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 Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

 

La evolución de la Pastoral de la Movilidad Humana

y sus perspectivas para el futuro*

 

S. E. Mons. Agostino MARCHETTO

Secretario del Pontificio Consejo 

 

Introducción

1. La misión de la Iglesia es, en primer lugar, pastoral. Se decía: "Salus animarum suprema lex". Eso sigue siendo cierto, aunque hoy el cuerpo (es decir, el aspecto no inmediatamente espiritual del hombre) se considere objeto, más que en el pasado, de la solicitud eclesial en la promoción humana (integral).

Se puede agregar en seguida que tal misión eclesial se ejerce según dos líneas fundamentales: la primera está dirigida a la atención ordinaria de los fieles, con miras a la salvaguardia y el crecimiento de la fe, esperanza y caridad de los que recibieron esas virtudes infusas mediante el bautismo; la segunda se realiza con la proclamación de la Buena Nueva a quienes todavía no la conocen. Así, pues, en el campo migratorio, la Iglesia sigue esas dos direcciones.

Para ella, por tanto, la emigración no es un simple fenómeno social, sino una ocasión para seguir siendo fiel a su tarea evangelizadora, pues si bien las causas de las migraciones son diversas, conciernen siempre al hombre, en todos sus componentes existenciales, ante todo el religioso.

2. Como ya se ha dicho, la misión pastoral de la Iglesia se dirige a la promoción de la persona y el anuncio evangélico. Se trata de dos dimensiones fundamentales que han de equilibrarse continuamente para evitar que la una prevalezca sobre la otra, que la una vaya sin la otra, y esto es todavía más necesario en nuestro caso, pues la situación de pobreza y precariedad en la que se encuentran, por lo general, los emigrantes, anima más que todo a privilegiar el aspecto de la promoción humana, de la defensa de los derechos fundamentales del hombre. Pero la urgencia de la acción no debe desvalorizar la proclamación de las realidades superiores, aunque no desencarnadas, hacia las cuales tiende la esperanza cristiana.

De todos modos, para comprender mejor el significado de la pastoral migratoria, es importante tener en cuenta la visión de fe y además comprender las situaciones que la condicionan en sentido negativo, o la exaltan, ya que la acción pastoral se presenta también como respuesta a instancias surgidas de situaciones históricas concretas, en las que los emigrantes y los itinerantes se han encontrado.

Vamos a situar, pues, los orígenes históricos del compromiso eclesial en favor de la movilidad.

Evolución de la pastoral de la Movilidad humana

3. La pastoral de los emigrantes e itinerantes, tal como la proponen los documentos de la Iglesia, es una pastoral que -yo diría- tiene una "geometría variable", o sea, que prevé soluciones distintas, de acuerdo con las condiciones de la emigración y de la movilidad misma.

La Instrucción sobre la pastoral de los emigrantes de 1969 (De Pastorali Migratorum Cura) enumera algunas de ellas: "la duración de la migración, el proceso de integración (de la primera o de las sucesivas generaciones), las diferencias culturales (de lenguaje o de rito), la forma del movimiento migratorio, según se trate de migración periódica, estable o temporal, de migración en pequeños grupos o en masa, de asentamientos concentrados geográficamente, o dispersos. Dada la diversidad de situaciones, a nadie puede escapar -termina- el aspecto principal del  servicio que la Iglesia debe ofrecer a las almas: el de hacerlo y mantenerlo continuamente adaptado a las verdaderas necesidades de los emigrantes"(n. 12).

4. Siempre desde una perspectiva histórica y circunstancial, señalamos que el compromiso de la Iglesia fue particularmente intenso hacia mediados del siglo XIX, cuando el fenómeno de la movilidad humana adquirió dimensiones notables. Grandes masas de emigrantes católicos se desplazaban de los países europeos a los países del otro lado del Océano. Por distintos motivos, se hallaban en condiciones de que peligrara su fe. A menudo, como sucedía en América del Sur, faltaban sacerdotes; algunas veces no se presentaban las condiciones para celebrar la fe (práctica religiosa), porque las estructuras de la Iglesia católica eran muy débiles; otras veces, al no conocer el idioma local, los emigrantes no podían valerse de la atención pastoral de la que gozaban los fieles autóctonos.

