The Holy See
back up
Search
riga

CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

ENCUENTRO DE OBISPOS RESPONSABLES
DE LA PASTORAL FAMILIAR Y DE LA VIDA
DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

BOGOTÁ, COLOMBIA, 28 DE MARZO – 1º  DE ABRIL DE 2011
____________________________________________________

HOMILÍA DEL CARD. ENNIO ANTONELLI,
PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

Bogotá, Colombia, 29 de marzo 2011
Miércoles de la III Semana de Cuaresma

 

 

1. La cuaresma es tiempo de conversión, personal y comunitaria; es tiempo de arrepentimiento, de sinceridad humilde y de confesión de los pecados. En la primera lectura hemos escuchado del libro de Daniel una parte de la oración de Azarías, una apasionada oración penitencial.  El joven Azarías, arrojado juntamente con sus dos compañeros, Ananías y Misael,  en un horno de fuego por orden de Nabucodonosor, rey de Babilonia, reza en una situación trágica, extrema: “De pie en medio del fuego, se puso a rezar así”. En una situación dramática se encuentra también su pueblo, Israel, conducido al exilio como esclavo en Babilonia. Además, también es angustiosa la situación de Israel cuando se escribe el libro de Daniel, durante la cruel persecución de Antíoco IV Epifanes.

Azarías se dirige a Dios, reconociendo con sinceridad que su pueblo ha pecado, ha traicionado la alianza: “Hoy nos sentimos humillados en toda la tierra, a causa de nuestros pecados”. Y entonces presenta a Dios el arrepentimiento humilde y el compromiso firme de conversión del pueblo: “Acepta nuestra alma arrepentida… Ahora que te seguimos, que te respetamos y buscamos tu rostro”.

Como Azarías e Israel en el exilio, también nosotros y nuestras comunidades eclesiales deberíamos reconocer y confesar que los fracasos de la evangelización, la difundida secularización, la revolución sexual y la crisis de las familias dependen no poco también de nuestra mediocridad espiritual. La Historia de la Iglesia tiene algo que decirnos a este respecto. El cristianismo de Oriente Medio, de Egipto y de África septentrional, un tiempo floreciente, ha cedido ante el choque del Islam porque se encontraba debilitado por las herejías, por los cismas, por las divisiones internas. La revolución protestante es hija también de la corrupción que penetró ampliamente en el mundo católico, comenzando por la Curia Romana. También hoy, si fuéramos más santos, más capaces de realizar el bien con sacrificio, más fieles a la enseñanza de la Iglesia, si estuviéramos más unidos en el amor fraterno, más animados por el espíritu misionero, si fuéramos más generosos en el servicio y en la solidaridad hacia los pobres, seguramente que las cosas irían mejor. Es impresionante en los escritos de algunas santas místicas encontrar la persuasión, basada en lo que les fue revelado, de que la justificación de muchos pecadores depende de la santidad de una sola persona que, a semejanza de María, sufre la pasión en unión con Jesús Crucificado, el solo Salvador, y así recibe de Él el don de una fecunda maternidad espiritual.

 

2. La Cuaresma es tiempo para pedir y obtener misericordia de Dios y para usar misericordia con el prójimo. Este mensaje nos viene del Evangelio de hoy, de la parábola del siervo despiadado.

Hay un siervo que ha contraído con su rey una deuda inmensa, hierbólica e intencionadamente inverosímil, de diez mil talentos. Merece la pena recordar que un talento equivale a 36 kilos de metal precioso y por tanto diez mil talentos equivalen a trescientas sesenta toneladas, igual a sesenta millones de sueldos diarios (para pagar la deuda el siervo debería trabajar más de doscientos mil años).

El rey, con infinita generosidad y misericordia perdona la enorme deuda. Pero aquel siervo malvado rechaza perdonar a otro siervo, compañero suyo, la deuda de cien denarios, cifra discreta, equivalente a cien jornadas de trabajo; aunque es muy poca cosa con relación a la deuda que el rey le ha perdonado a él. Su dureza de corazón lo conduce a negar el perdón al prójimo y, por tanto, también le impide recibirlo de Dios.

