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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 96 (Suppl.), December 2004

 

LA ACOGIDA, MISIÓN EVANGELIZADORA

 

                                                           S.E. Mons. Ramón Benito DE LA ROSA Y CARPIO

                                                           Arzobispo de Santiago de los Caballeros,

                                                          República Dominicana

Introducción

El VI Congreso Mundial de Pastoral de Turismo, organizado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, tiene como gran marco de referencia la presentación del turismo como un servicio al encuentro de los pueblos.

La presente relación se propone recordar que “la acogida” es la primera acción necesaria, condición “sine qua non”, el primer servicio a prestar en el encuentro entre los pueblos. Se propone, ante todo, invitar de nuevo a reflexionar sobre la acogida en su perspectiva de misión evangelizadora y a mostrarla de nuevo en su relación con el turismo[1].

Para ello vamos a organizar nuestro trabajo en cinco ejes centrales:

La acogida, valor humano y cristiano.

La acogida en la pastoral de la Iglesia.

La acogida, signo de catolicidad.

La acogida en la industria del turismo.

La acogida y la pastoral del turismo.            

I. La acogida, valor humano y cristiano

Acoger, dicho de una persona, “es admitir en su casa o compañía a alguien”[2].

La acogida (l’accueil, l’accoglienza, welcome) lleva consigo la idea de “bienvenida”, de “ser recibido con hospitalidad”, de “un saludo o recepción cordial”, “de aceptación gozosa del otro”[3]. Son, en cambio, contrarias a la acogida “la exclusión”, “el rechazo”[4]. El acogedor es “agradable”, “amable”, “generoso”, “hospitalario”, “sociable”[5]. Acoger es siempre un acto de amor.

La acogida es una virtud o valor humano de incuestionable importancia. Se puede nacer más o menos acogedor, pero también es un valor que se cultiva, se educa.

La acogida abre puertas tanto en el que recibe como en el que es recibido. El rechazo, la exclusión, las cierra.

La actitud o disponibilidad para acoger encuentra su sólido y último fundamento en el valor de cada ser humano, en la igual dignidad de todos los seres humanos. Se acoge a la persona humana como tal, no importando las diversidades o diferencias que la rodean. Se la acoge a ella con sus características propias y distintas. Si se la excluye o rechaza, por alguna de sus diversidades o diferencias (raciales, económicas, sociales, educativas, culturales, de sexo) se cae en algún tipo de discriminación, una falta de justicia y de amor.

Por otra parte, la tradición bíblica judeo-cristiana está fuertemente marcada por la enseñanza y la práctica de la acogida, de la hospitalidad. Recuérdese el caso paradigmático de Lot[6].

Así el autor de la carta a los Hebreos recomendaba: “No olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, acogieron ángeles”[7].

Ya Jesús en su parábola llamada del juicio final afirmaba: “era forastero (extranjero, “xenos”, en griego), y me acogisteis”; y, al revés, “era forastero y no me acogisteis”. Le preguntaron: ¿Cuándo fuiste forastero acogido y no-acogido? Él respondió: Cuando lo hicisteis o dejasteis de hacer a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis o dejasteis de hacer[8].

La acogida, vista así, es una práctica de amor dentro del mandamiento nuevo de Cristo de amarse los unos a los otros, como él amó.

La xenofobia, pues, a saber, el rechazo, la exclusión, “el odio”, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”[9] es absolutamente anti-cristiana.

Pablo acentuó la dimensión cristológica de la acogida en este mandato: “Acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios”[10]

Cristo, es, al mismo tiempo, quien acoge, es acogido en la persona del extranjero y del otro y es modelo del acogedor.

Colocados en esa misma tradición, “los primeros cristianos consideraron la hospitalidad como un deber fundamental y una de las expresiones más auténticas de la caridad. Fue señalada como una virtud humana y cristiana importante, una manifestación de la vida comunitaria, un derecho inviolable del extranjero, una vía para llegar a Dios, un don que procede del cielo, una ocasión para hacer el bien y expiar los pecados”[11].

II. La acogida, en la pastoral de la Iglesia

El sentido de acogida hace parte, por tanto, de la vida de los discípulos de Cristo, de la Iglesia, de sus tareas y misión y aparece estructurada y organizada en su pastoral ordinaria. 

Así se recoge, por ejemplo, de manera sistemática en los rituales litúrgicos. En cada celebración sacramental se explicita la acogida. Se dirá que la Iglesia no quiso dejar al arbitrio del celebrante esta dimensión importante de su acción pastoral y en cada rito da indicaciones precisas para que se haga y sobre cómo debe hacerse.

