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X JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

HOMILÍA DE MONSEÑOR JAVIER LOZANO BARRAGÁN
ENVIADO ESPECIAL DEL PAPA


S
antuario de Nuestra Señora de la salud en Vailankanny (India)
Lunes 11 de febrero de 2002

Celebramos el misterio eucarístico. Cristo que sufre está presente en el dolor de la humanidad. No sólo siente compasión por la humanidad, sino que vence el sufrimiento y la muerte con su resurrección. Hacemos lo que decimos. Esta es la solución a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento y a la muerte:  Cristo, que es el único que cura, el Médico divino.

En la profunda reflexión de algunas religiones asiáticas, la cuestión del origen del sufrimiento hunde sus raíces en la cuestión misma de toda la existencia humana. Las religiones dan diversas respuestas interesantes. Según algunas de ellas la causa del sufrimiento reside en las acciones negativas del pasado y podemos ser liberados del sufrimiento mediante el conocimiento de la verdad que deriva de la palabra de Dios. Otra de estas religiones, con una visión más amplia, sostiene que la vida es siempre sufrimiento y su causa es la pasión del egoísmo. Para liberarse de esta pasión es necesario eliminar el egoísmo y todo tipo de deseos, siguiendo una visión, un pensamiento, una palabra, una acción, una vida, un esfuerzo, una atención y una meditación como deben ser. Otras afirman que el sufrimiento se debe simplemente a la oposición a la palabra de Dios y que Dios mismo lo remediará. Para otras, el origen del sufrimiento son las obras malas de los hombres contra su propia vida y contra la de los demás:  delitos morales como el robo, la esclavitud, etc., que alteran los espíritus y deben ser aplacados con sacrificios.

El Santo Padre en su Mensaje con ocasión de la X Jornada mundial del enfermo afirma:  "Vailankanny no sólo atrae a peregrinos cristianos, sino también a muchos seguidores de otras religiones, especialmente hindúes, que ven en la Virgen de la salud a la Madre solícita y compasiva de la humanidad que sufre. En la India, tierra de religiosidad tan profunda y antigua, ese santuario dedicado a la Madre de Dios es realmente un punto de encuentro para miembros de diversas religiones y un ejemplo excepcional de armonía y diálogo interreligioso" (n. 1:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de agosto de 2001, p. 3).

Encontramos este punto de encuentro exactamente en las anteriores consideraciones sobre el sufrimiento. Según el Papa, "el sufrimiento sigue siendo un hecho fundamental de la vida humana. En cierto sentido, es tan profundo como el hombre mismo y afecta a su misma esencia" (cf. Salvifici doloris, 3, citado en el número 2 del Mensaje). En efecto, todas las afirmaciones anteriores concuerdan en un punto fundamental:  el sufrimiento no es un mal en sí mismo, sino la consecuencia del mal. No es una culpa, sino la consecuencia de la culpa. Aquí nos acercamos a la concepción cristiana, que ve en el pecado original la fuente venenosa de todos los sufrimientos.
Para nosotros, los cristianos, lo tremendo no es el hecho de que el sufrimiento sea generalizado, sino la solidaridad en el mal. El sufrimiento deriva del mal y, encerrado en sí mismo, resulta absurdo e inexplicable.

Algunas de las concepciones religiosas que mencionamos proponen como solución la acción divina:  la escucha de la palabra de Dios, Dios mismo viene a liberarnos del sufrimiento, o el ofrecimiento de sacrificios. Está bien, pero podemos preguntarnos:  ¿cómo? Esas concepciones responden hablando del obrar moral recto. Sin embargo, cuando el hombre afronta la muerte como culmen del sufrimiento, ¿cómo se puede superar el dolor?

En su Mensaje, el Papa afirma:  "Aunque la Iglesia considera que en las interpretaciones no cristianas del sufrimiento se hallan muchos elementos válidos y nobles, su comprensión de este gran misterio humano es única. Para descubrir el sentido fundamental y definitivo del sufrimiento "tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente" (Salvifici doloris, 13). La respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento "ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo" (ib.). El sufrimiento, consecuencia del pecado original, asume un nuevo sentido:  se convierte en participación en la obra salvífica de Jesucristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1521). Con su sufrimiento en la cruz, Cristo venció el mal y nos permite vencerlo también a nosotros. Nuestros sufrimientos cobran sentido y valor cuando están unidos al suyo. Cristo, Dios y hombre, tomó sobre sí los sufrimientos de la humanidad, y en él el mismo sufrimiento humano asume un sentido de redención. En esta unión entre lo humano y lo divino, el sufrimiento produce el bien y vence el mal" (n. 2).

