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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move

N° 111 (Suppl.), December 2009

 

 

 

RVDO. Benicio Enrique Montes Posada

vicepresidente- Fundación Vivan los Niños!

Colombia

 

Abstract: nuestro propósito es, través de un texto y de un video, presentar la experiencia de la Fundación “¡Vivan Los Niños!”, en relación con los procesos exitosos de integración y reintegración familiar de infantes que han “vivido” en la calle.  

Presentación

Nuestra fundación, “¡Vivan Los Niños!”, nace como respuesta comunitaria en el seno de la Iglesia Católica para atender a una necesidad dramática de nuestras ciudades  colombianas, en particular de los sectores más deprimidos, entre los que acontece el doloroso fenómeno de “ los Niños y Jóvenes  de la Calle”. Las motivaciones que dieron lugar a su nacimiento, su origen movido por la voz de nuestro Señor Jesús, traza marcadas diferencias con organizaciones no gubernamentales, (denominadas ONGS). Como dice el Santo Padre, no constituimos una obra de carácter filantrópico,  sino que a través de nuestro trabajo con los más pequeños, con los más pobres y débiles,  somos testigos del amor de Cristo.

Nuestro encuentro con Cristo nos entrega la sensibilidad necesaria para conocernos a fondo en las necesidades de estos “niños y jóvenes de la calle”; son ellos la razón de nuestro existir: propendemos por  que “ellos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10;10).

Nuestra Fundación “¡Vivan Los Niños!” está organizada por programas de atención de la siguiente manera: Programa niño trabajador, programa niño de la calle y programa convivencia.

Asimismo, se desarrollan otros programas que fortalecen la formación integral que ofrecemos como el Coro Fundación ¡Vivan Los Niños!, y El Hogar Bannatyne.

Cada uno de estos programas tiene proyectos específicos que nos permiten desarrollar de manera eficaz, tanto en lo  pastoral como en lo  profesional, los objetivos generales de la Fundación.

En el presente texto presentamos en forma sencilla nuestra metodología en el trabajo concreto con el Niño y el Joven  de la Calle,  y de esta forma hacemos énfasis en el objetivo que concuerda con nuestro  tema de  Cambiar de caminoÂ…; el desafió y las dinámicas para la reintegración de los jóvenes de la calle, posiblemente en núcleo familiar.  

Esto plantea un grave desafió: abrir horizontes divinos y materiales a estos pequeños que están hundidos en la ausencia y el olvido. Esta empresa requiere de la ayuda del Espíritu Santo y del concurso de hombres y mujeres de buena fe, para encontrar soluciones creativas y amables que nos permitan alcanzar la reintegración de los “Niños y Jóvenes de la Calle”, a la sociedad en general,  y de ser posible, a su propio núcleo familiar.

Nuestra metodología:

I- pedagogía basada en el amor y el respeto por la vida:

Antes que nada, debemos reconocer, que a lo largo de estos casi quince años de trabajo con los niños de la calle en la ciudad de Medellín, nuestra forma de intervención ha variado mucho, sin embargo, constatamos con asombro, que lo esencial por nosotros trazado en un principio, no ha cambiado. Esto es, el respeto por la persona del niño: los amamos por lo que son  y no por lo que hacen.

De antemano reconocemos que nuestros niños y jóvenes son el tesoro escondido del que nos habla la parábola de Jesús, una perla de gran valor o un diamante precioso por el que estamos dispuestos a jugárnosla toda. Este concepto, sobre el valor del niño y del joven de la calle, contrasta evidentemente con el mínimo valor que la sociedad les da, que incluso en ocasiones, los califica de “desechables”.

Con nuestro trabajo pretendemos restituir en el niño  el derecho básico que planteaba el Padre Alejandro García-Durán (Chichachoma)[1] Ser concebido en un acto de amor consciente. A simple vista parece algo imposible, pero recordemos las preguntas de Nicodemo al Señor “¿Y cómo puede uno nacer cuando es viejo? ¿Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer?”  (Jn 3;4) y la respuesta de Jesús “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3;5).  En otra parte del evangelio se nos dice: “Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”(Mt 18; 14). Nuestra misión es acoger a los niños y jóvenes  de la calle de la misma manera que una mamá acoge a su hijo en el vientre, como un don sagrado, ya que la vida es milagrosa e inalienable, incluso desde el instante mismo de la concepción.

La vida como valor fundamental es el motor que mueve nuestro quehacer desde una óptica cristiana. En medio de leyes que van en contra de la vida, el evangelio nos muestra la manera  como debemos acoger a nuestros niños: “Les aseguro que si ustedes no cambian y se vuelven como los niños, no entrarán en el reino de los cielos. El más importante en el reino de los cielos es el que se humilla y se vuelve como este niño. Y el que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí” (Mt 18, 13-5). En el presente texto Jesús nos invita a volvernos como niños, ante el asombro de una sociedad para la que no contaban los niños.  Él mismo, incluso, se identifica como niño, cuando dice: “Y el que  recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí”.

Es más, en los evangelios, percibimos un Jesús que se relacionaba con los pobres, quienes estaban al margen de la sociedad; y con relación a los niños, regañó a aquellos discípulos que les impedían acercarse a él:  “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” (Lc 18; 16).

