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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 97, April 2005

 

Homilía EN QUITO* 

 

Cardenal Stephen Fumio HAMAO

Presidente del Consejo Pontificio 

para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

 

“Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias” (salmo responsorial). En este versículo del Salmo 33, podemos casi oír el grito de tanta gente que desea ser liberada de todo lo que le oprime. Escuchamos particularmente en él el grito de los emigrantes que dejan familia e hijos en búsqueda de trabajo, el lamento de refugiados y desplazados que raramente encuentran una solución decente a su continua búsqueda de seguridad y dignidad, el sentido de abandono de la persona envuelta en el tráfico sexual en un lejano resort turístico, así como la angustia de aquellos que son oprimidos por el pecado en sus vidas.

“Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”. Oímos no solamente el grito, sino también la fe del salmista y de toda la asamblea de Israel, a quien él llama: Â“Proclamad conmigo la grandeza del Señor”. Aun más, el salmo nos hace testigos de la indestructible fe de un orante: “Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias”.   

“Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”. Esta experiencia del salmista está enraizada en la misma convicción que encontramos en el profeta Isaías: “La palabra que sale de mi boca … no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Cuando Dios habla, aquella palabra se cumplirá. Cuando Dios dice su “sí” a nosotros en Jesucristo, podemos estar seguros de “Que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio”.1

“Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”. Es esta una convicción que nosotros necesitamos aprender una y otra vez, especialmente ahora, en esta Cuaresma, tiempo de renovación espiritual para la Iglesia. Alguien tiene que enseñarnos, no como algo intelectual, sino como una convicción que sentimos y vivimos. Quien nos enseña este camino es el propio Maestro: “Cuando recéis … rezad así”. No nos enseña palabras sino actitudes, no soluciones para todos los problemas del mundo – o para mis problemas particulares – sino un camino de vida a través de ellos con una actitud que es gracia, concretamente fe. “Recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!» Convirtiéndonos en hijos en el Hijo, aprendemos a proclamar con la misma confianza lo que hemos visto en Jesús al dirigirse a Dios como Abbá, Padre. Cuando rezamos con El, “venga tu reino”, el de justicia y de paz verdadera, y gritamos “hágase tu voluntad”, sabemos que aquellos que gritan serán escuchados. Sabemos también que Dios nos hizo hombres y mujeres mortales, instrumentos para asegurar que su voluntad sea llevada a cabo y que su reino llegue, asimismo, al mundo de la movilidad humana, instrumentos también consagrados a su don de perdón y reconciliación, venciendo el mal con el bien. Como en el Evangelio de hoy, recitamos diariamente “venga tu reino” para que las personas itinerantes puedan convertirse en auténticos hermanos y hermanas del Reino de Dios nuestro Padre.

“Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”. La palabra inquebrantable de Dios llega a nosotros como el pan de vida: “Danos hoy el pan nuestro”. En esta Eucaristía que celebramos, recibimos la garantía de las promesas de Dios, el “sí” de Dios a este mundo, la fuerza que nos ayuda a ser instrumentos del amor y de la paz de Cristo en este mundo de la movilidad, el perseverar en nuestros ministerios “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”, entonces veremos el pleno cumplimiento de la plegaria del salmista: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”. Amen, así sea. 



* En ocasión del Simposio Andino-Hispano, para los emigrantes, el 15/02/2005
1 Rom. 8, 28

 

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