The Holy See
back up
Search
riga

 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 107 (Suppl.), August 2008

 

 

R.P. Josep-Enric Parellada, OSB

Rector del Santuario de Montserrat (Barcelona)

Director del Departamento de Turismo, Santuarios y Peregrinaciones

de la Conferencia Episcopal Española

 

Introducción

El punto de partida de esta comunicación es la experiencia que se vive muy a menudo en el santuario del cual soy el Rector, y, que se da también en la mayoría de santuarios. Son muchos los peregrinos o visitantes que al acercarse al confesionario o al pedir un diálogo con algún monje o sacerdote comienzan diciendo: “he entrado en la iglesia y he quedado impregnado del ambiente de este lugar y tengo necesidad de reconciliarme conmigo mismo”. Algunos añaden: “he ido a venerar la imagen de la Virgen y me he emocionado al verla y necesito desahogarme de lo que llevo dentro”. De afirmaciones como éstas o similares y de otras muchas expresiones no verbalizadas, podemos deducir, sin lugar a dudas, que los santuarios, hoy y siempre, son unos lugares y unos tiempos donde es posible el encuentro con Dios. De este encuentro nace el deseo de conversión por parte de peregrinos y visitantes.

Fíjense que el acento de las afirmaciones que acabo de hacer recae sobre la palabra encuentro con Dios. Éste es el verdadero objetivo de los santuarios, o si quieren su vocación genuina. La reconciliación, tanto a nivel sacramental como sus consecuencias, es decir, el cambio de vida, será el proceso o la expresión explícita de este encuentro. El encuentro es el que determina que el peregrino, el visitante, puedan ver su vida pasada, su presente y sobre todo su futuro desde la perspectiva de Dios. Esto es lo que significa conversión, convertere, pero no para seguir mirando con los propios ojos sino con los de Dios.

Teniendo en cuenta esta idea vamos a estructurar la presente comunicación en dos apartados. En el primero nos fijaremos en la realidad santuario y evidentemente en los que llegan hasta ellos[1]. El objetivo de este primer apartado es hacer ver cómo los santuarios tienen una vocación originaria, la del encuentro que da paso a la conversión, y también para situar a los protagonistas de esta experiencia vital, originaria, propia del ser humano, que es la conversión. En un segundo apartado daremos algunas pistas sobre el sentido de la conversión, haciendo hincapié en el sacramento de la reconciliación a través del cual se expresan la mayoría de los procesos de conversión y también sobre las exigencias pastorales que conlleva. Finalmente, una conclusión. Todo ello para mantenernos fieles al título propuesto: “Quale pastorale d’accoglienza nei Santuari per incoraggiare i pellegrini al Sacramento della Penitenza o Riconciliazione”[2]

I – Santuarios y peregrinos

1.1. Los santuarios, lugares de encuentro

¿Qué es un santuario, o qué hay en él, que lo hace tan atractivo a los creyentes e incluso a los no creyentes? Desde la aurora de la humanidad, la experiencia religiosa ha orientado el camino del hombre hacia lugares de encuentro con el Trascendente, con el Sagrado. Estos lugares han marcado también el camino de Abrahán y la historia del encuentro de Dios con su pueblo, Israel. El encuentro definitivo ha tenido lugar en la encarnación del Hijo, peregrino él mismo, que se ha convertido en el verdadero santuario, donde el hombre y Dios pueden encontrarse, dialogar y abrazarse[3]. De nuevo el acento recae sobre la palabra encuentro, que se expresa en el diálogo y en el abrazo (cfr. parábola del hijo pródigo).

Los santuarios aparecen a nuestros ojos como unos lugares privilegiados, surgidos de la iniciativa de Dios, donde es posible una renovación de la vida y de la fe de todos aquéllos que de forma consciente o inconsciente se desplazan hasta ellos. Pero hay algo que tenemos que dejar muy claro y que es de vital importancia, y es que en el Santuario, no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo[4]. Con palabras que atañen al tema que nos ha sido confiado, Dios mismo muestra al hombre el camino de la conversión, que pasará necesariamente, en algún o algunos momentos, por la celebración sacramental de este encuentro. 

Teniendo en cuenta estas consideraciones, nos damos cuenta que en el santuario se manifiesta con toda su misericordia y su poder "el Dios de nuestros padres" y "el Padre de nuestro Señor Jesucristo", en una permanente teofanía. Como dice el Papa Juan Pablo II, "siempre y en todas partes los santuarios cristianos han sido o han querido ser signos de Dios, de su irrupción en la historia humana. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y la Redención, que es la historia del amor de Dios a cada hombre y a la humanidad entera”[5]. Redención, que es ofrecida a todos los que llegan a los santuarios, invitándoles a un cambio en sus vidas, en su manera de actuar y de creer.

