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 Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

 

Encuentro sobre la Pastoral del Turismo y de Peregrinaciones

en Medio Oriente y  África del Norte

La Pastoral del Turismo en la misión evangelizadora de la Iglesia

S.E. Mons. Agostino MARCHETTO

El objetivo fundamental de nuestro encuentro es el de proceder a un intercambio de experiencias que nos permita conocer las actividades de los diferentes Países en relación con la Pastoral del Turismo y nos permita, así, establecer algunas líneas de colaboración en aquellos aspectos que nos son comunes, con visión de futuro. Sí, porque la Pastoral del Turismo no es algo nuevo o que quede por inventar. Al contrario, el turismo ha sido uno de los fenómenos del mundo moderno que la Iglesia ha seguido con mayor atención y casi con espíritu profético. El turismo, en efecto, arrancó en un espacio muy importante para la vida del cristiano y, creo poder afirmar, lleno de significado teológico, es decir el tiempo libre, que es lo mismo que decir tiempo de descanso, de reposo. El turismo recordaba, además, una práctica religiosa también importante y presente en toda la historia de la Iglesia, la Peregrinación; en algunos momentos, de hecho, el turismo se presenta casi como una versión secularizada de la Peregrinación. La disposición de un mayor tiempo libre, por otra parte, creó la imagen de un espacio de libertad, de un tiempo que el hombre podía organizar en plena autonomía, y, en consecuencia, hizo que se pensara – y se considere – como tiempo particularmente humano.

He señalado de forma bastante poco sistemática algunos de los temas que deben entrar en nuestra consideración del turismo, para aceptarlo, primero,  y para formular, después, los principios de nuestra respuesta pastoral. En el curso de mi intervención, todavía, debo limitarme necesariamente a presentar aquellos aspectos más relevantes y más significativos en la realidad concreta de los Países aquí representados.

I. Historia reciente del turismo

A inicios del tercer milenio, podemos decir con razón que el turismo ha alcanzado su fase de pleno desarrollo, capaz de vencer hasta el trauma del 11 de septiembre. El fenómeno, de hecho, constituye actualmente una realidad mundial, con un movimiento de unos 715 millones de turistas internacionales, según los datos correspondientes a 2002, publicados por la Organización Mundial del Turismo, y constituye una de las principales actividades económicas mundiales. Hay que tener en cuenta, además, que, según la misma OMT, el cálculo del turismo interior, es decir los desplazamientos por turismo en el interior de los Países respectivos, puede obtenerse multiplicando por diez la cifra anterior. El resultado nos parecerá inverosímil. Pero bastará pensar, incluso en nuestros mismos países, los desplazamientos durante los fines de semana, con motivo de las vacaciones escolares o de las fiestas religiosas y populares, para que la cifra nos parezca casi razonable.

Todo este movimiento ha sido hecho posible por la evolución en la reglamentación del tiempo de trabajo, que ha consolidado y ampliado un mayor tiempo de descanso. Pero fue sobre todo con la introducción de las vacaciones pagadas – por primera  vez en 1936 – cuando se ofreció una oportunidad insospechada para el turismo. Tras el paréntesis de la Segunda Gran Guerra, la consecuencia de la generalización de las vacaciones pagadas fue la explosión del turismo de masas en los años 60 y siguientes.

El turismo de masas se basa fundamentalmente en la capacidad de organizar y desplazar grandes grupos de personas según programas preestablecidos. Los diferentes factores que entran en consideración, y que no voy a detallar ahora, hacen que el turismo de masas se desarrollara preferentemente como turismo de descanso en playas, con una fuerte concentración, con escasas actividades alternativas y con poco contacto con la realidad del País visitado. El turismo de masas, en sus inicios, resultó extremamente agresivo para el medio ambiente, para la cultura de las comunidades locales e incluso para la economía de los Estados de destino. A lo largo de los años se ensayaron, también, modelos diferentes, manteniendo siempre las características de origen. De este modo, el turismo de masas sigue representando una parte dominante, abriendo nuevos destinos y causando, aún, graves perjuicios, más tal vez en los aspectos sociales (relaciones laborales, explotación sexual...) y culturales (erosión cultural, folklorización de costumbres tradicionales...), que en los medioambientales.

