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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move - N° 86, September 2001

La Migración
a la luz de la Exhortación Apostólica "Ecclesia in America"*


Arzobispo Alberto Suárez INDA
Archidiócesis de Morelia

Expreso mi agradecimiento por la invitación que me da la oportunidad de estar con Ustedes y manifiesto mi alegría y esperanza por esta Reflexión Pastoral Social sobre la Migración en América.
México ha vivido desde hace siglos la experiencia de las migraciones. Como en toda América, nuestros antepasados vivieron con sus luces y sombras aquel encuentro complejo de culturas disímbolas y con intenciones tan opuestas como la conquista militar y la evangelización con la fuerza del amor y del servicio humilde de los misioneros, entre los cuales no faltaron quienes defendían la dignidad y los derechos humanos de los indígenas.
Actualmente se calcula en 30 millones el número de hispanoamericanos en los Estados Unidos de los cuales 20 millones son mexicanos. Por la frontera sur entran a México los centroamericanos que quieren luego pasar a los U.S.A. Dentro de México es preocupante el fenómeno de la migración interna que se da en forma masiva del campo a las ciudades.

El tema de los Migrantes en el Sínodo de América

Aunque en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal sólo aparece el número 65 dedicado explícitamente a "La problemática de los inmigrados", ellos estaban en la intención del Papa en el momento mismo de convocar el Sínodo para América. El 12 de Octubre de 1992 al proponernos en Sto. Domingo esta asamblea continental señalaba el Papa su finalidad: "en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares", para afrontar juntas, dentro del marco de la Nueva Evangelización y como expresión de comunión episcopal, "los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las naciones de América". Y en esa ocasión Juan Pablo II dijo: "La Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas, siente como un deber ineludible unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que forman este gran Continente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu solidario entre todos ellos, que permita encontrar vías de solución a las dramáticas situaciones de amplios sectores de población que aspiran a un legítimo progreso integral y a condiciones de vida más justas y dignas" (Discurso Inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latino Americano n. l7). Precisamente esta esperanza de un futuro mejor es la que empuja a muchos hermanos a otras tierras lejos de su hogar corriendo riesgos: los hace migrantes.
En los documentos presinodales aparece claramente el fenómeno de las Migraciones que se ha dado en América desde otros Continentes (Europa, África y Asia) y dentro del mismo Continente. Se le considera sobre todo como reto a la evangelización y atención pastoral. (Cfr. Lineamenta n.n. 45 y 59 e Instrumentum Laboris n.n. 13-16).
Ya en el aula Sinodal (16-XI al 12-XII de 1997) de las 217 intervenciones de los Padres, al menos 30 hablaron de la movilidad humana. Es uno de los intereses más comunes. Recuerdo algunas frases. "En la Iglesia nadie es extranjero, la Iglesia enseña la libertad que tienen todos los hombres a migrar y lo reconoce como un derecho natural" (Mons. Ulises Macías, Arzobispo de Hermosillo, México); "La masiva emigración del pueblo latinoamericano hacia el norte es un fenómeno económico, social, cultural y pastoral, en el que las Iglesias locales de América pueden y deben encontrarse con Jesucristo vivo, ahí presente. En el fondo... hay un pecado -pobreza interna y deuda externa- que recuerda los destierros masivos del Israel del A.T., causados también por el pecado" (Mons. Ramón de la Rosa, Obispo de Higüey, R.D.); "El fenómeno migratorio, tanto de procedencia como de llegada, presenta a la Iglesia desafíos y oportunidades. El desafío consiste en ofrecer, en nombre de Cristo, respeto, acogida, asistencia y protección al recién llegado. La oportunidad reside en la riqueza humana y cristiana que el recién llegado trae consigo (Mons. Giovanni Cheli, Presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes, Vaticano).

En el corazón de la Exhortación Apostólica

No nos extraña que los migrantes estén en el corazón mismo de la "Ecclesia in America" y que se pueda hacer referencia a ellos a través de todo el Documento. En ellos podemos y debemos encontrar a Cristo vivo. Él está presente misteriosamente en "las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica" (E. in A. 12). Si de verdad se da este Encuentro con Cristo en los migrantes, desde ahí empezamos a recorrer un camino de conversión, de comunión y de solidaridad.
En la meditación bíblica que el Papa nos ofrece sobre "los numerosos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo" (n.8), quisiera resaltar algunos elementos que pueden aplicarse a nuestro encuentro con Cristo en la persona de los migrantes.