1.2. Peregrinos, hombres y mujeres en camino para un encuentro

La experiencia peregrinante en la vida del hombre viene de lejos, encuentra sus raíces profundas en su mismo ser y en su propia historia[6]. No es extraño que el Papa Juan Pablo II[7] afirme que la peregrinación es una experiencia fundamental y fundadora de la condición humana y de la condición creyente de los hombres. La peregrinación es el signo, es la imagen de nuestra vida humana. Se trata del hombre en camino hacia la fuente de todo bien y hacia su plenitud. Del hombre que pone su ser, su cuerpo, su corazón y su inteligencia en marcha, mientras se va descubriendo a sí mismo como un "buscador de Dios y un peregrino de lo eterno".

La mayoría de veces, los peregrinos y visitantes llegan rendidos, cansados de todo, pero a su vez llegan misteriosamente esperanzados. No podrán, quizás, definir el objeto de sus profundos anhelos o lo definirán parcialmente, confundiendo lo que quieren y a Quién buscan. El Santuario, como signo sagrado, tiene como vocación genuina el bien y el consuelo[8], que son al mismo tiempo los frutos espirituales de la conversión.

En la afanosa búsqueda de vías de salida, la elección de la peregrinación a un santuario asume el significado de un éxodo liberador: todos los que llegan lo hacen como "hijos del Éxodo". El paso del Mar Rojo, significó el paso del hombre viejo al hombre nuevo. En este mismo sentido, el paso por el santuario puede convertirse en un personal e intransferible “paso del propio Mar Rojo”, para dar lugar a un hombre nuevo. Es en este sentido que los responsables de la pastoral de acogida de los santuarios se esfuerzan para que los peregrinos y visitantes puedan vivir o intuir que su paso por el santuario es mucho más que el simple llegar, que es verdaderamente un paso para reemprender el camino de la vida cotidiana[9].

Los responsables de la acogida de los santuarios tienen que estar atentos para encontrar las formas y las actitudes que ayuden y favorezcan que los que llegan al santuario se sientan llamados a la conversión. La traducción en términos de acogida sería que esos, los responsables, hagan lo posible para descifrar, discernir, dialogar[10] y orar[11]. Éste es el primer y fundamental reto pastoral para animar a los peregrinos y visitantes a celebrar el sacramento de la reconciliación.

Descifrar, discernir, dialogar, orar, son unas actitudes que conllevan vivir muy atentos a la realidad. En nuestro ámbito específico atentos y en dialogo con todos los que vienen, la mayoría de los cuales no saben donde ir. El modelo del peregrino, el de hoy y el de todos los tiempos, es la figura de la mujer que tenía pérdidas de sangre[12]. A escondidas, con timidez, sin saber muy bien lo que puede pasar, de forma anónima, se acerca para tocar si puede la borla del manto de Jesús, el cual “la descubre”, y del contacto con él, “nace” una mujer nueva. Toda conversión es un nuevo nacimiento, “en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”[13]

II. La conversión

2.1. Santuarios y conversión

Ante todo tenemos que definir qué entendemos por conversión, ya que la conversión desde la perspectiva cristiana difiere de la de ciertas filosofías que reclaman un cambio de principios éticos o morales. La conversión cristiana es diferente. No supone únicamente que la vida tiene un sentido que puede "convertirse", sino que ese sentido está determinado por un Dios personal y que el fundamento y principio es don de Dios, que llama a los hombres de todos los tiempos a vivir según su corazón. Más aún, «conversión» es la concreción de la verdadera relación que Dios quiere que establezcamos con Él.

Los santuarios son lugar apto para realizar y celebrar procesos de cambio, de conversión, de reconciliación. Podemos afirmar que entre otras es una vocación institucional e histórica la que tienen los santuarios de ayudar a descubrir nuevos horizontes en la vida, a estrechar vínculos con Dios y con los hombres. Ahí se sitúan las celebraciones sacramentales de la penitencia o de la reconciliación, los espacios de silencio para la maduración personal o de grupo y evidentemente todos los procesos de conversión incluidos los que podríamos calificar de excepcionales.

