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PONTIFICIO CONSIGLIO PER LA FAMIGLIA

JORNADAS DE LAS FAMILIAS

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La familia y su misión educativa

Conferencia de
S. Em. el Card. Ennio Antonelli
Presidente del
Pontificio Consejo para la Familia

Barcelona 7 de mayo de 2009

 

1) Saludo

Con un sentimiento vivo y caluroso de fraternidad en Cristo saludo a Su Eminencia el Cardenal Arzobispo y a todos vosotros aquí presentes. Con mucho gusto ofrezco mi contribución a vuestras jornadas de reflexión y de oración, organizadas por la Delegación de Pastoral Familiar.

Invoco al Señor para que haga fructífero el empeño de la Iglesia en Barcelona a favor de las familias. Que estas pequeñas "iglesias domésticas", santuarios del amor y de la vida, sean cada vez más un Evangelio vivo, especialmente en esta ciudad, donde se está construyendo el espléndido templo de la Sagrada Familia, proyecto del grande arquitecto y Siervo de Dios Antoni Gaudí.

2) Un contexto cultural difícil.

El tema que querría desarrollar puede ser formulado así: "La familia y su misión educativa". Ante todo querría enumerar algunas tendencias culturales desfavorables a la familia y a la dignidad de la persona humana, que a causa de la globalización se difunden cada vez más en todo el mundo.

a) Relativismo ético.
b) Subjetivismo libertario.
c) Egocentrismo (Narcisismo).
d) Utilitarismo.
e) Consumismo.
f) Individualismo.
g) Cientificismo.

3) Eclipse de la persona y de la familia y emergencia educativa.

Las tendencias culturales enumeradas contribuyen a obscurecer la dignidad y la sacralidad de la persona humana y a poner en crisis a la familia en su identidad y en su misión procreadora y educativa.

No se percibe a la familia como una específica comunidad de personas, unidas por ligámenes profundos, y como un importante sujeto social con derechos y deberes, sino que se le reduce a una suma de individuos que habitan la misma casa por un cierto tiempo en una convivencia motivada por intereses individuales convergentes instaurando una convivencia más o menos duradera, heterosexual u homosexual, con o sin matrimonio.

La generación de nuevas personas no se considera como una misión de importancia vital y de alto significado moral. Es preocupante la caída demográfica en varias áreas geográficas, especialmente en Europa.

A la crisis demográfica se añade la crisis de la misión educativa de la familia: prioridad del trabajo y de la profesión fuera de casa frente al cuidado de los hijos; prolongada falta de la figura paterna; también creciente ausencia del rol materno; actitud permisiva provocada por el relativismo ético y religioso; desacuerdo entre los padres; traumas causados por las separaciones y divorcios; invasión deletérea de algunos medios de comunicación, especialmente de algunas cadenas de televisión y de Internet.

Parece que es sobre todo la falta de convicciones éticas y religiosas fuertes lo que frecuentemente impide educar a los padres (y en las escuelas a los profesores). A su vez, muchos niños y jóvenes, al crecer sin fuertes convicciones capaces de dar sentido a la vida y de alimentar la esperanza hacia el futuro, se hacen indiferentes y aburridos, profundamente infelices, privados de energía, incapaces de comunicar, aislados en un silencio existencial o aturdidos por los ruidos y emociones artificiales. Tendrían necesidad de fe religiosa y de grandes ideales humanos; tendrían necesidad, además, de un ambiente donde estos valores fueran compartidos. En cambio, se encuentran inmersos en el relativismo ético y religioso, en el pensamiento débil, en el materialismo práctico. Son inducidos a cultivar deseos de bajo perfil: las victorias del propio equipo de fútbol, la posible llegada al candelero de la televisión, la adquisición de ropa de firma, los viajes publicitados, las emociones y sensaciones del sexo. Demasiado poco para satisfacer el anhelo profundo del corazón humano, la tendencia a trascenderse a sí mismos.

