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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 111 (Suppl.), December 2009

 

 

 

La pastoral de las personas sin techo y de los cartoneros en el continente

latinoamericano y EL caribe

 

 

Rvda. Hna. Maria Cristina Bove Roletti

Coordinadora Nacional de la Pastoral del Pueblo de la calle

Brasil

 

Introducción

El camino de la pastoral nacional de la gente de la calle se reconoce en la imagen del soplo de Dios que da vida a todos, especialmente a los que sufren y se sienten excluidos de la ciudad, en este caso, los sin techo y los “catadores” de material reciclable[1].

La historia de esta pastoral, asumida por la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil, CNBB, comienza cuando los “catadores” de material reciclable (“cartoneros” o “recicladores”) se organizan por primera vez y celebran un Congreso en Brasilia, Capital Federal del Brasil, con la presencia de más de 1500 recolectores. En esa ocasión, se organizó una marcha hasta el Altiplano Central, sede del gobierno federal, en la que participaron también los sin techo, llegando a 5000 personas. Ambos hechos mostraron, a nivel nacional, la situación de las personas que viven excluidas de las zonas urbanas, sus sueños y esperanzas, así como las causas de esa situación y las posibilidades de afrontarla. Este fue el fruto de un proceso de organización realizado en varias ciudades del Brasil por la Pastoral de la Calle y la Caritas del Brasil que, junto con algunas ONG y universidades, crearon un Forum de Estudios sobre la Población de la Calle, responsable de la organización.

Un factor importante en este proceso de organización de la gente de la calle fueron las religiosas de la Fraternidad de San Benito que, en 1978, bajo la coordinación de la Hna. Nenuca Castelvecchi, abandonaron otras obras de asistencia que realizaban, para asumir un compromiso, solicitado por el Cardenal de San Pablo, Dom Paulo Evaristo Arns: “Pongan a Puebla en el centro de la ciudad de São Paulo”. Este llamamiento dio un nuevo significado al camino con la gente de la calle y exigió un reexamen de la acción, la búsqueda de nuevas metodologías y un impulso místico vivificado y celebrado en la fe, en la esperanza y en el deseo de justicia.

Esto significaba también dar un lugar a estos sujetos – hasta entonces desconocidos por la sociedad, por el poder público e incluso por la Iglesia – de protagonistas y actores principales de su propia historia de vida en las ciudades.

De este modo, los habitantes de la calle y los recolectores de material reciclable comenzaron a ser considerados como Pueblo de Dios que toma el camino de su propia liberación y que reúne a su alrededor un sinnúmero de compañeros a los que poco a poco es posible reconocer, con sus rostros desfigurados y maltratados, los derechos de ciudadanos. Esta nueva perspectiva modifica la actitud de los que se les acercan, dejando de tratarlos como pobretones y objeto de caridad, y más bien los consideran sujetos con derechos.

Interpelada por la Palabra de Dios: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5), y convencida de que “el vino nuevo se echa en odres nuevos” (Lc 5,38), la comunidad, junto con algunos grupos de laicos/as se puso en camino. Nenuca Castelvecchi (1982) describe este período con las siguientes palabras:

“... vamos, sin muros y sin tener en cuenta las clases... a recorrer este camino oscuro de la fe, guiados por una certeza que contradice continuamente la realidad visible... nuestro compromiso no consistirá en un oficio, ni en un horario con tarifas determinadas; será un compromiso de vida, de donación y de actitud evangélica”.

Durante ese tiempo se multiplicarán las acciones y los gestos de acogida, y la coparticipación fraterna. Se abrirán las puertas de muchas casas para congregar a esas personas que estaban dispersas en la ciudad, “fatigadas y agobiadas como ovejas sin pastor” (cf. Mt 11,28). La vivencia del triduo pascual en la calle, la celebración de la Palabra y la realización de misiones callejeras, se sumaron a la agenda que se había establecido y que introducía a esa parte del pueblo de Dios en la historia de la Iglesia del Brasil.

En la presente charla, quisiera describir, al mismo tiempo, algunos rasgos de la realidad de esta gente en el Brasil, sus desafíos y conquistas, y el vínculo que la une a los trabajadores sociales que realizan – a través de la pastoral y con la ayuda de las ONG nacidas de esta semilla –  la misión de dar voz y voto al pueblo marginado de los centros urbanos.

Los recolectores de material reciclable, organizados en movimiento, nos ofrecen ya datos de su realidad en América Latina, que voy a relatar brevemente.

Quisiera expresar la alegría de poder participar en este acontecimiento y de compartir ese sueño común que nos anima y compromete para que todas las personas “tengan Vida, y la tengan en abundancia”. 

La gente de la calle y los recolectores

de material reciclable 

1. La realidad urbana en la que se encuentran

La existencia de los habitantes de la calle es un reflejo del modelo de desarrollo económico establecido en el país, y se podría afirmar que ellos representan la parte más afectada de un mercado competitivo y que excluye. Según Aiexe (2008), “los llamados grupos vulnerables o poblaciones afectadas, muestran el lado visible y perverso de un sistema económico postindustrial que prescinde desde un principio de una posible reconciliación entre mercado y trabajo, por la que abogan los defensores de la denominada ‘tercera vía’”.

El capitalismo organizado hace cada vez más profundas las diferencias entre las relaciones, oponiendo el 20% de los más pobres, que ganan el 2,4% de la renta en el Brasil, al 20% de los más ricos, que reciben el 63,2% de la misma renta nacional[2]. Económicamente, esto es bastante explícito en términos de injusticia social: probablemente la gente de la calle forma parte de esos 40 millones de personas que viven con menos de US$ 2 diarios y de los 14,6 millones que viven con menos de US$ 1 diario[3].

La población de la calle, objeto de esa exclusión, se encuentran a merced de su propia suerte y procura sobrevir vendiendo baratijas y/o recogiendo material reciclable. Sobreviven en el límite entre trabajo e indigencia, privados de sus derechos y en una situación de extrema pobreza.

Una característica de esa población es que vive en zonas urbanas, donde se concentran los mayores flujos de capital y se puede atender más fácilmente a las necesidades básicas.

