The Holy See
back up
Search
riga

CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA 

CONFERENCIA DEL CARDENAL ENNIO ANTONELLI
PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
 

La misión educativa de la familia hoy

Santiago de Compostela - 4 de septiembre de 2010

 

1. Saludo

Saludo con fraterna amistad en el Señor y con gran alegría a S. E. el Arzobispo Mons. Julián Barrio Barrio y a todos los que participáis en este encuentro. El tema sobre el que reflexionaremos juntos esta tarde es de importancia fundamental para las personas, para la sociedad y para la Iglesia. “La misión educativa de la familia hoy”: es una misión bastante difícil y al mismo tiempo más necesaria que nunca para la formación humana y cristiana. Debemos sostenerla no sólo con la reflexión y el compromiso, sino sobre todo con la oración. Que el Señor bendiga con su gracia la familia “escuela de humanidad y de vida cristiana”. Lo pedimos por intercesión de la Virgen María y de Santiago, primer evangelizador de España, defensor de la fe en el medioevo y constructor de la conciencia nacional y europea.

 

2. Crisis  de la familia en la sociedad de hoy

A partir de la revolución industrial, el trabajo productivo de bienes y de rédito, confiado sobre todo al hombre, se concentra en la fábrica y es retribuido con dinero, mientras el trabajo doméstico no retribuido se deja a la mujer. De esta forma, el hombre se aleja de la familia y abdica de su responsabilidad educativa de los hijos, privándolos del papel decisivo de la figura paterna. Por su parte, la mujer se siente económica y socialmente discriminada. Siente la tentación de homologarse al modelo masculino y de buscar también la propia afirmación personal en el trabajo extra doméstico, en la profesión y en la carrera. Percibe la familia como un obstáculo a su éxito personal, llegando a veces a renunciar al matrimonio y a los hijos. Muchas mujeres, al contrario, renuncian al trabajo o a un nivel profesional más alto, para dedicarse a los hijos y a la familia, sufriendo también ellas, con frecuencia, la incompatibilidad entre familia y trabajo.

Con la difusión de la economía de servicios y con la revolución informática, se multiplican para las mujeres las oportunidades de trabajo y, por tanto, de independencia financiera. Sin embargo, la separación entre trabajo y familia permanece muy grande; y las exigencias y los tiempos de uno difícilmente se concilian con los de la otra. Algunos incluso consideran la familia como un obstáculo a la eficacia productiva del sistema y al desarrollo social, mientras el “single” es juzgado más funcional, porque es capaz de ofrecer más movilidad, más disponibilidad de tiempo y de energías, más propensión al consumo.

En la cultura dominante se ha consolidado el proceso de privatización de la familia, considerada sobre todo como lugar de gratificación afectiva, sentimental y sexual de los adultos. Se da publicidad al bienestar individual como ideal de vida, desacreditando los vínculos estables del matrimonio y de la paternidad, promoviendo el ejercicio puramente lúdico de la sexualidad. No se tiene en cuenta la importancia de la relación estable de pareja y del bien prioritario que representan los hijos. No se concibe la familia como una pequeña comunidad, sujeto de derechos y deberes, sino como un conjunto de individuos que viven temporalmente bajo el mismo techo por convergencia de intereses; no como una riqueza para la sociedad, que se ha de valorar, sino como un conjunto de necesidades y deseos individuales, a los que se ha de proveer según las posibilidades.