En el Nuevo Testamento, san Pablo hace una descripción detallada de este misterio:  "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (Col 1, 24). "Nos consuela en toda tribulación nuestra, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación" (2 Co 1, 4-7). "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1). "Estoy crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20). "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6, 14).

Si es tremenda la solidaridad en el mal, es maravillosa la solidaridad en el bien. El porqué de la solidaridad en el mal con Adán, el primer pecador, es imposible de comprender en sí misma. Es preciso considerarla desde el punto de partida de la historia:  el decreto eterno de la Encarnación del Verbo. Se logra la solidaridad más profunda por medio de la comunión con la gracia divina, a través de la participación de su vida, por el Amor todopoderoso, el Espíritu Santo. Desde esta solidaridad interior, Cristo asume en la cruz nuestros sufrimientos y nuestra muerte, y su muerte se transforma en la única fuente de felicidad.

Con todo, como afirma el Papa en su Mensaje:  "La respuesta cristiana al dolor y al sufrimiento nunca se ha caracterizado por la pasividad. La Iglesia, urgida por la caridad cristiana, que encuentra su expresión más alta en la vida y en las obras de Jesús, el cual "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38), sale al encuentro de los enfermos y los que sufren, dándoles consuelo y esperanza (...). El mandato del Señor durante la última Cena:  "Haced esto en memoria mía", además de referirse a la fracción del pan, alude también al cuerpo entregado y a la sangre derramada por Cristo por nosotros (cf. Lc 22, 19-20), es decir, el don de sí a los demás. Una expresión particularmente significativa de este don de sí es el servicio a los enfermos y a los que sufren" (nn. 2-3).

El Santo Padre Juan Pablo II nos exhorta a llevar a cabo una nueva evangelización en este campo. Esta nueva evangelización -afirma- debe ser nueva en su ardor, en su método y en su expresión. Debe ser una evangelización adecuada a las condiciones actuales de la India y de toda Asia. Sabemos que en la India cerca de cuatro millones de personas están infectadas por el sida; que el 70% de los leprosos del mundo se hallan en la India; y que este país tiene el número más alto de tuberculosos. Sin embargo, la respuesta de la Iglesia católica está ya actuándose. En efecto, en la India existen 3.000 centros en los que la Iglesia cuida de los enfermos. Tenemos alrededor de 700 hospitales, 462 centros de salud, 116 hospicios, 6 facultades de medicina, 7 centros de rehabilitación, 41 leproserías y cerca de 1.500 dispensarios. Un número realmente notable de religiosos y religiosas, pertenecientes a 600 congregaciones diferentes, trabajan en el ámbito de la pastoral de la salud. Y lo más importante es que la Iglesia en la India está seriamente comprometida en la educación del pueblo mediante la pastoral de la salud. La Iglesia posee actualmente 11.500 escuelas de todos los grados, con cerca de dos millones de alumnos.

Deseo concluir dando las gracias a todas las personas comprometidas en la India y en toda Asia en la atención sanitaria con las palabras del Santo Padre:  "Pienso en los innumerables hombres y mujeres que, en todo el mundo, trabajan en el campo de la salud, como directores de centros sanitarios, capellanes, médicos, investigadores, enfermeras, farmacéuticos, personal paramédico y voluntarios. (...) La Iglesia expresa su gratitud y su aprecio por el servicio desinteresado de muchos sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en el campo de la salud, que atienden generosamente a los enfermos, a los que sufren y a los moribundos, sacando fuerza e inspiración de la fe en el Señor Jesús y de la imagen evangélica del buen samaritano" (n. 3).

Que Nuestra Señora de la salud nos conceda la luz, la armonía, la Palabra de Dios, su Hijo Jesucristo, la única Víctima agradable, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la Salud completa, el cual al final vencerá la muerte y todo dolor y sufrimiento.

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