Si, por una parte, los centros urbanos ofrecen condiciones para una mejor supervivencia, por la otra, llevan a la exclusión, cuando para lograr un espacio se depende de las ganancias. Los contrastes se van acentuando y se forman verdaderas ciudades dentro de la ciudad. Es muy común encontrar edificios lujosos junto a extensas “favelas”, así como ver a los sin techo durmiendo en las puertas de edificios abandonados: esos inmuebles vacíos son el resultado del traslado de los conjuntos comerciales y residenciales a zonas más alejadas del centro de las ciudades.

Además, la llamada industria de la urbanización produce una mayor exclusión de las ciudades debido a la promoción de proyectos de recalificación y/o de revitalización de los centros urbanos, que no hacen caso de la población que allí reside. El Estado, con el pretexto de estructurar polos hegemónicos, adopta planificaciones urbanas que se consideran como símbolos de la modernidad, y realiza trabajos de saneamiento para darles mayor efectividad, sin tener en cuenta la demanda y las necesidades de las personas que allí residen o trabajan. Por lo general, para realizar estas actividades, se utilizan las fuerzas de policía, amparándose en Códigos de Comportamiento votados por los legisladores sin la participación de la sociedad. En una entrevista realizada con ocasión del Censo de la Población de la Calle en Belo Horizonte[4], una mujer sin techo relata lo siguiente:

“El personal de la Prefectura se nos acercaba tratándonos como si fuéramos animales. Llegaba con la policía, con camiones que nos quitaban los carritos llenos de papel ... lo arrojaban, así como nuestras cobijas y nuestra comida, al Río Arruda. Los fiscales de la Prefectura nunca iban solos, siempre con la policía. Maltrataban mucho a la gente y no tenían compasión ni siquiera de los niños. Arrojaban biberones y alimentos al río y rompían los juguetes”

Muchas ciudades, hoy, son escenario de acciones de exterminio de la gente de la calle, realizadas algunas veces por la sociedad y otras veces por grupos “paramilitares” o de “protección social” de una determinada clase social. Un ejemplo de esto es la matanza que tuvo lugar el 19 de agosto, 2004, en la que murieron siete personas en la Praça da Sé, en el corazón de la ciudad de São Paulo, y otro cuando, en mayo de 2008, aparecieron muertos tres sin techo en Vitória, capital del estado de Espírito Santo, también en la región del Sureste del país[5]. Es común oír declaraciones de habitantes de la calle que han sido agredidos por transeúntes y ciudadanos, u obligados a cambiar constantemente de lugar para evitar abusos y maltratamientos. En un artículo publicado por Rose Barboza en la revista “Caros Amigos”[6], se comenta así una denuncia contra la población de la calle presentada por un empresario:

“Constatación cruel y dolorosa: ese fascismo higienista que trata ahora como basura a quien ha sido excluido de las promesas de la modernidad neoliberal, constituye una forma de negar la humanidad a quienes, de modo creativo, se reinventan la calle, poniendo en marcha sueños y expectativas a pesar de todas las evidencias contrarias”.

Esa violación de derechos va contra la Constitución brasileña que, en el art. 1° confirma el respeto a la dignidad del ser humano, considerándolo sujeto de derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. Por consiguiente, la población de la calle ha de ser reconocida como igual y tratada con sus diferencias, comenzando por ofrecerle políticas públicas que garanticen el ejercicio de la ciudadanía.

Esta carencia refleja el escaso compromiso del Estado. Puesto que esas personas se consideran invisibles, no figuran en el Censo Oficial del país realizado por el “Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística” IBGE, que aplica a esa población solamente políticas de carácter compensatorio y/o servicios de emergencia que no promueven la dignidad ni la autonomía.

Oliveira (2005) afirma que “los trabajadores urbanos reciben una cierta tutela, ayuda y asistencia por parte de los empresarios y del Estado, en vez de ser objeto de acceso a la participación, a la justicia y a los derechos, como sujetos de reivindicaciones válidas”. Esta postura queda confirmada por la iniciativa actual del Estado, en muchos municipios, de pasar al sector terciario los servicios de recogida de material reciclable, entregándolos a la iniciativa privada y pagando sumas elevadas, en vez de firmar contratos con las asociaciones y cooperativas de recolectores.

El esfuerzo realizado por la Pastoral de la Calle y sus cooperadores consiste en incluir a la población de la calle en las políticas sociales que se han de establecer para disminuir las desigualdades sociales. Lopes (2006) explica cómo “las políticas sociales del país se han caracterizado por el dominio de la lógica liberal, en detrimento de una perspectiva de universalidad, a pesar de que las luchas desatadas en el proceso constituyente, en 1988, han propiciado la garantía de varios derechos sociales”

2. Bajo los viaductos, en las calles y en los basureros: una realidad de anonimato y de supervivencia

En esos espacios en los que se resguardan o trabajan miles de personas, se registran muchas historias de vidas. El sufrimiento y la supervivencia se entremezclan y producen personalidades que, resistiendo a toda forma de exclusión, afrontan con valor y coraje la lucha diaria. No siempre se trata de historias victoriosas; muchos son los que mueren, en general prematuramente, ya sea víctimas de la violencia y del exterminio, como dijimos antes, o víctimas de una violencia que es producto de malos entendimientos y desaveniencias entre ellos mismos. Algunos no resisten a que se les nieguen dignas oportunidades y se ven afectados por las enfermedades, o son víctimas de accidentes. En la ciudad de Belo Horizonte, los médicos afirman que a partir de los 35 años de edad, las personas que viven en la calle presentan ya las características de los ancianos; situación grave, si se tiene en cuenta que en el país no existe una atención socio-asistencial para ese grupo de edad. El panorama se vuelve más grave si se considera que en la investigación arriba mencionada se calcula que el 54,6% de la población es mayor de 35 años.