Durante los años 80 y 90 ha habido una fuerte reacción a este tipo de turismo y una consiguiente apertura a nuevos modelos. Dos factores impulsaron esta reacción. En primer lugar fue una reacción de la misma industria turística, al ver que con este fenómeno de masas se iban agotando los recursos disponibles (por ejemplo las playas) a causa de la degradación. Pero, por otra parte, un factor decisivo fue la generalización de un nuevo tipo de turista, más interesado por los aspectos culturales de su viaje, con una mayor conciencia ecológica y con un mayor deseo de ocupar su viaje con actividades complementarias, como deporte, aventura, conocimiento del entorno, de la historia, de las gentes. Para responder a estos nuevos intereses, la industria turística ha ido creado nuevos modelos, nuevos tipos de turismo, que la publicidad de las agencias ofrece hoy como “ecológico”, “personalizado”, “exótico”, “étnico”, “solidario”, etc.

Tal vez será exagerado hablar de un cambio en el turismo. Como decía, el turismo de masas sigue siendo un segmento importante del fenómeno actual, y la masificación resulta, además, un momento casi ineludible de cualquier nuevo modelo que se crea. El turismo de invierno, por ejemplo, en el Centro de Europa, ha alcanzado grados de masificación casi insoportables. Lo mismo podría decirse del turismo cultural. Basta recordar como ejemplo la ciudad de Florencia, en Italia, o la Catedral de París, con sus más de diez millones de visitantes al año. Como también serviría de ejemplo, en otras proporciones, la famosa Paris-Dakar.

Pero, en parte por atender a las exigencias de una mayor conciencia social, y en parte por asegurarse una expansión siempre mayor, la industria turística está adoptando códigos de conducta más aceptables. Las mismas agencias turísticas en sus asociaciones, así como las Organizaciones internacionales del sector, están indicando nuevos parámetros para un turismo que sea más respetuoso con el medioambiente, más adecuado al desarrollo de los Países, en definitiva, más humano. Cabe destacar en este sentido, la adopción del “Código de Ética Mundial para el Turismo”, aprobado por las Organización Mundial del Turismo en 1999, y la “Declaración para un turismo responsable en los destinos”, publicada con motivo de la Cumbre de Johannesburgo en agosto de 2002.

En estos documentos, que deben leerse en el contexto del actual debate sobre la globalización y sobre las exigencias de un desarrollo sostenible, el punto central de atención es la comunidad de acogida. Es una nueva forma de considerar la aportación del turismo al desarrollo de los Países receptores.

El turismo, en efecto, es considerado un factor de primera importancia para el desarrollo. Durante los años de expansión del turismo de masas, muchos Gobiernos vieron en el turismo una vía rápida al desarrollo, ya que la explotación turística requiere relativamente pocas inversiones, emplea fuerza laboral relativamente sin gran preparación y aporta réditos inmediatos. Estas circunstancias resultaban atrayentes para muchos gobiernos, aunque en realidad todos estos “beneficios” fueran más sustanciosos para los Países de las agencias turísticas, que no para los pueblos receptores. De todas formas, en la actualidad el turismo es la principal exportación para un tercio de los Países en vías de desarrollo, ocupando un lugar importante en el 83 % de ellos. En esta visión tenemos que pensar, también, nuestra presencia aquí.

La nueva “conducta” de la industria turística quiere corregir la línea de actuación, vigente hasta ahora, favoreciendo una mayor formación de los trabajadores, una más justa utilización de los recursos propios de los Países (agricultura, artes tradicionales...), una presencia más respetuoso y relacional de los turistas, y, en definitiva, una mayor participación de la comunidad receptora en la planificación, explotación y participación en los beneficios de la actividad turística. Son valores implícitamente cristianos, religiosos. Así, de forma muy significativa, la Organización Mundial del Turismo ha propuesto, como tema de la Jornada Mundial del Turismo 2003, el siguiente lema: “El turismo, elemento motor en la lucha contra la pobreza, en la creación de empleo y en la armonía social”. Es un tema humanamente importante y cierto.

Estas palabras encierran un futuro optimista, tal vez utópico, para el desarrollo del turismo. Seguramente en los próximos años – y esto nos interesa –,  a pesar de las dificultades presentes y futuras, los resultados estadísticos anunciarán nuevos logros económicos para el turismo mundial. Seguramente resulta mucho más incierto que estos resultados signifiquen realmente una mayor participación de los Países receptores en los beneficios del turismo y, más incierto aún que, gracias al turismo, aumente considerablemente la armonía social.