Los datos ofrecidos en los rituales de la Iglesia sobre la acogida parecen recoger su mejor tradición al respecto y se vuelven un pequeño manual o escuela sobre esta práctica cristiana, donde se pueden aprender las características propias de una adecuada acogida.

Ésta, como es lógico, se tiene al principio de la celebración. Es la puerta de entrada, la primera acción litúrgica o evangelizadora, después de la señal de la cruz. Se le llama simplemente “rito de acogida”, en algunos casos, o “saludo del celebrante”, en otros, haciendo parte del “rito de entrada”.

Traigamos, ahora, en detalle, las indicaciones precisas que aparecen a este propósito en el Ritual de cada Sacramento[12]:

a. Acoger es salir al encuentro del otro: así el celebrante se dirige a la puerta o al atrio o adonde están las personas en el bautismo de niños, en la presentación de un niño ya bautizado, en la iniciación cristiana de adultos, en la celebración del matrimonio, en las exequias.

b. La acogida parte de la realidad concreta y de hechos positivos, reconoce éstos y los explicita: así en el bautismo de niños se destaca “el gozo con que los padres han recibido a sus niños como un don de Dios, el cual es la fuente de toda la vida, y quiere ahora comunicarles su propia vida”; en la presentación de la Iglesia de un niño ya bautizado, el celebrante “felicita a los padres y padrinos por haber administrado el bautismo sin demora y da gracias a Dios porque el niño ha recobrado la salud”; en la iniciación cristiana de adultos se puede recordar “ante el padrino y los amigos la experiencia cristiana y el sentido religioso que ha movido al candidato a dar este paso en su camino espiritual”; en el sacramento de la reconciliación el sacerdote “acoge al penitente con benevolencia”; en la celebración del matrimonio, se manifiesta a los esposos que “la Iglesia comparte su alegría”; en las exequias el sacerdote “comunica a los presentes el consuelo de la fe”.

c. La acogida incluye un saludo sencillo, cordial, amable, afable, de bienvenida: así se emplea alguno de estos calificativos en el Rito de la Iniciación Cristiana de Adultos o de niños en edad catequística; en el del sacramento de la Reconciliación; en el de la Comunión o la Unción a los Enfermos; en el de las Exequias.

d. La acogida va acompañada de gozo y alegría, según las circunstancias, tanto de los que llegan como de la Iglesia que acoge: se destaca este rasgo en el bautismo de niños, en la iniciación cristiana de adultos o de niños en edad catequística; en la celebración del matrimonio.

e. La acogida tiene una dimensión cristológica: en cada acogida Cristo acoge a Cristo. En la celebración eucarística el sacerdote (signo de Cristo Cabeza) saluda al altar (representación de Cristo) y al pueblo congregado (Cuerpo místico de Cristo). Así “por medio de un saludo manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor”[13].

Una área pastoral de la Iglesia en la que la acogida ha sido tratada tradicionalmente de manera especial y continua es el área de la movilidad humana, en cualquiera de sus formas, emigrantes e itinerantes de cualquier tipo, sean temporales o con mayor o menor estabilidad en el lugar de llegada.

La acogida es parte intrínseca de la tarea evangelizadora entre migrantes. Se la supone como algo propio de esta acción pastoral. En cualquier documento o programación sobre dicha acción se la trata explícitamente y, cuando no se hace, recorre todo el discurso como parte necesaria de él. Expresiones como éstas: “país de acogida”, “centros de acogida”, “servicios de acogida”, son expresiones usadas normalmente al hablar de inmigrantes, turistas o peregrinos. La acogida es inseparable del “lenguaje” de la movilidad humana[14].  Ciertamente, la pastoral entre migrantes e itinerantes no se reduce a la acogida, ni mucho menos, pero no se puede dar sin ella.

Otra área en la que la acogida es particularmente sensible es la pastoral social, la pastoral dirigida a los pobres, a los pequeños, a los desvalidos. Allí no basta prestar servicios, es necesario “acoger” como primera señal de caridad, de amor fraterno; pero tampoco es suficiente “acoger”, hay que prestar eficaces servicios de asistencia, de promoción, de liberación.

Una mirada global a la acción de la Iglesia nos muestra que los “discípulos de Cristo” en sus vidas particulares o en la pastoral organizada de la Iglesia no prescinden de la acogida y la acentúan de manera particular en determinadas acciones evangelizadoras.