Definir a la gente “de la calle”, o “en la calle”, como la definen algunos estudiosos, no es una tarea fácil, sobre todo por las distintas condiciones que caracterizan a los diversos grupos de individuos. He optado por la definición de Silva (2006), que la describe del siguiente modo:

“Un grupo de población heterogéneo, que tiene en común la pobreza absoluta, los vínculos familiares frágiles o despedazados, no posee una vivienda convencional normal y ha hecho de la calle un espacio para vivir y sustentarse por un tiempo o de modo permanente, pudiendo utilizar albergues y hospicios públicos, casas de acogida temporal o viviendas provisionales, en el proceso de abandonar la calle”.

Los habitantes de la calle son personas que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad social y subsisten con poco dinero o sin él. Por lo general, trabajan como recolectores de material reciclable en las calles y en los basureros; en el lavado de automóviles, en pequeños trabajos de artesanía y ventas de todo tipo de baratijas. Existen también los que se conocen como “trecheiros” (con distintas ocupaciones, sin contratos), los trabajadores estacionales y las personas que no se establecen en ninguna ciudad. La gente que vive en la calle no es homogénea, existen distintos tipos. Muchas son las personas que padecen de enfermedades mentales y las drogadictas.

Para sobrevivir, se van a vivir en las plazas, calles y calzadas, bajo toldos o debajo de los viaductos, en lotes desocupados, o también ocupan edificios y/o construcciones abandonadas. Algunos, durante años, pernoctan en albergues públicos, sin ninguna perspectiva de cambiar la condición en que se encuentran. Se trata de trabajadores excluidos del mercado del trabajo; de migrantes que llegan a los grandes centros en busca de una mejor calidad de vida; de familias que han perdido el poder adquisitivo y las condiciones de subsistencia.

Una encuesta realizada entre octubre de 2007 y enero de 2008 por el Ministerio de Desarrollo Social y Lucha contra el Hambre en 71 municipios con más de 300 mil habitantes, incluyendo las capitales de los estados, revela datos que permiten trazar un perfil. En las ciudades encuestadas se contaron 31.922 personas sin techo. Cuatro ciudades, donde ya se habían realizado encuestas recientes sobre la población de la calle, no participaron en esta encuesta:

            São Paulo: 10.399 sin techo en 2003;

            Porto Alegre: 427 en 1999;

            Belo Horizonte: 1164 personas en 2005;

            Recife: 1390 en 2005;

En total, según esas encuestas, las personas que viven en  la calle son 45.302 en las 75 ciudades.

Quisiera destacar algunos números que pueden ayudar a captar el alcance de este fenómeno denominado población de la calle. Son los siguientes: el 82% es de sexo masculino; el 58% tiene una profesión; el 74% sabe leer y escribir; el 8,3% sabe sólo firmar; el 70,9% ejerce alguna actividad remunerada, incluso viviendo en la calle.

Algunos resultados presentan referencias importantes para la elaboración de políticas públicas. Por ejemplo, el tiempo de vida en la calle: el 29,6% ha estado más de 5 años, mientras el 33,3% lleva hasta un año viviendo en la calle, y el 1,3% ha declarado que ha nacido en la calle; el 19% no logra comer diariamente y la gran mayoría no está incluida en los programas del gobierno; el 88,5% afirma que no recibe ningún beneficio.

Entre las discriminaciones que padecen, una de las más mencionadas es la prohibición de entrar en los establecimientos comerciales (31,8%) y Shopping Centers (31,3%), y de utilizar el transporte colectivo (29,88%); siguen: la entrada en los bancos, en los organismos públicos, en los servicios de la red de salud y en las iglesias.

En la preparación de la elaboración de la Cartilla sobre Derechos Humanos[7], los representantes de la población de la calle, al responder a la pregunta: ¿Cómo los ve a ustedes la sociedad? escribieron lo siguiente:

Al afirmar que somos vagabundos, personas que no quieren nada de la vida y que sólo queremos drogarnos y mendigar, no nos conocen y nos imponen denominaciones peyorativas como “maloqueiros” (desorientados), mendigos, vagabundos, o sea, personas que ya se entregaron, que han renunciado a luchar y a trabajar.

La sociedad nos estigmatiza, pues se dice que inspiramos miedo y repulsión. Nos siguen llamando locos por nuestras ropas medio sucias, sin pensar que esto se debe a que no se invierte en el campo social. Esta es una idea a veces incluso de los técnicos que trabajan con la población de la calle.

Ven en nosotros sólo una especie de objeto que está allí y que se puede mover en cualquier momento para un lado o para otro.

La atención socio-asistencial del poder público funciona de lunes a viernes, es decir, que uno no se puede enfermar ni pedir nada en los fines de semana y días feriados porque son momentos de descanso para un ser humano que lo merece, y el habitante de la calle tiene que entender esto.

A veces somos objeto de proyectos, como si fuéramos un puente o una obra cualquiera que necesita una licitación y una aprobación, entre otras formas de burocracia.

Entre los habitantes de la calle están los recolectores de material reciclable. Se pueden definir como personas que – viviendo las consecuencias de la carencia de un trabajo regular y reconocido, y de un proceso de acumulación de pérdidas sucesivas, que va más allá de las generaciones – tratan de ser protagonistas de su propia supervivencia. Es decir, para no mendigar, optan por un trabajo informal y con pésimas condiciones, a pesar del beneficio que proporcionan al medio ambiente. Son algunos de los principales responsables del reciclaje en el Brasil, aunque carecen del reconocimiento social que les sería debido, al verse muchas veces marginados y tratados como personas que, por la total falta de posibilidades de trabajo, viven de la basura[8].

Desprovistos de informaciones y del acceso a los derechos fundamentales, los recolectores se dedican a distintas formas de búsqueda de material, y a veces lo proporcionan a cambio del uso de un carrito, de alimentos, o incluso de bebidas alcohólicas. Las agresiones físicas y el abuso sexual son muy comunes entre estos trabajadores: en los depósitos de los intermediarios, en los basureros y por las calles. Los casos de agresiones por parte de la policía tampoco son raros.

Es importante destacar la existencia de dos tipos de trabajadores, entre los recolectores de material reciclable: los que lo buscan en los basureros y los que trabajan por las calles. Entre éstos últimos, algunos trabajan individualmente y otros participan en actividades colectivas y están organizados en asociaciones o cooperativas. Recogen el material reciclable por las calles y lo llevan a cobertizos donde se escoge y se prensa.