Con ello no pongo en cuestión las posibilidades con que cuenta el turismo. Este fenómeno, en efecto, posee características sustanciales para ser instrumento de mutuo conocimiento y aprecio entre las personas, para facilitar el diálogo entre culturas y religiones, para reforzar la paz y la solidariedad entre las naciones. De aquí nuestro interés y nuestra convocación en Beirut. Pero estas condiciones solamente producirán fruto si todos los implicados en el mundo del turismo así lo deciden y trabajan para ello. Todo depende de la acción conjunta de los operadores y trabajadores del sector, de los turistas y de las comunidades de acogida. Y este es, en resumen, el objetivo que suscitó el interés de la Iglesia por el fenómeno turístico y animó una práctica pastoral que, ahora, cuenta con muchos años de historia y ha dado abundantes frutos.

II. Iglesia y Turismo

Nuestra Iglesia ha seguido con solicitud pastoral el largo proceso del desarrollo turístico, percibiendo, desde primera hora, que constituía un reto importante para su misión evangelizadora y que introducía claras exigencias de renovación. Lo expresaba ya Pablo VI en 1964, diciendo: “La Iglesia no puede ni debe desentenderse de un fenómeno tan amplio y tan complejo; ella es consciente de que el turismo exige al servicio pastoral no anclarse en actitudes tradicionales, sino crear nuevas formas que respondan al ansia apostólica que a ella le comunica el mismo Salvador divino”.

La preocupación pastoral de la Iglesia se ha expresado en numerosísimas intervenciones del Magisterio Pontificio, en especial a través de los Mensajes que Su Santidad Juan Pablo II ha dirigido en los tres últimos años con motivo de la Jornada Mundial del Turismo. Enseñanza que ha sido recogida en dos documentos principales, quiero decir  el “Directorio General para la Pastoral del Turismo”, publicado en 1969, y más recientemente, las “Orientaciones para la Pastoral del Turismo”, publicadas por nuestro Pontificio Consejo en el 2001. Sobre la base de estos textos deseo resumir ahora las líneas principales de una Pastoral del Turismo, para confirmarnos en la importancia de nuestro encuentro. Empezamos con

a) los valores humanos del turismo

Tal fenómeno es apreciado, en primer lugar, como un modo de emplear el tiempo libre. Ante todo es, pues, un espacio temporal que no está sujeto a las obligaciones laborales y a los compromisos de la vida cotidiana. En un mundo en que este ámbito laboral, y las obligaciones personales, están profundamente dominadas por la técnica, el tiempo libre es considerado, pues, por la Iglesia como un medio para “recuperar el déficit de humanidad”, en expresión feliz de Juan Pablo II. Para ello se exhorta a la lectura, a la reflexión sobre la vida personal, incluso al ejercicio físico recuperador. Ocupa también un lugar importante el diálogo con las otras personas, la vida familiar, el conocimiento de otros culturas y de otras gentes. El turismo extiende el círculo de estas relaciones hacia otros Países, hacia culturas y religiones diferentes, ofreciendo con ello la oportunidad de conocer mejor el origen y el modo de ser de personas que muchas veces, por la emigración, forman ya parte de la sociedad del propio turista.

Desde esta perspectiva, el fenómeno se valora como instrumento de conocimiento y de diálogo entre las culturas y los pueblos, que abre y estimula la cooperación y la solidariedad. Para un turismo de rostro humano, es, sin embargo, primordial que en el destino esté una comunidad, con su cultura y con sus realidades sociales, y que el turista no se limite a gozar del paisaje o de los monumentos artísticos, ni mucho menos que se encierre en un mundo artificial, ajeno a la realidad que le rodea, a pesar de que esta es – preciso es reconocerlo – la tendencia dominante hoy en día.

Para ello es importante, por otra parte, que el País de acogida, la comunidad local, se haga una idea correcta de lo que para él supone el turismo, que valore bien la aportación que puede hacer a su desarrollo y los peligros que puede suponer para su identidad cultural y social. Si es preciso, la comunidad local debe hacer valer unos derechos que pueden llegar a imponer al turismo ciertas condiciones y ciertos límites.

La calidad de la acogida se funda en la conciencia de la propia identidad. Si la comunidad local, incluyendo sus autoridades, los trabajadores, la sociedad en general, actúa en plena conciencia de su cultura, de su patrimonio, de sus valores, sólo entonces está en grado de ofrecer una acogida auténtica, enriquecedora para todos.

