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CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

HOMILÍA DEL CARDENAL ENNIO ANTONELLI,
PRESIDENTE DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe
Lunes, 1° de febrero de 2010

 

Saludo a todos ustedes con afecto.

Estoy muy contento de regresar aquí a la Ciudad de México después del VI Encuentro Mundial de las Familias y revivir espiritualmente aquél evento extraordinario. Estoy contento de celebrar una vez más la Santa Misa delante de la imagen de la Virgen de Guadalupe, madre, evangelizadora y patrona de México y de toda América.

En el evangelio de San Marcos hemos escuchado la narración de la curación del endemoniado de Gerasa. Jesús lo libera de una multitud de demonios. La gente del lugar queda impresionada, inquieta y estupefacta. En cambio, aquel hombre recién sanado, está lleno de gratitud y de entusiasmo; querría dejarlo todo y seguir inmediatamente a Jesús como discípulo itinerante, a la manera de los apóstoles y de los otros que lo acompañaban en su continuo andar de una ciudad a otra para predicar el evangelio. Pero Jesús no satisface este deseo; no le permite dejar su casa. Le pide, en cambio, que se convierta en misionero en su propio ambiente: "Ve a tu casa, a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo". Aquel hombre obedece y de inmediato se pone a evangelizar entre sus familiares y entre los habitantes de su territorio. "Él se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban". También él es discípulo y colaborador de Jesús, aunque  de un modo diferente al de los otros.

En este hombre, como en otros personajes del Evangelio, por ejemplo Zaqueo o Lázaro, que creyeron en Jesús, pero permanecieron en su familia y en su trabajo, podemos ver prefigurados a los cristianos laicos; mientras en el grupo itinerante, que deja la familia y el trabajo para ir con Jesús, podemos ver prefigurados a los sacerdotes y a las personas consagradas. Los unos y los otros en situaciones diversas, con carismas y responsabilidades diferentes, tienen la tarea de proclamar el Evangelio con la vida y con la palabra. “La misión – enseña Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio – se refiere a todos los cristianos" (RMi 2). “El Señor llama siempre a salir de si mismos, a compartir con los demás los bienes que tenemos, comenzando por el más precioso que es la fe” (RMi 49).

Ustedes, queridos cristianos laicos, pueden evangelizar en su familia con la oración de escucha de la Palabra di Dios, el amor recíproco, el servicio y el perdón, el diálogo y la educación de sus hijos; pueden evangelizar en las relaciones con sus vecinos, con sus parientes, con sus amigos y compañeros de trabajo; pueden evangelizar participando en la vida de su parroquia, en los movimientos y asociaciones; empeñándose en la sociedad de modo coherente con el evangelio y la doctrina social de la Iglesia. Siempre y en todas partes considérense mandados en misión, responsables no sólo de ustedes mismos, sino también de los demás,  según sus posibilidades. De la oración, de la escucha de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la relación personal con el Señor Jesús podrán recibir el coraje, la energía, la pasión, el entusiasmo que son necesarios.

Frecuentemente el empeño evangelizador de los cristianos laicos, así como el de los Obispos y el de los sacerdotes, se enfrenta con el fracaso; al menos aparentemente.

En la primera lectura del 2° libro di Samuel hemos escuchado la tragedia familiar del Rey David. Su hijo más amado, Absalón, lo traiciona; se pone a la cabeza de una revuelta para usurparle el trono. David está desolado. “Al subir por el monte de los olivos, David iba llorando, y caminaba con la cabeza cubierta y los pies descalzos”. Y, como ocurre frecuentemente, no falta quien intenta acrecentar su dolor culpabilizándolo. Un cierto Simeí le arrojaba piedras y le gritaba por la espalda “Mírate en la desgracia que te has merecido”.

Una historia siempre actual. A veces padres óptimos educan a sus hijos del mejor modo y luego quedan profundamente desilusionados y tristes porque sus hijos abandonan la recta vía y toman caminos equivocados. Frecuentemente estos padres son culpados injustificadamente por los demás, e incluso, ellos mismos se culpan a sí mismos. Así, crece su inmerecido sufrimiento.

El Rey David reacciona frente a la desventura con fe, ofreciendo a Dios su angustia y continuando a esperar en su potencia y misericordia: “Tal vez el Señor se apiadará de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones”. Dios actúa con su gracia en tiempos y modos que nosotros no podemos conocer. Aún el fracaso más trágico entre sus manos puede transformarse en algo fructuoso, rico de bien: basta recordar la cruz de Jesús. “Nosotros anunciamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos y locura para los paganos; pero para aquellos que son llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es potencia de Dios y sabiduría de Dios. En efecto, la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor 1, 23-25).

Todos estamos invitados a evangelizar con la vida y la palabra; pero no tenemos ninguna promesa que nos garantice resultados inmediatos, espectaculares y verificables. A nosotros se nos pide sembrar. Será Dios, del modo en que sólo Él conoce, quien dará valor a nuestro esfuerzo y lo hará fructuoso. Nosotros plantamos y regamos, pero es Dios quien hace crecer (Cfr. 1Cor 3, 6-7).

Morenita mía, Madre siempre Virgen, Guadalupe, que has evangelizado a este pueblo de México, y acompañas siempre a los hermanos de tu Hijo enviados a dar testimonio de Él en el mundo, intercede por nosotros, para que el Señor nos conceda una fe inquebrantable, que sostenga el edificio de nuestras vidas y de nuestras familias y un celo misionero generoso e incansable que haga arder en el amor de tu Hijo los corazones de los hombres que encontremos en nuestro camino para que se conviertan en luminarias vivas que indiquen el camino de una vida plena y gozosa, de una convivencia civil ordenada y pacífica y así todos los hombres puedan seguir esperando. Amén.

  

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