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CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA 

DELEGACIÓN EPISCOPAL DE FAMILIA Y VIDA DE ZARAGOZA
CONGRESO “AYUDAR A LA FAMILIA HOY”
ZARAGOZA, 10-12 DICIEMBRE 2010

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LA FAMILIA IMAGEN DE DIOS,
CÉLULA VITAL DE LA IGLESIA Y DE LA SOCIEDAD

RELACIÓN DEL CARDENAL ENNIO ANTONELLI
PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
 

 

1. La vocación de la familia de revelar a Dios y su amor

Según la enseñanza de Juan Pablo II, la familia, ya como realidad sencillamente  natural, encuentra su fuente y su modelo en la Trinidad divina. “La imagen divina se realiza no sólo en el individuo, sino también en aquella singular comunión de personas que está formada por un hombre y una mujer, unidos hasta tal punto en el amor que se convierten en una sola carne. En efecto, está escrito: “a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó” (Gn 127) (Mensaje para la jornada de la paz 1994, n.1). “El nosotros divino constituye el modelo eterno del nosotros humano; de aquel nosotros que está formado en primer lugar por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios” (Juan Pablo II, Gravissimam Sane, 6). Cada comunión de personas fundada en el amor es, pues, de alguna manera un reflejo de Dios amor, uno y trino. Pero la familia lo es de forma específica. “El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios, no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios, en cuanto ser racional y libre. Significa también que el hombre y la mujer, creados como unidad de los dos en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor, y de esta forma reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. (…). En la unidad de los dos, el hombre y la mujer están llamados desde el inicio no solo a existir uno al lado del otro o simplemente juntos, sino que están llamados también a existir recíprocamente uno para el otro” (Mulieris Dignitatem, 7). Por esta reciprocidad, cada matrimonio auténtico de un hombre y de una mujer merece la cualificación de sacramento primordial de la creación. Desde el inicio de la historia “se constituye un primordial sacramento, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Éste es el misterio de la Verdad y del Amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente” (Catequesis 20.02.1980, n. 3). Además, cada matrimonio auténtico es por sí mismo signo “del amor que Dios nutre hacia el ser humano” (Angelus 6 de febrero de 1994).

El matrimonio, ya realidad sacramental en virtud de la misma creación, ha sido elevado por Jesucristo a sacramento de la nueva y eterna alianza. Como en las bodas de Caná el agua fue cambiada en vino, así el vínculo conyugal del hombre y de la mujer se ha convertido en una “comunión nueva de amor”, signo y participación de la comunión nupcial de Cristo con la Iglesia, para revelar e irradiar de forma visible y transparente en el mundo la unidad trinitaria de las personas divinas (cfr FC 19; Homilía en Río de Janeiro 4 octubre de 1997). El Señor Jesús, Esposo de la Iglesia, comunica a los cónyuges su Espíritu, su amor por la Iglesia, madurado hasta el sacrificio supremo de la cruz, de forma que su amor recíproco sea alimentado por su mismo amor nupcial, sea elevado a caridad conyugal y prefigure las bodas eternas del amor y de la alegría, cuando Dios será “todo en todos” (1Co 15, 28). “El Espíritu, que el Señor efunde, dona un corazón nuevo y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos ha amado” (FC 13), mejor aún capaces de amarse con el mismo amor de Cristo, del que participan realmente (Discurso 13 de septiembre de 1982), en cuanto “el auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo” (Concilio Vaticano II, GS 48). En la familia cristiana el sacramento de la nueva alianza lleva a cumplimiento el sacramento primordial de la creación; perfecciona la participación y la manifestación de la comunión trinitaria.

Según Juan Pablo II, la familia cristiana “pequeña Iglesia” (o Iglesia doméstica) no es un modo de decir, una metáfora, para sugerir una vaga semejanza. Se trata, en cambio, de una actuación de la Iglesia, específica y real; de una comunidad evangelizada y evangelizadora; de “una pequeña Iglesia misionera” (Angelus 4 de diciembre de 1994). “(Los cónyuges – explica ) – no sólo reciben el amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad salvada, sino que están también llamados a transmitir a los hermanos el mismo amor de Cristo, haciéndose así comunidad salvadora” (FC 49). Reciben “la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su Esposa” (FC 17). Por esto la familia cristiana participa de la sacramentalidad de la Iglesia, es también ella sacramento de la presencia de Cristo. Como la Iglesia, evangeliza en primer lugar con lo que es y después con lo que hace y dice; participa en la misión evangelizadora comprometiéndose “ella misma en su ser y actuar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor” (FC 50). Su ser en Cristo comunidad de vida y amor se refleja en todo su actuar: prestación de ayuda recíproca, procreación generosa y responsable, educación de los hijos, contribución a la cohesión y al desarrollo de la sociedad, compromiso civil, servicio caritativo, compromiso de apostolado y participación en las actividades eclesiales (cfr. FC 17).