III. La acogida, signo de catolicidad

El sentido de universalidad marca, por definición, a la Iglesia Católica, no sólo en el sentido de su extensión territorial o de la multiplicidad étnica y cultural de sus miembros o de su vocación misionera, sino también de su apertura universal a todo, concretizada en la frase de Terencio: “Nada humano me es ajeno”; o en aquella otra de San Francisco de Asís: “Dios mío y todas las cosas”.

De múltiples maneras, en su devenir histórico, el alma católica ha puesto en práctica el criterio paulino de discernirlo todo y quedarse con la bueno[15]. Ha sabido encarnarse en las más variadas situaciones, asumiendo lo positivo y purificando lo contrario al Evangelio. El reino que anuncia es vivido por seres humanos profundamente vinculados a una cultura, pero, sin identificarse con ninguna de ellas, ha sido capaz de impregnar a todas las culturas sin someterse a ninguna[16].

De ahí que la actitud de acogida es intrínseca a la Iglesia Católica y hace parte de su misión evangelizadora.

Podemos hablar, entonces, también de una “espiritualidad de la acogida”, ya que ella es “un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas”[17].

La acogida encierra todo un movimiento espiritual interior, en el que Dios acoge, acogemos a Dios y estamos llamados a acoger a todo ser humano como él acoge y lo acogemos.

Siendo esto así, es necesario que el discípulo de Cristo tome conciencia de esta dimensión del cristianismo, se convierta a ella de corazón, crezca en ella, la perfeccione, haciéndola camino de santificación.

No se puede perder de vista, tampoco, que el “sentido de acogida”, intrínseco al cristianismo, ha de enseñarse y educarse para él en la instrucción religiosa o en la catequesis[18]. No puede darse por supuesto, como algo ya existente y cultivado. Además, en muchas ocasiones, la actitud o sentido de acogida se ve obstaculizado por prejuicios raciales, nacionalistas, culturales, históricos, sociales, económicos, más o menos profundos, odios o sentimientos de rencor, que cierran de plano cualquier tipo de encuentro, fomentando, casi espontáneamente, el rechazo y la exclusión. En situaciones así el cristiano vive una contradicción interna: su corazón puede estar convertido a Cristo, pero sus prejuicios, odios o rencores, muchas veces inconsciente o involuntariamente, le impiden la plena práctica del cristianismo y la acogida en concreto, llevándolo incluso a intolerancias y extremismos incomprensibles. En tales casos, se hace necesaria una profunda curación o liberación de esos traumas o problemas interiores. 

El “diálogo” que propicia la Iglesia con todas las naciones, sus culturas y sus religiones, empieza y sigue con una continua cordial acogida, reconociendo y descubriendo en ellas “semina Verbi”. Sin la acogida, ningún diálogo es posible ni prospera.

Este Congreso acontece cuando el mundo todo se ve amenazado por una ola ciega e irracional de terrorismo, combatido a su vez, como reacción, por una guerra llamada simplemente “guerra contra el terrorismo”, tan ciega e irracional, en muchas ocasiones, como el mal mismo que pretende combatir. Al terrorismo y a una guerra contra el terrorismo que emplea sus mismas armas violentas, la Iglesia opone su pastoral de acogida y de diálogo, la cual puede verse como un arma débil, pero que, en último término, es la única eficaz y a la cual habrá que acudir más tarde o más temprano.

Una mirada rápida a otras situaciones de nuestro mundo, locales, regionales o internacionales (piensese de nuevo en el creciente fenómeno de la movilidad humana o del pluralismo multicultural y religioso o de la globalización), nos ofrece una compleja realidad que representa un gran reto a la misión evangelizadora, a “la capacidad de la Iglesia para acoger a toda persona, cualquiera que sea su pueblo o nación de pertenencia”[19], para “encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes[20]. Si no se responde a este reto, se creará un mundo de exclusión y marginación. “Lo exige la visión “universal” del bien coman: hace falta ampliar las perspectivas hasta abarcar las exigencias de toda la familia humana”[21].

En esa línea, la Iglesia está llamada a continuar creando y mejorando cada vez más sus servicios de acogida y sus servicios pastorales en tal dirección[22]. Por eso, es útil y correcto distinguir diferentes niveles o conceptos de acogida: la primera acogida (el saludo, la asistencia en general), la acogida verdadera y propia (que tiene en cuenta proyectos a más largo término) y la integración (objetivo a largo plazo)[23].

