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Sed los buenos samaritanos de los tempos modernos

1. Me complace dirigirme a todos vosotros, queridísimos hermanos y hermanas, con motivo de esta Conferencia Internacional, que es ya un tradicional punto de encuentro anual que ve reunidos con entusiamo y fidelidad a tantas personas generosas, dedicadas al mundo de la sanidad y de la salud.
Este año recordamos un aniversario particular: han transcurrido ya diez años desde la institución del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. El éxito de las Conferencias celebradas hasta ahora es una confirmación tangible de los frutos madurados gracias a la infatigable y férvida actividad desarrollada por este Dicasterio, cuya finalidad es "difundir, explicar y defender las enseñanzas de la Iglesia en materia de sanidad y de favorecer su penetración en la práctica sanitaria" (Carta Ap.
Dolentium hominum, n. 6).
Saludo afectuosamente al Cardinal Fiorenzo Angelini y le agradezco sus amables palabras con las cuales ha interpretado los sentimentos de todos los presentes. Renuevo mi más viva estima a los responsables del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios que, con asidua y constante dedicación, han promovido y organizado este encuentro.
Dirijo, además, un pensamiento de deferencia a los ilustres científicos, investigadores, estudiosos y expertos en problemas de medicina, de las ciencias biomédicas y de la moral que han ofrecido a esta reunión de estudio y de reflexión la preciosa aportación de su competencia y experiencia. Extiendo, finalmente, mi cordial bienvenida a todos los presentes.
En vuestras personas veo y saludo a todos los agentes sanitarios que, en todos los rincones del mundo, como servidores y custodios de la vida, dan testimonio de la presencia de la Iglesia al lado de las personas enfermas y de todos los que sufren.

2. Este año habéis querido desarrollar vuestras reflexiones a la luz del envío evangélico: "Vete y haz tú lo mismo: de Hipócrates al Buen Samaritano". Toda la historia de la medicina puede ser compendiada en esta doble referencia. Como recordaba, en efecto, el Papa Pío XII, de la venerada memoria, "los escritos de Hipócrates contienen, sin ninguna duda, una de las más nobles expressiones de la conciencia profesional que impone, especialmente, el respeto de la vida y la dedicación al enfermo" (Discurso a los participantes al XIV Congreso Internacional de Historia de la Medicina, 17 de septiembre 1954: Discursos y radiomensajes XVI[1953-1954], 148).
La página evangélica del Buen Samaritano enriquece la herencia hipocrática de la visión transcendente de la vida humana que es don de Dios y llamada a participar en la eterna comunión con El.
Con rigurosa atención a los graves y urgentes problemas que, en nuestro tiempo, interpelan la investigación y la ciencia médica, durante los trabajos de estos días habéis recorrido de nuevo el camino realizado a través de la historia de la asistencia sanitaria, resaltando en el encuentro entre humanismo cristiano, un factor decisivo de progreso hacia una civilización cada vez más digna de este nombre.
Además, las aportaciones científicas presentadas por estudiosos y expertos de todas las partes del mundo han demostrado que, en la atención a quien sufre y en la dedicación a procurar una calidad de vida digna de la persona, se configura una visión antropológica en la cual es posible que personas de culturas diferentes hallen un punto de encuentro. Esto es confirmado por las experiencias personales y sociales de tantos "Buenos Samaritanos" de los tiempos modernos, entre los cuales habéis querido recordar oportunamente a personas como Henry Dunant, Florence Nightingale, Albert Schweitzer, Janusz Korczack, Ildebrando Gregori, Roaul Follereau y Marcello Candia. "Quien se embarca en la navecilla del respeto a la vida - escribía Albert Schweitzer - no es un náufrago llevado a la deriva, sino un viajador intrépido que sabe dónde ir y que mantiene el timón con solidez en la justa dirección"
(La civilisation et l'éthique, 63-64).