En este contexto, que adquiere proporciones cada vez más preocupantes, se encuadra la triple crisis del matrimonio, de la natalidad y de la educación. El número anual de divorcios en la Unión Europea es igual a la mitad de los matrimonios. Las personas solas son ya 55 millones, que corresponden al 29% de las familias, y se prevé que pronto llegarán al 40%. Se multiplican las formas de convivencia: familias monoparentales, familias reconstruidas, convivencias de hecho, convivencias homosexuales. Y no falta quien considera la familia, fundada en el matrimonio, un residuo histórico del pasado y auspicia su desaparición en un futuro no muy lejano. En la Unión Europea 2/3 de las familias no tienen hijos; el índice medio de fecundidad por mujer es de 1,56, por debajo de la cuota de reemplazo generacional (2,1 por mujer). La insuficiencia de la educación se evidencia en la amplia difusión entre los jóvenes de actitudes negativas y comportamientos sociales equivocados. Muchos de ellos, aunque económicamente acomodados, crecen pobres de ideales y de esperanza, espiritualmente vacíos, con el solo interés por la afición deportiva, por las canciones de moda, por la ropa de firmas prestigiosas, por los viajes publicitados, por las emociones del sexo. Para vencer el aburrimiento y la inseguridad, se reúnen con frecuencia en grupos y se hacen transgresivos: prepotencia, vandalismo, droga, robos, estupros, delitos. Los hijos que crecen con un solo padre tienen más probabilidad de delinquir respecto a los que viven con su padre y su madre juntos. Una cuarta parte de los hijos con padres separados presenta problemas permanentes de equilibrio psíquico, de rendimiento escolar y de adaptación social, en una medida mayor respecto a los hijos de padres unidos, porque los niños tienen necesidad vital de ser amados por padres que se quieren.

A la crisis del matrimonio, de la natalidad y de la educación corresponde la crisis de la sociedad europea, que parece más bien cansada y decadente. La opinión pública es sensible sobre todo al mercado y a los derechos individuales. Faltan ideales, esperanza, proyectos compartidos. Faltan la alegría de vivir y la confianza en el futuro. Con el progresivo envejecimiento de la población se presentan también graves problemas económicos: disminuyen las fuerzas productivas y aumentan los gastos de jubilación, sanidad y asistencia. En el 2050 por cada 100 trabajadores habrá 75 jubilados y cada trabajador deberá proveer aproximadamente a ⅔ del sustento de un jubilado.

Para el desarrollo son necesarios el equilibrio demográfico y la formación del llamado capital humano. Es preciso tratar las cuestiones de la familia partiendo de la perspectiva de los hijos. Si se privilegiaran los niños y su bien, cambiaría la visión del divorcio, de la procreación artificial, de la pretensión de adopción por parte de singles y parejas homosexuales, de la prisa por la carrera profesional, y de la organización del trabajo, se descubriría de nuevo que la familia fundada en el matrimonio es en realidad una riqueza para la sociedad, un sujeto de interés público que no se puede equiparar con otras formas de convivencia de carácter privado.

 

3. La familia institución de la gratuidad

Los bienes pueden ser instrumentales, en cuanto queridos en función de otra cosa, o pueden ser gratuitos en cuanto queridos en sí mismos como un fin. Del primer tipo son las cosas útiles, los servicios, la tecnología, la riqueza; del segundo tipo son la contemplación de la naturaleza, la poesía, la música, el arte, la fiesta, la amistad, la oración. Tanto los bienes instrumentales como los bienes gratuitos son necesarios para la vida y la felicidad del hombre y se han de perseguir de forma ordenada según la jerarquía de valores, en el momento oportuno.

Las personas nunca se deben reducir a meros instrumentos, aunque se puedan obtener muchos beneficios de ellas. Sólo el amor gratuito está a la altura de su dignidad. Es lícito e incluso necesario, buscar en los otros la propia utilidad, pero sería egoísmo ciego y grave desorden moral reducir a esto la relación con ellos. Los otros son un bien en sí mismos y debo buscar su bien con la misma seriedad con la que busco el mío; debo responsabilizarme, según mis posibilidades, de su crecimiento humano, afrontando también el sacrificio y llevando el peso de sus límites y pecados, como hizo Jesús con todos los hombres.

Como el mercado es la institución típica del intercambio de bienes instrumentales, así la familia es la institución paradigmática de la gratuidad y del amor. En una familia auténtica cada uno considera a los otros no sólo como un bien útil para la propia vida, sino también como un bien en sí mismos, un bien insustituible, sin precio. Si existe una atención preferencial es hacia los más débiles, hacia los niños, enfermos, discapacitados, ancianos.

El amor hace compartir en la familia la vida cotidiana, el presente y el futuro, la totalidad de la vida. Integra en la relación entre los cónyuges el compromiso del matrimonio, el afecto recíproco y la atracción sexual. Lleva a los progenitores a donar a los hijos los bienes materiales y espirituales, dedicándose a su cuidado y educación.