La “actitud de acogida”, “el sentido de acogida”, propios del alma cristiana católica, nos impulsa a planificar, programar y organizar la acogida, integrarla en la misión evangelizadora de la Iglesia y de la pastoral orgánica.

Más aún, nuestra meta última ha de ser la de alcanzar “una cultura madura de la acogida”[24], porque “lo que importa es evangelizar – no de manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus últimas raíces – la cultura y las culturas de los hombres”[25].

No se necesita mucha imaginación para afirmar cuán necesitado está nuestro mundo actual, marcado por tantas diseminaciones, de esta cultura de la acogida.

La acogida hecha cultura llevará a todos “a apreciar los valores auténticamente de los otros, más allá de todas dificultades que comporta la convivencia con aquel que es diverso de nosotros”[26]. Esta convivencia es, en todo caso, el objetivo final de la “la comunión en Cristo”, de la educación para la vida comunitaria católica, universal.

Paradigma de la acogida católica, gran signo de catolicidad, ha sido el Papa Juan Pablo II, acogedor de todos, en Roma, y en sus más de 100 viajes y más de 130 pueblos visitados. Su apertura a culturas, religiones, al ecumenismo, a hombres y mujeres de cualquier raza o condición, es proverbial. Él ha sabido insistir en la identidad católica “ad intra” con una gran apertura “ad extra”, sin menoscabo de la primera. Sin lugar a dudas que el Papa Juan Pablo II es el líder mundial, por excelencia, de la defensa de la dignidad humana, de los derechos humanos de todos los pueblos, propulsor de la paz y de la libertad religiosa, por su capacidad y sentido de acogida. Él es acogido en todas partes por las grandes mayorías, porque él mismo es un gran acogedor, con signos, palabras y acciones.

Uno de los grandes signos de la catolicidad de la Iglesia y de su actitud de acogida es el hecho de mantener relaciones diplomáticas con más de 170 países, acoger en la ciudad del Vaticano representaciones de la casi totalidad de países del mundo, muchos de ellos abiertamente no católicos.

Ese mismo sentido de apertura y acogida universal se observa en la Iglesia, en él más alto nivel, en organismos de la Curia romana, como los siguientes Pontificios Consejos: para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, para la Justicia y la Paz, para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, para el Diálogo Inter-religioso, para la Cultura.

IV. La acogida en la industria del turismo

La actitud fundamental de los que trabajan cualquier tipo de turismo (cultural, ecológico, deportivo, de aventura, de playas o cruceros, en verano o en invierno) es la acogida. Ésta, unida a la disponibilidad y servicialidad, es decisiva en su labor. Está comprobado que el número de turistas, en ciertos destinos actuales, ha crecido no sólo por las ofertas locales para el descanso u otros valores buscados en el viaje turístico y las facilidades de sus “resorts”, sino por el talante acogedor de su gente.

Para trabajar con éxito en la industria del turismo hay que ser experto en la acogida, desde el maletero, el recepcionista, el mozo que sirve a la mesa hasta el ejecutivo más alto. La actitud acogedora (sonrisa, amabilidad, cordialidad) está a flor de piel en los operadores de una empresa turística bien montada. El aprendizaje de lenguas extranjeras no sólo se hace para facilitar el negocio o la comunicación, sino que es también un signo acogedor y de acercamiento al otro. Hablar el mismo idioma acerca a los seres humanos. A la acogida, además, se la organiza y programa: normalmente la primera actividad común para los turistas que llegan es un acto o cóctel de recibimiento en el que están presentes los directivos principales. Tales actos acogedores se convierten en auténticos espacios al servicio del encuentro entre los pueblos, del conocimiento y de las relaciones mutuas. El país que recibe, representado en su personal de trabajo, acoge a los países que llegan y por esa acción hace que se encuentren con el país de llegada y los demás venidos de otras latitudes.

Incluso los turistas visitantes traen ya consigo alguna actitud de acogida: por algo han escogido ese país y ese lugar concreto. Acogen, de algún modo, sus recursos ecológicos, sus playas, sus bienes históricos y culturales. Venidos de lejos, su visita es un acto de acercamiento con el país de destino y su permanencia, aunque sea por unos días, es un servicio al encuentro entre pueblos.

Este dato clave de la realidad de la industria del turismo, más que un dato de estrategia comercial, es un dato humano, antropológico: la acogida es un gesto de amor, de aceptación, de respeto al turista en cuanto tal. La persona acogida se siente bien; y al abrirle esa puerta para recibirla, ella misma se motiva a abrir sus propias puertas.