Era claro que, en estas condiciones, la emigración, estimulada básicamente por motivos económicos, constituía, de hecho, un peligro para la fe, y ese grave riesgo causaba preocupación a los pastores más atentos. Se llegó incluso a desaconsejar la emigración. Otros pastores, dotados de mayor perspicacia y previsión, al comprender que el fenómeno -además de ser un medio de promoción económica y una útil ocasión de enriquecimiento cultural- no podía ser detenido, se preocuparon por establecer formas de pastoral adecuadas a las nuevas situaciones. Aún más, siguiendo la enseñanza de la historia y de una experiencia que se puede considerar ininterrumpida, vieron en la emigración un medio de expansión de la fe en otros países. Era una visión que tendía a considerar la emigración como algo que forma parte del designio de Dios.

5. Las numerosas oleadas migratorias, interrumpidas únicamente por las dos guerras mundiales que marcaron la primera mitad del siglo pasado, pero que cobraron mayor fuerza después de ellas, hacían más firme la convicción de que el fenómeno migratorio iba a durar en el tiempo. De las experiencias anteriores, la Iglesia tomó motivos de reflexión y elaboró una pastoral ordinaria y orgánica para asistir a los emigrantes, que culminó con toda autoridad en la Constitución Apostólica Exsul Familia, una auténtica "Magna Charta". En ella se establecían principios que, tendrían un gran desarrollo. En particular, se afirmaba solemnemente que la Iglesia debe ofrecer a los emigrantes la misma atención y asistencia pastoral de la que gozan los cristianos indígenas. De aquí se pasa naturalmente a afirmar la necesidad de la asistencia de un sacerdote de la misma lengua del emigrante. Éste, por su misma situación personal, no está en condiciones de valerse de hecho de aquellas ayudas que la Iglesia normalmente prevé por medio de las parroquias y de los sacerdotes que las dirigen, precisamente porque no dominan el idioma del emigrante. Y, junto con el idioma, están la cultura y las tradiciones, también religiosas, que constituyen la piedad popular, tan importante. De esto se desprende la disposición, dada a los Obispos, de crear parroquias, o instituciones análogas a aquellas ordinarias, para los emigrantes católicos, en las que la atención pastoral esté a cargo de sacerdotes de su misma lengua.

Las directrices están documentadas y respaldadas por referencias a la historia y a la tradición de la Iglesia, que considera la valiosa experiencia del pasado como inspiración normativa para el futuro, en particular en lo referente a la necesidad de un sacerdote del mismo idioma de los emigrantes, que culmina en la parroquia personal.

La pastoral configurada por la Exsul Familia tiene el objeto, pues, de adaptar a la situación del emigrante católico la estructura de la pastoral ordinaria territorial que la Iglesia prevé para preservar y aumentar la fe de los cristianos. Queda, por lo tanto, lejana de una perspectiva propiamente misional, a saber, a la conversión de los indígenas al cristianismo, con miras a la plantatio ecclesiae en sus países.

6.Dicho enfoque de la pastoral de los emigrantes permanece intacto hasta el Concilio Vaticano II, que trata la cuestión migratoria teniendo en cuenta distintos aspectos, y en varios documentos. El tema de la asistencia pastoral se concentra, sin embargo, en el n. 18 del Decreto sobre el Oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus: "Téngase solicitud particular por los fieles que, por la condición de su vida, no pueden gozar suficientemente del cuidado pastoral, común y ordinario de los párrocos o carecen totalmente de él, como son la mayor parte de los emigrantes, los exiliados y prófugos, los navegantes por mar o aire, los nómadas y otros por el estilo".