En los basureros, los recolectores separan el material reciclable que llega en los camiones recogedores de basura. En algunos lugares, estos trabajadores construyen chozas y tiendas, con material tomado de la basura, y viven allí con sus familias. El horario de trabajo está establecido en función de la llegada de los camiones que transportan la basura. En muchas partes, el trabajo se hace durante la noche, con linternas y otros instrumentos que facilitan la actividad. El consumo de alcohol y de otras substancias tóxicas es muy frecuente en estos ambientes, así como los abusos sexuales y otros tipos de violencia. Por lo general, el nivel intelectual de los que trabajan en los basureros parece estar más comprometido que el de aquellos que trabajan por las calles.

Una encuesta realizada por el “Ministério das Cidades do Governo Federal” (2002) proporciona datos alarmantes y provocadores:

en el 56% de los municipios brasileños hay recolectores de basura;

más de 23 mil personas trabajan en los basureros;

de ellas, el 23% son menores de 14 años de edad;

el 28% de las administraciones municipales, en el país, tiene conocimiento de la existencia de los recolectores.

Hay que poner de relieve, además, la falta de estímulo para fomentar el mercado del material reciclado y para lanzar campañas educativas sistemáticas con miras a la recolección seleccionada y a estimular a la población para que separe el material reciclable y lo entregue a los recolectores.

Entre los factores que limitan, en los municipios, podemos destacar algunos que han sido señalados:

el ambiente de precariedad institucional que debilita mucho los servicios de nuestras prefecturas. En el 70% de los municipios brasileños no existe un organismo específico para la limpieza urbana;

la escasez de personal cualificado en el poder público para actuar en este campo;

el desconocimiento de las tecnologías adecuadas;

la escasa capacidad operacional de las prefecturas;

la falta de participación y movilización social;

la escasez de recursos financieros;

la carencia de una iniciativa de apoyo, por parte del gobierno, para la capacitación de recursos humanos y de recolectores para la gestión de los residuos;

la falta de responsabilidad de los organizadores;

la carencia de instrumentos adecuados para la reglamentación y el control en la prestación de servicios.

Este pequeño cuadro de la realidad a la que está sometido el pueblo de la calle y de los basureros, nos ayuda a ver la situación de fragilidad y peligro en que éste se encuentra. Se ha producido en esas vidas algo que va más allá de la violación de los derechos: la persona se ha visto afectada y expuesta al dolor, a la angustia y al desamparo. La indigna condición de vivir al aire libre, o en medio de la basura, es, por sí misma, un acto de violencia que llega hasta lo más profundo de cada uno, a su interioridad, produciendo efectos subjetivos que alteran la visión del mundo y la manera de comportarse y de concebir la propia existencia.

La vida en la calle, para la sociedad, tiene definiciones propias: indigna, inmunda, anormal, marginal. Todas ellas, llenas de prejuicios que reducen la complejidad de una situación a una dimensión individual que condena a la población de la calle y de los basureros a cargar con la responsabilidad de la propia condición. Entonces, a veces se da la responsabilidad al sujeto y otras veces la culpa. Tiene que haber hecho algo para encontrarse en esas condiciones: ha quebrantado el pacto, ha desobedecido a las normas sociales y debe recibir un castigo. El sujeto es reconocido para ser castigado, nunca para ser escuchado o acogido. Las ideas preconcebidas de este modo de vivir hacen que las personas se vuelvan invisibles, las hacen desaparecer.

Si se niega el derecho a existir, si se anula la subjetividad, queda el cuerpo. En un mundo donde rige la lógica del mercado, éste es el último bien, el último territorio para los que se encuentran en peligro en las ciudades. Los cuerpos de los que viven en la calle llevan existencias solitarias, viven alejados de las redes relacionales, establecen pocos vínculos sociales y afrontan diariamente obstáculos para introducirse y circular por los espacios comunes. Su olor, las ropas que los cubren y el descuido alejan a los demás, producen repugnancia y miedo. Crean obstáculos que, además de aumentar la exclusión, indican la calle como único lugar posible de vida para ellos.

Así viven los habitantes de la calle. Su tiempo no es ni siquiera el presente, es el ahora, lo inmediato. Cuando no se puede soñar un futuro para sí mismo y para el otro, cuando se ha perdido toda esperanza, se pierde la dimensión del futuro y la historia se reduce a un continuo presente.

En las calles hay sufrimiento porque hay vida. Para detenerlo, es preciso reconocer a los hombres y mujeres que allí viven, devolverles el derecho a su humanidad, defendiéndolos de la avidez y del egoísmo de los otros. 

La defensa de la vida, exigencia incondicional

para la pastoral de la gente de la calle

1. Organización y acogida

Esta Pastoral integra la Comisión Episcopal Pastoral para el Servicio de la Caridad, Justicia y Paz, de la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil, CNBB, que organiza reuniones y encuentros semestrales en su sede. Una comisión de cinco Obispos, cuyo Presidente es Dom Pedro Luiz Stringuilini, acompaña el grupo de las 14 pastorales sociales, 4 organismos, la Comisión Justicia y Paz y  la Ayuda Mutua para la superación de la Miseria y el Hambre.

Se extiende en todo el territorio nacional y está articulada en cinco regionales de la CNBB, correspondientes a las Arquidiócesis situadas en la región del Sureste (São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Juiz de Fora, Uberlândia), una en el nordeste (Fortaleza) y una en el sur del país (Curitiba). Existen muchas iniciativas que ofrecen distintas formas de servicios y atención a nivel parroquial, y se han recibido solicitudes de formación y capacitación en otras diócesis del Brasil. Se ha planeado un encuentro, a fines de este año, para capacitar agentes de pastoral en la región del nordeste del Brasil con el objeto de responder a las solicitudes recibidas.

Desarrolla su actividad en la sociedad, en las distintas ONG y en los movimientos sociales con el objeto de despertar y sensibilizar a la sociedad en general para lograr, con el reconocimiento de la ciudadanía de las personas, políticas públicas y derechos sociales, y superar la falta de recursos que limita la difusión de la acción pastoral.