En la industria del turismo todo gira alrededor de la acogida al ser humano que allí llega, el turista, acogiendo, igualmente, sus fines y motivos inmediatos: el descanso sobre todo, unido a veces a la búsqueda de la belleza, de un mayor conocimiento cultural, del intercambio en un congreso comercial o científico u otros objetivos. Los servicios que se le prestan van a partir también de esa su realidad. Toda acción ligada al turismo queda marcada, de alguna manera, por su motivación principal: la recreación y el descanso. “Trabajo y descanso constituyen el ritmo natural de la vida del hombre. Uno y otro son necesarios para que la vida de la persona se desarrolle en todos sus aspectos esenciales, porque ambos son espacios de creatividad”[27].

El trabajo, sin lugar a dudas, “permanece como base para la integración y participación del hombre en la sociedad, como fundamento de la vida familiar, como realización, en fin, de aquella “verdad fundamental” que el hombre creado a imagen de Dios, mediante su trabajo, participa en la obra del Creador”[28].

El turismo, por su parte, pone de relieve el valor del descanso, “exigencia de la naturaleza humana y que representa en sí mismo un valor irrenunciable”[29]. La industria del turismo acoge este valor y organiza actividades y servicios en su favor.

V. La acogida en la pastoral del turismo

Lo dicho sobre la realidad propia de la industria del turismo, la acogida, nos remite casi espontáneamente a cuanto hemos dicho, igualmente, sobre la acogida como valor humano y cristiano, sobre su lugar en la pastoral de la Iglesia y como signo de catolicidad.

Se puede decir, por otra parte, que el mismo dato antropológico, el hombre situado en su aquí y ahora, que está a la base de la industria del turismo, es el que determina la acción evangelizadora de la Iglesia en la amplia realidad del turismo.

En efecto, la acogida señala bien cuál “es el núcleo central de la pastoral del turismo y cómo, en definitiva, se identifica con una de las actitudes fundamentales que deben caracterizar a toda la comunidad cristiana”[30].

Al indicar la acogida como el marco orientador de la acción evangelizadora en el turismo, la Iglesia sigue el mismo camino de Cristo, el hombre: “Acoger a los turistas, acompañarles en su búsqueda de la belleza y del reposo, deriva del convencimiento de que “este hombre es el primer camino que la Iglesia debe reconocer en el cumplimiento de su misión, El es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmediatamente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención”[31].

En esta perspectiva, me parece oportuno notar los siguientes diez puntos concretos sobre la acogida en la misión evangelizadora del turismo:

a. La acogida en la pastoral turística no es pura estrategia metodológica, ni siquiera solamente el punto de partida o una primera acción evangelizadora necesaria, sino el dato antropológico y cristiano central, alrededor del cual se han de organizar las demás actividades y servicios pastorales.

En una pastoral de acogida una de las primeras tareas a realizar es la superación de sospechas infundadas o prejuicios ofensivos en contra de los extranjeros. Concretamente, en cuanto al turismo se refiere, se puede dar, con cierta frecuencia, en las comunidades cristianas de los países de destino turístico y en sus agentes de pastoral, cierta desconfianza y rechazo hacia el turismo, destacando más los aspectos negativos (encerrado sobre sí mismo, incidencias dañinas a la cultura local, desigualdad entre el turista y el trabajador, recuerdos históricos de un doloroso pasado) que los positivos. Puede acontecer que el turista sea bien recibido en los países pobres, porque favorece la economía local y sea rechazado por las comunidades de fe por otras razones. Se daría, entonces, un conflicto interno, que no favorece ni a la comunidad cristiana, ni a la evangelización de los turistas, ni a los mismos trabajadores cristianos de la industria: éstos se sentirían, por un lado, acogiendo, y por otro, rechazando. Cualquier actitud de rechazo cerraría los aportes propios que la Iglesia puede y debe aportar a esta realidad humana, tales como su visión del hombre, su concepción sobre el descanso y la recreación, su servicio al encuentro de los pueblos.

b. Otros prejuicios, tal vez, a superar en determinadas ocasiones son los relacionados con miembros de confesiones cristianas no católicas o de otras religiones. En ambos casos se ha de dedicar atención especial a la acogida. En muchas ocasiones será el fenómeno turístico el medio para mostrar las diferencias por causas religiosas y motivar, así, la necesidad del encuentro, del diálogo y del ecumenismo. A los visitantes de otras confesiones cristianas se les podría ofrecer facilidades para la celebración de la fe, de acuerdo a sus necesidades y a las normas establecidas por la Iglesia.

c. Por el contrario, “los responsables pastorales del lugar exhortarán y prepararán a los fieles a la acogida de los visitantes”[32]. Esta preparación ha de ser no sólo técnica, sino también espiritual.  