La familia cristiana ha sido desde siempre el primer camino de transmisión de la fe y también hoy tiene grandes posibilidades de evangelización. Puede evangelizar en la propia casa con el amor recíproco, la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la catequesis familiar, la edificación mutua. Puede evangelizar en su ambiente, mediante las relaciones con los vecinos, parientes, amigos, colegas de trabajo, escuela, compañeros de deporte y diversión. Puede evangelizar en la parroquia mediante la fiel participación en la Misa del Domingo, la colaboración en el camino catequístico de los hijos, la participación en encuentros de familias, movimientos y asociaciones, la cercanía a familias en dificultad, la animación de itinerarios de preparación al matrimonio. Puede evangelizar en la sociedad civil dándole nuevos ciudadanos, incrementando las virtudes sociales, ayudando a las personas necesitadas, adhiriendo a asociaciones familiares para promover una cultura y una política más favorable a las familias y a sus derechos (cfr. FC 44).

Para evangelizar no es suficiente estar bautizados; no es suficiente tampoco ser practicantes el Domingo, si no se tiene un estilo de vida coherente con el Evangelio. Se necesita una robusta espiritualidad. “Los desafíos y las esperanzas que está viviendo la familia cristiana – afirma Juan Pablo II – exigen que un número cada vez mayor de familias descubra y ponga en práctica una sólida espiritualidad familiar en la trama cotidiana de la propia existencia” (Discurso, 12.10.1988). La sólida espiritualidad de la que habla el Papa, se ha de entender como relación encendida con Cristo vivo y presente, en virtud del Espíritu; relación cultivada con la escucha de la Palabra, la participación en la Eucaristía, la frecuencia del sacramento de la Penitencia; relación vivida concretamente en las relaciones y actividades cotidianas, tanto dentro como fuera de la familia, en actitud permanente de conversión; relación de la cual se toma algo más de amor y unidad, generosidad y valor, sacrificio y perdón, alegría y belleza.

Merece un especial acento la estrecha relación entre la Eucaristía y el matrimonio cristiano. “La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana encuentra el fundamento y el alma de su comunión y de su misión” (FC 57).

Una familia cristiana debe tener la Misa del domingo como compromiso fijo en su proyecto de vida. “No es tiempo perdido; - advierte Benedicto XVI - es, en cambio, lo que mantiene la familia verdaderamente unida, dándole su centro. El domingo es más bello, toda la semana se convierte en más bella” (Homilía 10 de septiembre de 2006).

 

2. Preparación al matrimonio

Para tener familias de “espiritualidad sólida”, evangelizadas y evangelizadoras, es necesaria una seria preparación al matrimonio, como camino teórico y práctico de seguimiento del Señor Jesús y de conversión. “La preparación al matrimonio - afirma Juan Pablo II - ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo. En efecto, comporta tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata” (FC 66), respectivamente destinadas a niños y adolescentes, a los novios, a las parejas que están cerca del matrimonio. Además, Juan Pablo II desea que la preparación próxima, la de los novios,  tienda cada vez más a ser un “itinerario de fe” (FC 51) semejante a “un camino catecumenal” (FC 66). Esta indicación merece ser tomada en seria consideración, tratando de ofrecer al menos oportunidades diferenciadas, cursos breves o itinerarios prolongados, según la necesidad y la disponibilidad de las parejas. Así se podrán tener familias más estables (la apropiada preparación al matrimonio disminuye del 30% las probabilidades de divorcio), familias capaces de testimoniar la fe, de realizar servicios a favor de otras familias, de animar las actividades catequísticas, caritativas, culturales, sociales.