Muchos adolescentes y jóvenes aparecen espiritualmente vacíos y existencialmente pobres, aún cuando a menudo pertenecen a familias de buena posición económica. Normalmente se reúnen en grupo para sentirse fuertes. Para ellos el grupo cuenta mucho más que la familia.

Por su parte, la familia con frecuencia es débil espiritualmente y a veces también desintegrada e incompleta. No tiene la autoridad ni la credibilidad necesarias para enseñar qué cosa está bien y qué cosa está mal; sobre todo no tiene la capacidad de sanar la infelicidad existencial y de infundir motivaciones y energías.

Justamente el Santo Padre Benedicto décimo sexto ha llamado la atención de la Iglesia y de la opinión pública sobre lo que él mismo ha llamado "Emergencia educativa". Se señala esta emergencia para invitar a tomar conciencia, y para asumir un esfuerzo responsable con el fin de centralizar el papel de la educación; no se busca alimentar el pesimismo. También porque muchos jóvenes (quizás la mayoría) continúan teniendo importantes valores éticos y religiosos. Estudian, trabajan, están abiertos a la solidaridad. Por otra parte, muchos padres y profesores continúan cumpliendo con su deber con empeño, sabiduría y generosidad.

4) Dignidad de la persona y comunión entre las personas.

De acuerdo con la revelación bíblica, Dios es amor y el hombre está llamado al amor: El hombre ha sido creado a imagen de Dios; está llamado a vivir como hermano de Cristo, hijo de Dios Padre, animado por el Espíritu Santo, en la comunión de una sola familia universal, que es reflejo y participación de la Trinidad divina y tendrá su cumplimiento más allá de la historia en la eternidad. Llamado a la comunión con Dios y con los otros, el hombre también está llamado a gobernar el mundo visible, es decir a transformarlo para su propio beneficio mediante la ciencia y el trabajo, interpretando y respetando el orden creado de la naturaleza y poniendo siempre en primer lugar el verdadero bien de las personas.

Con la revelación divina concuerda plenamente la reflexión racional. Todo hombre se experimenta como sujeto autoconciente y libre, espiritual y corporal, distinto de los otros y en relación constitutiva con los otros, único e irrepetible, pero necesitado de los demás para nacer y desarrollarse, insertado en el mundo y abierto al infinito. A diferencia de las cosas, no es sustituible; no es intercambiable; por ello no tiene precio y no debe estar sujeto a la lógica del mercado. No debe ser utilizado como instrumento en vista de algún fin extrínseco a él mismo. No debe ser poseído como se posee un objeto. El hombre tiene una dignidad, un valor absoluto, que exige ser reconocido y respetado por sí mismo. La única lógica adecuada frente a él es la del amor.

El amor, como nos ha recordado Benedicto XVI en su primera encíclica Deus caritas est, es al mismo tiempo eros y ágape, deseo y donación, integrados y armonizados entre sí. Amar significa querer el bien propio y junto con él, el bien de los otros, es decir, querer realizarse a sí mismo junto con los otros, no sin ellos ni mucho menos en contra de ellos. Al mismo tiempo que se tiende a la plenitud de la propia vida y de la propia felicidad, se esfuerza a servir y valorar a los demás, aún con sacrificio, acogiéndolos y donándose a ellos, sin calcular el dar y el tener, con la convicción de que los otros son un bien por sí mismos y un bien para nosotros, ahora y después en la eternidad.

El amor, enseña Sto. Tomás de Aquino, es "virtus unitiva", energía unificadora. Une a las personas en el respeto de la alteridad, más aún, valorando las diferencias. La lógica del amor es la lógica del don y de la acogida, de la comunión entre personas distintas y diversas. Porque las personas humanas son sujetos espirituales y corporales, también el amor humano es espiritual y corporal; es actitud interior que se expresa a través de palabras, de acciones concretas, de gestos significativos como la sonrisa, el estrechamiento de las manos, la caricia, el beso, el abrazo, la intimidad conyugal.