Otra componente fundamental es

b) la vivencia cristiana del turismo

El fenómeno que consideramos es una actividad humana que forma parte del mundo que el cristiano debe trasformar a la luz del Evangelio de Jesucristo. Sea cual sea su participación en el ámbito del turismo, como agente promotor, como trabajador, como parte de la comunidad de acogida o como turista, el fiel católico no debe sólo comportarse éticamente, sino que debe ver en ello un medio para vivir su fe y para ofrecer un testimonio evangelizador.

Las circunstancias del turismo ofrecen a cada uno según su papel, posibilidades específicas para vivir aspectos de la espiritualidad cristiana. Ante todo el tiempo libre, tiempo de descanso y de contacto con la naturaleza o con el arte, ofrece la oportunidad de una profunda meditación sobre el don de la Creación y de una respuesta contemplativa y litúrgica por parte del hombre. Las páginas iniciales del Génesis, la meditación sobre la Sabiduría o la llamada pascual a la esperanza de unos cielos nuevos y de una tierra nueva, pueden iluminar el viaje del turista cristiano, ayudándole a apreciar mejor la naturaleza y a comprometerse más decididamente en la salvaguardia de la Creación, en perspectiva de Redención.

Es importante que en el turismo el católico no olvide, pues, el aspecto litúrgico y contemplativo que va unido al tiempo del descanso. Es un aspecto que, a menudo, las condiciones de trabajo o la avidez para aprovechar el tiempo disponible por parte del turista, llevan a olvidar fácilmente. Por eso es importante que las comunidades cristianas en los destinos turísticos tomen como uno de sus objetivos centrales el de invitar los turistas a sus celebraciones y a su vida comunitaria en general. Propongámoslo como utopía, pero sería deseable que el turismo diera ocasión a una “visita eclesial”, que los turistas tuvieran el deseo y la oportunidad de “convivir” con la Iglesia del lugar, de experimentar la “catolicidad” de manera palpable, visible.

Consideramos, como tercer punto,

c) el turismo como instrumento de evangelización, de pastoral

En esta línea, y atendiendo a las particulares circunstancias de los Países que Ustedes aquí representan, creo importante detenernos en el papel que el turismo puede jugar en la misión “evangelizadora” de la Iglesia. Abordar la Pastoral del Turismo desde este aspecto, por otro lado, hace más fácil insertarla en el conjunto de la pastoral ordinaria de la Diócesis, de las Eparquías, de las Parroquias. De este modo, la Pastoral del Turismo dejará de ser algo marginal, un servicio puramente fuera de la comunidad local, casi un esfuerzo que se realiza robando recursos y tiempo a sus propias necesidades.

Sin duda el tema central que deberá presidir la Pastoral del Turismo en estos vuestro Países es el de la acogida. Para las Orientaciones la acogida es “el núcleo central de la Pastoral del Turismo” en general. “Su expresión más profunda” es la acogida de los turistas en la celebración eucarística. No voy a recordar aquí la riqueza teológica y eclesiológica que envuelve la celebración eucarística. Me limito a sugerir que es precisamente de esta riqueza de donde deben derivarse los principios pastorales fundamentales para la acogida de los turistas, y esto es fundamental, también, para la aceptación de esta pastoral específica en el contexto territorial de la ordinaria

Incorporar en el seno la comunidad del lugar, aunque sea de modo transitorio, a hermanos y hermanas de otra lengua, de otra cultura, de otros horizontes sociales, pero de una misma fe, significa para ella una apertura a la universalidad. El esfuerzo que sus miembros tendrán que hacer para comprender a los visitantes – para comprenderlos no sólo a través de la diferencia de lengua – es un estímulo para reflexionar sobre la propia fe y para descubrir nuevas formas de su expresión. Al incorporar a la celebración comunitaria a los turistas, la comunidad somete a prueba su autenticidad. Ahí no valen – o no deberían valer – los recursos del “marketing”, tan usuales en la propaganda turística, que velan la realidad o la adaptan a los deseos del cliente. También en la celebración en que participan turistas, la comunidad sigue confesando sus pecados, sigue orando por sus necesidades, sigue dando gracias a Dios por sus riquezas. De esta forma, la comunidad se descubre también ante el turista en toda su autenticidad. Y al hacerlo, invita al turista a la “comunión”, a la “caridad”, para que su visita al País extranjero sea de veras un acercamiento a los hermanos cristianos y en humanidad. De esta forma, desde el corazón de su existencia creyente, desde la Eucaristía, la comunidad local actúa para que también el turista encuentre en su viaje un modo excepcional de vivir su fe, su “catolicidad”, de forma concreta.