Es necesario ofrecer una variedad de propuestas formativas según la disponibilidad de los novios y de los agentes pastorales, activando eventualmente también una colaboración entre parroquias cercanas e implicando las Asociaciones y los Movimientos eclesiales. El compromiso pastoral ha de ser flexible y, al mismo tiempo, decidido y creativo. Limitarse a ofrecer un mínimo igual para todos, significa empobrecer todo el tejido eclesial y social. Ciertamente, los recorridos breves son todavía los únicos realistamente practicables para la mayor parte de los novios. Es necesario, sin embargo, introducir gradualmente y difundir cada vez más los itinerarios prolongados de tipo catecumenal, que consienten un ritmo más extendido de los encuentros, una más segura interiorización de los contenidos, una participación más activa, una mayor eficacia formativa de las experiencias. En todo caso, dentro de lo posible, el método de todos los recorridos debería ser, al mismo tiempo, doctrinal y práctico (encuentros con el sacerdote; instrucciones por parte de expertos; confrontación con el testimonio vivido de esposos cristianos; diálogo de pareja; experiencias de oración; experiencias caritativas; conocimiento de sí mismo y del otro (necesidades, deseos, sentimientos, intereses, motivaciones profundas, cualidades positivas, límites y defectos) para construir el nosotros [la copia] ). Naturalmente, los objetivos fundamentales son los mismos para todos los recorridos formativos: reavivar la fe y la relación personal con el Señor, dando inicio a un proceso de conversión permanente; mostrar la belleza del matrimonio cristiano y su posible actuación, a pesar de las dificultades; promover la inserción concreta en la comunidad eclesial y en su misión evangelizadora.

Para activar recorridos prolongados de tipo catecumenal, es indispensable tener parejas de esposos que animan, acompañan, edifican con su testimonio y con su guía a los pequeños grupos. Después de un encuentro inicial de acogida y de discernimiento, el sacerdote confía a los novios a una pareja acompañante de esposos cristianos (cfr. FC 51), espiritual y pastoralmente preparada. Esta pareja de esposos reúne en un pequeño grupo cinco o seis parejas de novios, a ella confiados; anima los encuentros periódicos de oración, reflexión y diálogo con el suporte de fichas u otros subsidios; compromete a los novios a continuar en casa el diálogo de pareja y el ejercicio práctico de la vida cristiana. El pequeño grupo constituye la estructura fundamental del recorrido prolongado de tipo catecumenal, aunque, naturalmente, tiene necesidad de integrarse en experiencias de mayor influencia (conferencias, celebraciones, etc.). No resulta fácil encontrar parejas animadoras de esposos espiritualmente idóneas (por esto se precisa buscar también la colaboración de las Asociaciones, de los Movimientos eclesiales y de las Nuevas comunidades). Parece oportuno, además, que se preparen con un curso de formación específica y que estén autorizadas con un mandato del Obispo.

Benedicto XVI, en el discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia (8.2.2010) desarrolló ulteriormente las indicaciones de su predecesor sobre la preparación al matrimonio en sus tres fases distintas: “La preparación remota concierne a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Implica a la familia, la parroquia y la escuela, lugares en los que se educa a comprender la vida como vocación al amor, que después se especifica en las modalidades del matrimonio y la virginidad por el reino de los cielos, pero se trata siempre de vocación al amor. En esta etapa, además, deberá salir a la luz progresivamente el significado de la sexualidad como capacidad de relación y energía positiva que es preciso integrar en el amor auténtico. La preparación próxima concierne a quienes están prometidos y debería configurarse como un camino de fe y de vida cristiana que lleve a un conocimiento profundo del misterio de Cristo y de la Iglesia, de los significados de gracia y responsabilidad del matrimonio (cfr FC 66). La duración y las modalidades para llevarla a cabo necesariamente serán distintas según las situaciones, las posibilidades y las necesidades. Pero es de desear que se ofrezca un itinerario de catequesis y de experiencias vividas en la comunidad cristiana, que prevea las intervenciones del sacerdote y de varios expertos, al igual que la presencia de animadores, el acompañamiento de alguna pareja ejemplar de esposos cristianos, el diálogo de pareja o de grupo y un clima de amistad y de oración. Además, hay que cuidar de modo especial que en dicha ocasión los prometidos reaviven su relación personal con el Señor Jesús, especialmente escuchando la Palabra de Dios, acercándose a los sacramentos y sobre todo participando en la Eucaristía. Sólo poniendo a Cristo en el centro de la existencia personal y de pareja es posible vivir el amor auténtico y donarlo a los demás: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada", nos recuerda Jesús (Jn 15, 5). La preparación inmediata tiene lugar cuando se acerca el matrimonio. Además de examinar a los prometidos, como prevé el Derecho Canónico, podría incluir una catequesis sobre el Rito del matrimonio y sobre su significado, el retiro espiritual y la solicitud a fin de que los fieles y, en particular, quienes se preparan a la celebración del matrimonio, lo perciban como un don para toda la Iglesia, un don que contribuye a su crecimiento espiritual. Además, conviene que los Obispos promuevan el intercambio de las experiencias más significativas, estimulen un serio compromiso pastoral en este importante sector y muestren especial atención en que la vocación de los cónyuges se convierta en una riqueza para toda la comunidad cristiana y, especialmente en el contexto actual, en un testimonio misionero y profético”.