3. De Hipócrates al Buen Samaritano, de la conciencia guiada por la razón a la razón iluminada por la fe, el anuncio del Evangelio de la Vida debe ser único; en efecto, su promoción y su defensa "no son monopolio de nadie, sino responsabilidad de todos" (Carta enc. Evangelium vitae, n. 91).
Y el hecho de que la fe en el mensaje de Cristo esté hoy llamada a sostener y a reforzar el fundamento racional del deber común de servir a la vida en todas las fases de la existencia humana es, ciertamente, un providencial signo de los tiempos. Se trata, efectivamente, de una tarea que es al mismo tiempo humana y cristiana, de tal forma que "sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles".
(ibid.).
El Buen Samaritano de la parábola evangélica interpela toda conciencia humana que aspire a la verdad y esté atenta al futuro de la humanidad. Sin embargo, el largo camino recorrido por la asistencia sanitaria no se explicaría si ésta no tuviese otro fin que la salvaguardia y la recuperación de la salud; en realidad, la asistencia sanitaria, por las raíces que se hunden en el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, es también escuela de valorización del sufrimento y del servicio al mismo.
Por ello, la parábola del Buen Samaritano pertenece tanto al Evangelio de la vida como al Evangelio del sufrimiento: "Y aquí tocamos uno de los puntos claves de toda la antropología cristiana: El hombre no puede encontrarse plenamente si no a través de un don sincero de sí mismo, Buen Samaritano es precisamente el hombre capaz de este don de sí mismo" (Carta ap.
Salvifici doloris, n. 28).
Por estos motivos, me complace expresar mi viva satisfacción a los responsables del Dicasterio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios por haber redactado y publicado la primera
Carta de los Agentes Sanitarios, cuyas indicaciones, abiertas a las aportaciones de todos los hombres de buena voluntad, representan una feliz alianza antre ética hipocrática y moral cristiana. Se trata, en efecto, de una síntesis a través de la cual "se favorece la reflexión y el diálogo - entre creyentes y no creyentes, así como entre creyentes de diferentes religiones- sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre" (Carta enc. Evangelium vitae, n. 27).

4. El camino concorde y costructivo de la ciencia y de la fe, deseado por el Concilio Vaticano II (cfr. Mensaje a los hombres de ciencia, 8 diciembre 1965), tiende a la afirmación de los derechos humanos fundamentales, centrados en la promoción de la vida y de su dignidad. La fe estimula, anima y sostiene esta convergencia que se ha revelado propicia para las conquistas de la razón, porque no hay nada de genuinamente humano que no encuentre eco en el corazón de los cristianos.
El campo de la sanidad y de la salud, en los diversos ámbitos de la educación, de la diágnosis, terapia y rehabilitación, ofrece innumerables confirmaciones de la posibilidad concreta de una fecunda
asociación entre razón y fe para costruir, en la libertad y en el pleno respeto de la persona humana, la civilización de la vida, la cual, para ser verdaderamente tal, debe s er también civilización del amor.

5. En la edificación de una civilización similar, el Buen Samaritano, en el que se refleja el amor del Hijo de Dios, es modelo de los deberes y de las tareas de los agentes sanitarios. Este modelo reafirma, queridísimos hermanos dedicados a la asistencia y a la pastoral sanitaria, que vuestro servicio, antes de ser una profesión es una misión, sostenida por la creciente conciencia de solidaridad existente entre los seres humanos. Esta conciencia se refuerza y estimula por la fe, de la cual os exhorto a dar generoso testimonio, cuales heraldos de confianza y de esperanza en el hombre, llamado por Dios a realizarse en la gratuidad.
Con estos deseos, invoco sobre vosotros y sobre vuestro servicio a los enfermos la protección de la Santísima Virgen, a quien confío la imploración de salvación y de consuelo que se eleva de la humanidad sufriente. Que María, Madre del divino Samaritano de las almas y de los cuerpos, acompañe cada una de vuestras beneméritas actividades, imprimiéndoles las características maternas de la disponibilidad amorosa y de la inagotable generosidad. Que os acompañe también la Bendición Apostólica que, de corazón, imparto a todos los presentes, a vuestros colaboradores y a quienes asistís en vuestro trabajo cotidiano.

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