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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 111 (Suppl.), December 2009

 

PRESENTACION DEL ENCUENTRO 

 

S.E. Mons. Agostino Marchetto

Secretario

Consejo Pontificio  para la Pastoral

de los Migrantes e Itinerantes

Quisiera iniciar mi presentación de esta mañana con una historia, una imagen de la Sagrada Escritura. Es un relato que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, y es la descripción de otra jornada, haciendo camino. Ella habla del encuentro de dos hombres, pero en  realidad se refiere a la transformación y a la redención. Es la historia del encuentro del “diácono” Felipe con el eunuco etiope, en la ruta que conduce de Jerusalén a Gaza (Hechos 8, 26-40). La escritura no nos dice el nombre de este oficial, de la corte de la reina Candace, sólo se menciona que era un hombre importante y que regresaba de una peregrinación a Jerusalén. Él es claramente un creyente, en qué o cómo creía no es claro, aunque él podría haber sido uno de los numerosos creyentes “de la puerta”, y también él se encontraba leyendo el pasaje de Isaías relacionado con el Siervo Sufriente. Felipe, bajo la guía del Espíritu Santo, se encuentra en  el mismo camino y, así, ocurre el encuentro entre los dos, que permite a Felipe abrir los ojos del eunuco, aceptándolo, trasformándolo y por medio del reconocimiento de fe, conducirlo al Bautismo. El relato nos dice que ellos nunca más se volvieron a ver el uno al otro, al contrario el eunuco continuó su  camino, “a su manera”.

En el corazón de nuestro encuentro aquí, durante los próximos días, estas palabras “transformación y redención”, con toda su riqueza y muchas formas de entenderlas, podrían encontrarse frente a nosotros. De hecho venimos aquí ¿verdad? para escuchar y compartir historias de nuestras experiencias y encuentros en el camino, en las calles, en las carreteras.

Por su cercanía a ustedes, estas historias vendrán de una profunda experiencia, de un gran amor por los pobres y oprimidos, los marginados y no amados. Estas son, también, historias inspiradas por la acción del Espíritu Santo. Algunas de ellas, en efecto, habrán culminado en la renovación y cambio de aquellas personas por las cuales ustedes se han preocupado, agentes pastorales incluidos, mientras que otras podrían ser experiencias de oportunidades o encuentros  fallidos, en los cuales ustedes han continuado “en su camino”.

Para guiarnos en esta jornada  juntos, además de sus propias experiencias, tendremos dos  documentos que me parecen valiosos publicados por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. El primero es la instrucción Erga migrantes caritas Christi (2004), y el segundo, el cual tiene que ver directamente con el tema en cuestión, son las Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle (2007). Este último documento nos ofrece cuatro diversas áreas de preocupación para aquellos que viven y trabajan en las carreteras y calles para: los usuarios de las carreteras especialmente los conductores, comerciantes y particulares ; el ministerio pastoral  para la liberación de las mujeres de la calle prostitutas y “trabajadores” sexuales ; para la pastoral de los niños de la calle y, por último, de las personas sin techo. El programa de nuestro encuentro en los siguientes días ha estado diseñado para reflexionar sobre dichos diferentes aspectos de las posiciones pastorales. También serán útiles las deliberaciones de cada uno de los encuentros que han tenido lugar en Roma en los últimos años: sobre los Niños  de la Calle (2004), las Mujeres de la Calle (2005) y los Sin Techo (2007).

La movilidad humana es hoy uno de los grandes “signos de los tiempos”, y se presenta a nosotros en muchas formas y condiciones. La posibilidad de viajar superando inmensas distancias, en un corto espacio de tiempo, la capacidad de moverse libremente y con frecuencia, en relativa seguridad, y de elegir cuándo y cómo viajar, son todas características de una gran revolución que ha tenido lugar en los últimos ciento cincuenta años. Nuestras Orientaciones recuerdan que, cuando esta capacidad de movimiento es usada correctamente,

“además, une a las personas y facilita el diálogo, dando lugar a procesos de socialización y de enriquecimiento personal, mediante descubrimientos y nuevas relaciones”[1] y