 

 

3. Acompañamiento pastoral de las familias

Una seria preparación al matrimonio es necesaria, pero no es suficiente. Juan Pablo II recomendaba también el acompañamiento de las parejas después del matrimonio, “el cuidado pastoral de la familia regularmente constituida” (FC 69). También esta indicación, confirmada, por lo demás, por Benedicto XVI (Discurso 8 de julio de 2006), debe entrar cada vez más en la pastoral ordinaria de la comunidad eclesial mediante una variedad de iniciativas: propuesta de la oración en familia con subsidios adecuados para escuchar juntos y vivir la Palabra de Dios (cfr. FC 51); visita a las familias; encuentros periódicos entre familias para construir una red de amistad y solidaridad, humana y espiritualmente significativa; vacaciones comunitarias; pequeñas comunidades familiares de evangelización con reuniones en casa, animadas por una pareja de esposos, frecuentadas por sus hijos y por invitados (parientes, vecinos, amigos, colegas) por un total de unas quince personas; fiesta de las familias; semana de la familia; celebración de aniversarios; peregrinaciones; implicación sistemática de las familias en el recorrido de iniciación cristiana de los hijos desde el bautismo, hasta la confirmación y la comunión eucarística; promoción de asociaciones, movimientos y nuevas comunidades eclesiales, realidades preciosas para la formación espiritual, el apostolado y la misma pastoral ordinaria; apoyo a las asociaciones familiares de compromiso civil (cfr. FC 22); consultorios para las familias in dificultad.

Estas sugerencias están de acuerdo con cuanto indicado en múltiples circunstancias por Juan Pablo II. Una sola cita de un importante mensaje: “En la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio he puesto de relieve que ‘entre las funciones fundamentales de la familia cristiana se coloca la función eclesial: es decir, ésta se pone al servicio de la edificación del Reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y en la misión de la Iglesia’ (FC 49). (…). La transmisión de la fe en la familia presupone en sus componentes una vida cristiana intensa, que se traduce en testimonio cotidiano, hecho de comportamientos concretos y ordinarios (…). La vida espiritual de la familia tiene necesidad de ser sostenida con medios específicos y modalidades peculiares: el contacto constante con la comunidad cristiana, (…) la santificación del domingo (…). Las diversas formas de catequesis parroquial o de participación en los movimientos de espiritualidad (…) dentro de las paredes domésticas (…), meditar juntos una página de la Escritura, leer un salmo, recitar el Rosario (…). Es preciso ayudar a las familias a madurar su fe y a traducirla en la vida. Se ha de alentar la iniciativa de algunas Conferencias Episcopales de preparar oportunos subsidios para la oración y para la meditación de la Palabra de Dios” (Mensaje a la  XII Asamblea Plenaria del CPF 29 septiembre de 1995). Por su parte, Benedicto XVI exhorta a caminar en la misma dirección: “Sólo la fe en Cristo y sólo el compartir la fe de la Iglesia salva la familia y, por otra parte, sólo si se salva la familia la Iglesia puede vivir (…). Por tanto, debemos hacer cuanto favorece a la familia: círculos familiares, catequesis familiares, enseñar la oración en familia. Esto me parece muy importante: donde se reza juntos, se hace presente el Señor, se hace presente esta fuerza que puede romper también la ‘esclerocardia’, la dureza del corazón” (Discurso 2 marzo de 2006).