La Pastoral Nacional de la Gente de la Calle cuenta con un Equipo de Coordinación formado por siete miembros y su sede se está organizando en la ciudad de Belo Horizonte/MG. Se trata de una pastoral urbana al servicio de la vida que se propone estimular la promoción de acciones – junto con la población de la calle y los recolectores de material reciclable – que establezcan alternativas en defensa de la vida y contribuyan a la elaboración de políticas públicas. Los fundamentos que dirigen su acción son los siguientes:

establecer vínculos con el pueblo de la calle que permitan crear relaciones de confianza y autonomía;

promover su organización social, reconociendo su protagonismo;

fomentar acciones que construyan alternativas de bienes y ciudadanía; denunciar los mecanismos de exclusión;

formar y capacitar agentes para que asuman la misión en sus distintas dimensiones (sociopolítica, económica, ambiental y eclesial), partiendo de una metodología de participación;

articular la actividad pastoral;

prestar apoyo a los movimientos de recolectores y a la población de la calle;

tratar de responsabilizar al poder público en las políticas de atención a la población de la calle;

sistematizar y difundir la metodología;

posibilitar la experiencia personal y comunitaria de fe;

estimular la creación de grupos comprometidos en esa causa.

La pastoral sabe muy bien que enumerar y catalogar los conceptos es una tarea relativamente fácil; es suficiente realizar algunas reuniones de planeación estratégica. El desafío, en cambio, consiste en asumir y acoger, en el corazón y en la vida, a cada uno de los habitantes de la calle y a cada uno de los recolectores de material reciclable, marcados por estigmas profundos, y reconocerlos como protagonistas y sujetos que todavía pueden soñar y construir nuevos caminos. Una tarea desafiadora es, además, afrontar el sistema que elimina y excluye, y que es perverso porque no da posibilidades e instiga veladamente a eliminar a los más pobres. Es posible recorrer este camino si tenemos el corazón abierto a la realidad y nos damos cuenta de que el corazón de Jesús está vuelto hacia los pobres.

La Conferencia de Aparecida reconoce esa urgencia y constata lo siguiente:

Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano [9].

Por tanto, nos llama a

crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya desigualdades y donde haya iguales posibilidades para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales [10]

2. Misión y compromiso

Soñar con un panorama urbano más fraterno, humano y acogedor es parte del camino diario de los agentes en su acción pastoral. Ellos reconocen en la población de la calle al Pueblo de Dios que vive en el asfalto y es sujeto de su acción, construyendo alternativas que transformen su situación de exclusión en proyectos de Vida para todos.

Este es el contenido central de la misión pastoral con el Pueblo de la Calle: reconocer a la persona de Jesús en lo más profundo del sufrimiento humano e implorar a Dios que escuche su clamor y baje para liberarlo. Los agentes de pastoral se comprometen a crear oportunidades para que todos puedan experimentar esa dimensión filial y, en el amor de Dios, encontrar fuerzas para generar una nueva vida.  “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que se podría incluso dejar a otros: pertenece a su naturaleza, es la expresión irrenunciable de su propia esencia” (Benedicto XVI, 2007).

Ir más allá de la asistencia, ir al encuentro de la persona que vive en la calle o en el basurero en una situación de profunda miseria, es reconocer su dignidad y adorar a Dios que vive en ella. Condición esencial que anima a todo agente a “considerar al prójimo, sin excepción, como otro yo”[11]. Tarea difícil y desafiadora que llega hasta lo más profundo de los que se acercan a esa realidad, comprometiendo y uniendo, cada vez más, a las personas entre sí y con todos los que sufren las consecuencias de la exclusión. Acercarse a esta realidad de un permanente peligro y conflicto lleva a asumir actitudes y posturas en defensa de la vida y a luchar contra “todo lo que se opone a la vida y que viola la integridad de la persona humana”[12]. No es posible asistir al exterminio de las personas sin buscar todos los medios necesarios para luchar, por ejemplo, contra la impunidad.

La vida se ve amenazada. Esto se manifiesta en la realidad urbana de muchas maneras: con la privatización y el control del espacio urbano; con la atomización del tiempo; con la liberación, en forma ilimitada, del deseo; con la absolutización de los media; con la fractura de las relaciones afectivas y familiares; con la atracción por la técnica y el bienestar, y con el despilfarro y el consumismo desenfrenado, entre otras cosas. La violencia urbana infunde miedo y paraliza la actitud de presencia en medio del pueblo.

En ese sentido, la pastoral comprende que su misión debe tener una capacidad transformadora y abarcar todas las dimensiones de la vida humana (social, política, económica y eclesial) para ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres”[13]. La opción por los pobres incluye la promoción humana y la auténtica liberación que se manifiesta en el proceso evangelizador, y requiere:

presencia, coraje, resistencia y solidaridad;

la elaboración de procesos que provoquen cambios y transformaciones de las vidas y de las estructuras;

la creación de identidades grupales y comunitarias;

la promoción de la participación;

el reconocimiento del dolor y de la resistencia del pueblo en su marcha;

flexibilidad y disponibilidad con horarios establecidos.

Al asumir la misión pastoral del pueblo de la calle nos convertimos en una presencia solidaria y profética para reconocer los signos de Dios presentes en la historia y, junto con ese pueblo, desarrollar acciones que transformen esa situación de exclusión.

En fin, cumplir la misión con los recolectores de material reciclable y la población de la calle es hacer llegar el Reino hasta el asfalto y la basura, realizar gestos concretos que eliminan las fronteras del aislamiento; acercarse a los cuerpos violentados y a las manos que reciclan y protegen, en el anonimato, la tierra y el planeta; sembrar la justicia, siguiendo la vida y el camino de Jesús que recorría “ciudades y aldeas”, yendo al encuentro de las “multitudes cansadas y abatidas”. Al encontrarlas, “tenía compasión de ellas” porque eran como “ovejas sin pastor” (Mt 9, 35-38).

“Entre la vida y la muerte, la vida es más fuerte”, es un refrán que se repite mucho en el pueblo y que hace llegar la Pascua de Jesús a las calles y a los basureros del país. Pascua que nos alimenta y nos hace creer que vale la pena tener sueños, ilusiones y esperanzas.