 Â“la circulación vial y ferroviaria es, pues, una cosa buena, además de ser una exigencia ineluctable de la vida del hombre contemporáneo. Si él hace buen uso de los medios de transporte, aceptándolos como dones que Dios le otorga y que son, al mismo tiempo, fruto del trabajo de sus manos laboriosas y de su ingenio, podrá sacar provecho de ellos para su propio perfeccionamiento humano y cristiano.”[2]

Además, las Orientaciones también nos ofrecen  una palabra de prevención:

“El tráfico de mercancías y el movimiento de las personas aumentan, hoy, vertiginosamente, se realizan a veces en condiciones difíciles y también con peligro de la vida. El automóvil condiciona la existencia, ya que se ha hecho de la movilidad un ídolo simbolizado por él.”[3] 

Esta palabra de alerta se puede encontrar mencionada con un mayor entendimiento en la Gaudium Spes:

“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica.” [4]

Desde que la sociedad se volvió más móvil, los caminos que hombres y mujeres han recorrido tienen un especial significado. Ellos nos llevan hacia y desde el  trabajo y la escuela, nos conducen a ver a los amigos y familiares: son medios pues que permiten el encuentro. Ellos pueden simbolizar “ritos de paso” − nacimiento de un niño, una relación profunda, un matrimonio e incluso la muerte. Existen, además, rutas usadas por los migrantes y refugiados. Existe casi siempre un camino asociado con cada lugar a donde vamos y con cada evento importante de nuestras vidas. De otra manera, existen personas para quienes las mencionadas situaciones implican más de una jornada de encuentros, personas para quienes la calle es simplemente el “hogar”. El poeta americano del siglo diecinueve, Walt Whitman en su “Canto del Camino Abierto”, dice lo siguiente: “A ti calle, sobre la cual yo entro  y miro alrededor, Yo creo que tú no eres sólo esto que está aquí, Yo creo que mucho más,  que no se  ve, está también aquí”.[5] 

Aquí el poeta nos da a conocer algo que es muy cierto hoy día, pues existe mucho más de lo que es obvio y que se puede mirar en nuestras carreteras y calles; efectivamente hay mucho de bueno y hermoso, pero al mismo tiempo existe mucho que no se ve, o que nos previene de ver. Existe gente, existen hogares, vidas que se esconden de la mirada porque  frecuentemente son muy dolorosas o muy feas para que nuestra sociedad las vea y conozca. Algunas veces ellas quedan escondidas  por el miedo, o por  la angustia mental. También, se podría decir que existen muchos que han sido vistos pero han sido ignorados o han sido pasados de largo. La calle, entonces, se convierte en lugar  de movilidad y de inmovilidad, de trabajo y placer, de belleza y fealdad, de vida y muerte.

La sagrada escritura habla repetidamente de carreteras y calles, y con frecuencia las convierte en símbolos del peregrinaje humano hacia Dios. En verdad, el mismo Jesucristo no sólo toma “el camino a Jerusalén” rumbo a su pasión y resurrección, sino que, también, se describe a sí mismo como “camino” (Juan 14, 6). Más importante, Jesús encuentra personas en su camino, al lado de la carretera, en las multitudes y cuando está solo. Él encuentra a aquellos rechazados, marginados, enfermos y moribundos, encuentra al joven, al anciano, al rico, al pobre, al pecador y al piadoso. La carretera es, entonces, el lugar de encuentro y transformación, el lugar de proclamación y evangelización, de curación y testimonio. De muchas formas se podría decir que la carretera, la calle, fue la casa de Jesús y su púlpito.

Para aquellos que trabajan al servicio del evangelio, que son sacerdotes, hermanos, hermanas y agentes pastorales, la carretera, entonces, tiene un significado especial, ya que continúa siendo un lugar de proclamación, testimonio, transformación y sanación. Es el lugar donde Cristo puede, aún, ser encontrado, donde sus palabras y vida pueden ser dadas a través de gestos y acciones, donde la iglesia puede, a través de sus varias acciones apostólicas, transmitir la Gracia de Dios.

Ahora, quisiera referirme a los cuatro temas que caracterizarán nuestras reflexiones y deliberaciones en estos cuatro días. 