Como en toda acción pastoral, la Eucaristía es, en efecto, como la cima y la fuente de la que todo deriva, y de ella surgen las otras acciones e iniciativas que los miembros de la comunidad irán actuando en su vida. Así, los trabajadores que atienden a los turistas, especialmente quienes están en contacto más directo con ellos, podrán expresar esta “espiritualidad” de la acogida en la atención respetuosa, en la cordialidad, en la honestidad y en la invitación explícita a la participación en las celebraciones de la comunidad, si así juzgan oportuno.

En no pocas ocasiones, según las estructuras turísticas que se hayan desarrollado en el lugar, se ofrecerá o se buscará la ocasión de celebrar la Eucaristía con respeto en los mismos centros turísticos. Al hacerlo, ante todo, como es evidente, deben considerarse muy atentamente las condiciones del lugar y del desarrollo de las celebraciones. Pero, además, debe hacerse todo lo posible para que en dichas celebraciones no falte nunca la presencia de la comunidad local, en cuanto sea posible

Sin duda, la “pastoral de la acogida” con que se responde a la llegada de turistas suscitará otras muchas iniciativas, como en realidad está ya sucediendo en vuestros Países, y por esto vamos a escucharnos unos a otros. En unos casos será la adecuación de lugares específicos donde los turistas puedan transcurrir unos días de reflexión personal o donde puedan encontrar oportunidades de un contacto más directo con la población local, o simplemente puedan visitar el lugar de una forma mucho más “fraternal”, “informal”.

Sin embargo, habida cuenta de la procedencia mayoritaria de los turistas que visitan vuestros Países, es obligado hacer referencia a un aspecto que, en mi opinión, constituye un servicio importantísimo de vuestras Iglesias a la universalidad eclesial, e incluso diría a la humanidad. Me refiero al hecho que los turistas, que les visitan a Ustedes, tienen la oportunidad de tomar contacto más directo con el Islam. Como sabéis de sobra, y por propia experiencia, la convivencia religiosa y cultural con el Islam es uno de los mayores retos planteados a vuestras comunidades, como lo está empezando a ser al menos para algunas de las sociedades europeas. No es una cuestión de fácil solución. Toda convivencia exige el diálogo y la adaptación por parte de ambos interlocutores. Pero la visita a los Países donde el Islam informa toda la cultura y la vida social, ofrece por lo menos la oportunidad de obtener una información y una visión más directas. Ciertamente, la brevedad de la visita no hará posible que este conocimiento se transmita de una forma sistemática ni completa, pero hay que tener muy en cuenta la sicología del turista, su sensibilidad y su acentuada receptividad a cuanto puede constituir una experiencia valiosa y novedosa. En este sentido, estoy convencido que las Iglesias locales cuentan con una riquísima tradición que es urgente poner al servicio de esta misión que se les presenta hoy como una gran oportunidad de servicio a las Iglesias hermanas de Europa y del mundo.

Por último, es conveniente también evaluar las posibilidades que se ofrezcan a la Iglesia para desarrollar esta pastoral de la acogida en colaboración con las autoridades del País y con los responsables de la industria turística. Es una dimensión que corresponde ante todo a los laicos. Ellos deben buscar el modo de contribuir a que las decisiones que se toman en este campo sean impregnadas del sentido cristiano y humano que les enseña su fe. Pero también la Iglesia como tal, en cuanto sea posible y oportuno, manifestará su opinión, sus sugerencias, sus críticas, si fuere necesario, a fin de que el desarrollo turístico proceda en el espíritu plasmado en los documentos que mencioné al inicio de mi intervención.