5) La vocación de la familia.

La familia es la vía ordinaria a través de la cual se desarrolla la vocación de todo hombre al amor; el primer lugar, donde se actúa la lógica del amor, que es deseo y don al mismo tiempo, el primer lugar donde se reconoce la dignidad de la persona. En la familia los hombres no buscan únicamente su propio beneficio, sino que aman a los demás como un bien en sí mismo; se dirigen el uno al otro con emoción, admiración, entrega, servicio. Si hay una atención preferencial, es para los más débiles: niños, enfermos, minusválidos, ancianos. Se busca armonizar el bien propio de cada uno con el bien común de todos, la libertad con la solidaridad.

La familia valora en la comunión las diferencias humanas fundamentales: la diferencia de los dos sexos (hombre-mujer) y la diferencia entre las generaciones (padres-hijos). El marido es un don para la esposa y viceversa la esposa es un don para el marido; los padres son un don para los hijos y viceversa los hijos son un don para los padres. El amor, en cuanto energía que unifica en la valoración de la alteridad, impulsa a las personas a salir de sí mismas, a no permanecer prisioneras del propio yo, a moverse hacia la comunión con otras personas, hacia una comunión cada vez más intensa y más amplia. La psicología evolutiva muestra que el niño nace egocéntrico, el adolescente concentra su atención especialmente en sus amigos del mismo sexo; el joven se orienta hacia el otro sexo y llega a constituir el ligame estable de pareja en el matrimonio; los cónyuges no se encierran en la relación de pareja, sino que juntos se abren a la acogida de los hijos. Se trata de un camino progresivo hacia la comunión y hacia la alteridad al mismo tiempo. Una misma dinámica lleva a reconocer el valor del otro sexo y el valor de los hijos. Don y acogida recíproca de los cónyuges; don y acogida común de ambos de los hijos. La dignidad de la persona humana exige tanto que el cónyuge sea acogido con su identidad sexual como que ambos se mantengan disponibles a acoger un eventual hijo. Separar artificialmente la dimensión unitiva del amor conyugal de la dimensión procreadora significaría negar objetivamente la dignidad del cónyuge y la dignidad de los hijos.

Finalmente la dinámica del amor va más allá de la procreación de los hijos y se prolonga en su educación. La familia educa de modo propio y con una eficacia tal que la convierte en escuela primaria e insustituible de humanidad y de vida cristiana. Educa en un clima de amor y de confianza, con el ejemplo y el testimonio, con la experiencia vivida y el ejercicio cotidiano. Por eso los valores y las normas éticas, el Evangelio y la fe cristiana no se quedan en enseñanzas teóricas; no se padecen como imposiciones del exterior; sino que son interiorizados y asimilados como exigencias de vida y de crecimiento auténtico.

En la familia, se desarrollan ideas, convicciones, afectos, modos de obrar, de relacionarse con los demás, de percibirse a sí mismos. Se aprende no solo a hacer, sino a ser.

Todos los miembros de la familia, en la dinámica de la comunión, se educan recíprocamente. Los cónyuges se educan uno a otro; los padres educan a los hijos y también los hijos educan a los padres. Sin embargo, es peculiar la responsabilidad de los padres frente a los hijos. Una buena relación educativa comporta ternura y afecto, racionabilidad y autoridad. Es importante que ambos padres estén presentes con sus hijos; cultiven el diálogo con ellos; sean afectuosos y generosos; sin ser permisivos; sean exigentes y con autoridad sin ser duros; se mantengan coherentes y concordes en las conductas y en las reglas que se establecen y se hacen observar; sepan decir sí y no en el momento oportuno.