La pastoral de la calle-carretera

Nosotros “estamos perdiendo el tiempo”.[6]Esas son las palabras del conocido Señor presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, en relación con la situación de la seguridad en las carreteras en Latinoamérica y el Caribe. Los accidentes de tráfico en carretera  anualmente matan 1,2 millones de personas alrededor del mundo, “un numero de víctimas que excede las fatalidades debido a la malaria y enfermedades  asociadas a la tuberculosis”[7]. Este continente, hoy, en todo esto tiene la tasa más alta per capita, con 122,000 víctimas, y alrededor de 30 - 50 heridos graves por cada muerte. Estas cifras tenderán a crecer, y ninguno puede dejar de ser afectado por ellas y las tragedias que implican. No sólo porque ilustran un balance de humana devastación, sino porque son una gran causa de pobreza en la región. Los accidentes en las carreteras matan a numerosos asalariados, por lo que, como consecuencia, numerosas familias quedan privadas del sustento necesario. Las consecuencias pues de las heridas que estos accidentes causan hunden, también, en la pobreza, a las familias. En la actualidad existe, de otro lado, el costo en términos de futuro de una nación, debido a que los accidentes afectan principalmente a jóvenes menores de 18 años y ellos son principalmente los culpables. Debe ser considerado, también, el costo comunitario-nacional de las muertes en carretera que representa alrededor del 2% del producto interior bruto: es claramente una  cifra inaceptable para cualquier país pobre o desarrollado.

Y vuelvo a citarles algunas palabras del presidente Óscar Arias Sánchez, ya que pienso que ellas son importantes e ilustran claramente la magnitud de este problema, especialmente en sus efectos a  largo plazo:

“Algo debe quedarnos muy claro: la seguridad vial comparte mucho más que el nombre con la seguridad ciudadana. Las muertes y lesiones en carretera son también expresiones de violencia que impactan de forma dramática el tejido social; son un problema de salud pública, pero, ante todo, son un problema de preservación de nuestra integridad física y emocional como ciudadanos y ciudadanas. Al igual que el crecimiento de la inseguridad ciudadana, la proliferación de la inseguridad vial tiene que ver con el debilitamiento de una estructura estatal y comunitaria de prevención y manejo de la violencia. Esto se ve agravado por el hecho de que, contrario a expresiones más tradicionales de violencia, como los delitos contra la integridad física o contra la propiedad, los accidentes de tránsito no pueden ser prevenidos por la población civil recurriendo a mecanismos privados de provisión de seguridad. En esta materia, más que en casi todas, el Estado es insustituible como promotor de políticas públicas preventivas y punitivas.”[8]        

Más recientemente nuestras Orientaciones, en continuidad con la larga tradición de enseñanzas del Magisterio dirigidas al problema de la seguridad en las carreteras, ha analizado la crisis desde diferentes puntos de vista, mirando sus implicaciones morales y éticas, tomando conciencia de la importancia de las virtudes cristianas y ofreciendo sus propios “diez mandamientos” del conductor. Las Orientaciones, también, nos recuerdan que la iglesia en este campo necesita trabajar con el estado “cada uno en el marco de sus propias competencias”[9] para “promover, con todos los medios, una correspondiente y adecuada educación de los conductores, así como de viajeros y los peatones”[10]. Sobre todo, se requiere un entendimiento y conocimiento de la situación y la voluntad para efectivamente hacer algo al respecto. En consecuencia, tanto la educación como la colaboración, están en el corazón de cualquier respuesta eclesial. “Todo eso significa fomentar y animar aquella que podríamos denominar una «ética de la carretera», que no es distinta de la ética en general, sino que constituye más bien una aplicación de ella.”[11]