Todos los miembros de la familia se educan recíprocamente. Los cónyuges se educan uno al otro; los padres educan a los hijos y también los hijos educan a los padres. Sin embargo, la responsabilidad de los padres con los hijos es peculiar. Una buena relación educativa lleva consigo ternura y afecto, discernimiento y autoridad. El clima de amor y de confianza, el ejemplo y la experiencia concreta, el ejercicio cotidiano, confieren a la educación familiar una especial eficacia, que hace interiorizar y asimilar los valores, las normas, las enseñanzas como exigencias vitales de crecimiento personal. Los hijos son acompañados en la superación del narcisismo infantil, en su apertura a los otros, en el modo de afrontar los desafíos y las pruebas de la vida, en su desarrollo de personalidades equilibradas, sólidas y fiables, constructivas y creativas.

La familia, en la medida en que está unida y abierta, alimenta en todos sus miembros, y especialmente en los hijos, las llamadas virtudes sociales: el respeto de la dignidad de toda persona, la confianza en sí mismos, en los otros y en las instituciones, la responsabilidad del bien propio y de los demás, la sinceridad, la fidelidad, el perdón, el compartir, la laboriosidad, la colaboración, la elaboración de proyectos, la sobriedad, la propensión al ahorro, la generosidad hacia los pobres, el compromiso hasta el sacrificio, y demás virtudes, preciosas para la cohesión y el desarrollo de la sociedad.

Las virtudes sociales influyen positivamente también en la economía. Hoy las empresas son cada vez más inmateriales y relacionales, más que capital físico, exigen recursos humanos: conocimiento, ideas nuevas, iniciativa, gusto por el trabajo, capacidad de proyectar y trabajar juntos, compromiso en favor del bien común, confianza. El mercado, institución del intercambio utilitario, tiene necesidad de energías morales, de confianza, gratuidad y solidaridad, que son generadas especialmente por la familia, institución del don. Esta es la enseñanza de Benedicto XVI en su última encíclica Caritas in Veritate: “También en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria” (Benedicto XVI, CV 36). La hipertrofia del utilitarismo, que conduce a buscar la máxima ganancia a cualquier costo, termina haciendo daño al bien común de la sociedad y perjudica la misma felicidad individual, que, en realidad, depende más de la cualidad de las relaciones que del aumento del beneficio.

 

4. Sostén cultural y político a la familia

Las familias fundadas en el matrimonio ofrecen a la sociedad bienes esenciales, mediante la generación de nuevos ciudadanos y el incremento de las virtudes sociales. Tienen derecho, por tanto, a un adecuado reconocimiento cultural, jurídico y económico. Hace treinta años Juan Pablo II lanzaba este llamamiento: “Las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de las familias. En este sentido deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia” (Juan Pablo II, Familiares Consortio, 44).

Este llamamiento no cayó en el vacío; está recibiendo una respuesta cada vez más vigorosa en las actividades de las asociaciones familiares. Actividad multiforme: animación cultural en las escuelas, en las parroquias, en las diócesis, en los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, internet); organización de acontecimientos con repercusión en la opinión pública; proyectos y experiencias piloto de ciudad amiga de las familias; presión a los responsables de las instituciones municipales, regionales, nacionales, internacionales, en favor de una administración y una política favorable a las familias; promoción de encuentros de estudio y de propuestas; seguimiento de las actividades parlamentarias; formación de políticos, de agentes de la cultura y de la comunicación social, motivados y competentes.

Por parte de la Iglesia, es necesario que la acción pastoral en los diversos niveles (nacional, diocesano, parroquial) motive con fuerza a las familias a adherir en masa a las asociaciones familiares de compromiso civil, coherentes con el Evangelio, para que tengan peso en la opinión pública y en la política.

Las asociaciones familiares de inspiración cristiana piden que la familia no sea vista como un conjunto de individuos y de necesidades individuales, sino que sea considerada como una preciosa y necesaria riqueza para la sociedad, que se ha de sostener y valorar. Se prodigan para que la maternidad y la paternidad sean revaloradas culturalmente como funciones importantes para la maduración de las personas, para la felicidad de hombres y mujeres y para el bien de los hijos y de la sociedad. Reivindican disposiciones para incentivar la estabilidad de las parejas, la natalidad y la responsabilidad educativa.