El amor misericordioso de Dios hacia nosotros no tiene límites; pero para acogerlo debemos ser también misericordiosos. Cristo es “el santo de Dios” (Mc 1, 24; Lc 4, 34; Gv 6, 69) y por esto es también “el amigo de los pecadores” (Mt 11, 19; Lc 7, 34). Por lo que se refiere a nosotros, cuanto más unidos estemos a Cristo, y por tanto más santos, más misericordiosos seremos con los otros; misericordiosos con los cristianos incoherentes, con los indiferentes, con quienes combaten la Iglesia, con quienes destruyen o no construyen auténticos vínculos familiares, con los promotores de ideologías y legislaciones contrarias a la familia y la vida, con los violentos, con quienes se aprovechan de los pobres. Obviamente, la misericordia es inseparable de la verdad. Se trata de desear y querer efectivamente su bien. Dios nos ha mandado, como ha mandado a Jesús, no para “condenar el mundo, sino para que el mundo se salve” (Jn 3, 17). Por lo demás, sólo Dios conoce los corazones y sabe en qué medida una persona está abierta o es refractaria a Cristo Salvador. Por nuestra parte debemos estar dispuestos al diálogo y a la acogida de todos, incluso en modo apropiado y por tanto diversificado, para que todos se sientan amados por la Iglesia y, a través, de ella, por Dios. Por ejemplo, hacia los divorciados que han establecido una nueva unión, Juan Pablo II recomienda una pastoral inspirada en los dos criterios de la verdad y de la misericordia. Los divorciados que se han unido de nuevo no pueden ser admitidos a la Eucaristía y a la absolución sacramental, mientras dura su estado de objetiva contradicción con las exigencias del matrimonio cristiano; pero se les ha de ayudar a encontrar la misericordia de Dios “por otros caminos” (Reconciliatio et Poenitentia, 34). Queriendo precisar, se les ha de ayudar a permanecer humildes, a rezar para conocer y seguir cada vez mejor la voluntad de Dios, a comprometerse cuanto antes en el bien que ya son capaces de hacer, a reflexionar para comprender el significado de las normas morales, a confiar siempre en la misericordia infinita de Dios. La Iglesia los acompaña con solicitud, espera y los invita a la esperanza.

3. La cuaresma es el tiempo favorable para reforzar la confianza en el Señor, para poderlo seguir en el camino de la cruz, sin temer las dificultades y las pruebas. La oración de Azarías en la primera lectura se concluye precisamente con una actitud de gran confianza: “Porque los que en ti confían no quedarán avergonzados… Trátanos conforme a tu bondad y a tu gran misericordia. Sálvanos como en tus maravillosas batallas, y engrandece tu fama, Señor”.

La situación de desventura y de cualquier anodadamiento es la más apta para que Dios pueda manifestar su gloria. Él crea de la nada; resucita a los muertos; concede la maternidad a la mujer estéril; levanta del polvo a los desdichados; hace justos a los pecadores. La gran estatua de Nabucodonosor es derribada y pulverizada con una pequeña piedra que se desprendió del monte y que se convirtió en una imponente montaña.

También en nuestro tiempo Dios continúa obrando con la sola lógica y con el mismo estilo. Por tanto, la desproporción entre los recursos humanos de la Iglesia y los problemas enormes del mundo, de la evangelización de los pueblos, de la secularización, de la revolución sexual y de la crisis de la familia, no debe conducirnos al desaliento, sino a un compromiso más generoso y decidido.

Juan Pablo II percibía lúcidamente la dificultad actual de la misión de la Iglesia; pero de ello sacaba estímulo para un impulso más robusto e infatigable.  “El número de los que aún no conocen a Cristo, ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado”. (Redemptoris Missio 3). “Las dificultades parecen insuperables y podrían desanimar, si se tratará de una obra meramente humana”. (Redemptoris Missio 35). Pero “la misión de los discípulos es colaboración con la de Cristo: ‘Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 29, 20). La misión, por consiguiente, no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado”. (Redemptoris Missio 23). Debemos despertar, pues, “el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos: podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu”; más aún, si es posible, nuestro paso, debe hacerse más rápido al recorrer los senderos del mundo” (Novo Millennio Ineunte, 58).

La Iglesia constituida para ser signo eficaz de salvación, sólo debe dar su cooperación a Cristo, único Salvador; cooperación con la oración, el sacrificio, el testimonio, el anuncio del Evangelio, la animación cristiana de las realidades terrenas. Sirviéndose de su cooperación, el Señor atrae a los hombres hacia Él por los caminos misteriosos e innumerables de la gracia. A nosotros, como pastores, nos corresponde dirigir la pastoral para despertar muchas energías, más o menos latentes, que existen en el cuerpo de la Iglesia. Lo que más nos debe preocupar, como decía León XIII, no es la fuerza de los malvados, sino la inercia de los Buenos (Cfr. Officio Sanctissimo).

 

top