Efectivamente, existen iniciativas positivas a lo ancho y largo de este continente, entre las cuales se pueden mencionar el Foro latinoamericano de Responsables de la Seguridad en las Carreteras, y las subsiguientes ratificaciones de la Declaración de San José. Yo quisiera, también, referirles una iniciativa de educación y colaboración desarrollado por la Conferencia Episcopal de Brasil, en conjunto con una coalición de diferentes organizaciones civiles dedicadas a la seguridad en las carreteras. Esta es la reciente publicación de diez millones de folletos describiendo “Los diez mandamientos del conductor” - Os 10 Mandamentos do transito Seguro -, originalmente aparecidos como parte de nuestras Orientaciones. La campaña ha tenido el apoyo de la compañía postal y de telégrafos del Brasil y del Departamento Nacional de Transito. Por último, no debemos olvidar a aquellos quienes diariamente usan medios de transporte, frecuentemente por largas horas o incluso días, como forma de empleo. Aquí se incluyen los camioneros, los trabajadores del transporte público de carretera y ferrovías. Muchos de éstos se encuentran alejados, no sólo de sus familias y hogares, sino también de la solicitud pastoral ordinaria de las parroquias y necesitan su propio y específico cuidado pastoral y sacramental. Las necesidades que este grupo plantean son múltiples y exigen una  respuesta eclesial  que sea imaginativa, creativa y flexible. 

Mujeres de la Calle

Cada una de ellas “es un ser humano, que en muchos casos pide ayuda porque vender su cuerpo por la calle no es lo que hubiera querido hacer voluntariamente. Son personas destrozadas, psicológicamente y espiritualmente muertas.”[12] 

Esta llamativa descripción inmediatamente nos introduce no solamente en la gravedad, sino también en  la tragedia de las mujeres que están cautivas en las calles en la red de la prostitución. En Latinoamérica y el Caribe esta realidad está ampliamente difundida y es hoy día un fenómeno muy complejo. Efectivamente, se han realizado numerosas investigaciones y análisis de los vínculos entre prostitución, machismo, desarrollo económico, educación, migración, tráfico de personas y globalización. Todos estos fenómenos continúan a dar forma a esta multifacética “antigua profesión”, la cual ha jugado una parte histórica en la vida de esta sociedad, aunque frecuentemente ocultada, desde el siglo dieciséis hasta nuestros días (ustedes pueden recordar la Malinche, una esclava indígena quien fue dada a Hernán Cortés durante la conquista de la  Nueva España).

Las normas y leyes que regulan la prostitución, en este continente, son amplias y variadas, y reflejan la manera como las prostitutas son entendidas y la forma como pueden llevar a cabo su actividad. Existe una larga tradición, en áreas del continente, de contrastes que la sociedad hace entre mujer abnegada, de gran sufrimiento, auto-sacrificada, y la mujer mala, quien rechaza el idealizado rol de esposa y madre y es vista como una mujer que tiene maneras sexuales así dichas “liberales”. Esta polarización de visiones sobre las mujeres, continúa, en muchas partes, a gobernar  los enfoques para la  pastoral y de la liberación de las mujeres de la calle.

La globalización, la migración y los cambios en las comunicaciones han hecho que la prostitución sea menos localizada y más móvil, a pesar de que muchas mujeres continúen a trabajar  en clubs, burdeles, servicios de acompañamiento y bares, muchas eligen trabajar en forma “oculta”, haciendo contactos por medio del Internet. Más pertinente para nuestra reflexión son aquellas consideradas más marginadas y vulnerables, aquellas que son ambulantes, callejeras. Incluso dentro de dicho grupo hay quienes dicen que ven esta  manera de vivir como un “trabajo fácil” y hay otras personas para quienes dicho “trabajo” es la última y más vergonzosa alternativa de sobrevivencia. De considerable preocupación son dos grupos diversos que se encuentran en las calles: aquellos que son victimas del tráfico de seres humanos con destinación sexual, y los niños y menores de edad. Algunas veces los dos grupos son los mismos y necesitan una aproximación pastoral específica, y realmente con particular urgencia.

Aunque estamos tratando de la cuestión de las “mujeres de la calle”, no deberíamos olvidar el crecimiento, en este continente, del turismo sexual. Este tipo de turismo, puede cobijar ciertamente adultos que voluntariamente consienten satisfacerlo, pero muy frecuentemente se caracteriza por personas que son obligadas y forzadas a hacerlo. Una profunda preocupación es también el crecimiento de la pedofilia, la cual afecta  tanto a niños como a muchachas en esta área particular. Tampoco debería ser olvidado que existe un desarrollo de la prostitución masculina, la cual necesita, también, su propio y específico cuidado pastoral.