 

5. Eclipse de Dios en Europa

La Europa de hoy se presenta como el continente más secularizado. Es muy escasa la participación en las celebraciones religiosas (en particular la Misa del Domingo). Muchísima gente considera la religión poco relevante para la vida. Se difunden el ateísmo y el nihilismo, negación de Dios y de la dignidad trascendente del hombre (cfr. Fides et Ratio, 90). Se acusa a la Iglesia de ser antimoderna, enemiga del progreso, de la libertad y de la alegría de vivir, porque desaprueba las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la contracepción, el aborto, el divorcio, la homosexualidad.

A la crisis religiosa se asocia un pesado degrado ético: individualismo y subjetivismo, egoísmo que tiende a la ganancia, al poder y al placer; mentira, conflictividad, violencia, desorden económico, corrupción política, ejercicio exclusivamente lúdico de la sexualidad y la amplia crisis de la familia a la que me he referido (divorcio, convivencias irregulares, aborto, contracepción, disminución de los nacimientos, carencia educativa).

El desafío es, sin duda, duro y peligroso; pero puede ofrecer la oportunidad de una elección de la fe y de la vida cristiana más personal, consciente, libre, contracorriente, valiente. De hecho, vemos un florecer de movimientos, asociaciones, nuevas comunidades, núcleos comprometidos de cristianos y de familias cristianas en muchísimas parroquias. Son un don del Espíritu Santo, que responde a las necesidades de nuestro tiempo, y un fuerte motivo de esperanza para el futuro, energías nuevas para la nueva evangelización. Constituyen una referencia válida para los cristianos mediocres, para las familias en crisis y para los no creyentes.

Por lo demás, a pesar de la secularización, en la gente permanece una necesidad difundida de espiritualidad y la devoción popular continúa prosperando en varios Países de Europa: lo indican elocuentemente las peregrinaciones a santuarios, más llenos que nunca.

En un tiempo de crisis de las ideologías y de desconfianza en las doctrinas, el atractivo de la santidad vivida permanece intacto. En la carta apostólica Novo Millennio Ineunte, como conclusión del Gran Jubileo, Juan Pablo II afirmaba: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo que les hablen de Cristo, pero, en cierto sentido, que se lo hagan ver” (NMI, 16). Bajo esta perspectiva indicaba como prioritario y decisivo, el testimonio de las familias cristianas ejemplares. “¡Cada familia es una luz! (...). En la Iglesia y en la sociedad, ha llegado la hora de la familia. Esta está llamada a desempeñar un papel de protagonista en la tarea de la nueva evangelización” (Discurso al Encuentro Mundial de las Familias; 8.10.1994, n.6). “¡Iglesia santa de Dios, tú no puedes realizar tu misión en el mundo, sino a través de la familia y su misión!” (Discurso a las familias neocatecumenales, 30.12.1988).

 

6. La familia cristiana evangelizada y evangelizadora

La Iglesia tiene la misión de evangelizar con la vida y la palabra. Jesucristo la ha querido como luz del mundo, ciudad sobre el monte, luz en el candelabro, sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14), su cuerpo (cfr. 1 Co 12,27), es decir, su expresión visible, su sacramento, para continuar manifestando su presencia en la historia, comunicar a todos su amor, atraer a sí a los hombres y prepararlos a la salvación eterna.. La sacramentalidad de la Iglesia comprende tanto la santidad objetiva de los bienes salvíficos (Evangelio, sacramentos, eucaristía, ministerios, carismas), como la santidad subjetiva de los creyentes, en el grado en que estos acogen el amor de Cristo, lo viven, lo llevan consigo y lo manifiestan a los otros. Cooperando con la gracia del Espíritu Santo, la Iglesia consiente a Cristo actuar en ella y a través de ella en el mundo. No sólo lo anuncia, sino que en cierto modo lo hace también ver, pues ella evangeliza con lo que es y vive, no sólo con lo que hace y dice.