 El trabajo nuestro con los niños y jóvenes de la calle se fundamenta en una antropología cristiana. El hombre como ser  creado por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1; 26-28). Consideramos la vida como valor fundamental, propendiendo de esta manera por el respeto a la existencia humana desde el primer momento de la concepción; de igual modo, se define en  la Convención América sobre Derechos humanos (Pacto de San José):  Â“Toda persona tiene derecho a que se respete su vida.  Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción.  Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”. (Artículo 4 numeral 1 de la convención), en contraposición a leyes de algunos países, como el nuestro, que han suscrito la convención y a pesar de ello, han despenalizado el aborto en algunos casos.

Esta antropología cristiana nos lleva a pensar que el hombre es un ser inacabado, está en continuo crecimiento, y todos los seres humanos estamos llamados a ir creciendo en todas las dimensiones de nuestro ser. Nuestro modelo de hombre es Jesús de Nazaret, él nos muestra la forma de hacernos más humanos en Dios; en Nuestro Señor Jesucristo se resuelve con luces de divinidad, la aparente contradicción entre  la carne y el Espíritu; entre el ser humano, trascendido en la plenitud del amor, en el dolor y el perdón; y el  Espíritu Divino, eterno, en la plenitud de la bondad y la misericordia. El Maestro de Galilea nos invita a seguir sus pasos, porque es Él es el camino, la verdad y la vida, para  constituirnos en verdaderos hijos de Dios.  

II- Pedagogía espiritual y evangélica:

En Casa Walsingham, nuestra sede principal,  tenemos un espacio  de encuentro con Dios, que representa el hogar de la Sagrada Familia: es nuestra capilla, es el centro de Nuestro Hogar. De esta manera queremos evocar la espiritualidad de la familia de Nazaret, ofreciendo a los niños de la calle una visión nueva y divina de familia, tratando de mostrarles y llevarlos a vivenciar junto a nosotros, de manera sencilla, lo que vivió Jesús con sus padres.

Existe la posibilidad de visitar a Jesús Sacramentado en cualquier momento del día, pero, lo más importante, es que esto genera un ambiente en nuestros educadores que les permite recordar que cada vez que salen a su trabajo de campo a encontrarse con los niños y jóvenes de la calle, de los diversos sectores de la ciudad, lo deben hacer con la misma reverencia y respeto con que visitan a Jesús en nuestra capilla. La imagen del educador arrodillado, ante los niños de la calle, nos evoca lo anunciado en la encíclica Deus Caritas Est refiriéndose a los 7 diáconos de la primitiva comunidad cristiana: “Lo cual significa que el servicio social que desempeñaban era absolutamente concreto, pero sin duda también espiritual al mismo tiempo; por tanto, era un verdadero oficio espiritual el suyo, que realizaba un cometido esencial de la Iglesia, precisamente el del amor bien ordenado al prójimo.” En nuestro caso a los niños y jóvenes de la calle.

Además, nos dice la encíclica que: Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).

Todavía más, del Evangelio nos inspiramos para desarrollar nuestro proceso de socialización de los niños y jóvenes de la calle, “Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: (Evocando el salmo 22) ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?, esto es, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27,46) se dice que no es un grito de desesperación, sino de angustia. El abandono en el que se encuentran sumidos los niños y jóvenes de la calle, es el grito de angustia del mismo Jesús, al cual estamos prestos a responder, para que termine como el Salmo en una verdadera acción de gracias.

Es claro, que la historia personal de los niños y jóvenes  de la calle está marcada por múltiples abandonos, desamores, rechazos, violencias y negaciones que hace que asuman un modus vivendi violento,  para sobrevivir. De ahí que sus actitudes sean muy difíciles de comprender, algunas de carácter autodestructivo, otras, agresivas o depresivas. De cualquier modo, nuestra misión es amarlos por lo que son y no por lo que hacen.

Después de escuchar su grito de angustia, hacemos como Jesús hizo en el evangelio con la hija de Jairo: “Y tomando la mano de la niña, le dice: -Talitá Kum que quiere decir: ¡Hijita, de pie!” (Mc 5,41). Tendemos nuestras manos, utilizando  métodos sencillos, donde prevalecen la escucha significativa y la participación eficaz de los niños y jóvenes, para que ellos se puedan levantar sintiendo que están vivos y que valen mucho.

Incompleto sería nuestro quehacer si a la vez no abrimos su corazón para que reciban la esperanza del Evangelio, inspirados en: “ Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: - Effatá, que quiere decir ¡Ábrete! (Mc 7,33) con la certeza de ser simples cooperadores de la Gracia de Dios en sus vidas, queremos que estos niños y jóvenes reciban el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo. Para tal efecto, recorremos con ellos un camino de evangelización y los acompañamos en su vida sacramental, disponemos la figura del Director Espiritual para escucharlos y de esta manera, poco a poco, poder sanar las heridas interiores que deja la calle.

En última instancia, con la suavidad del soplo del Espíritu y aprendiendo de Jesús, nuestro Divino Maestro, que nos dice que siendo “pacientes y de corazón humilde” (Mt 11,29) con los niños de la calle podremos encontrar espacio para nuestro llamado,  y bálsamo para sus heridas, dolores y sufrimientos. Y al contemplar la maravillosa obra de Dios en ellos su roca de ser, sus talentos, dones y cualidades podrán sentir con la certeza de la Redención que “Dios envío a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios. (Gál 4,6)


[1] Sacerdote Escolapio, Apóstol de los niños de la calle en México. Fundador de Hogares Providencia. Muere en Bogotá 1999.

 

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