El encuentro de Jesús con la Samaritana

Aquella mujer había despreciado a Jesús por ser judío, pero cuando escucha aquellas palabras suyas: "Si tú supieras quién es el que te pide de beber... si conocieras el don de Dios..." (Jn 4:10) algo cambia en ella, empieza a llamarlo "Señor" y da inicio un diálogo de salvación.
Ser migrante no es razón para ser objeto de desprecio. Los migrantes "a menudo llevan consigo un patrimonio cultural y religioso, rico de significativos elementos cristianos" (E.A.65). Es innegable que aportan muchos aspectos positivos y verdaderos valores a donde emigran: su laboriosidad, su rica cultura y además el don de la fe. No podemos olvidar que en las raíces de nuestra América está la vida de hombres y mujeres venidos de otras muchas partes (cfr. E.A. 14) y que en la actualidad los del norte y los del sur "somos una familia y nos necesitamos mutuamente para conquistar nuestra integridad y complementariedad" (Mons. Mario Moronta, Obispo de los Teques, Venezuela). Por esto, el documento post-sinodal concluye que "la mutua apertura será un enriquecimiento para todos"" (n.65).
E. in A. nos habla de la dignidad del hombre como hijo de Dios e imagen suya, y nos dice: "La respuesta de Jesús a la pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Exige de cada uno una actitud de respeto por la dignidad del otro y de cuidado solícito hacia él, aunque se trate de un extranjero o un enemigo" (n.57). Y al recordar que los americanos de origen africano siguen sufriendo, en algunas partes, prejuicios étnicos "observa que éstos son un obstáculo importante para su encuentro con Cristo" (n.64).
Si el migrante pide trabajo, no busca robar lo ajeno: el trabajo es algo a lo que él tiene derecho, porque las riquezas que crean los empleos, surgen de algo que también en cierto modo es suyo, este hogar del hombre que es la tierra.
Al mirar el rostro del migrante, no su pasaporte o su manera de vestir, podemos darnos cuenta de Quién es Aquel que nos pide de beber, y puede surgir en nosotros una actitud "hospitalaria y acogedora" (E.A. 65) a imitación del "Señor, que en su vida terrena se dedicó con sentimientos de compasión a las necesidades de las personas espiritual y materialmente indigentes... Hay que seguir trabajando para que esta línea de acción sea cada vez más un camino para el encuentro con Cristo" (E.A. 58).

El encuentro de Jesús con Zaqueo

La sinceridad de la conversión de este hombre se demuestra en su propósito de restitución. "Si en algo he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más" (Lc. 19:8). Así restablece la comunión con aquellos a quienes había ofendido y se hace solidario con sus hermanos empobrecidos.
Es muy triste ver a un campesino, que trabajó toda su vida de sol a sol, hacerse viejo sin contar más que con la confianza en la Divina Providencia para sobrevivir cada día. Es imposible que los hijos sigan en el campo, si miran que su padre corre la misma suerte que su abuelo. Se ven obligados a emigrar del campo a la ciudad (cfr. E.A. n.21) o al país del norte (cfr. ib. 65) con la esperanza de un futuro mejor.
No se trata de una mala suerte de estas numerosísimas familias, sino de una estructura injusta, de un pecado social, que es el resultado de nuestros actos personales (Cfr. E.A. n.13). Y lo mismo hemos de decir de la globalización que, si se rige "por las meras leyes del mercado aplicadas según la conveniencia de los poderosos" lleva "a consecuencias negativas, tales son, por ejemplo, desempleo, aumento de las diferencias entre ricos y pobres y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en situación de inferioridad cada vez más acentuada" (E.A. 20).
La deuda externa tampoco es producto de una triste casualidad y de ella "el mero pago de intereses es un peso sobre la economía de las naciones pobres, que quita a las autoridades la disponibilidad del dinero necesario para el desarrollo social, la educación, la sanidad y la institución de un depósito para crear trabajo" (E.A. 22).
El Papa nos hace ver que la situación de los países pobres hoy, en donde la necesidad empuja a sus hijos a ir a otras partes en busca de un trabajo que les dé para una vida digna, es "fruto de las tendencias y modos de proceder de los hombres y mujeres que la habitan" (E.A. 13). Por ello, sentados a la mesa con Jesús, también nosotros debemos prometerle restituir a quienes hemos defraudado.
En la Carta del Episcopado Mexicano "Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos" (25-III-2000) se plantean, a partir de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, una serie de cuestionamientos que cada quien, desde el ámbito de su competencia, ha de evaluar y poner en práctica:

"¿Cómo crear y fortalecer las condiciones que permitan la generación de más empleos con mejor remuneración para quienes pueden y quieren trabajar?" (n.337) "¿Cómo avanzar en el camino a favor del desarrollo agropecuario, pesquero y forestal para que los productores, muchos de ellos pobres, puedan gozar más plenamente de los beneficios de su labor?" (n.340) "¿Cómo crear una política social asistencial, promocional y de corrección estructural que permita modificar de fondo las causas profundas de la indigencia promoviendo en los pobres y desde los pobres las causas del desarrollo y la riqueza justamente creada y distribuida?" (n.344) "¿Cómo participar en las acciones internacionales tendentes a la reforma a fondo del sistema financiero internacional bajo criterios éticos que promuevan el desarrollo ordenado, solidario y justo de todas las naciones?" (n.347).