Una gran tarea pues está delante de nosotros si la iglesia y otras organizaciones que se preocupan por esta situación son capaces de asumir esta compleja y difícil situación. Nuestro Primer Encuentro Internacional del 2005, sobre la pastoral para la liberación de las mujeres de la calle, reconoció algunos factores que podrían guiar una intervención ulterior, en particular se notó que

“Para luchar contra la prostitución, es necesario un enfoque multidimensional. Debe incluir a hombres y mujeres, en una mutua transformación, y los derechos humanos deben ser el centro de toda estrategia.”[13]        

En la actualidad, es mucho lo que se está haciendo y especialmente por parte de aquellas comunidades religiosas para quienes las mujeres son frecuentemente el frente de su misión. Sin embargo, ello debe continuar a ser el catalízador para iniciativas pastorales ulteriores, dado que 

“Es necesaria una renovada solidaridad en la Iglesia y entre las congregaciones religiosas, los movimientos de laicos, las instituciones y las asociaciones, para dar una mayor "visibilidad" y atención a la pastoral de las mujeres explotadas por la prostitución, sin olvidar la buena nueva de completa liberación en Jesucristo.”[14]

En particular, lo que se necesita no son solamente recursos (éstos son claramente importantes) sino también ciestas específicas aproximaciones eclesiales: (a) la colaboración entre los organismos públicos y privados; (b) una cooperación con los mass-media para garantizar una comunicación correcta acerca de esta problemática; (c) las propuestas y aplicación de leyes que protejan a las mujeres, especialmente si son menores, y medidas eficaces, contrarias a la representación degradante de las mujeres en la publicidad y (d) la cooperación de la comunidad cristiana con las  autoridades nacionales y locales[15].

El segundo tema importante es la educación y la investigación a nivel local. Particularmente al frente deberían estar las escuelas y parroquias proveyendo adecuados programas acerca de la sexualidad,  el respeto mutuo y relaciones personales saludables, a la luz  de las enseñanzas de la iglesia. Formación y programas de capacitación “profesional” para los agentes pastorales necesitan, también, ser desarrollados; de la misma forma, las redes de trabajo necesitan ser fortalecidas entre todos los grupos envueltos en  el servicio pastoral[16].

No hay tiempo suficiente aquí para profundizar más en esta compleja situación, pero lo que podemos hacer  es  motivar a ustedes  a que continúen construyendo y  buscando nuevas formas de asumir este importante apostolado, ya que “el encuentro con Jesucristo, Buen Samaritano y Salvador, es el factor decisivo de liberación y redención, también para las víctimas de la prostitución.”[17] 

Los niños de la  calle

La niñez - una etapa de vida, entendida como el tiempo libre y seguro, de libertad, aprendizaje y descubrimiento, es para muchos niños en Latinoamérica y el Caribe, una etapa de iniciación hacia durezas, vergüenzas y sufrimientos. En la actualidad se estima que 50 millones de niños vivan o trabajen en las calles del continente, en ciudades densamente pobladas, y ello se convierte en “uno de los desafíos más arduos y preocupantes de nuestro siglo, tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.[18] Muchos de los niños, incluidos aquéllos que viven en las calles y no tienen hogar, pasan la mayor parte del tiempo en las calles, como decíamos, sin oportunidades de educación y cuidado; otros son niños trabajadores, quienes pasan la mayor parte del tiempo trabajando en las calles como vendedores de cosas diversas. Dichas categorías pueden ser ubicadas en aquella general definida por la UNICEF en 1986. Las encuestas sugieren que el promedio de edad está entre los 8 y 17 años, con cerca nueve años de permanencia en las calles. Aquí mismo, en Bogotá, se dice que hay 5.000 de ellos (gamines).

Los niños de la calle han sido descritos como victimas de la “violencia económica.”[19] Aunque las causas que los empujan hacia las calles son múltiples, claramente existe una correlación entre  factores económicos, políticos y sociales.

Durante muchos años el sistema judicial, la policía, el comercio y la sociedad han proyectado ampliamente la imagen de que muchos de estos niños representan una amenaza  para la sociedad civilizada. Por ejemplo, un  programa de ayuda hondureño encontró que la mitad de estos niños habían sido arrestados y que el 40% habían sido encarcelados.[20] Claramente, al centro de cualquier respuesta, deben haber políticas, tanto gubernamentales como no-gubernamentales, que ataquen la raíz de los problemas, cobijando también a las familias. Estrategias concretas designadas en el encuentro Metas para el desarrollo del milenio  para el 2015, representan con seguridad una alta prioridad.