La conversión a que invitan primero Juan y después Jesús, obliga a revisar por completo el sentido de la propia vida con relación a este acto decisivo, a este don, de Dios. Es la respuesta del hombre a la soberana iniciativa de Dios. Esta respuesta implica ante todo un arrepentimiento, una manifestación externa del deseo de abandonar el pecado, y que en algunos casos conllevará una penitencia[14]; implica también la fe por la que uno se entrega totalmente a Dios[15]; finalmente comporta unas consecuencias para toda la vida, que será renovada por completo.

El mensaje evangélico, la llamada a la conversión, tiene un valor absoluto y definitivo para todos los hombres hasta el fin del mundo. Los apóstoles lo han hecho resonar a través del espacio y el tiempo: todo hombre es llamado a hacer penitencia y a convertirse, al anuncio de un heraldo de la Buena Nueva[16].

El tema de la conversión es siempre un tema de carácter personal e intransferible. Un tema que reclama discreción y reserva por parte de quien es testigo de estos procesos, como son los confesores o responsables de pastoral. La conversión es un paso personal que incluye todo un conjunto de movimientos psicológicos y morales, de motivaciones intelectuales y afectivas, a las que tienen que estar atentos los confesores[17].

2.2. Conversión y sacramento de la reconciliación en los santuarios

Desde el inicio hemos afirmado que el encuentro con Dios que comporta la conversión, insistimos en el sentido que hemos querido dar al concepto convertere, se expresa en los santuarios en la celebración del sacramento de la penitencia o de la reconciliación. Si algo distingue hoy a los santuarios es que son unos espacios y unos tiempos en los que es posible celebrar el sacramento de la reconciliación. Más aún, son muchos los que llegan expresamente para celebrarlo.

Para no perdernos en afirmaciones de carácter asertivo de lo que debiera o no debiera ser la celebración de la penitencia en los santuarios, hemos estructurado este apartado partiendo de una doble perspectiva de la praxis pastoral, es decir, cuál es la experiencia de fe que viven los peregrinos y visitantes que llegan al santuario y una segunda perspectiva cuál es su comportamiento o su actitud cuando llegan al confesionario. El objetivo es de nuevo el hombre que va al encuentro de Dios y descubre que era Él quien le esperaba, que era Él el peregrino que día tras día caminaba por la misma senda de sus vidas.

2.2.1. Experiencia de fe

  1. Desde esta perspectiva nos encontramos en primer lugar con el fiel, el peregrino, comprometido en su lugar de origen con una comunidad parroquial o movimiento evangelizador, que antes de iniciar una peregrinación celebra el sacramento de la reconciliación con el fin de vivir a fondo la experiencia simbólica de la peregrinación. Algunos de estos peregrinos, somos testigos de ello, se acercan también al sacramento de la penitencia en nuestros santuarios pero lo hacen con un matiz importante: presentar a Dios sus vidas, con sus luces y sombras, con un deseo mayor de fidelidad al seguimiento de Jesús. Esta experiencia es también una “conversión” que se realiza en los santuarios. Nos equivocaríamos si limitáramos únicamente el concepto de conversión a lo que comúnmente se entiende como conversión. Evidentemente que existen también personas escrupulosas, para las cuales nunca se llega “a obtener” la verdadera conversión. Consideramos que éste no es el ámbito para ampliar el tema, ya que comporta otros ingredientes de carácter psicológico, moral, de formación,...
  2. En segundo lugar podemos afirmar que una inmensa mayoría de cristianos aprovechan la peregrinación anual a un santuario para confesarse, para poner “en regla”, según expresión de muchos de ellos, la propia vida. Muchos de éstos, además, al iniciar la confesión afirman no haberse confesado desde la peregrinación del año anterior. Para esos, la peregrinación aparece como una gran ocasión, a través de la cual, pueden profundizar su relación con Dios, gracias al sacramento de la conversión e intentar vivir, con más ahínco, su vida cristiana. En algunos casos es clave una confesión bien celebrada y una buena acogida por parte del confesor. Somos testigos de lo que ha supuesto para algunos de ellos, este “encuentro anual” con Dios.
  3. Una tercera situación, de esta primera perspectiva es la de los que llegan a un santuario, bien por motivos turísticos, bien porque se han visto “embarcados” en alguna peregrinación sin ellos proponérselo, simplemente porque alguien les ha inscrito en una peregrinación, en “un viaje” según ellos. Y en un santuario, ¡hay muy pocas cosas para hacer! Es decir, en un santuario, a parte de los oficios litúrgicos, de la visita a la imagen objeto de veneración o del museo, si lo hay, pocas cosas quedan por ver y no es extraño, que de buena gana o de mala gana, incluso, algunos tomen parte en las celebraciones litúrgicas. En algunos casos, muchos más seguramente de los que sabemos, estas personas se sienten “tocadas” por algo que las supera. En ocasiones tienen el coraje de acercarse a un sacerdote o a un confesor. No debemos olvidar que el corazón humano es muy complejo y no siempre uno está en disposición de compartir o exteriorizar una experiencia interna. En otros casos, esta experiencia queda reflejada en el llamado “libro de los peregrinos” o de intenciones que acostumbra a haber en la mayoría de los santuarios. Es en estos casos que los responsables de los santuarios tomamos conciencia de Quién es realmente el artífice de toda conversión. Dios actúa y nosotros debemos respetar los procesos internos de todos y cada uno de los peregrinos o visitantes.
  4. Finalmente, y todavía en esta primera perspectiva, la de aquellos que siendo turistas o peregrinos, practicantes o no practicantes, tienen verdadera conciencia de su situación de pecado. Situaciones que siempre son dolorosas y que tocan todas las facetas de la existencia, desde las más personales hasta las profesionales.  Situaciones que pesan mucho en el corazón de quien las vive y que jamás han osado sacarlas a la luz, porque suponen un esfuerzo muy grande y quizás no pueden o no son capaces de “confesarlas”. Es en un santuario, a lo largo de una peregrinación, que cobran la fuerza necesaria para llevar a cabo un gesto, un acto, que les conlleve la paz, la reconciliación, la conversión de su manera de vivir. Los responsables de los santuarios, por ser muy importante quien llega, tenemos que ofrecer los medios idóneos para que puedan encontrar el espacio, el tiempo, la persona, que les ayude a aligerar su peso, alguien que les haga descubrir, que con la gracia de Dios, presente en el santuario, lugar santo, algo de su interior puede evolucionar, algo puede cambiar y que abra la posibilidad de dar un paso que hasta aquel momento parecía imposible.