El cuadro de las migraciones aparece allí con un perfil más bien sociológico, considerando las motivaciones del movimiento; por consiguiente, se utilizan denominaciones distintas. Sin embargo, desde un punto de vista pastoral, esos grupos se presentan todos con un mismo común denominador: el hecho de estar fuera de la propia patria. No pueden, por tanto, valerse de la atención pastoral ordinaria, territorial. Es preciso, pues, crear para ellos una pastoral con algunas peculiaridades que la adapten a la cultura y a la sensibilidad de un cierto grupo de emigrantes y que, por esto, se llama específica.

7. Las directrices del Concilio Vaticano II se concretizaron algunos años después, en 1969, mediante el Motu proprio Pastoralis migratorum cura de Pablo VI y la Instrucción De Pastorali Migratorum cura de la Congregación de los Obispos.

Toda la materia de la pastoral migratoria fue reexaminada y reorganizada también sobre la base de los documentos del Concilio. Los Padres conciliares, en efecto, no estimando oportuno determinar normas demasiado detalladas, dieron más bien no pocas sugerencias, con la recomendación de tomarlas en cuenta cuando se reelaborara toda la materia.

Siguiendo esta línea, la Instrucción integra las directrices conciliares con elementos de gran interés. Recordemos, por ejemplo, el concepto de emigrante desde un punto de vista pastoral: el que, por vivir fuera de su patria o de su país, necesita una atención pastoral específica mediante un sacerdote de su mismo idioma, al no estar en la condición de valerse de la atención pastoral ordinaria (cfr. n. 15).

8. La pastoral de los emigrantes está modelada, pues, según aquella ordinaria, territorial, de los fieles, en cuanto debe ofrecerles la misma asistencia de la que gozan los indígenas, pero de manera adecuada a la situación del emigrante. El principio se inserta en una reflexión de gran alcance. Ya no se presenta la visión, más bien contingente, de la fe en peligro, que justifica tal pastoral, sino que existe, positivamente, un derecho al respeto de la propia lengua y del patrimonio cultural, que se "impone" también en la atención pastoral. Este derecho se contempla en un amplio contexto de derechos que competen al emigrante, también como hombre; sobre todo, se considera en el contexto de una eclesiología que abre la Iglesia particular a la dimensión de la verdadera y auténtica Catolicidad. Desde esta perspectiva, parece caer también el límite, puesto por la Exsul Familia, de la asistencia pastoral hasta la tercera generación, y se afirma el derecho a la asistencia a los emigrantes hasta que haya una verdadera necesidad. La apertura de esa perspectiva lleva a ampliar, igualmente, el marco de las estructuras de asistencia y a precisar los respectivos criterios de realización: desde la parroquia personal, hasta la figura del mero Capellán.

La responsabilidad que se reconoce al Obispo diocesano y a la Conferencia episcopal del país receptor aumenta así, en los Ordinarios, el estímulo apostólico a hacerse cargo de los emigrantes. Sigue permaneciendo siempre la perspectiva de una "cura animarum" para todos los fieles católicos que, en calidad de emigrantes, deben ser ayudados, con una pastoral de emergencia, a insertarse plenamente, más adelante, en la Iglesia particular, cuando estén en capacidad de valerse del ministerio ordinario de los sacerdotes en las parroquias territoriales.

9. Estos principios han sido adoptados en el actual ordenamiento canónico. Es evidente que la introducción de la pastoral de los emigrantes en aquella ordinaria le da, ahora, una fuerza notable. Más que en la letra de los cánones, que son numerosos e importantes, el nuevo Código, inspirándose para la pastoral de la movilidad humana en la eclesiología del Vaticano II, se revela muy atento a las necesidades específicas de los fieles. Se invita al Obispo a mostrarse solícito, "manifestando su afán apostólico también a aquellos que, por sus circunstancias, no pueden obtener suficientemente los frutos de la cura pastoral ordinaria" (can. 383 §1). El Código invita, igualmente, a "los Obispos y párrocos a mostrarse solícitos de que la palabra de Dios se anuncie también a aquellos fieles que, por sus condiciones de vida, no gocen suficientemente de la cura pastoral común y ordinaria, o carezcan totalmente de ella" (can. 771 §1). Las parroquias personales, en fin, "en razón del rito, de la lengua o de la nacionalidad de los fieles de un territorio" (can. 518), son estructuras privilegiadas, aunque se da amplio espacio a la figura del Capellán de los emigrantes (recuerdo, entre paréntesis, que el can. 515 §1 equipara a la parroquia personal la cuasiparroquia o la misión con cura de almas).

