsabilidad misionera como la que tenían los cristianos de los primeros siglos. Ellos advertían en sí mismos la urgencia de compartir la fe con los demás y podían repetir con San Pablo "El amor de cristo nos apremia al considerar que uno murió por todos" ("Cor 5,14). Entonces el evangelio pasaba de modo espontáneo de persona a persona, de la mujer al marido y viceversa, de los padres a los hijos y viceversa, del esclavo al patrón y viceversa; se difundía de casa en casa, de un ambiente a otro, de una ciudad a otra.

El apostolado personal y familiar de los cristianos es el más persuasivo y capilar. La familia puede evangelizar en casa mediante la oración y la escucha común de la palabra de Dios, el diálogo y la edificación mutua; en su ambiente mediante las relaciones con los vecinos, los parientes, los amigos, los colegas de trabajo y otros referentes sociales; en la parroquia mediante la participación fiel en la Misa dominical, la colaboración sistemática en el camino catequético de los hijos, la participación en las actividades de formación, caritativas, recreativas, la participación en encuentros para las familias, en grupos, movimientos y asociaciones, la animación de itinerarios de educación de los jóvenes para el amor y la preparación de los novios para el matrimonio, la cercanía a las familias en dificultad.

Es necesario que los sacerdotes vean a las familias no sólo como objeto que evangelizar, sino como sujeto evangelizador, como recurso precioso para la Iglesia. Es necesario desarrollar una pastoral para y con las familias, una pastoral no sectorial, sino transversal a todos los sectores pastorales.

Como Pontificio Consejo para la Familia, en una lógica de servicio a la comunión entre las iglesias particulares, buscaremos recoger, señalar y poner en circulación las experiencias pastorales más significativas, para que sirvan de estimulo e inspiración para nuevas y fecundas experiencias.

 

6) La familia sujeto de socialización

La familia sana produce muchos bienes personales y sociales: la generación de hijos de la cual depende el futuro mismo de la sociedad; una vida satisfaciente para todos sus miembros; la educación para el amor y de las diversas virtudes humanas y sociales; la transmisión de la lengua, del patrimonio cultural de la nación, de la fe religiosa. Por el contrario la familia enferma, incompleta o desintegrada, produce numerosos daños: descenso de los nacimientos, mala educación, marginación de los más débiles, pobreza, inseguridad, depresión, disgregación social, violencia, desviaciones, conflictividad.

Al respecto, en el reciente Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México, he escuchado algunos datos estadísticos muy interesantes. A pesar de referirse a países muy diferentes entre sí (Canadá, Estados Unidos, Guatemala, Chile), los porcentajes dan indicadores convergentes acerca de la contribución de las familias sanas a la sociedad civil. Resulta que en todas partes la pareja hombre-mujer unida en matrimonio, estable y duradero, ofrece ventajas sociales mucho mayores respecto a las uniones de hecho y a las madres solteras. La pareja casada comporta para los hijos mayores posibilidades de buena educación, más asidua frecuencia a la escuela, mayor éxito en los estudios, más seguro y elevado éxito profesional, menor probabilidad de delincuencia, menor tabaquismo, alcoholismo y drogadicción. Además, comporta menor mortalidad infantil, mayor salud física y equilibrio psíquico para los hijos y para los mismos padres, menos depresión para las mujeres, menos suicidios, mayores expectativas de vida (especialmente para los hombres), mayor productividad en el trabajo, mayor rédito económico, mayor número de propietarios de casa, menos probabilidades para las mujeres de caer en la pobreza, menores costos sociales para el Estado. Ateniéndose a tales investigaciones, parece verificado y verificable empíricamente que las familias sanas contribuyen valiosamente a crear bienes relacionales y económicos y por tanto a promover la cohesión y el desarrollo de su país. Es, por tanto, interés público que la familia esté fundada en el matrimonio y sea sana.

Hasta ahora política y economía se han interesado poco o nada en la familia como tal. Es hora de darse cuenta que la familia para cumplir su misión tiene necesidad de ayuda jurídica, cultural, económica. No es difícil hacer, a título de ejemplo, un elenco de intervenciones deseables a favor de la familia: tutela de su identidad de frente a otras formas de convivencia, facilidades para el acceso a la vivienda, oportunidades de trabajo, incentivos (por ejemplo reducciones fiscales) a las empresas que buscan conciliar los tiempos de trabajo con los de la vida familiar (mediante flexibilización de horarios, atención a los resultados más que a los horarios, interacción del trabajo en casa con el de la empresa, etc.), equidad en los impuestos, reconocimiento aún económico del trabajo doméstico para el cuidado de los hijos, servicios de sostenimiento educativo y asistencial, libertad de elegir la escuela sin agravio de cargas económicas. Más en general es deseable que los políticos al elaborar las leyes, al hacer los programas, al realizar provisiones, escuchen no sólo a las fuerzas sociales, sino también a las asociaciones que representan a las familias y tutelan y promueven sus derechos. En síntesis: es deseable una política para y con las familias.

Con respecto al ámbito civil, el Pontificio Consejo para la Familia está examinando la posibilidad y la utilidad de promover en varios países investigaciones sociológicas, en acuerdo con las Conferencias Episcopales y a través de instituciones científicas locales, para resaltar los beneficios sociales que aporta la familia sana y los daños sociales que produce la familia desintegrada, de modo que se sensibilice a la opinión pública y a la política para sostener a la familia.

 

7) Conclusión

Las dificultades son grandes tanto en la vertiente pastoral como en la vertiente civil. Es necesario movilizar a las parroquias, a las instituciones culturales, a los hombres de fe y de buena voluntad. La causa merece un empeño convencido, generoso, perseverante.

El futuro de la Iglesia y de la sociedad pasa por la familia. Muchas gracias.

 

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