Estas situaciones que acabamos de describir se dan a menudo en los santuarios. El ambiente que debe reinar en ellos, en todos sus aspectos –desde la limpieza y el decoro hasta el silencio–, la caridad que surge entre los grupos de peregrinos, la atmósfera de piedad que se respira, tiene un papel en este tipo de conversiones.

Algunos, como hacíamos notar anteriormente, llegan muy cansados, como verdaderos hijos del Éxodo. El santuario debe ser el lugar donde reponerse y sobre todo vaciar los fardos pesados, que algunos llevan en la espalda, desde hace mucho tiempo, ¡quizás demasiado!

2.2.2. Peregrinos y visitantes “en el confesionario”

Existe una segunda perspectiva que está en relación con el comportamiento de quien llega a nuestros confesionarios o a nuestros locutorios o centros de acogida pastoral.

  1. En primer lugar, podríamos hablar de los que se acercan al confesor sin saber el porqué han entrado, algo que ocurre muy a menudo. Es quizás “una especialidad” de los santuarios[18] estar atento a los que llegan y que de una forma u otra expresan con palabras o actitudes que viven más o menos alejados de Dios, que no saben muy bien comó expresar esta situación, que en su corazón hay algo que les inquieta.  Y sin saber porqué –los motivos o las causas pueden ser múltiples y diversas– entran en el confesionario. La mayoría, al encontrarse dentro, afirman que no saben muy bien porqué están ahí ni tampoco saben qué decir. Existe una especie de golpe de gracia que “fuerza” al hombre y a la mujer a ponerse ante Dios. Seguramente, y no sin cierta razón desde la perspectiva puramente antropológica, alguien podría afirmar que no existe la libertad que requiere todo proceso de maduración espiritual, ya que se trata de un movimiento irracional. ¡Cierto! Pero no debemos olvidar que el camino de Damasco sigue actual y vivo. Es entonces cuando tiene lugar “el milagro”. Todo milagro, lo sabemos bien, ocurre habitualmente por causas segundas, ya que Dios ha actuado de forma directa una sola y única vez en la historia, en la encarnación del Verbo. Pero cada vez que Cristo entra en la vida de las personas, Dios actúa de manera sorprendente a través de una larga serie de causas segundas, incluidas las causas psicológicas y sociológicas, que tienen como único fin preparar el encuentro con Él. Por otro lado, toda conversión necesita un itinerario, necesita un gesto de libertad por parte de quien ha sido “golpeado” por la gracia de Dios. Pablo no se convirtió al caer del caballo, sino que se convirtió entre el camino de Damasco y su bautizo[19]. Y esto es precisamente lo que ocurre con los que llegan a nuestros confesionarios sin saber el porqué. Creemos que es en ese momento, cuando están cara a cara con el sacerdote, en el diálogo que se inicia, cuando comienza la ocasión, quizás la primera ocasión, en la que Dios “jugando” a través de toda una serie de hechos sin concatenación, derriba los muros que impedían a alguien manifestar su pesar, su situación personal, dando lugar, paradójicamente, después de la “explosión” inicial, a un camino de libertad, que es siempre el fruto de toda conversión. Insistimos, quién llega es el más importante, por esta razón, tienen que darse las condiciones para que el que llega sin casi saberlo, se sienta cómodo, libre, confiado. El santuario debería ofrecer estas condiciones, ya que es un lugar santo.