Nuestro primer Encuentro Internacional para la  pastoral de los niños de la calle, en el 2004,  señaló lo siguiente:

“Cuanto más se presenta alarmante la entidad del problema y carente de presencia efectiva de los poderes públicos, tanto más se reconoce apreciable y preciosa, en la materia, la intervención del privado social y del voluntariado.”[21]

Trabajar con los niños de la calle puede resultar muy costoso, en cuanto tiempo y energías, no menos que financieramente, dado que dichos niños necesitan largos tiempos de rehabilitación. Ella puede tomar muchos meses o años, primeramente para ganar su confianza, especialmente si han sufrido penas y abusos de parte de los adultos. Aquellos de ustedes que están comprometidos con este apostolado saben lo que implica este trabajo. Yo quisiera  dirigirlos en la dirección de tres imágenes que provienen de las recomendaciones hechas por el citado Primer Encuentro Internacional, las cuales son retomadas también en nuestras Orientaciones.[22] Ellas son adecuadas para nosotros en estos días y por tanto las indico aquí:

“a) Ante todo aquella de Jesús frente a la adúltera: el Maestro es respetuoso y lleno de afecto, no juzga, no condena la persona sino que la anima, con su propia actitud, a cambiar de vida.

b) La segunda imagen, la del Buen Pastor que va a la búsqueda de la oveja descarriada (tanto más si se trata de un pequeño cordero), que anima a no esperar y mucho menos pretender que sea la oveja quien retome el camino del redil. Estas, pues, resultan ser las etapas obligadas y deseadas, para una pastoral de los niños de la calle: - observar, escuchar, comprender - tomar la iniciativa del encuentro - tejer con él una relación espontánea.

c) La tercera imagen es la de los discípulos de Emaús: ellos abrieron finalmente los ojos frente a Cristo Resucitado y frente a la perspectiva de la resurrección después de haber hecho un cierto camino, durante el cual no son sus ojos sino su corazón el que sintió el calor para abrirse a la Novedad evangélica.”[23]

Otro aspecto, sobre el cual yo quisiera llamar su atención, y creo que será uno de los hilos conductores de nuestras discusiones, es buscar y construir efectiva unidad para guiar esta extensiva necesidad pastoral. De nuevo esas son parte de las recomendaciones de nuestro Encuentro Internacional ya indicado:

“Debe continuarse un trabajo de conjunto, no sólo dentro de las propias estructuras, sino también con cuantos estén comprometidos, en el territorio, en el mismo trabajo o estén interesados en ello.

Debe pues ser buscada y acogida la colaboración con otras fuerzas, no de matriz eclesial pero de auténtica sensibilidad humana y con los entes públicos, incluso cuando no se puede o no se pretende, por propia elección, contar con el financiamiento público.”[24]

De nuevo, el corazón de cualquier respuesta es amor, educación y reintegración buscando la transformación y la redención, por ello “es indispensable dar testimonio de la luz de Cristo, que ilumina y abre nuevos caminos a los que se sienten sumergidos en la tinieblas”. [25] 

Las personas sin hogar  (sin techo)

La presencia de tantos niños de la calle, a lo largo del continente, nos recuerda constantemente que las personas sin hogar (sin techo) son un gran problema porque, con ellos, como ustedes saben, hay también muchas familias e individuos. Nuestras Orientaciones han  tratado de definir esta clase de  personas de la siguiente manera:

“La pobreza tiene un aspecto que se manifiesta en las personas que viven y duermen en las calles o bajo los puentes. Ellas representan uno de los muchos rostros de la pobreza en el mundo contemporáneo: son los clochards, personas obligadas a vivir en la calle por carecer de vivienda, o extranjeros inmigrados de los países pobres que a veces, incluso trabajando, no tienen una casa dónde vivir, o también ancianos sin domicilio, o, en fin, los que – por lo general jóvenes – han «elegido» un tipo de vida vagabunda, solos o en grupo.”[26] 