Para ello ayudará mucho la revalorización de la acogida como virtud humana y cristiana, la visión bíblico-cristiana sobre el acoger al extranjero, la visión de apertura universal de la Iglesia católica.   

En cuanto al turismo se refiere, es de suma importancia “ofrecer una visión cristiana del turismo que conduzca a los fieles a vivir esta realidad desde su compromiso de fe y de testimonio, y con talante misionero”[33]. En esa visión, en la que se hace presente una relación entre teología y turismo[34], se destacan valores como éstos: la contemplación de Dios en la creación, encuentro con las bellezas de la naturaleza, el descanso, la recreación, uso apropiado del tiempo libre, aportes a la economía, disfrute vacacional en familia, crecimiento espiritual e intelectual, encuentro con los pueblos y sus culturas, etc. Se “busca apreciar los valores del turismo que están de acuerdo con la dignidad y el desarrollo de las personas y de los pueblos”[35].  

Este objetivo se debe tener presente en la homilía, en la catequesis, en los medios de comunicación, en la enseñanza religiosa escolar, en acciones formativas que curen viejos resentimientos históricos hacia determinados pueblos o etnias.  

Para evangelizar el turismo y redimirlo, hay que acogerlo y asumirlo de acuerdo a aquel principio soteriológico “lo que no se asume no se redime”.

d. En ese mismo tenor, el turista cristiano es también urgido a prepararse para acoger cordialmente al país que va a encontrar, a su gente, sus costumbres, su cultura, sus bellezas naturales, sus monumentos y bienes históricos. De esta manera da testimonio de su fe católica. Así, “en la preparación de su viaje, el turista se dispondrá a este encuentro, procurándose la información verídica y suficiente que le abra a la comprensión y al aprecio del país que va a visitar. A la información sobre el patrimonio artístico o histórico, se añadirá el conocimiento de los hábitos, de la religión, de la situación social en que vive la comunidad que le va a recibir. De esta forma, el diálogo cultural será sustentado por el respeto a las personas, constituirá un lugar vivo de encuentro y evitará el peligro de convertir la cultura ajena en simple objeto de curiosidad”[36]. De igual manera se interesará por conocer los lugares de culto y los servicios religiosos que se prestan para unirse a la comunidad receptiva en la celebración de su fe, particularmente en el domingo. “Es conveniente recordar, por último, que el cristiano que visite lugares que son honrados por fieles de otras religiones, debe comportarse con el máximo respeto, con un comportamiento que no hiera la sensibilidad religiosa de quienes lo acogen[37].

e. Por otra parte, la comunidad de acogida presentará al turista, ante todo, su patrimonio ecológico, artístico y cultural con una clara conciencia de la importancia real de sus valores y de su propia identidad. Si bien es verdad que las comunidades receptoras reciben la influencia cultural, positiva o negativa, de los visitantes, también es cierto que en este encuentro, interacción o diálogo, “la invitación que se hace al turista para que conozca la cultura, conlleva el propio compromiso de vivirla profundamente y protegerla celosamente”[38].

f. En este contexto adquiere una especial relevancia para la comunidad cristiana que acoge su patrimonio religioso. “Los monumentos, las obras de arte y todas las manifestaciones culturales o propias de sus tradiciones deben ser ofrecidas de forma que quede bien visible su conexión con la vida presente de la comunidad”[39]. De esta manera, al acoger y al ofrecer lo suyo propio, la comunidad misma tomará mayor conciencia de sus valores y verá crecer su estimación e identificación con sus raíces y su pasado.  

Particular atención ha de prestarse en la acogida a los visitantes de lugares específicamente religiosos. “Entre ellos destacan los numerosos santuarios, meta de peregrinación cristiana, a los que acuden en gran número también los turistas, bien sea por motivos culturales, por motivos de descanso o por un impreciso atractivo religioso. En un mundo siempre más secularizado, dominado por el sentido de la inmediato y de lo material, estas visitas pueden leerse como el signo de un deseo de retorno a Dios. A los santuarios, por tanto, les incumbe disponer de una acogida adaptada a estos visitantes que les ayude a reconocer el sentido de su propio camino y a comprender a qué meta están llamados”[40].