  2. Siguiendo en esta misma perspectiva, hay otro tipo de personas, que llegan a nuestros confesionarios, y sin ningún tipo de valoración deberíamos definirlos como los que no tienen nada que decir, más aún, “su confesión” consiste en una lista más o menos larga de “he dejado de... rezar, de ir a misa, de hacer el bien” o en todo caso: “he hablado mal... de mis vecinos, de mis compañeros, de mi marido / esposa,...”, moviéndose en el terreno de una cierta superficialidad, entendida ésta como vivir de manera desganada y sin ningún tipo de aliciente, cumpliendo un ritual aprendido en la infancia y que se lleva a cabo sin saber muy bien el porqué. No se trata, como en el caso anterior, de personas que no saben ni tan siquiera que es el sacramento de la reconciliación. Se trata de personas habitualmente devotas y piadosas “que cumplen” con sus obligaciones y deberes cristianos. Es evidente que la cuestión de fondo no es la de confesarse o no, ya que este tipo de peregrinos de hecho se confiesan, sino de hacer descubrir que detrás de todo pecado, detrás de todo pecador está Dios que reclama una respuesta personal, una respuesta que englobe toda la existencia. No se trata de vivir habituados a Dios, sino de dejarse convertir por él, de dejarse sorprender por él. Se trata, por parte de los confesores y de los rectores de los santuarios, de aprovechar estas ocasiones magníficas, para con la ayuda del Espíritu Santo, y también si es necesario insistiendo en el ejemplo de apertura total de María a la acción de Dios, de ayudar a los penitentes a una verdadera conversión, es decir, a que Dios no sea alguien a quien tratamos de contentar “confesando” nuestra lista, ¡siempre la misma!, de pecados, sino alguien que nos da, en todo momento, la ocasión de llenar nuestras vidas, dándoles una fuerza insospechada.
  3. En contraposición a este tipo de peregrinos o penitentes, encontramos a personas que en diez minutos cuentan, con gran fluidez verbal, toda su vida y sus problemas cotidianos. Personalmente creo que el problema es parecido o similar al anterior caso que reflexionábamos, aunque soy consciente que es mucho más fácil, según cómo, provocar un diálogo con alguien más bien enjuto en palabras que con alguien que desborda fluidez. El problema es el mismo, se trata de un problema de relación; el problema es que está en juego la relación personal con Dios.
  4. Un último tipo de penitentes, desde la perspectiva que tratamos del comportamiento ante el sacramento de la reconciliación, son los que llegan a nuestros confesionarios sin osar decir lo que deberían formular, ya que el peso que llevan es demasiado pesado dando lugar a un bloqueo psicológico y moral muy fuerte, fruto de un complejo humano, de vergüenza, de frustración, y también si se quiere de humillación. La experiencia en los santuarios nos lleva a afirmar que todo proceso de conversión necesita un acompañamiento. En el santuario será, por definición, breve y puntual, pero sin dejar de ser acompañamiento. El confesor deberá ayudar al penitente a recorrer el camino de su propia existencia con el fin de hacer brotar la palabra, el gesto, la acción justa que ponga encima de la mesa la situación que pesa, que bloquea. Se trata de ser verdaderos testigos de la paciencia de Dios, de la confianza de Dios. En algunos casos, será aconsejable indicar que “este acompañamiento” puntual tiene que seguir en el lugar de origen, ya que como hemos indicado todo proceso de conversión es siempre largo, en algunos casos, en la mayoría, es el reto de toda una existencia. Y en esta situación nos encontramos todos.