En síntesis la vocación de la familia es vocación a la comunión en el amor recíproco y a la misión procreadora y educativa. Si bien esta vocación se realiza de hecho en muchas familias sólo parcialmente y en muchas otras falle completamente, se intuye fácilmente cómo la familia es necesaria para las personas, para el reconocimiento práctico de su dignidad, para la humanización de la sociedad. Ella alimenta en todos sus miembros las virtudes personales y sociales: confianza en los demás, justicia, servicio, cuidado de los más débiles, gratuidad, perdón, reciprocidad, diálogo, sinceridad, fidelidad, ejercicio de la autoridad como servicio, obediencia generosa, cooperación, solidaridad, laboriosidad, respeto de la naturaleza.

6) La familia cristiana en la Iglesia y en la sociedad civil.

Las familias no sólo fomentan las virtudes humanas, sino también la fe religiosa. Desde siempre y en todas partes las familias cristianas han sido la principal vía de transmisión de la fe en Dios y en Jesucristo.

No se nace cristiano; se llega a ser por gracia a través del Bautismo y de la educación. Es Cristo mismo quien hace a los cristianos. Viene al encuentro de cada persona a través de su cuerpo visible en la historia (que es la Iglesia). Concretamente viene a través de otros cristianos testigos suyos, hombres y mujeres que ya creen en Él, comenzando por los propios familiares. Quien cree se siente amado por Él y confía a Él su propia vida y su propio futuro. Mientras más grande es su fe, es más grande su fascinación por Él y su deseo de conocerlo mejor. Paga el amor con amor. El Señor Jesús llega a ser para él una presencia viva.

El cristiano adulto en la fe tiene una relación personal con Cristo; es de Cristo; le pertenece; vive conscientemente con Él, en su compañía. En este sentido el cristiano adulto es un místico. La intimidad con el Señor lo lleva a vivir cada vez más coherentemente según el Evangelio, para asemejarse a Él y participar en su vida de hijo de Dios; le infunde energías para poner en práctica la ética cristiana, que de otra manera le parecería demasiado elevada en muchos de sus aspectos y le parecería imposible de vivir; le da la fuerza de abrazar la cruz y a veces incluso de llevarla con alegría. Jesús mantiene su promesa: "La paz os dejo, la paz os doy. No como la da el mundo, yo la doy a vosotros" (Jn 14, 27). Él comunica y hace experimentar la más límpida y más duradera alegría que puede existir, la alegría de ser amados y de amar.

En nuestro mundo secularizado parece cada vez más pertinente el dicho del teólogo Karl Rahner: "El cristianismo del siglo veintiuno o será místico o no será". La pertenencia sociológica y cultural no se sostiene y no dura; sólo la relación personal con Cristo permanece. Hoy más que nunca esto es necesario para hacerse cristianos y para permanecer cristianos.

La experiencia viva y concreta de comunión con Cristo implica también la comunión fraterna entre los cristianos y la comunicación del amor y de la verdad a todos. Quien se hace uno con el Señor ama también su cuerpo eclesial y comparte su voluntad salvífica universal. Por ello el cristianismo del siglo veintiuno, en la medida en que será místico, será también comunional y misionero. Todo cristiano está llamado a participar del amor de Cristo, a acogerlo, vivirlo, llevarlo a los demás, manifestarlo con palabras y acciones de modo creíble. Esta es también la vocación de las familias cristianas, fundadas en el sacramento del matrimonio. Acogiendo la presencia de Cristo en su experiencia cotidiana llegan a ser como una pequeña iglesia, un Evangelio vivo que todos pueden leer.