 

4. La oración en familia

Merece una atención particular la invitación insistente de ambos Papas a relanzar la oración en familia. La oración común abre la puerta de casa a una especial presencia de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20). La oración trasforma y eleva progresivamente la vida personal y familiar, haciendo crecer el amor recíproco y hacia todos. Activa la transmisión de la fe y de las virtudes cristianas de padres a hijos. Convierte la familia en un sujeto de evangelización en su ambiente. Las formas de la oración pueden ser muy diversas. Creo, sin embargo, que hoy se deben promover con idóneos subsidios, sobre todo la oración de escucha de la Palabra de Dios para vivirla. Leer, escuchar, reflexionar juntos, poner en práctica, para ser cada vez más una familia que pertenece a Cristo: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).

Para unir más fácilmente las palabras escritas con Jesucristo, la Palabra Viviente, conviene seguir el año litúrgico, eligiendo los textos que se han de meditar sobre todo de las lecturas del Domingo. Puede ser suficiente también un tiempo bastante breve y una vez a la semana; se reza y se escucha juntos, se hace discernimiento sobre la propia vida, se realiza algún compromiso que se ha de cumplir en la vida cotidiana, se trae a la mente y se hace alguna verificación en el momento oportuno durante el diálogo familiar espontáneo.

 

5. Verdad y misericordia con las convivencias irregulares

Si se quiere iluminar y calentar, lo primero que se debe hacer es encender el fuego. Por esto nuestra atención se ha concentrado sobre todo en la vocación de la familia cristiana a ser “una pequeña Iglesia misionera”. Si sólo una minoría realizase esta vocación, sería el camino más eficaz de evangelización para llegar, de alguna manera, a las demás familias más o menos lejanas, para orientarlas y acercarlas al Señor Jesús. Su testimonio, su oración, su respetuosa solicitud puede hacer concreta y tangible la actitud de la Iglesia ante aquellas personas que conviven sin auténtico matrimonio, por lo que no pueden entrar en la plena comunión visible de la Iglesia, sin que, por otra parte, estén separadas.

Las personas que conviven no están en plena comunión espiritual y visible con Cristo y con la Iglesia y por ello no pueden recibir la Eucaristía y la absolución sacramental. Permanecen, sin embargo, en comunión parcial y por tanto pueden participar en la Misa y en los varios ámbitos de la vida eclesial (sin asumir, sin embargo, los ministerios de lector, acólito, catequista, ministro de la comunión, etc.)

A este respecto es oportuno recordar lo que Juan Pablo II escribió en la  Familiaris Consortio, sobre los divorciados que se han casado de nuevo: “Exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza. La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. (…). La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad” (FC 84).

La actitud de la Iglesia, escribe todavía Juan Pablo II en Reconciliatio et Penitentia, aplica  “la coexistencia y la mutua influencia de dos principios, igualmente importantes, ante estos casos. El primero es el principio de la compasión y de la misericordia, por el que la Iglesia, continuadora de la presencia y de la obra de Cristo en la historia, no queriendo la muerte del pecador sino que se convierta y viva, atenta a no romper la caña rajada y a no apagar la mecha que humea todavía, trata siempre de ofrecer, en la medida en que le es posible, el camino del retorno a Dios y de la reconciliación con Él. El otro es el principio de la verdad y de la coherencia, por el cual la Iglesia no acepta llamar bien al mal y mal al bien. Basándose en estos dos principios complementarios, la Iglesia desea invitar a sus hijos, que se encuentran en estas situaciones dolorosas, a acercarse a la misericordia divina por otros caminos, pero no por el de los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, hasta que no hayan alcanzado las disposiciones requeridas” (Reconc. et Penitentia, 34)

Se atribuye a Juan Pablo II este dicho: “No se puede rebajar la montaña; pero es necesario ayudar a las personas a subir a ella, cada una con el propio paso”. Esto significa: no a la gradualidad de la ley moral; sí a la ley de la gradualidad, porque el hombre “conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento” (FC 34).