Muchas declaraciones nos confirman que este es el camino que se ha de recorrer continuamente. He aquí el testimonio de Dona Geralda:

“La Pastoral de la Calle fue el primer grupo que nos notó en la calle, en una época en la que nuestra gente era considerada basura y sin ciudadanía. Sin el apoyo de la Pastoral, no hubiéramos llegado a nada. No existía ASMARE y no existía este trabajo para 257 recolectores asociados, antes sin techo. Sólo la Pastoral logró crear este movimiento, para que los recolectores fueran reconocidos. He tenido incluso la oportunidad de hablar ante la ONU de la experiencia bien lograda de ASMARE. Gracias a la Pastoral, recuperé mi ciudadanía y la de mi familia. Cambió también mi vida con mi marido: antes reñíamos mucho y ahora tenemos un gran respeto el uno por el otro porque él ha creído en este cambio. Al cambiar de vida, descubrimos que éramos capaces de ayudar a otras personas... El trabajo ha aumentado últimamente porque es un trabajo transparente y porque se han visto grupos  que creen en la gente... para cambiar de vida hay que tener mucho coraje, creer en el cambio y desearlo; cuando hay amor, se cree en el cambio”[14]

3. Metodología

El Documento de la Campaña de Fraternidad[15] del año 2008 nos recuerda: “ante la banalización de la vida y de tantas formas de atentados contra la dignidad humana, estamos llamados a prepararnos en todas las formas para actuar en defensa de la vida”.

La pobreza y la exclusión social son, objetivamente, unas grandes amenazas para la vida; por tanto, la pastoral adopta principios metodológicos que contribuyen a superar esa situación. No se trata de realizar sólo acciones de urgencia o de asistencia, sino, sobre todo, de trabajar para que se recupere la subjetividad; de fomentar formas de organización en el pueblo; de promover proyectos de inserción social y de elaboración de políticas públicas.

Se han establecido, pues, principios metodológicos para orientar la acción pastoral:

            • Comenzar la acción allí donde se reúnen las personas: en la calle, en las plazas, en los toldos, en los basureros. Al acercarse, no poner barreras ni asumir actitudes moralistas; más bien acoger la diferencia y “escuchar con los oídos del corazón” los signos de vida que se presentan. Preparar reuniones dinámicas y celebraciones que despierten el diálogo, en un ambiente de confianza. Esto requiere mucha paciencia, atención y cariño. Por lo general, estas personas implicadas en la droga, el alcohol y la basura, viven en la dispersión y sobreviven a la violencia que les es impuesta. Los gestos positivos ayudan a acercarse a ellas.

            • Establecer vínculos de confianza que permitan una relación nueva que estimule a la vida y ayude al crecimiento. No se trabaja sólo individualmente, aunque se presentan historias personales de mucho sufrimiento y dolor que hay que compartir; pero la finalidad consiste en llegar a una organización grupal como medio colectivo para afrontar la situación de violencia que se vive. Es preciso reconocer y fortalecer la solidaridad y la organización ya existentes entre ellos.

            • Articular fóruns de discusión para proponer la elaboración de políticas públicas y la realización de proyectos en los que se incluyan los distintos segmentos de la sociedad y del Estado, privilegiando la participación de las personas.

            • Tener siempre en cuenta el protagonismo de los individuos. Incluso si a veces se presentan sin una apariencia humana, deben ser considerados siempre sujetos de su vida, siendo ésta la primera condición para recuperar la autoestima y el ejercicio de la ciudadanía. Establecer conjuntamente objetivos y metas que den la esperanza de que es posible otro mundo. Multiplicar las reuniones, caminatas y encuentros en los que se repartan tareas y responsabilidades que garanticen la participación y motiven al entusiasmo y a la colaboración de todos.

            • Posibilitar la experiencia personal y comunitaria de la fe que existe en el interior de cada uno y ayuda a superar y afrontar la experiencia de soledad y exclusión que mantiene en el límite entre la vida y la muerte... Esa vivencia mística que se realiza de distintas maneras – meditando la Palabra de Dios, recordando experiencias personales o colectivas, celebrando la Eucaristía – actualiza en la vida de cada individuo el misterio pascual de Jesucristo. Todos reconocen la presencia de Dios, Padre, Amigo y Protector de sus vidas.

            • Garantizar los derechos sociales establecidos en la Constitución de la República, que muchas veces se les niegan. Reunir a las autoridades y los profesionales para defender esos derechos y trabajar en la elaboración de políticas públicas estructurantes y no sólo de compensación.

            • Formar agentes de pastoral para que trabajen en todas las dimensiones – sociedad civil o poder público, iglesias y universidades – en busca de proyectos alternativos que garanticen el respeto, la dignidad y el derecho a la ciudadanía. 

Adelantos y desafíos 

Los recolectores de material reciclable

La situación de los recolectores de material reciclable se va modificando, especialmente desde que se organizó la primera cooperativa, Coopamare, en São Paulo, a fines de la década de 1980, y luego Asmare, en 1990, en la ciudad de Belo Horizonte. En los últimos diez años, las cuestiones relacionadas con la preservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible se han vuelto más urgentes, entre ellas el destino final de los residuos sólidos y la situación de los recolectores de material reciclable.

La fama, a nivel nacional, que algunas asociaciones y cooperativas de recolectores legaran, y las lecciones que se han aprendido de la gestión realizada por los primeros municipios comprometidos en proyectos de cooperación con los recolectores, así como lo que ha enseñado UNICEF con algunos proyectos para los residuos sólidos en Recife, han servido de inspiración para la creación del Programa Lixo & Cidadania (basura y ciudadanía), por iniciativa de ese organismo de la ONU, en 1988. Sus principales objetivos son: la erradicación del trabajo infantil en los basureros; la disminución de la mortalidad infantil; la generación de trabajo y renta para las familias que sobreviven mediante el reciclaje de residuos sólidos; la erradicación de los basureros y la recuperación de las áreas degradadas por esos depósitos a cielo abierto.