La atención pastoral a los emigrantes resulta, allí, tal como es: por su naturaleza misma, provisoria y transitoria, aunque la ley no establezca de modo perentorio ningún término para que cese. La estructura organizativa pastoral no es sustitutiva, pero aparece cumulativamente con aquella parroquial territorial, en cuanto se prevé que, tarde o temprano, cese el motivo que ha dado origen a dicha pastoral específica. Por esto no se conocen hasta ahora, concretamente, en la Iglesia, en este campo, instituciones de carácter pastoral que lleguen al nivel de estructura diocesana. La lengua y la cultura, incluso siendo una razón fundamental que da motivo para una pastoral específica, más que ser un valor en sí mismo, desempeña un papel de vehículo de la fe y de ayuda a su crecimiento. La pastoral de los emigrantes no nace, pues, por sí misma, como instrumento para conservar la cultura o la lengua de un pueblo. Ella sólo toma nota -diría yo- de que una determinada comunidad tiene una lengua y una cultura que la Iglesia utiliza en su acción salvífica.

10. El año 1988 señala un adelanto importante, desde un punto de vista organizativo, en la historia de la pastoral específica: con la Constitución Apostólica Pastor Bonus, que reelabora la organización de la Curia Romana, se crea el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, al que se le confía la tarea de ser la expresión de la solicitud pontificia para la Pastoral de la movilidad humana.

La unificación de todo el empeño pastoral curial, con sus varios componentes, en un único Dicasterio, ha otorgado una indudable importancia al fenómeno de la movilidad humana. Según la Constitución, el compromiso pastoral del Pontificio Consejo se articula en dos grandes categorías o "ambitos": los Emigrantes y los Itinerantes. Éstos se diferencian por el tipo de permanencia (emigrantes, refugiados y estudiantes extranjeros) en el exterior. En el segundo "ambiente" hay un movimiento continuo, fruto de opciones culturales, o impuesto por exigencias profesionales (nómadas, marinos, aeronavegantes, camioneros, turistas, etc.).

Por lo que se refiere al primer grupo ("emigrantes"), hago notar que la soledad en la que los estudiantes se encuentran en el exterior, el papel humano y cristiano que los espera en sus países al terminar los estudios, y su misma vulnerabilidad, son, todos, elementos que deben configurar el carácter específico de la acción pastoral en favor de ellos.

En cuanto a los exiliados y refugiados (emigrantes por motivos que llamaríamos "ideológicos"), además de las incomodidades propias de la emigración, viven el drama de la lejanía obligada de su patria. La pastoral está llamada a tener en cuenta las esperanzas de estas personas, sobre todo

dándoles una acogida cristiana, desde el principio, y estableciendo contactos episódicos con los refugiados, incluso aquellos que están en campos especiales (cfr. Juan Pablo II, Constitución Apostólica "Pastor Bonus" sobre la Curia Romana, in AAS 80 (1988), p. 841-912, y el documento Los Refugiados, un desafío a la solidaridad, publicado conjuntamente por el Pontificio Consejo "Cor unum" y el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes en 1992).

La cuestión de los prófugos necesitaría ser tratada aparte; un problema que Juan Pablo II, en la Carta al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los prófugos y refugiados (25 de junio de 1982), definía "una vergonzosa plaga de nuestro tiempo". Los refugiados -a diferencia de los emigrantes, cuyo éxodo es generalmente voluntario- huyen de gobiernos represivos, guerras y violencias, que hacen imposible una vida normal en su propia patria. La persecución y la violencia no les permiten obtener pasaportes y visas antes de la partida forzosa. Algunos de ellos no tienen otra opción sino la de entregarse a los traficantes de personas y llegar, como clandestinos o irregulares, al país de destino. La retórica de la "tolerancia cero", vigente, hoy, en tantos países receptores, respecto a la entrada ilegal en un determinado país, significa prácticamente la progresiva destrucción del ya bastante frágil régimen internacional de asilo.