“La falta de un techo es, por consiguiente, no sólo la carencia de una casa, es el desplome de un mundo, de la seguridad, de las relaciones personales y de la dignidad. Es perder la posibilidad de llevar una vida ‘auténticamente humana.”[27]  

De esta forma, la tarea pastoral se extiende más allá de lo básico y práctico, ya que   

“Proporcionar una ‘casa’ es por lo tanto la misión intrínseca de toda actividad pastoral, en este ámbito. No se trata simplemente de ofrecer un amparo, sino un lugar donde las personas puedan ser ellas mismas en toda su plenitud y dignidad. Se trata por tanto de un lugar donde se pueda construir su propia morada relacional y desarrollar cada dimensión de la existencia, incluida la espiritual.”[28]

Estadísticas disponibles indican que el porcentaje de residentes urbanos viviendo en  improvisados albergues es más del 50% en este continente, pero existe un tipo de personas que requieren un particular cuidado pastoral y son aquellos quienes no son temporalmente sin techo, sino que han elegido o han sido forzados a hacer de la calle su hogar. Muchos de éstos se encuentran en una situación precaria por la ruptura familiar y emocional, o abuso de drogas y alcohol o enfermedades mentales. Algunos de ellos estarán más expuestos a problemas de salud y en particular a la tuberculosis y el VIH (SIDA).

Entre las personas que se pueden encontrar “en el camino”, el carecer de techo es raramente una elección. Nuestro reciente Primer Encuentro Internacional sobre la pastoral de los sin techo llega a una importante y profunda conclusión, la cual quiero compartir con ustedes:

“Los sin techo representan, en todo caso, una oportunidad para toda la sociedad, que está llamada a la corresponsabilidad en la promoción de un acercamiento apasionado, con el intento de construir la base de un camino en evolución. Hay que tratar no tanto de encontrar una explicación, que tal vez degenera en clasificación más bien, sino de comprender la situación. No hay que considerar a la persona como un objeto, destinatario de unas intervenciones establecidas de antemano. Éste reclama un proyecto que no estigmatice y que, lejos de contentarse con acciones de contención social, tenga la lógica de una verdadera inclusión. A pesar de todo, la acogida es limitada, frágil, insuficiente aunque llena de un compromiso deliberado y constante. Espontaneidad, fragmentación y dilaciones son elementos que hay que tratar de impedir con un acercamiento integral, duradero y sostenible.”[29]

Nuevamente, en el corazón de la respuesta pastoral a esta significativa necesidad, existe el llamado a estrechos enlaces y colaboración: “De cara a ofrecer un mejor servicio a los sin techo, es necesario fomentar la colaboración entre instituciones eclesiales, poniendo fin a la tendencia de actuar a solas, a veces con espíritu de competición. Se alienta a una adecuada cooperación con los Gobiernos, con otras denominaciones religiosas y con Instituciones no confesionales que comparten las mismas preocupaciones y los mismos objetivos. Que se animen también las iniciativas ecuménicas.”[30]

Conclusión

soy consciente de haber tocado sólo marginalmente algunos de estos vastos problemas pastorales, mientras que ustedes conocen bien esta situación “desde adentro”, en sus países y localidades  en donde se hace pastoral. Hay de hecho muchos excelentes trabajos que se están haciendo y muchas importantes iniciativas que se están tomando. Nosotros, en el Pontificio Consejo, deseamos escucharles acerca de sus vidas apostólicas, de su trabajo, sus logros y − si pueden hacerlo − también de sus desaciertos. Formas de colaboración combinadas con imaginativas y efectivas respuestas son para todos nosotros un objetivo esencial. De esta manera, lo que ustedes  digan, y lo que nosotros discerniremos positivamente aquí durante estos días será  de gran valor, no sólo para ustedes mismos sino para la Iglesia. Todo esto puede pues abrirnos camino hacia un rico tapete de respuestas pastorales que permitan a la iglesia ser  auténticamente ella misma, dado que “Dios confía a la Iglesia, también ella peregrina en la tierra, la tarea de forjar una nueva creación en Cristo Jesús, recapitulando en Él todo el tesoro de una rica diversidad humana que el pecado ha transformado en división y conflicto (cfr. Ef 1,9-10). En la misma medida en que la presencia misteriosa de esta nueva creación es testimoniada auténticamente en su vida, la Iglesia es signo de esperanza para un mundo que desea ardientemente la justicia, la libertad, la verdad y la solidaridad, es decir, la paz y la armonía.”[31] 

¿No está esto en línea con la gran Misión para su continente propuesta en Aparecida?