En otras ocasiones, sin embargo, el lugar religioso es visitado más bien por su valor artístico o histórico, como sucede frecuentemente con las catedrales, iglesias o monasterios. “La acogida proporcionada en estos lugares no puede limitarse a una esmerada información histórica o artística, sino que debe poner de manifiesto su identidad y finalidad religiosa”[41].

A este propósito sería oportuno que la Diócesis de destino turístico y sus parroquias incluyan entre sus objetivos pastorales el “impulsar la formación de grupos y asociaciones, así como la colaboración de voluntarios, para la gestión del patrimonio de la Iglesia visitado por los turistas para su acogida, de forma que se pueda contar con horarios de apertura suficientemente amplios”[42].

 g. Pero es “en la celebración eucarística, centro de toda la comunidad eclesial”, donde “la acogida al visitante encuentra su expresión más profunda”. “Es el momento más frecuente del encuentro con los turistas”, aunque “no debe ser el único”[43].

El mejor servicio pastoral que se puede prestar a un turista, que va de paso, es la celebración de una eucaristía dignamente preparada, muy participativa, que manifieste el sentido festivo y de fe de la comunidad autóctona. Ella será, sin lugar a dudas, uno de los gratos “souvenirs” que se llevará del país visitado.

En muchas ocasiones, la acogida para la celebración eucarística ha de incluir el ir allí donde están los turistas, sobre todo en el turismo de playas y cruceros. Entonces, la acogida se vuelve misionera, no espera a que llegue el destinatario o interlocutor, sino que se le acerca y se sale al encuentro de él.

El uso de las lenguas propias de los turistas en la liturgia será no sólo un signo de buscar una mejor comunicación, sino también de acercamiento y acogida ¡Cuánto agradece un visitante oír su dulce lengua nativa en tierra extranjera!

h. El lugar donde realmente se desarrolla la pastoral del turismo es la parroquia, la expresión más directa de la comunidad cristiana local. En ella se ofrece a los turistas “la acogida cristiana que la sostiene en su vida creyente y se da hospitalidad a todo visitante sin distinción”[44]. De una parroquia salen los cristianos a su viaje turístico y de otra los trabajadores y operadores a su actividad laboral en el turismo; a ellas retornan, después de haber alcanzado cada uno sus objetivos. “Ella se abre para acoger a cuantos a ella llegan de paso y prepara a sus miembros para el viaje que desean emprender. En ella encuentran apoyo y ánimo cuantos se proponen vivir el testimonio sincero de su fe en el mundo del turismo”[45].

“Considerar la comunidad parroquial como punto de encuentro y sostén de la acción pastoral implica, ante todo, que la parroquia esté presente con sus estructuras en los lugares donde se desarrolla el turismo. El signo visible de los templos y centros parroquiales constituye el primer y decisivo gesto de la hospitalidad vivida y ofrecida por la Iglesia. A través de esta presencia la parroquia invita a todos los visitantes a unirse a la celebración de fe y de la comunión fraterna”[46].

La comunidad local, la parroquia, mediante la pastoral del turismo se torna así un servicio al encuentro de los pueblos.

i. Aunque todos los servicios y estructuras diocesanas o parroquiales de la pastoral del turismo han de llevar el sello de la acogida, es importante “hacer explícita la acogida de los turistas por parte de la Iglesia diocesana con una carta del Obispo, especialmente al inicio de los períodos de la actividad turística más intensa, y elaborar material que les facilite la información y participación en las celebraciones y en la vida de la Iglesia local[47].

j. El cristiano que ejerce su profesión en el turismo necesita su propio plan de pastoral, dada la irregularidad de los horarios de la industria del turismo. La estructura clásica de las parroquias no puede responder a sus demandas y necesidades personales y familiares. Pero a parte de esta atención religiosa y sacramental adecuada a sus horarios de trabajo, ellos mismos se convierten en agentes pastorales directos e inmediatos en el mundo del turismo.

En efecto, “los promotores y los trabajadores del turismo ocupan un lugar específico en la acogida que se presta a los visitantes. Ellos son, de alguna manera, los primeros protagonistas de la acogida. Por su trabajo están directamente relacionados con los visitantes y son los primeros en conocer sus esperanzas y sus eventuales decepciones, se convierten a menudo en sus confidentes y pueden ejercer de consejeros y guías.

El cristiano, que ejerce su profesión en el turismo, descubre en esta situación una gran responsabilidad. De su honestidad profesional y de su compromiso cristiano depende en gran medida que para el visitante la estancia resulte provechosa humana y espiritualmente.