11. Los límites de tiempo de que dispongo no me permiten desarrollar de manera adecuada, aquí, los problemas pastorales de los Itinerantes. Para tratarlos, remito al documento Iglesia y Movilidad Humana de 1978. Se trata, concretamente, de una larga carta de nuestra por entonces Comisión Pontificia a las Conferencias Episcopales.

Me limito, aquí, sólo a algunas observaciones al respecto.

a. Marinos

Obligada al ritmo que le impone el mar, separada de la tierra firme y de lo que ella contiene, alejada por largos períodos de tiempo de la propia familia, la gente del mar realiza una actividad que va del trabajo en buques de pasajeros a aquel en embarcaciones de transporte de mercancías, o para la pesca, y en buques-taller que permanecen aislados por largo tiempo en alta mar. La misión pastoral no puede prescindir de tal peculiaridad del mundo marítimo, adaptándose a las diversidades de sus situaciones y estableciendo, en la medida de lo posible, una atención espiritual coordinada, es decir, unitaria en las orientaciones esenciales y diversificada en las formas.

b. Personal del transporte aéreo

Nacido como una simple asistencia religiosa en los mayores aeropuertos, el apostolado de la aviación civil ha asumido, gradualmente, el aspecto de una auténtica pastoral de los distintos componentes de la vida en la aviación, cuyos destinatarios van de las personas que prestan servicio en los aviones a las que trabajan en los aeropuertos y a los pasajeros que viajan, tanto por motivos de trabajo como de turismo. La pastoral, además, tendrá que atender también a las relaciones con las tripulaciones fuera del aeropuerto, y a las relaciones con sus familias, así como establecer contactos ecuménicos y, más ampliamente, interreligiosos, mediante el conocimiento, el diálogo, la participación y, eventualmente, la oración común.

c. Nómadas, circenses y feriantes

Los distintos tipos de nomadismo, hoy, hacen sumamente complejo y variado el mundo de los nómadas, y dan esas mismas características a los problemas principales que exigen con mayor urgencia una atención pastoral. Me refiero, en especial, a la generalizada marginación en la sociedad; a la diferencia de mentalidad, a menudo llena de recelo y desconfianza; a los prejuicios y a los sentimientos o actitudes racistas, o de orgullo "tribal" o de casta. La aproximación pastoral ha de tener en cuenta también el grado de cultura básica de los miembros de estos grupos, orientando en ese sentido las perspectivas de servicio y compromiso, valorizando el patrimonio étnico original y organizando una sólida y adecuada formación catequística, con el objeto de purificar los elementos de religiosidad natural o tradicional de los varios grupos, pero teniéndolos en cuenta.

d. Turistas

El turismo se presenta actualmente como una expresión de la vida moderna. Se ha transformado, en efecto, en un fenómeno de masa de dimensiones planetarias, vinculado a situaciones que han modificado profundamente el estilo y el comportamiento de la sociedad contemporánea. La Iglesia ve en el turismo importantes valores (cfr. al respecto el Directorio General para la Pastoral del Turismo de la Pontificia Comisión para la Pastoral de las Migraciones y el Turismo, de 1980, y las Orientaciones para la Pastoral del Turismo, de nuestro Pontificio Consejo, de 2001): favorece la unidad de la familia humana, la transformación y elevación del nivel de vida, el conocimiento de otros pueblos y la solidaridad entre los hombres, la superación de prejuicios e intransigencias. No faltan, sin embargo, también los aspectos negativos, naturalmente.