Dentro del sacramento general de la salvación, que es la Iglesia, la familia cristiana es sacramento particular de la comunión con Dios y entre los hombres.

Según la enseñanza de Juan Pablo II, la familia, en cuanto realidad natural, encuentra su fuente y su modelo en la Trinidad divina. “La imagen divina se realiza no sólo en el individuo, sino también en aquella singular comunión de personas que se establece entre un hombre y una mujer, unidos hasta tal punto en el amor que vienen a ser una sola carne. Está escrito, de hecho, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gn. 1,27) (Mensaje en la jornada de la paz 1994, n. 1) “El «nosotros» divino constituye el modelo eterno del «nosotros» humano, de aquel «nosotros» que está formado en primer lugar por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios” (Juan Pablo II, Gravissimum sane, 6). Cada comunión de personas, fundada en el amor es, pues, en cierto modo, un reflejo de Dios amor, uno y trino. Pero la familia lo es de forma específica, de tal modo que merece la calificación de sacramento primordial de la creación. Desde el inicio de la historia “se constituye un primordial sacramento, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Este es el misterio de la Verdad y del Amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente” (Catequesis, 20.02.1980, n. 3).

El matrimonio, que es realidad sacramental en virtud de la misma creación, ha sido elevado por Jesucristo a sacramento de la nueva y eterna alianza (cfr. Juan Pablo II, FC 19), “representación real (...) de la misma relación de Cristo con la Iglesia” (cfr. FC 13). El Señor Jesús, esposo de la Iglesia, comunica a los cónyuges su Espíritu, su amor por la Iglesia, madurado hasta el sacrificio supremo de la cruz (cfr. FC 19), de forma que su amor recíproco esté alimentado por su mismo amor nupcial, sea elevado a caridad conyugal y prefigure las bodas eternas del amor y de la alegría, cuando el Señor será “todo en todos” (1Co 15, 28) En la familia cristiana el sacramento de la nueva alianza lleva a cumplimiento el sacramento primordial de la creación; perfecciona la participación y la manifestación de la comunión trinitaria.

La familia cristiana “pequeña Iglesia” (o Iglesia doméstica) no es un modo de hablar, una metáfora, para sugerir una vaga semejanza. Se trata, en cambio, de una actuación de la Iglesia, específica y real, de una comunidad salvada y salvadora, evangelizada y evangelizadora, como la Iglesia. Escuchemos una vez más a Juan Pablo II: “(Los cónyuges) no sólo reciben el amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad salvada, sino que están también llamados a transmitir a los hermanos el mismo amor de Cristo, haciéndose así comunidad salvadora” (FC 49). La familia cristiana participa, por tanto, de la sacramentalidad de la Iglesia y también ella es sacramento de la presencia de Cristo. Como la Iglesia, evangeliza en primer lugar con lo que es y después con lo que hace y dice, participa en la misión evangelizadora comprometiendo “a sí misma en su ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor (FC 50). Su ser en Cristo comunidad de vida y de amor se refleja en todo su actuar: prestación de ayuda recíproca, procreación generosa y responsable, educación de los hijos, contribución a la cohesión y desarrollo de la sociedad, compromiso civil, servicio caritativo, compromiso de apostolado y participación en las actividades eclesiales (cfr. FC 17).

La familia cristiana ha sido desde siempre el primer camino de transmisión de la fe y también hoy tiene grandes posibilidades de evangelización. Puede evangelizar en la propia casa con el amor recíproco, la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la catequesis familiar, la edificación mutua. Puede evangelizar en su ambiente, mediante las relaciones con los vecinos, parientes, amigos, colegas de trabajo, escuela, compañeros de deporte y diversión. Puede evangelizar en la parroquia mediante la fiel participación en la Misa del Domingo, la colaboración en el camino catequístico de los hijos, la participación en encuentros de familias, movimientos y asociaciones, la cercanía a familias en dificultad, la animación de itinerarios de preparación al matrimonio. Puede evangelizar en la sociedad civil dándole nuevos ciudadanos, incrementando las virtudes sociales, ayudando a las personas necesitadas, adhiriendo a asociaciones familiares para promover una cultura y una política más favorable a las familias y a sus derechos (cfr. FC 44).