Con seguridad, pienso que ¡sí lo es! Entonces, recordando nuevamente el encuentro entre Felipe y el eunuco etíope, aquel espíritu que le brindó la transformación y redención, espero y oro que nos conduzca en las carreteras y calles latinoamericanas, bendecidos con los dones de sabiduría y entendimiento. Así, y  por medio también de nuestros esfuerzos − en estos días y en el futuro −, nuestro trabajo  producirá una rica cosecha.


 

[1] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle, § 7: People on the Move, Suppl. 104, agosto 2007.

[2] Ibidem  § 9.

[3] Ibidem  § 2.

[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesa en el mundo actual Gaudium et Spes, § 4: AAS LVIII (1966), p. 1027.

[5] Walt Whitman, Leaves of Grass, (Philadelphia: David McKay, 1891-92) pp. 120-29, PS 3201, Robarts Library, 1891; http://rpo.library.utoronto.ca/poem/2289.html

[6] Óscar Arias Sánchez, Peace on the Roads, Washington Post, 2006: http://www.washingtonpost.com/wpdyn/content/article/2006/09/08/AR2006090801429.html

[7] Id,‘Una Dimensión Humana a Nuestras Carreteras’, Primer Foro de Actores para la Seguridad Vial en América Latina y el Caribe - Resumen Ejecutivo, Costa Rica, 2006: http://www.taskforce.org /GRSF/mrs espan ol. pdf

[8] Id, ‘Una Dimensión Humana a Nuestras Carreteras’, Construyendo Carreteras Seguras en América Latina y el Caribe,  Ed. Hayes, Rosenberg and Abraham, 2007; http://www.taskforce.org /GRSF/ mrsespanol.pdf

[9] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, op.cit, §  64.

[10] Ibidem

[11] Ibidem  § 68.

[12] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Primer Encuentro Internacional de pastoral para las mujeres de la calle-2005, Documento Final – Conclusiones, § 4: People on the Move, Suppl 102, 2006, pp. 131-141.

[13] Ibidem § 12.

[14] Ibidem § 9.

[15] Cf. ibidem § 15.

[16] Cf. ibidem  § 21-23.

[17] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle § 113, l.c.

[18] Ibidem § 118.

[19] A.Swift, Victims of Rescue, New Internationalist (1989) no.194, pp. 13-15.

[20] J.D.Wright, D.Kaminsky & M.S.Witting, “Health and social conditions of street children in Honduras”,  American Journal of the Deseases of Children, (1993), 147, pp. 279-283.

[21] Ponticio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Primer Encuentro Internacional para la pastoral de los niños de la calle -2004, Documento Final – Conclusiones § 6: People on the Move, Suppl. 98 (2005), pp. 121-132.

[22] Cf. pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle § 136, l.c.

[23] Id, Primer Encuentro Internacional para la pastoral de los niños de la calle - 2004, Documento Final – Conclusiones § 5, l.c.

[24] Ibidem  § 9.

[25] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Orientaciones para la Pastoral de la Carretera-Calle § 134, l.c.

[26] Ibidem § 146.

[27] Agostino Marchetto, “Señor, ¿Cuándo te vimos?”, Primer Encuentro Internacional sobre la Pastoral de los sin techo sobre el tema:"En Cristo y con la Iglesia, al servicio de los sin techo", 2007 (no publicado todavía).

[28] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Primer Encuentro Internacional sobre la Pastoral de los sin techo sobre el tema: “En Cristo y con la Iglesia, al servicio de los sin techo”, 2007, Documento Final – Conclusiones § 14 (no publicado todavía).

[29] Ibidem Documento Final – Recomendaciones § 11.

[30] Ibidem  Documento Final – Conclusiones § 9.

[31] pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantesErga migrantes caritas Christi, § 102, Ciudad del Vaticano, 2004: People on the Move, XXXVI, no. 95, agosto 2004, p. 304.

 

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