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Jornada Mundial de la Juventud: De Toronto a Colonia

Roma, 10-13 de abril 2003

Card. James Francis Stafford
Presidente
Consejo Pontificio para los Laicos

 

Palabras de clausura

 

Antes que nada quisiera decir dos cosas que se me ocurrieron durante los encuentros de estos días. Hemos hablado del deseo de santidad entre los jóvenes católicos y del tipo de pastoral juvenil que debemos realizar ahora y en el futuro.

1. El jueves por la tarde, durante el encuentro con los jóvenes de la diócesis de Roma bajo una lluvia torrencial, el Santo Padre estaba hablando de María; en un momento dado dejó aparte su discurso para contar espontáneamente una experiencia de cuando tenía más o menos 22 años. En aquel entonces, durante la ocupación nazi, trabajaba en una planta química cuando sintió el impulso de decirle a María: "Totus tuus" - "¡Soy todo tuyo!". Una declaración así de radical no viene de la nada; viene de una vida espiritual fundada en la oración y el ascetismo.

2. La segunda cosa que se me ocurrió fue la ocupación actual de Irak, uno de los tres países denominados como "el eje del mal", y la confusión y los desafíos que el mundo presenta en este momento histórico, sobre todo a los jóvenes. Para las jóvenes generaciones la violencia de masa es una realidad de la vida, y lo ha sido durante todo el siglo XX.

¿Qué podemos ofrecer, como cristianos y como Iglesia, a los jóvenes que se encuentran ante tanta violencia? Ante todo debemos concentrarnos en Jesús. Su nombre significa "Salvador". El evangelio de san Juan dice que él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Pecado - pensad en esta palabra en relación al período espantoso en el cual el joven Wojtyla encontró su vocación, y también en el período espantoso que la gente está viviendo ahora en Irak y en otros países. Llama la atención la cantidad de veces que aparece en la liturgia la palabra "pecado". "No mires nuestros pecados sino la fe de nuestra Iglesia". Tenemos necesidad de una mayor comprensión del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; no podemos hablar de nuestros puntos fuertes y de nuestros puntos débiles sin tener en cuenta la realidad del pecado.

Obviamente, necesitamos la reconciliación para mantener viva una comunidad de fe. Aquí entran en juego las nuevas asociaciones laicales. En los años en que he sido obispo de Denver, Menfis y Baltimore me he encontrado ante el problema de la extinción de tantas parroquias. Había un gran número de personas pertenecientes a diversos grupos étnicos cuyas necesidades espirituales no eran tomadas en consideración; había muchos neo-bautizados de los que las parroquias no eran capaces de ocuparse y que por eso abandonaban después la Iglesia. Era un desafío importante al que ni las diócesis ni las comunidades religiosas conseguían darle la cara. En 1980 descubrí las asociaciones laicales. Poco después, en Denver, un joven sacerdote, al que había asignado la recuperación de una de estas parroquias, invitó a un movimiento laical a su comunidad parroquial. Los miembros de este movimiento consiguieron intervenir eficazmente en diversos grupos en dificultad - pobres, alcohólicos, toxicómanos, etc. - y la parroquia se revitalizó.

El Concilio Vaticano II afirmó que la constitución de la Iglesia católica se basa en dos elementos esenciales: en el elemento institucional y en el carismático. El elemento institucional es representado por las estructuras: parroquias, diócesis, conferencias episcopales y ministros ordenados - obispos, sacerdotes, diáconos. Este elemento no puede ser vital sin el elemento carismático, que apareció en las sucesivas corrientes de renovación en el transcurso de la Historia: una renovación de carácter marcadamente laical, que tuvo lugar el siglo pasado. Los fundadores y las fundadoras de hoy han visto el rol carismático de los laicos dentro de las estructuras de la Iglesia y han recibido el apoyo de pontífices modernos y de muchos obispos.

A nivel parroquial, las asociaciones laicales pueden dar un servicio valioso. Con su entusiasmo, su empeño y su formación saben cómo introducir a los neo-bautizados en la vida de la Iglesia local, saben cómo animar la vida parroquial en una época en la que las parroquias están afrontando los cambios y desafíos debido a la industrialización, urbanización y secularización. Desde un cierto punto de vista, para la Iglesia institucional puede ser humillante admitir que necesita ayuda, pero esto también es liberador. Insisto, en la constitución de la Iglesia el elemento carismático es tan esencial como el institucional, especialmente en cuanto a la experiencia del perdón y de la reconciliación.

En este convenio hay delegados de 75 países que representan el aspecto institucional de la constitución de la Iglesia, y delegados de 41 asociaciones laicales que representan el elemento carismático de la Iglesia. Fundamentalmente, estos dos grupos no están en contraposición; más bien se complementan. Esta es una realidad de la que debemos sacar provecho en la preparación de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. Es importante para Europa central, pero también para otros muchos lugares.

Damos gracias a Dios por la renovación de los dones del Espíritu Santo en la Iglesia. El Papa Juan XXIII pidió al Señor de concedernos un nuevo Pentecostés. El Papa Juan Pablo II, en la vigilia de Pentecostés de 1998, reunió en la plaza de San Pedro a más de 300.000 personas pertenecientes a movimientos, asociaciones y comunidades laicales. Esta era la señal de que la petición del Papa Juan XXIII se está cumpliendo.

  

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