Conclusión

En este Santuario mariano de Lourdes, quisiera acabar esta reflexión afirmando que en nuestro trabajo pastoral en los santuarios, María es maestra de espiritualidad y de escucha. Ella es una presencia viva que los responsables de los santuarios proponemos a los creyentes, a los peregrinos o a los simplemente visitantes, como una eficaz inspiradora de experiencia de Dios y de fidelidad a los compromisos cristianos. De aquí que la Iglesia y los hombres de todos los tiempos encuentren en María a una madre que les impulsa a renovarse en su ser y en su misión.

El pueblo de Dios, los hijos del Éxodo, elevan su mirada hacia la que se define a sí misma como “la esclava del Señor”, con el fin de poder gustar el agua que se convirtió en vino nuevo gracias a su indicación al Hijo.

María recuerda por otro lado a los responsables de la acogida de los santuarios y sus colaboradores que son el rostro maternal y gratuito de la Iglesia. En la acogida a los visitantes y peregrinos son instrumentos de la ternura y de la misericordia de Dios, que se manifiesta de manera eminente y ejemplar en María. El paso de multitudes de peregrinos y visitantes anónimos es para ellos paso de Dios, es gracia.

Acogiendo y dando nos convertimos nosotros mismos en don de Dios, mejor dicho, tomamos conciencia del don de Dios que es cada hombre, cada mujer, por roto y herido que esté su corazón. El milagro de la conversión, para los peregrinos y para los responsables, es sentirse amado. El verdadero milagro de la conversión es y será siempre el amor activo hacia Dios, hacia uno mismo y hacia los demás.


 

[1] El objetivo de la presente comunicación no es una reflexión sobre santuarios y peregrinaciones in genere. Por este motivo la realidad santuario y la experiencia de la peregrinación serán descritos de forma sumaria, y enfocados al tema que nos ocupa, es decir, la conversión o la reconciliación que se da en los santuarios.

[2] Entendemos que la acogida que da lugar a la celebración del sacramento de la penitencia o de la reconciliación, con todo lo que ésta supone para la vida de las personas, va más allá de las infraestructuras de todo tipo (capilla para la confesión, confesores disponibles, folletos de preparación, indicaciones,...) que suponemos deben o deberían existir en todos los santuarios. Tampoco es objeto de reflexión la preparación que deberían tener los confesores. Éste es un tema específico que sugerimos para otra comunicación o congreso dedicado al sacramento de la penitencia.

[3] Declaración final del Primer Congreso Europeo de Santuarios, Mariapocs, Hungría 1998.

[4] Tertio Millennio Adveniente, nº 6.

[5] Discurso a los rectores de santuario de Francia, Bélgica y Portugal, Roma, 22 de enero de 1981.

[6] Maggioni, Romeo, Pellegrinaggio, nostalgia e fascino del mistero, San Paolo, Torino 1997.

[7] Discurso a los participantes en el I Congreso Mundial de Pastoral de Santuarios y Peregrinaciones, Roma, 26-29 de febrero de 1992.

[8]Cfr. Castagna, Domingo. op. cit.

[9] No nos atañe en esta reflexión pero sugiero que en alguna ocasión se reflexione sobre lo que podríamos llamar “la espiritualidad del retorno”, es decir, la que vive el hombre y la mujer después de su paso por el santuario.

[10] Cfr. Novo Millenio Ineunte, n. 54-56.

[11] Cfr. Novo Millenio Ineunte, n. 32-34.

[12] Cfr. Mc 5, 25-34.

[13] Jn 3, 3ss.

[14] Cfr. Mt 3, 8.

[15] Cfr. Mc 1, 15; Act 20, 21; 26, 18; Heb 6, 1.

[16] Cfr. Mc 6, 12; Mt 12, 41; Lc 5, 32 par.; 24, 47.

[17] Recomiendo la lectura del artículo “Penitenza e riconcilizacione: le sfide di una rilettura...”, publicado en la Rivista Liturgica 5 (sett/ott 2005). Edizioni Messaggero. Padova. Puede consultarse también en http://www.rivistaliturgica.it/upload/2005/ articolo5_664.asp#. En dicho artículo se elencan una serie de actitudes por parte de los confesores y también de los lugares donde se celebra la penitencia que me parecen interesantes y de carácter muy práctico.

[18] Recuérdese que más arriba habíamos indicado que el primer reto pastoral de los responsables de los santuarios, ante los que llegan y las situaciones que llevan tras de sí, es descifrar, discernir, dialogar y orar. Este reto tiene su plena realización en la celebración del sacramento de la penitencia.

[19] Cfr. Hch 9, 1ss.

 

top