Es tarea de la Iglesia indicar la montaña en toda su altura, es decir, enseñar integralmente (sin concesiones) la verdad objetiva sobre el bien moral, sobre los valores y las normas que se manifiestan en la divina revelación y en la naturaleza espiritual, corporal y social del hombre. Es tarea de la Iglesia, al mismo tiempo, acompañar maternalmente en la subida los pasos de las personas, es decir, ayudarlas a vivir la verdad según su capacidad de comprender y de poner en práctica. Las normas morales son iguales para todos, pero la responsabilidad ante Dios es propia de cada uno.

Es preciso no sólo enseñar la verdad, sino también educar las conciencias. Parece que se pueden dar algunas indicaciones pedagógicas para explicitar la ley de la gradualidad e indicar, al menos, los primeros pasos posibles a todos:

a) Humildad- Es necesario el deseo sincero de la verdad y del bien, porque la conciencia no puede decidir qué es el bien y qué es el mal, puede sólo reconocerlo;

b) Oración- Es necesario rezar con perseverancia para poder conocer cada vez mejor la voluntad de Dios y obtener la gracia y la fuerza de cumplirla;

c) Compromiso- Es necesario cumplir enseguida el bien que ya se es capaz de hacer, aunque con sacrificio;

d) Reflexión- Con humildad, sinceridad y perseverancia se necesita tratar de comprender el sentido y el valor que tienen las normas morales en vista de una vida plenamente humana y feliz en el amor de Dios y de los demás;

e)  Confianza- Mientras se reconoce con humildad y sinceridad ser pecadores, se conserva la confianza inquebrantable en la divina misericordia, que puede conducir a la salvación “por otros caminos”, a demás de “los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía” (Reconc. et Poenit., 34) y, todavía antes, puede conducir a superar la situación desordenada de partida, mediante elecciones valientes y hasta heroicas (recordar, por ejemplo, los separados fieles).

Esto que he indicado, son pasos para ponerse en camino y no estaciones en las que acomodarse con presuntuosa y engañosa seguridad.

 

6. La Familia riqueza para la Sociedad

En la cultura dominante se ha consolidado el proceso de privatización de la familia, considerada sobre todo como lugar de gratificación afectiva, sentimental y sexual de los adultos. Se da publicidad al bienestar individual como ideal de vida, desacreditando los vínculos estables del matrimonio y de la paternidad, promoviendo el ejercicio puramente lúdico de la sexualidad. No se tiene en cuenta la importancia de la relación estable de pareja y del bien prioritario que representan los hijos. No se concibe la familia como una pequeña comunidad, sujeto de derechos y deberes, sino como un conjunto de individuos que viven temporalmente bajo el mismo techo por convergencia de intereses; no como una riqueza para la sociedad, que se ha de valorar, sino como un conjunto de necesidades y deseos individuales, a los que se ha de proveer según las posibilidades.

En este contexto, que adquiere proporciones cada vez más preocupantes, se encuadra la triple crisis del matrimonio, de la natalidad y de la educación. El número anual de divorcios en la Unión Europea es igual a la mitad de los matrimonios. Las personas solas son ya 55 millones, que corresponden al 29% de las familias, y se prevé que pronto llegarán al 40%. Se multiplican las formas de convivencia: familias monoparentales, familias reconstruidas, convivencias de hecho, convivencias homosexuales. Y no falta quien considera la familia, fundada en el matrimonio, un residuo histórico del pasado y auspicia su desaparición en un futuro no muy lejano. En la Unión Europea 2/3 de las familias no tienen hijos; el índice medio de fecundidad por mujer es de 1,56, por debajo de la cuota de reemplazo generacional (2,1 por mujer). La insuficiencia de la educación se evidencia en la amplia difusión entre los jóvenes de actitudes negativas y comportamientos sociales equivocados. Muchos de ellos, aunque económicamente acomodados, crecen pobres de ideales y de esperanza, espiritualmente vacíos, con el solo interés por la afición deportiva, por las canciones de moda, por la ropa de firmas prestigiosas, por los viajes publicitados, por las emociones del sexo. Para vencer el aburrimiento y la inseguridad, se reúnen con frecuencia en grupos y se hacen transgresivos: prepotencia, vandalismo, droga, robos, estupros, delitos. Los hijos que crecen con un solo padre tienen más probabilidad de delinquir respecto a los que viven con su padre y su madre juntos. Una cuarta parte de los hijos con padres separados presenta problemas permanentes de equilibrio psíquico, de rendimiento escolar y de adaptación social, en una medida mayor respecto a los hijos de padres unidos, porque los niños tienen necesidad vital de ser amados por padres que se quieren.