El encuentro del Señor con los Discípulos de Emaus

"Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado... mientras nos hablaba por el camino, nuestro corazón ardía... Io reconocieron en la fracción del pan" (Lc. 24: 15 y ss).
Un sacerdote de U.S.A., de raíces hispanas, decía a mis seminaristas para motivarlos para colaborar en su diócesis: "La experiencia nos dice que un pueblo de migrantes conserva su fe cuando es acompañado por sus pastores". Hemos de acompañar a nuestros hermanos en su camino, por lo cual "es muy importante la colaboración entre las diócesis de las que proceden y aquellas en las que son acogidos" (E.A. 65). Y no podemos ignorar que muchos migrantes no pueden llegar directamente a su destino sino después de peregrinar por muchas diócesis intermedias.
Con respecto a ello, se nos pide "una actitud hospitalaria y acogedora, que los aliente a integrarse en la vida eclesial" (E.A. 65), o al menos hacerles experimentar a su paso que para la Iglesia no hay extranjeros, que en cualquier parroquia a la que se acerque encuentre comunidades receptivas y solidarias" (E.A. 41).
Acompañar al migrante en su camino es hacerle escuchar la Palabra que consuela, es compartir el Pan que le abre los ojos para entender su camino a la luz del Resucitado.

El encuentro de Pablo con el Resucitado

En el camino de Damasco, Jesús le hace ver a Pablo que es Él mismo a quien persigue en la persona de cada uno de sus discípulos. Para el Apóstol en adelante no habrá distinción entre judío y gentil, entre esclavo o libre, todos serán reconocidos en su gran dignidad de redimidos y llamados a ser miembros de un mismo cuerpo.
Si tomamos en serio esta revelación, tendremos la certeza de que acogemos a Cristo mismo en el prófugo, en el desempleado, en el extranjero, en el indocumentado, en todo aquel con quien nos topamos en el camino. "En el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo, el Hijo del hombre" (E.A. n. 12, citando a Pablo VI).
Por razón de su fe, "las comunidades eclesiales procurarán ver en este fenómeno (de la migración) un llamado específico a vivir el valor evangélico de la fraternidad... La Iglesia en América debe ser abogado vigilante que proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana, también en los casos de inmigraciones no legales" (E.A. n. 65).

Conclusión

Al ver llegar a un extranjero, al abrir la puerta y el corazón al migrante, al conocer sus anhelos y sed de justicia, al palpar sus necesidades, al asistirlo en sus sufrimientos y defenderlo de los peligros, vivimos hoy el "Encuentro con Jesús que nos mueve a la conversión", que no exige un cambio de actitud y nos ofrece, por la gracia de su Espíritu, el don de un corazón nuevo. "Conviértanse y crean en la Buena Nueva... estas palabras de Jesús... deben seguir resonando en los oídos de los Obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos de toda América" (E.A. 26).
"El Encuentro personal con el Señor, si es auténtico, llevará también consigo la renovación eclesial: las Iglesias particulares del Continente, como Iglesias hermanas y cercanas entre si, acrecentarán los vínculos de cooperación y solidaridad... en actitud de apertura a la unidad, fruto de una verdadera comunión con el Señor Resucitado" (E.A. 7).
"La Iglesia en América, que abarca a hombres y mujeres de toda nación, razas, pueblos y lenguas está llamada a ser, en un mundo señalado por las divisiones étnicas, económicas y culturales, el signo vivo de la unidad de la familia humana... signo vivo de una comunión reconciliada y un llamado permanente a la solidaridad... Ias diferencias de hoy pueden ser fuente de mutuo enriquecimiento" (E.A. 32)
"Con lentitud y no sin dificultades, sobre todo por los enormes procesos migratorios de millones de mexicanos, hemos ido cayendo en la cuenta que la relación con el norte del continente no es algo circunscrito a razones de predominio económico y político. Gracias a la iniciativa del Papa Juan Pablo II de convocarnos a un Sínodo americano, hoy percibimos mejor que en el pasado que, más allá de los factores históricos, políticos, económicos y sociales, existe una verdadera y profunda unidad, fruto de una fe común en Cristo. Esta fe común contiene un enorme potencial de crecimiento en la comunión y en la solidaridad. Jesucristo está vivo, presente en la historia de América para unirnos a todos fraternalmente entorno a Él, y la Iglesia está llamada a ser el signo sacramental de esta unidad (Carta de los Obispos Mexicanos "Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos" n. 151) (cfr. ib.n. 155)
"La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo genero. Su actitud debe incluir la asistencia, la promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados... Escuchando su voz, la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores... Debe testificar por su estilo de vida que sus prioridades, sus palabras y sus acciones, y ella misma está en comunión y solidaridad con ellos" (E.A. n 58).


* Esta relación fue presentada a la Consultación Regional de Directores Nacionales de Pastoral de los Migrantes en América (Ciudad de México, 17-20 septiembre 2000)

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