En la perspectiva de un cristianismo más místico, más comunional y más misionero se intuye fácilmente la importancia de algunas experiencias pastorales que se están desarrollando en varios países y que hacen referencia a la preparación al matrimonio, a la promoción de la oración en familia, a los encuentros de familias, a la colaboración entre las familias y la parroquia, y a la valoración de las asociaciones familiares.

a) Para la preparación al matrimonio sería deseable que los breves cursos prematrimoniales se transformen cada vez más en itinerarios de fe y de vida cristiana, prolongados por todo el tiempo del noviazgo: Un coloquio inicial con el sacerdote, encuentros periódicos en un pequeño grupo (cinco o seis parejas) bajo la guía de un matrimonio cristiano, reflexión y confrontación con un subsidio de fichas preparadas especialmente, ejercicio práctico de aspectos concretos de la vida cristiana y familiar (relación con Jesucristo y con su Iglesia, oración, diálogo de pareja, conocimiento de sí mismos, servicio recíproco, perdón, amor y sexualidad, uso del dinero, espíritu de sacrificio, etc.). Se tendría así un camino de conversión y no simplemente una instrucción teórica. Además se tendría la inserción en una red de amistades valiosas entre familias y en la comunidad parroquial.

b) Para la oración en familia es deseable un relanzamiento pastoral convencido, inteligente y perseverante. La oración no es todo, pero todo depende de la oración. La oración en común abre la puerta de la casa a una especial presencia de Jesús: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).

La oración transforma y eleva progresivamente la vida personal y familiar, haciendo crecer el amor recíproco y hacia los demás. Activa la transmisión de la fe y de las virtudes cristianas de los padres a los hijos. Hace de la familia un sujeto de evangelización en su propio ambiente. Las formas de la oración pueden ser muy variadas. Sin embargo, me parece que hoy se deba promover con subsidios idóneos sobretodo la oración de escucha de la palabra de Dios para vivirla. A través de la meditación de la Sagrada Escritura, interpretada de acuerdo con la Iglesia, Dios nos dirige hoy su Palabra viviente llena del Espíritu Santo y por ello verdadera y eficaz. Tal Palabra en definitiva es Jesucristo, sujeto y contenido central de la Revelación. Por ello leyendo con fe la Escritura se realiza un encuentro con la persona de Jesucristo que viene a iluminar y a transformar nuestra vida. Leer, escuchar, reflexionar juntos, poner en práctica, para hacerse cada vez más una familia que pertenece a Cristo: "mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 8, 21). Para conectar más fácilmente las palabras escritas con Jesucristo, la Palabra Viviente, está bien seguir el año litúrgico escogiendo los textos para la meditación sobretodo de las lecturas del domingo. Puede bastar un tiempo breve para orar y escuchar juntos, hacer un discernimiento sobre la propia vida, formular algún compromiso para realizar en la vida cotidiana y para verificar en el momento oportuno en el diálogo familiar espontáneo.

c) En cuanto a los encuentros entre las familias, es deseable que se inserten orgánicamente en los programas pastorales y que sean bastante frecuentes, como antídoto a la pobreza relacional de nuestro tiempo. Encuentros periódicos en un lugar conveniente, con momentos comunes y momentos distintos para los padres y para los hijos. Encuentros de oración y de amistad, de formación y de diálogo, de convivencia y de diversión. Es necesario abrir el circuito cerrado de la familia nuclear; vencer el aislamiento construyendo una red de relaciones y de solidaridad humana y espiritualmente significativa. Los adultos y sobretodo los adolescentes tienen necesidad de interlocutores con quienes confiarse también fuera de las paredes domésticas.

d) Tales encuentros entre las familias a veces asumen la forma de pequeñas comunidades cristianas al interior de la más grande comunidad parroquial. El Directorio de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal Italiana las recomienda con estas palabras: "Resulta oportuna la obra de parejas y familias que ponen a disposición su casa para momentos de escucha de la Palabra de Dios y saben llamar a esta confrontación a otras parejas y familias del barrio o de las cercanías" (DPF 141).