Considerada como un momento específico para la formación de la personalidad del cristiano, la pastoral del turismo es un componente esencial de la pastoral ordinaria, sobre todo por lo que se refiere a la oportunidad de preparar al cristiano a una utilización equilibrada de la experiencia turística, profundizar la conciencia misionera de los fieles y ayudarles a mantener contactos humanos amistosos. Asume particular importancia el turismo religioso, sobre todo a través de las peregrinaciones, que se transforman en importantes ocasiones de evangelización (cfr. El Santuario, memoria, presencia y profecía del Dios vivo, de nuestro Pontificio Consejo, publicado en 1999).

Para terminar, es posible afirmar que la forma específica de atención pastoral a los Emigrantes e Itinerantes ha respondido a exigencias profundas de la comunidad cristiana y ha ayudado a muchas personas a conservar la fe y a crecer en ella. La historia demuestra que cuando los fieles católicos han sido acompañados en su emigración a otros países, no sólo han conservado la fe, sino que han encontrado un terreno fértil para profundizarla, personalizarla y dar testimonio de ella con la vida. Incluso han fundado nuevas iglesias: en efecto, "muchas veces, en el origen de comunidades cristianas, hoy florecientes, encontramos pequeñas colonias de emigrantes que, bajo la guía de un sacerdote, se reunían en modestas iglesias para escuchar la Palabra de Dios y pedirle la fuerza necesaria para afrontar las pruebas y los sacrificios de su dura condición" (Migraciones y expansión del Reino de Dios, Mensaje de Juan Pablo II con ocasión de la Jornada mundial del Emigrante y el Refugiado, 1989/90).

Naturalmente, esta bella consideración no nos debe impedir aquellas amargas, de tantos emigrantes e itinerantes que han perdido su fe y su familia. Es un llamamiento a todos nosotros, para un renovado impulso apostólico y de servicio.

Perspectivas pastorales para el futuro

12. Hoy día, el cuadro de las migraciones en el mundo está cambiando radicalmente. 

En otros tiempos, los flujos migratorios eran "concordados" entre los varios Estados; ahora, en cambio, se hacen más desordenados, casi salvajes, y también a la merced de personas sin escrúpulos: es el terrible fenómeno del tráfico de seres humanos.

Además, mientras por un lado disminuyen en muchos países los flujos de emigrantes católicos, por el otro aumentan los de emigrantes no cristianos que se van a establecer en países con mayoría, por lo menos sociológicamente, cristiana. Pues bien, estos inmigrados constituyen un caso ejemplar de "misión (emigrantes no cristianos) que va a la Iglesia". Sobre este aspecto de la evangelización, precisamente, la situación histórica, hoy, nos impone una seria reflexión. También en este campo se han realizado experiencias positivas. Afirma al respecto el Papa: "A causa de las emigraciones, pueblos extraños al mensaje cristiano han conocido, apreciado, y muchas veces abrazado la fe, gracias a la mediación de su mismos emigrantes quienes, tras haber recibido el Evangelio de las poblaciones en las que habían sido acogidos, se hicieron portadores del mismo a su vuelta al país de origen" (Migraciones y expansión del Reino de Dios, Mensaje de Juan Pablo II con ocasión de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 1989/90). El ejemplo del Japón -donde los emigrantes japoneses que han abrazado la fe católica en el exterior, y han regresado a su patria, resultan más numerosos que los católicos que han permanecido allí- parece muy significativo y alentador. ¿Sucederá eso también en China? Permítanme que les relate aquí mi experiencia personal en Mauricio a este proposito...

Es lo mismo que, al fin y al cabo, pone de relieve un canon del Código de Derecho Canónico en estos términos: "(Los Obispos y los párrocos) provean también a que el mensaje del Evangelio llegue a los no creyentes que viven en el territorio, puesto que también a éstos, lo mismo que a los fieles, debe alcanzar la cura de almas" (771 §2).