A la crisis del matrimonio, de la natalidad y de la educación corresponde la crisis de la sociedad europea, que parece más bien cansada y decadente. La opinión pública es sensible sobre todo al mercado y a los derechos individuales. Faltan ideales, esperanza, proyectos compartidos. Faltan la alegría de vivir y la confianza en el futuro. Con el progresivo envejecimiento de la población se presentan también graves problemas económicos: disminuyen las fuerzas productivas y aumentan los gastos de jubilación, sanidad y asistencia. En el 2050 por cada 100 trabajadores habrá 75 jubilados y cada trabajador deberá proveer aproximadamente a ⅔ del sustento de un jubilado.

Para el desarrollo son necesarios el equilibrio demográfico y la formación del llamado capital humano, es decir, los nuevos ciudadanos y su sana educación. Por tanto, la familia fundada en el matrimonio es la primera riqueza social, es un sujeto de interés público, que no se puede equiparar con otras formas de convivencia de carácter privado. El desarrollo de la sociedad no depende, sobre todo, de la producción del beneficio, sino de la cualidad de las relaciones.

Los bienes pueden ser instrumentales, en cuanto queridos en función de otra cosa, o pueden ser gratuitos en cuanto queridos en sí mismos como un fin. Del primer tipo son las cosas útiles, los servicios, la tecnología, la riqueza; del segundo tipo son la contemplación de la naturaleza, la poesía, la música, el arte, la fiesta, la amistad, la oración. Tanto los bienes instrumentales como los bienes gratuitos son necesarios para la vida y la felicidad del hombre y se han de perseguir de forma ordenada según la jerarquía de valores, en el momento oportuno.

Las personas nunca se deben reducir a meros instrumentos, aunque se puedan obtener muchos beneficios de ellas. Sólo el amor gratuito está a la altura de su dignidad. Es lícito e incluso necesario, buscar en los otros la propia utilidad, pero sería egoísmo ciego y grave desorden moral reducir a esto la relación con ellos. Los otros son un bien en sí mismos y debo buscar su bien con la misma seriedad con la que busco el mío; debo responsabilizarme, según mis posibilidades, de su crecimiento humano, afrontando también el sacrificio y llevando el peso de sus límites y pecados, como hizo Jesús con todos los hombres.

Como el mercado es la institución típica del intercambio de bienes instrumentales, así la familia es la institución paradigmática de la gratuidad y del amor. En una familia auténtica cada uno considera a los otros no sólo como un bien útil para la propia vida, sino también como un bien en sí mismos, un bien insustituible, sin precio. Si existe una atención preferencial es hacia los más débiles, hacia los niños, enfermos, discapacitados, ancianos.

La familia, en la medida en que está unida y abierta, alimenta en todos sus miembros, y especialmente en los hijos, las llamadas virtudes sociales: el respeto de la dignidad de toda persona, la confianza en sí mismos, en los otros y en las instituciones, la responsabilidad del bien propio y de los demás, la sinceridad, la fidelidad, el perdón, el compartir, la laboriosidad, la colaboración, la elaboración de proyectos, la sobriedad, la propensión al ahorro, la generosidad hacia los pobres, el compromiso hasta el sacrificio, y demás virtudes, preciosas para la cohesión y el desarrollo de la sociedad.

Las virtudes sociales influyen positivamente también en la economía. Hoy las empresas son cada vez más inmateriales y relacionales, más que capital físico, exigen recursos humanos: conocimiento, ideas nuevas, iniciativa, gusto por el trabajo, capacidad de proyectar y trabajar juntos, compromiso en favor del bien común, confianza. El mercado, institución del intercambio utilitario, tiene necesidad de energías morales, de confianza, gratuidad y solidaridad, que son generadas especialmente por la familia, institución del don. Esta es la enseñanza de Benedicto XVI en su última encíclica Caritas in Veritate: “También en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria” (Benedicto XVI, CV 36). La hipertrofia del utilitarismo, que conduce a buscar la máxima ganancia a cualquier costo, termina haciendo daño al bien común de la sociedad y perjudica la misma felicidad individual, que, en realidad, depende más de la cualidad de las relaciones que del aumento del beneficio.