Para responder a este reto, los profesionales del turismo deben poder contar con un apoyo decidido por parte de la comunidad y de los agentes de pastoral. Es indispensable que les ofrezca una preparación específica durante su tiempo de formación, bien en las escuelas profesionales, bien a través de otras iniciativas complementarias. Las características de su trabajo serán tenidas en cuenta a la hora de programar celebraciones y encuentros catequéticos”[48].

Conclusión

Siempre he pensado que cualquier exposición nunca es un trabajo exhaustivo, que es “un trabajo inacabado”, que abre el camino a ulteriores reflexiones y aplicaciones, invitando así a ser completado y perfeccionado.

Sin mirar ahora otras conclusiones posibles, deseo concluir notando estos puntos de los que estoy profundamente convencido:

La acogida hace parte indiscutible de toda acción pastoral de la Iglesia. Por eso, la misión evangelizadora de la Iglesia no se puede dar sin ella.

La acogida cobra particular importancia en la pastoral de la movilidad humana y, de modo general, en nuestro mundo actual, que se torna cada vez más plural, multi-étnico y multicultural. Es el núcleo central de la misión evangelizadora en el turismo.

La acogida, como valor humano o cristiano, como dato de la realidad del turismo o como misión de la Iglesia, es un medio al servicio del encuentro de los pueblos, más aún al servicio del encuentro con Dios y con la Iglesia.


[1] Cfr. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, “Orientaciones para la pastoral del turismo”, n. 19-21. Nota: De ahora en adelante citaremos este Documento sólo por el título.

[2] Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, Â“Acoger”, Edición 2001, 22.

[3] Cfr. Websteris Dictionary, “Welcome”, Riverside Publishing Company, 1991.

[4] Cfr. Diccionario Espasa, Sinónimos y antónimos, “Acogida”, Editorial Espasa Calpe, 1995.

[5] Ibídem, “Acogida”.

[6] Cfr. Génesis, 19, 6-8.

[7] Hebreos, 13, 2.

[8] Mateo, 25, 35, 38, 40, 43, 44, 45.

[9] Diccionario de la Real Academia de la lengua española, “Xenofobia”.

[10] Romanos, 15, 7.

[11] Orientaciones para la pastoral del turismo, n. 19, nota 20.

[12] Cfr. Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Ritual Conjunto de los Sacramentos, 1976.

 [13] Instrucción general para el uso del misal romano, n. 27-28.

[14] Cfr. por ejemplo, Orientaciones para la pastoral del turismo, n. 19; Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, n. 100-103; Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi, n. 39-43; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 275 y 287; III Congreso Europeo de Santuarios y peregrinaciones, “El Santuario, espacio para una acogida fraterna y universal”, 2002.

[15] Cfr. I Tess., 5, 21

[16] Cfr. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 206.

[17] JuanPabloII, Ecclesia in America, n. 29.

[18] Cfr. Erga Migrantes Caritas Christi, n. 42.

[19] Ecclesia in Europa, n. 100.

[20] Ibídem, n. 101.

[21] Idem.

[22] Cfr. Ibídem, n. 103.

[23] Cfr. Erga Migrantes Caritas Christi, n. 42.

[24] Ecclesia in Europa, n. 101.

[25] Evangelii Nuntiandi, n. 20 a.

[26] Erga Migrantes Caritas Christi, n. 39.

[27] Orientaciones para la pastoral del turismo, n. 5 a.

[28] Ibídem, n. 6 b.

[29] Ibídem, 6 c.

[30] Ibídem, n. 19 a.

[31] Cfr. Ibídem n. 19a y Juan Pablo II, Carta encíclica, Redemptor hominis, 1979, n. 14.

[32] Ibídem, n. 21 d.

[33] Ibídem, n. 32.1.

[34] Cfr. Ibídem, n. 7-10.

[35] Cfr. Ibídem, n. 34.1.

[36] Ibídem, n. 9 b.

[37] Ibídem, n. 21 g.

[38] Ibídem, n. 9 c.

[39] Ibídem, n. 20 c.

[40] Ibídem, n. 21 b

[41] Ibídem, n. 21 c

[42] Ibídem, n. 34.6

[43] Cfr. Ibídem, n. 19 b, c, d y e.

[44] Ibídem, n. 18 c

[45] Ibídem, n. 35 a

[46] Ibídem, n. 35 b

[47] Ibídem, n. 34.5

[48] Ibídem, n. 29, a, b, y c.

 

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