Para evangelizar no es suficiente estar bautizados; no es suficiente tampoco ser practicantes el Domingo, si no se tiene un estilo de vida coherente con el Evangelio. Se necesita una robusta espiritualidad. “Los desafíos y las esperanzas que está viviendo la familia cristiana – afirma Juan Pablo II – exigen que un número cada vez mayor de familias descubra y ponga en práctica una sólida espiritualidad familiar en la trama cotidiana de la propia existencia” (Discurso, 12.10.1988). La sólida espiritualidad de la que habla el Papa, se ha de entender como relación encendida con Cristo vivo y presente, en virtud del Espíritu; relación cultivada con la escucha de la Palabra, la participación en la Eucaristía, la frecuencia del sacramento de la Penitencia; relación vivida concretamente en las relaciones y actividades cotidianas, tanto dentro como fuera de la familia, en actitud permanente de conversión; relación de la cual se toma algo más de amor y unidad, generosidad y valor, sacrificio y perdón, alegría y belleza.

Para tener familias de “sólida espiritualidad”, evangelizadas y evangelizadoras, se precisa una seria preparación al matrimonio, como camino teórico y práctico de seguimiento del Señor Jesús y de conversión. “La preparación al matrimonio - afirma Juan Pablo II – ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo. En efecto, comporta tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata” (FC 66), respectivamente destinadas a niños y adolescentes, a los novios, a los próximos esposos. Además, Juan Pablo II desea que la preparación próxima, la de los novios, tienda a convertirse cada vez más en “un itinerario de fe” (FC 51), semejante a “un camino catecumenal” (FC 66). Esta indicación merece ser tomada en seria consideración, tratando de ofrecer, al menos, oportunidades diferenciadas, cursos breves o itinerarios prolongados, según la necesidad y la disponibilidad de las parejas. De esta forma se podrán tener familias más estables (la apropiada preparación al matrimonio disminuye un 30% las probabilidades de divorcio), familias capaces de testimoniar la fe, de realizar servicios en favor de otras familias, de animar actividades catequísticas, caritativas, culturales y sociales.

Es necesaria una seria preparación al matrimonio, pero no es suficiente. Juan Pablo II recomendaba también el acompañamiento de las parejas después del matrimonio, “el cuidado pastoral de la familia regularmente constituida” (FC 69). También esta indicación debe entrar cada vez más en la pastoral ordinaria de la comunidad eclesial mediante una variedad de iniciativas: propuesta de la oración en familia con subsidios adecuados para escuchar juntos y vivir la Palabra de Dios; encuentros periódicos entre familias para construir una red de amistad y solidaridad, humana y espiritualmente significativa; pequeñas comunidades familiares de evangelización; implicación sistemática de las familias en el itinerario de iniciación cristiana de los hijos desde el bautismo, la confirmación y hasta la comunión eucarística; promoción de asociaciones, de movimientos y de nuevas comunidades eclesiales, realidades preciosas para la formación espiritual, el apostolado y la misma pastoral ordinaria; apoyo a las asociaciones familiares de compromiso civil (FC 22).

 

7. Conclusión

En la medida en que son adultos en la fe, los cristianos comparten el amor salvífico de Cristo por todos los hombres y por todo lo que es auténticamente humano, y lo expresan mediante la oración, el sacrificio, el testimonio, el anuncio del Evangelio, la animación de las realidades terrenas. En cuanto cooperadores del Salvador, pueden de diversas formas lograr y disponer de la salvación, incluso aquellos que en la tierra no llegan a la plena adhesión a Cristo y permanecen fuera de los confines visibles de la Iglesia. Las comunidades eclesiales y las familias cristianas, valoradas por Él como sacramento, es decir, como signo suyo e instrumento, pueden tener una eficacia mucho más amplia de cuanto se puede verificar empíricamente. La perspectiva sacramental implica la evangelización, entendida como irradiación y permite mantener firme la confianza, a pesar de las dificultades y los aparentes fracasos. “La noche es obscura – afirmó Pablo VI – pero no se debe tener miedo de la noche, mientras existen fuegos encendidos que iluminan y calientan”.

 

 

top