 

7. Promoción del compromiso civil de las familias

Las familias fundadas en el matrimonio ofrecen a la sociedad bienes esenciales, mediante la generación de nuevos ciudadanos y el incremento de las virtudes sociales. Tienen derecho, por tanto, a un adecuado reconocimiento cultural, jurídico y económico. Hace treinta años Juan Pablo II lanzaba este llamamiento: “Las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de las familias. En este sentido deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia” (Juan Pablo II, Familiares Consortio, 44).

Este llamamiento no cayó en el vacío; está recibiendo una respuesta cada vez más vigorosa en las actividades de las Asociaciones Familiares. Actividad multiforme: animación cultural en las escuelas, en las parroquias, en las diócesis, en los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, internet); organización de acontecimientos con repercusión en la opinión pública; proyectos y experiencias piloto de ciudad amiga de las familias; presión a los responsables de las instituciones municipales, regionales, nacionales, internacionales, en favor de una administración y una política favorable a las familias; promoción de encuentros de estudio y de propuestas; seguimiento de las actividades parlamentarias; formación de políticos, de agentes de la cultura y de la comunicación social, motivados y competentes.

Por parte de la Iglesia, es necesario que la acción pastoral en los diversos niveles (nacional, diocesano, parroquial) motive con fuerza a las familias a adherir en masa a las asociaciones familiares de compromiso civil, coherentes con el Evangelio, para que tengan peso en la opinión pública y en la política.

Las Asociaciones Familiares de inspiración cristiana piden que la familia no sea vista como un conjunto de individuos y de necesidades individuales, sino que sea considerada como una preciosa y necesaria riqueza para la sociedad, que se ha de sostener y valorar. Se prodigan para que la maternidad y la paternidad sean revaloradas culturalmente como funciones importantes para la maduración humana y  la felicidad de mujeres y hombres y para el bien de los hijos y de la sociedad. Reivindican disposiciones para incentivar la estabilidad de las parejas, la natalidad y la responsabilidad educativa; tratan las cuestiones de la familia especialmente partiendo de la perspectiva de los hijos, porque, si se privilegian los intereses de los niños, cambia la percepción del divorcio, de la procreación artificial, de la pretensión a la adopción por parte de los “single” y parejas homosexuales, de la prisa a la carrera profesional, de la organización del trabajo.

Las principales propuestas de las Asociaciones Familiares se pueden resumir de la siguiente manera: a) conciliación de familia y trabajo, ofreciendo una variedad de oportunidades profesionales para los dos cónyuges (por ejemplo, flexibilidad de horarios, tiempo parcial, teletrabajo, licencias y permisos) evitando tanto la obligada homologación de las funciones, como el rígido dualismo; b) mecanismos de protección para soportar el trabajo intermitente y ofrecer una razonable seguridad económica; c) servicios de cuidado de los niños y de asistencia para discapacitados y ancianos; d) detracción fiscal equitativa y adecuada no sólo a los ingresos, sino también al número de personas a cargo; ulteriores facilitaciones y descuentos para familias numerosas; f) pensión anticipada para las mujeres trabajadoras que han tenido hijos; g) prevención del aborto mediante disposiciones de sostén a la maternidad, de tal modo que se ofrezca a las mujeres una alternativa concreta; h) tutelar el derecho de los niños a tener un padre y una madre y a crecer con los dos genitores; i) derecho de los padres a elegir la escuela para sus hijos sin cargas económicas penalizadoras; l) reunificación de las familias de los migrantes. Son todas propuestas razonables a favor de las cuales los cristianos están llamados a comprometerse y sobre las cuales pueden encontrar colaboración en muchas personas de buena voluntad.

 

8. Conclusión

La familia, en la medida en que vive el amor auténtico, es imagen y reflejo de Dios Creador, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad perfecta de personas; en la medida en que acoge la caridad de Cristo Esposo de la Iglesia, es pequeña Iglesia evangelizada y evangelizadora; en la medida en que genera ciudadanos y virtudes sociales, es célula vital de la sociedad.

Nada es más humano de lo divino. Y lo que es humano es transparencia de lo divino: “El Hombre viviente es la gloria de Dios y la vida del hombres es la manifestación de Dios” (San Ireneo, Contro le Eresie 4.20,7).

 

  

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