Estos factores han ido orientando hacia una nueva concepción de la gestión de la basura, asociando el concepto de basura al de ciudadanía, lo que ha representado un adelanto significativo en la organización de los recolectores de material reciclable y en el sector de los residuos sólidos, alcanzando conquistas importantes a nivel sociopolítico-económico y medioambiental[16].

Cabe poner de relieve, aquí, el papel importante ejercido por el “Movimento Nacional dos Catadores” para lograr esas conquistas a través de distintos apoyos y proposiciones. Otro punto importante que se debe tener en cuenta es la creación de fórums, denominados “Lixo e Cidadania”, en los estados y en los municipios. Esas oportunidades de discusión han movilizado los sectores del poder público, de la sociedad civil organizada y de los movimientos sociales para considerar la cuestión de la recolección de residuos sólidos en todo el país.

Sin embargo, la asociación del tema de la basura con el de la ciudadanía requiere todavía mucho trabajo de movilización social y de transformación de las políticas públicas. A nivel municipal (donde se realiza la gestión de la basura), sobre todo, se han visto algunas iniciativas para terciarizar los servicios de recolección y selección, realizadas por algunos administradores municipales, poniendo en peligro la continuidad del trabajo de los recolectores. Este es uno de los mayores desafíos que deben afrontar actualmente los recolectores. Por otro lado, estos últimos luchan para ser contratados por el municipio para la recolección y selección, y así obtener el reconocimiento público de su trabajo. 

La organización de los recolectores de material reciclable en América Latina

La historia de los recolectores de material reciclable[17] en América Latina se remonta a hace más de 100 años. A pesar de que aportan materias primas que alimentan las industrias multinacionales, y de su importancia para el medio ambiente, se consideran como una población vulnerable y actualmente en peligro de extinción. Esta situación ha llevado a la organización de la categoría en defensa de su trabajo y de condiciones de dignidad para el trabajo que realizan.

La primera organización nació en Bogotá, Colombia, hace unos 35 años y se extendió a nivel nacional. Posteriormente, los recolectores del Brasil no sólo establecieron políticas de reconocimiento de la actividad, sino que la difundieron a nivel latinoamericano e incluso mundial.

En el Brasil se han llevado a cabo dos Congresos latinoamericanos. El primero en 2003, en la ciudad de Caxias, en Rio Grande do Sul; el segundo en 2005, en la ciudad de São Leopoldo del estado que lleva el mismo nombre. En Belo Horizonte, a partir del año 2004, con el Festival “Lixo e Cidadania”[18] también se promovieron actividades que permitieron la difusión y el intercambio, en busca de horizontes comunes.

El último Congreso[19] se celebró en Bogotá del 1° al 4 de marzo del presente año. Tuvo un carácter mundial, al reunir representantes de 35 países[20] y un total de 250 recolectores[21] aproximadamente.

Entre los temas más discutidos, se destacaron: los procesos de privatización de los servicios de limpieza, la participación de los recolectores en la cadena productiva del reciclaje, los adelantos tecnológicos, la importancia de las políticas públicas y las colaboraciones con empresas que apoyan el trabajo de los recolectores.

Los recolectores de América Latina resolvieron crear una secretaría ejecutiva de la Red Latina de Recolectores, que ahora cuenta con 12 países miembros[22]. Tendrá su sede en São Paulo, junto con la Secretaría del “Movimento Nacional dos Catadores”. Asimismo, convinieron en realizar el próximo encuentro latinoamericano en enero de 2009, en Belém do Pará, al mismo tiempo que se celebrará el Fórum Social Mundial. Además, en este encuentro de Bogotá nació, aunque en forma embrionaria, una red de articulación asiática de trabajadores de la basura.

“Los problemas medioambientales no tienen fronteras; tampoco el hambre, la guerra, o los sueños y la esperanza de las personas que luchan por un mundo mejor. Por eso necesitamos unirnos e ir más allá de nuestros países”, declaró una “recicladora” colombiana que participó en el congreso.

Este es uno de los desafíos señalados por los recolectores, que resume la estrategia de resistencia y de lucha de un sector de la sociedad que constituye una parte considerable de la población urbana. Esas personas han ido contribuyendo, en el transcurso de la historia, a la salud ecológica y medioambiental del planeta, mucho antes de que el calentamiento global fuera un tema constante de los media internacionales.

La población “de” la calle y “en” la calle

La población de la calle ha ido surgiendo como un nuevo actor social, desde que fue reconocida política y socialmente como protagonista de su propia historia. La acción de la Pastoral ha influido mucho en esa construcción política, por la metodología de intervención adoptada. A nivel nacional, esta población comienza a actuar como “Movimento da População da Rua” en el IV Festival “Lixo e Cidadania”, realizado en Belo Horizonte en 2004, con representantes de São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Cuiabá y Salvador.

A pesar de que gran parte de las políticas municipales son todavía de represión, “limpieza” y segregación social, en cuatro años de trabajo es posible notar adelantos importantes en la política nacional. Mencionamos, entre ellos: la aprobación, en el Congreso Nacional, del Proyecto de Ley[23] sobre la organización de la Asistencia Social en el Brasil, que añade un artículo en el que se incluye, en los programas de protección del Estado, a las personas que viven en la calle; y el Decreto promulgado por el Presidente de la República el 25 de octubre, 2006, por el cual se establece un Grupo de Trabajo Interministerial para elaborar la Política Nacional de Inserción Social de la Población de la Calle. Con la coordinación del Ministerio de Desarrollo Social y Lucha contra el Hambre, comenzaron los trabajos en marzo de 2007, con representantes de los Ministerios de Salud, Educación, Trabajo, de las Ciudades, Cultura y la Secretaría Especial de Derechos Humanos. La sociedad civil participa por medio de representantes del “Movimento Nacional da População da Rua” y de una representante de la Pastoral Nacional de la Población de la Calle[24]. En este sentido, hay que destacar la promoción de la articulación entre los sectores y no el examen único, parcial, de la asistencia.

Otras iniciativas nacionales y locales están mencionadas en el Anexo 2.