En este punto, podemos pensar más en concreto, en la participación de los jóvenes, que ahora buscan en el extranjero la salida a sus problemas, dejando vuestras comunidades sin la linfa vital de la esperanza, que las familias cristianas jóvenes representan. El sector turístico podría ser, en un futuro de paz, una atracción posible y provechosa.

d) Las peregrinaciones

En nuestro encuentro vamos a ocuparnos también, en fin, de las peregrinaciones. A este respecto me permito recordar los documentos que nuestro Pontificio Consejo ha publicado sobre “La Peregrinación”, que se completa con otro sobre “El Santuario”. No voy a entrar en reflexiones sobre la Peregrinación como práctica religiosa o su importancia en la historia de la Iglesia. Pienso que todos Ustedes las conocen muy bien y poseen, sobre todo, una rica experiencia que podría testimoniar de la gracia que reciben cuantos visitan los Santos Lugares u otros Santuarios de sus Países.

Desde nuestro trabajo en el Pontificio Consejo, creo poder afirmar que en todo el mundo se está manifestando una nueva “primavera” para las Peregrinaciones. Es, tal vez, expresión de una rasgo que impregna cada vez más nuestro mundo, es decir la movilidad, pero es también la manifestación del anhelo profundo de todo hombre de encontrarse con Dios, a pesar de todo. “Fecisti nos Domine pro te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te” (S. Agustín, Confes.).

Al acoger los peregrinos que visitan vuestros Santuarios, en particular los que proceden de otros Países, será oportuno tener presente esta dimensión, que podríamos definir “antropológica - teológica”, que caracteriza a muchos peregrinos de hoy en día. Es un discernimiento necesario, puesto que junto a grupos de peregrinos que viven en sentido pleno un viaje religioso, en otros casos el interés por la historia, por la cultura o por la belleza del paisaje adquiere una relevancia importante. La sabiduría pastoral consistirá en dispensar a todos una acogida adecuada, siempre cordial y respetuosa, para que todos puedan acceder a la riqueza salvadora que se ofrece en los Lugares Santos y en los Santuarios como mediación. Este tema fue precisamente objeto de la reflexión del Tercer Congreso Europeo sobre los Santuarios y las Peregrinaciones, que se celebró en marzo del 2002, en Montserrat, España, bajo el lema “El Santuario, espacio para una acogida fraterna y universal”.

En particular, creo que se puede muy bien aplicar también aquí cuanto decía antes de la acogida, es decir, debe ser siempre protagonizada por la comunidad local y no solamente por las personas individualmente. En el caso de los Santuarios, la comunidad local no es un mero guardián, es, por el contrario, su intérprete, su hermeneuta. Esto constituye una responsabilidad y una misión que deben ser ejercida, ciertamente, sin instrumentalizar los Santuarios, pero con una actitud que da pie para plantear ciertas condiciones al peregrino, que le ayuden a cumplir mejor su visita.

Conclusión

La acogida, en fin, en un contexto islámico que considera altamente este valor específico del turismo, determina el sentido de la Pastoral del Turismo en los Países aquí representados. Acogida de Iglesia, ante todo, que se dirige a todos los visitantes desde su historia de fe concreta y condicionada por sus circunstancias sociales y culturales. Una acogida que ofrece, en primer lugar, con los monumentos y los Santuarios también y sobre todo, aquello que constituye su tesoro y su corazón, es decir la celebración de la fe, la participación en la Eucaristía, la comunión de la caridad, en un contexto cultural y litúrgico específico. Una acogida que debe hacerse evangelizadora y humanizadora, al ayudar a los visitantes a vivir la riqueza de su tiempo libre, al introducirlos en la convivencia cultural y religiosa, al abrirles a la comprensión de la historia y a la tradición de otros Países, al formarlos en la convicción de que todos los pueblos forman una única familia universal.

En el documento “Orientaciones para la Pastoral del Turismo”, éste es denominado como uno de los nuevos areópagos de evangelización del mundo contemporáneo. En verdad, el turismo es como un espacio abierto a muchas posibilidades evangelizadoras en un mundo global donde, para algunos, parece no tener “lugar” la fe ni, tal vez, la religión. En vuestros Países, que tantos critican por dejar demasiado espacio a la religión, el turismo ofrece una apertura a la universalidad y a la convivencia que debemos poner al servicio de la construcción del Reino de Dios.

El turismo tiene vocación de libertad y de paz. La Pastoral del Turismo trabaja por la libertad verdadera y por la paz en la justicia y en el amor. En esta perspectiva, también nosotros, aquí en Beirut, en el Medio Oriente, celebramos hoy el 40 aniversario de la “Pacem in terris”.
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