13. La Encíclica Redemptoris Missio, ya en 1990, ponía de relieve el fenómeno de los emigrantes no cristianos que llegan siempre más numerosos a los países de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e intercambios culturales, y animando a la Iglesia a la acogida, al diálogo, a la ayuda, a la fraternidad. He aquí la invitación: "La Iglesia debe acogerlos en el ámbito de su solicitud apostólica" (n. 37 b), puesto que "la presencia de estos hermanos (los inmigrados no cristianos) en los países de antigua tradición cristiana es un desafío para las comunidades eclesiales, animándolas a la acogida, al diálogo, al servicio, a la coparticipación, al testimonio y al anuncio directo. De hecho, también en los países cristianos se forman grupos humanos y culturales que exigen la misión ad gentes" (n. 82).

Se abre, por tanto, a nuestra pastoral entre los emigrantes y los itinerantes, la perspectiva de nuevos compromisos. Será, siempre más, una pastoral de comunión, dialogante y misionera, y ya no prerrogativa solamente de los sacerdotes, sino también de los laicos verdaderamente cristianos. Se perciben, hoy, en efecto, cada vez más, las señales del paso de una Missio ad migrantes a una Missio migrantium, que pone de relieve el papel específico que el emigrante mismo está llamado a desempeñar en la Iglesia. ¿No podría ser quizás la formación de cristianos "nuevos", para este "nuevo" compromiso misionero, la característica de nuestra pastoral para los emigrantes? Los cristianos, por su parte, animados por el fenómeno de la movilidad, adquirirán conciencia del llamamiento a ser signos, en el mundo, de fraternidad, solidaridad y comunión, dentro del respeto de las diferencias, pero llevando en su corazón, con ardor, el celo para anunciar la Buena Nueva de la liberación, de la salvación y de la paz.

14. Teniendo presentes estas consideraciones y el contexto mundial, nuestro Pontificio Consejo está elaborando un nuevo Documento que se podría denominar De Accommodata Pastorali Migratorum Cura. Dicho Documento considerará las nuevas dimensiones del actual fenómeno migratorio y de los problemas pastorales que plantea, subrayando la oportunidad de contar con una normativa conforme a los dos ordenamientos normativos vigentes y capaz de responder a las exigencias de los fieles, nuestros hermanos, siempre más numerosos, de los países orientales. Con dicho Documento se procurará, además, elaborar algunas indicaciones pastorales sobre la atención a los inmigrados de distinta religión, sobre todo a los musulmanes, siempre más numerosos, especialmente en los países europeos. Se quiere subrayar, por tanto, la necesidad de renovar un profundo compromiso de pastoral migratoria en el marco de una legislación clara, abierta a eventuales desarrollos de las estructuras pastorales en favor de los emigrantes y refugiados, siempre con la dirección de la jerarquía local, en comunión con aquella de origen del emigrante-refugiado.

Hemos llegado a una tercera redacción del documento mencionado y nos acercamos, con la esperanza de una no lejana conclusión del arduo y delicado trabajo, a la tercera fase, interna, después de haber consultado varias veces a expertos y Pastores de todo el mundo.

Conclusión

15. Los emigrantes están llamados, pues, a ser constructores, ocultos y providenciales, de una fraternidad universal, dando a la Iglesia local la oportunidad particular de ser verdaderamente católica y de realizar su propia identidad de comunión y vocación dialogica y misionera.

Es ésta, me parece, la tarea más urgente con los emigrantes, a la que todos estamos llamados a comprometernos, como afirma el mismo Juan Pablo II: “Las migraciones brindan a la Iglesia local la oportunidad de medir su catolicidad, que consiste no sólo en acoger las distintas etnias, sino, y sobre todo, en realizar la comunión de esas etnias. El pluralismo étnico y cultural en la Iglesia no constituye una situación transitoria, sino una propia dimensión estructural. La unidad de la Iglesia no resulta del origen y del idioma comunes, sino del Espíritu de Pentecostés que, acogiendo en un pueblo a las gentes de habla y de naciones distintas, confiere a todos la fe en el mismo Señor y la llamada a la misma esperanza” (Los laicos católicos y las migraciones, Mensaje de Juan Pablo II con ocasión de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 1988, 3c), en la caridad.

* Congreso Nacional sobre la Pastoral de la Movilidad Humana, (10-14 marzo 2003), Veracruz, México.

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