Se trata de promover reuniones de carácter familiar, en casa, animadas por un matrimonio espiritualmente motivado y adecuadamente preparado y ayudado por la parroquia, con la participación de los hijos y de invitados (parientes, vecinos, amigos, colegas, alrededor de quince personas en total). Así se renueva la experiencia de los orígenes cristianos, cuando los grupos de creyentes se reunían en las casas (Cf. Rm 16, 5. 10-11. 14-15; Flm 1-2; Col. 4, 15), y se recuperan algunas funciones benéficas de la actualmente superada familia patriarcal, compuesta de varios núcleos. En vez de fatigar para crear en la parroquia actividades organizadas y artificiales, se valoran con finalidad evangelizadora las relaciones espontáneas que ya existen entre las familias.

e) Otra realidad importantísima para la pastoral familiar son las asociaciones y los movimientos eclesiales, don del Espíritu Santo para una floreciente renovación de la vida cristiana y para la nueva evangelización. Sus experiencias y sus miembros pueden reavivar también la pastoral ordinaria de las parroquias y de las diócesis. Algunas de estas agrupaciones tienen carácter específicamente familiar; pero también las otras contribuyen mucho a la vida cristiana de las familias.

f) En cuanto a la colaboración entre parroquia y familia, subrayo lo que se refiere al itinerario de la iniciación cristiana de los hijos. Se involucran a los padres durante todo el curso: algunos encuentros de preparación al bautismo de los hijos; algunos encuentros después del bautismo cada año, para ayudarlos en la educación de los niños (al menos desde los tres años en adelante); rol complementario, no sustitutivo, al de los catequistas en la catequesis de preparación a la confirmación y a la primera comunión. Así mientras se transmite la fe a los hijos, también los padres redescubren y profundizan la fe.

g) Finalmente es necesario que la acción pastoral en los diversos niveles impulse la adhesión de las familias cristianas a las asociaciones civiles de inspiración cristiana, para tutelar sus intereses y para hacerse más incisivas en el ámbito cultural, social y político.

En cuanto células fundamentales de la sociedad civil, las familias sanas producen muchos bienes sociales; en cambio las familias enfermas causan muchos males. Las investigaciones sociológicas muestran, con base en varios indicadores, que las familias sanas contribuyen fuertemente a crear bienes relacionales y bienestar económico, a promover la cohesión y el desarrollo de su nación, mientras las familias incompletas y desintegradas provocan degrado ético y desintegración social. Por tanto es de interés público que las familias sean estables y unidas, fundadas en el matrimonio entre un hombre y una mujer, capaces de cumplir su propia misión procreadora y educativa. Para este fin es necesario darles un adecuado apoyo cultural, jurídico, económico. Es deseable que los operadores de la cultura, de la comunicación, de la política y de la economía dirijan su atención a la familia, entendida como una comunidad de personas y no simplemente como una suma de individuos. Sobre todo los políticos, al hacer las leyes, los programas y las intervenciones, deberían escuchar no sólo las fuerzas sociales, sino también a las asociaciones de familias que tutelan sus intereses.

7) Perspectivas de trabajo del Pontificio Consejo para la Familia.

Como continuación del Sexto Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México, el Pontificio Consejo para la Familia está estudiando la posibilidad y la utilidad de dos iniciativas, una más dirigida al ámbito propiamente eclesial, otra más dirigida al ámbito civil. En la vertiente eclesial, en una óptica de servicio a la comunión, involucrando muchos sujetos e instituciones, se querría identificar, discernir, señalar las experiencias pastorales que se retienen más significativas y fructuosas, para que sean un estímulo y una inspiración para nuevas experiencias. En la vertiente civil se querría promover en varios países investigaciones sociológicas, en acuerdo con las Conferencias Episcopales y a través de instituciones científicas locales, para hacer emerger los beneficios sociales producidos por las familias sanas y los daños sociales producidos por las familias desintegradas, de modo que se sensibilice la opinión pública y la política para sostener la causa de la familia. Se espera que el lenguaje de los hechos pueda resultar más persuasivo que el de las ideas.

En síntesis: en la vertiente eclesial es deseable una pastoral para y con las familias; en la vertiente civil es deseable una política para y con las familias. Las dificultades son inmensas; el esfuerzo es arduo. Pero con la familia está en juego el futuro de la Iglesia y de la sociedad.

Muchas gracias.

  

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