Aunque estos resultados producen un impacto positivo por lo que se refiere a la situación de la población de la calle, los desafíos para que ella logre un reconocimiento político-social son innumerables. Entre ellos[25], la necesidad de proporcionar datos e informaciones relacionados con objetivos públicos; de superar la cultura de prejuicios, desprecio, intolerancia y asistencialismo con la población de la calle, garantizando su autonomía respecto al Estado; de asegurar una línea de financiación para esa política; de capacitar y habilitar al personal de recursos humanos que trabaja con esa población; y de realizar campañas educativas utilizando los media.

En esta charla he puesto de relieve algunos datos relativos al camino realizado por la población de la calle y los recolectores de material reciclable en la lucha por lograr sus derechos. Sin embargo, todo lo que he visto y oído en el transcurso de los últimos 40 años de trabajo va mucho más allá de estas palabras. Historias de vida, de sufrimiento y de colaboración se han multiplicado y se han repetido en mi mente mientras escribía. Es imposible transcribirlas, pero no puedo dejar de decir que estas vidas son las que alimentan la vida diaria, no solamente de mi propia fe, sino de todos los que se acercan a estas gentes y trabajan a su lado.

Permanece, para nosotros, el desafío de reconocer que debemos permanecer unidos y vigilantes en la lucha por la justicia, contra las desigualdades y contra la violencia que los extermina lentamente; que no podemos traicionar la confianza que tienen en nosotros y en las instituciones eclesiales; que sabemos cuál es nuestro papel y nuestro lugar en la sociedad; que veneramos a Dios presente en sus vidas y que el compromiso con la misión debe llegar hasta todos los rincones de América Latina y tener eco en cada Diócesis, en cada parroquia y comunidad, para que el pueblo sea incluido y aumente el compromiso y la conciencia de nuestra responsabilidad en la transformación social. 

      El Documento de Aparecida nos recuerda que           

      “las personas que viven en la calle necesitan, por parte de la Iglesia, un cuidado especial, atención y un trabajo de promoción humana; que se les incluya en los proyectos de participación y promoción en los que ellas sean sujetos de su propia reinserción social. Que llamemos la atención de los gobiernos locales y nacionales para que se elaboren políticas que favorezcan la atención a esos seres humanos y se observen, igualmente, las causas que producen este azote en América Latina y en el Caribe; que es deber social establecer una política de inserción; que no aceptaremos nunca la violencia ni el asesinato como solución a esta grave problemática social.

La opción preferencial por los pobres nos impulse, como discípulos de Cristo y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y creativos, para responder a las consecuencias de la pobreza.

Que nuestro continente pueda aprovechar de modo creativo e innovador la novedad de vida que la Buena Nueva de Jesús propone”[26].

 

[1]  En el Brasil se han denominado de este modo porque recogen todo lo que es reciclable.

[2] Fuente: Banco Mundial/Brasil: http//www.obancomundial.org/index.php/ content/view document/2525.html

[3]  Idem.

[4]  Censo realizado por el Ministerio del Desarrollo Social en colaboración con la Prefectura de BH, Universidad Católica PUC/MG, el Instituto Nenuca de Desenvolvimiento Sustentavel INSEA, y la Pastoral de la Calle, en el año 2005.

[5]  Publicado en el periódico “A Tribuna”, p. 15 = Vitória/ES/Br

[6]  “Caros Amigos”, Año XI, número 125, agosto 2007.

[7]  La Pastoral colabora en el proceso de elaboración de la Cartilla sobre Derechos Humanos para la población de la calle solicitada por el Ministerio Público del Estado de Minas Gerais.

[8]  Relatório: Termos de Referência para Monitoramento em Direitos Humanos do INSEA (Instituto Nenuca de Desenvolvimento Sustentável) / Misereor

[9]  Cf. Documento de Aparecida, n. 384.

[10]  Idem.

[11]  Gaudium et Spes – Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual del Concilio Vaticano II (7 de diciembre, 1965).

[12]  Idem.

[13]  Cf. Documento de Aparecida, Discurso en la sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, SS. Benedicto XVI .

[14]  Su nombre es Maria das Graças Marçal. Nació en Belo Horizonte (MG) y ha sido animadora de ASMARE. Actualmente forma parte del equipo de finanzas.

[15]  Es un Documento publicado por la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil CNBB – Campanha da Fraternidade 2008, p. 101.

[16]  Para mayor ilustración, enumeramos esas conquistas en el Anexo 1.

[17]  Otras denominaciones: barequeros (Colombia); pepenadores (México); sirujas (Argentina); basuriegos (Perú y Ecuador); buceadores (Cuba).

[18] Realizado por los MNPR en colaboración con otras entidades e instituciones que reúnen técnicos y personalidades de distintas localidades del país y del mundo.

[19]  Fue el resultado de un largo proceso de articulación entre los representantes de varias organizaciones de recolectores, como la Asociación de Recicladores de Bogotá, la Asociación Nacional de Recicladores de Colombia, la KKPKP de India, el Movimento Nacional dos Catadores do Brasil, la Red Latinoamericana de Recicladores y otras organizaciones en el campo social como WIEGO, CWG y AVINA.

[20]  África del Sur, Egipto, Kenia, India, Filipinas, Nepal, Camboya, Indonesia, Hong-kong, Estados Unidos, Canadá, Holanda, Suiza, Alemania, España, Italia, Turquía, Inglaterra, Albania, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Haití, Bolivia, México, Puerto Rico, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Colombia.

[21] 60 participantes de África, Asia, Europa y América del Norte; 130 de América Latina; 50 de distintas regiones de Colombia; 50 de Bogotá y más de 50 técnicos y expertos de todo el mundo.

[22] Argentina, Chile, Perú, Brasil, bolivia, México, Puerto Rico, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Paraguay, Venezuela, Nicaragua, Haití, Bolivia y Colombia.

[23] (Junio, 2004) Número 8.742, § 23.

[24] El texto se halla en proceso de elaboración y se espera que será publicado a fines de 2008.

[25] Relação sistematizada no I Encontro Nacional da População de Rua, Brasil. Ministério de Desenvolvimiento Social e Combate à Fome p. 24.

[26]  DA 407, 408, 409, 410.

 

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