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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 108, December 2008

 

 

Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires en la Solemnidad del

Corpus Christi (24 de mayo de 2008)

 

En la Solemnidad del Corpus Christi, renovamos el deseo más hondo de Jesús para con sus discípulos: “Permanezcan en mi amor”. Este deseo de Jesús es fuente de Vida, porque así como Él tiene vida por el Padre, de la misma manera el que permanece en su amor. Jesús quiere que todos tengamos vida en Él. Por eso se hace Pan Vivo, Pan que vivifica, Pan de Vida.

Renovamos también el deseo de Moisés para con su Pueblo. Moisés exhortaba al Pueblo a tener buena memoria del Amor de Dios. Con cariño de padre le decía: “Acuérdate del largo camino que el Señor tu Dios te hizo recorrer por el desierto durante todos estos años. No te olvides del Señor tu Dios que te dio de beber y te alimentó en el desierto”.

La memoria, esa facultad tan linda que Dios nos ha regalado, nos permite permanecer en el amor, traer cerca a los que amamos, recordar, es decir, sentirnos en comunión con ellos en nuestro corazón. A la Eucaristía la llamamos “el Memorial de la pasión y resurrección del Señor”; la memoria se fija en los gestos (estamos hablando de una memoria amorosa, no de cosas abstractas), y el acto supremo del amor de Jesús, su entrega, quedó fijado para siempre en la memoria de nuestro corazón. En el gesto de partir el pan nos acordamos de la cruz y en el gesto de compartirlo y comulgar, nos acordamos de su resurrección. Al saborear el pan de la Eucaristía el Espíritu Santo nos hace recordar todas las Palabras y gestos de Jesús, que son fuente de vida, fuente de amor.

Y como la vida no está quieta hay que caminarla. Para permanecer en el amor de Jesús, salimos a caminar las calles de nuestra ciudad, sacamos la Eucaristía a la calle, haciendo memoria de todo el largo camino que el Señor ha hecho en medio de nosotros. Salimos a caminar para recordar cómo Jesús nos ha cuidado. Salimos a caminar con la certeza alegre de que Él camina a nuestro lado y con la esperanza humilde del encuentro.

La procesión del Corpus es una memoria viva y caminante que la Iglesia, pueblo fiel de Dios, realiza con todo el corazón: caminando adoramos a Jesucristo y recordamos los pasos del amor del Señor por nuestra vida. Nosotros somos su pueblo y queremos permanecer en él, queremos – le decimos – “experimentar siempre en nosotros los frutos de su redención”. Y él nos responde diciendo: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.

Permanecer, recordar, caminarÂ… Como vemos, las lecturas de hoy nos hablan de amor. De un amor para permanecer en el cual hace falta recordar sus gestos mientras caminamos. Nos ponemos en camino pero sabiendo de dónde venimos y a dónde vamos: caminar en memoria, caminar recordando. Porque a veces nos puede pasar que no caminamos sino que “andamos” de aquí para allá, corriendo sin saber a dónde vamos, desvinculados, ensimismadosÂ… solitarios, fragmentados. La memoria del amor del Señor, en cambio, nos hace caminar juntos como peregrinos, con el corazón rebosante de alegría, sintiéndonos pueblo fiel de Dios; vinculados con los demás, atentos al que necesita, llenos de proyectos creativos y fecundos para el bien de la familia y de la patria.

Así caminaba María: ella, apenas recibido el anuncio del Ángel, se levantó y se puso en camino para ir a servir a su prima. Ella, la que guardaba todas las cosas de Jesús en su corazón. Ella, la que acompañó a su Hijo en el camino de la Cruz y acompaña a la Iglesia peregrina hacia la casa del Padre. Ella la que permanece en el amor, la memoriosa de las gestas de Dios, la que siempre se pone en camino. Jesús mismo es el que le enseñó a ella y nos enseña a nosotros a caminar así, Él nos envía a caminar en el Amor. Él es el Amor y por eso siempre está en camino, Él anda por la calle, en medio de la gente, metido en la vida cotidiana; de ahí que, para encontrárselo, hay que ponerse en camino; para poder estar con Él, hay que salir a la calle. La Eucaristía es viático (de “vía”, “camino”): pan para el camino, pan de caminantes.

A medida que uno camina, que sale de sí hacia los demás, se le abren los ojos y su corazón se re-conecta con las maravillas de Dios. No podemos hacer memoria de Jesús quedándonos instalados en nuestro propio yo, encerrados en nuestro mundito particular, en nuestros mezquinos intereses. El cristiano es peregrino, caminante, callejero. Jesús nos dijo que Él es el Camino y para permanecer en un Camino hay que caminarlo. No “se permanece” estando quieto. Pero tampoco yendo a mil, chocando y atropellando. Jesús no nos quiere ni quietos ni atropelladores, ni “dormidos sobre los laureles” ni crispados... Nos quiere mansos, con esa mansedumbre con que nos unge la “esperanza que no defrauda”. Nos quiere pacíficamente laboriosos en el camino. Él nos marca el ritmo. Jesús es un Camino por el que vamos juntos, como en la procesión. Vamos despacito, sintiendo la presencia de los demás, cantando, mirando a los de adelante, mirando al cielo, rezando por los que no estánÂ… Como lo hace Jesús, que es el Amor y por eso se acuerda de los que ama y está siempre intercediendo por nosotros ante el Padre.

¡Qué lindo es caminar así por Buenos Aires! Qué distinta se siente nuestra Ciudad, esta misma avenida, que en la semana adquiere un ritmo febril. Queremos marcar nuestros pasos en el asfalto para que se pacifique toda persona que luego pase por aquí. Queremos dejar grabadas nuestras huellas, las de los pies hermosos de los mensajeros de la paz.

Como Abraham, que caminó como si fuera un extranjero por la tierra prometida, así nosotros cotidianamente caminamos como extranjeros por nuestra misma ciudad. Hoy en cambio la caminamos como ciudadanos del Reino. Con la presencia real del Señor en la Eucaristía estas calles suman un nombre nuevo, son calles del Reino, camino Real de la Ciudad Santa. Y caminándolas así establecemos vínculos nuevos, hacemos memoria de nuestros mayores, que las caminaron en la esperanza de que nosotros fuéramos mejores. Y miramos hacia delante y las caminamos avizorando a nuestros hijos y nietos, deseando que las transiten en paz y justicia, en fraternidad y solidaridad. Caminamos con sentido del tiempo cristiano, que es tiempo de amor, tiempo que vincula, tiempo que no levanta muros sino que tiende puentes entre las generaciones y entre los corazones, tiempo en el que se privilegia la unidad al conflicto. Caminamos en compañía del Señor, que al caminar con sus hermanos se siente a gusto, ya que él tomó nuestra carne y puso su tienda de campaña entre nosotros. Caminar así, haciendo memoria prolija del Amor del Señor, nos vuelve fecundos, creativos. La memoria del Amor de Jesús se hace comulgando con su carne y con su sangre. Yendo a comulgar y volviendo de comulgar. Y al estar saboreando este amor, mientras masticamos el Pan de Vida, se nos abren los ojos y vemos distinta la realidad. Entonces las calles se transfiguran y se vuelven lugar de projimidad, lugar de encuentro, lugar de solidaridad. Ésta es la memoria que une, el camino que aglutina a un pueblo que quiere permanecer sin disgregarse, que quiere permanecer en el amor y no despreciarse mutuamente. Ne dissolvamini, manducate vinculum vestrum; ne vobis viles videamini, bibite pretium vestrum (In Sollemnitate Sanctissimi Corporis et Sanguinis Christi, ad Officium lectionis)

 

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