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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move - N° 81, December 1999

Génesis del Código Ético Mundial para el Turismo

Rev. Prof. Jordi GAYÀ ESTELRICH

[Italian summary, German summary]

La Organización Mundial del Turismo, en la Asamblea General concluida el 1 de octubre de 1999, en Santiago de Chile, ha adoptado el Código Ético Mundial para el Turismo (CEMT). El texto se presenta a si mismo como la meta de un proceso que ha venido desarrollándose en el seno de la Organización y en sintonía con otros programas de la ONU. El conocimiento de este proceso es importante porque ilumina no sólo el texto de la declaración, sino que ayuda a seguir la evolución que se ha venido realizando en la consideración del turismo, tanto por parte de las autoridades políticas, como por parte de la conciencia social en general. A este proceso se refieren sumariamente las páginas que siguen.

De las dos líneas, en cuyo horizonte cabe comprender el texto ahora aprobado, la primera está constituida por la reflexión promovida por la misma OMT a través de sus asambleas, seminarios o estudios, y plasmada en declaraciones o textos similares. La otra linea se encuadra en el proceso promovido por las Naciones Unidas y fundamentalmente centrado, para nuestro caso, en los programas animados por la Comisión para el Desarrollo Sostenible (CSD). Los principales documentos a tomar en consideración, por otra parte, vienen referidos en el Preámbulo del CEMT[1].

1. Anteriores declaraciones de la OMT

En el Preámbulo se señalan, de forma especial, tres anteriores declaraciones adoptadas por la OMT: La Declaración de Manila (1980), la Declaración de Sofía (1985), que incluye la Carta del Turismo y el Código del Turista, y la Declaración sobre el Impacto Social del Turismo (Manila, 1997).

La Declaración de Manila (1980) situa la actividad turística en una perspectiva acentuadamente social. Desde su parágrafo incial se piede a los Estados que examinen sus responsabilidades ante “el desarrollo del turismo en las sociedades modernas, en tanto que actividad que transciende el campo puramente económico de las naciones y de los pueblos”. 

Este aspecto del turismo es, a continuación, fundamentado en el hecho de que él “puede ser una fuerza viva al servicio de la paz del mundo y puede ofrecer una base moral e intelectual a la interdependencia de las naciones”. 

La relación entre turismo y paz es realmente un axioma básico. La paz abre la posibilidad al turismo y el turismo intensifica y amplía la paz. Lo primero, porque el turismo requiere una situación mínima de seguridad y de legalidad, de libertad de movimientos. Lo segundo, porque el intercambio entre las personas puede conducir a una mayor comprensión, a una mayor tolerancia, a nuevas formas de cooperación.

La Declaración ve la raíz antropológica del turismo en “el derecho a la utilización del tiempo de descanso y, en particular, el derecho a tener vacaciones, y a la libertad de viajar y de hacer turismo, [que son] consecuencia natural del derecho al trabajo” (4). En este sentido el turismo se considera un factor que contribuye a “la salud física y psíquica de las personas”, favoreciendo así “el equilibrio social, el crecimiento de la capacidad de trabajo de las colectividades humanas, el bienestar individual y colectivo” (11).

Todas estas razones permiten subrayar la importancia del “turismo social”, al que se define por su objetivo de procurar “para los ciudadanos menos favorecidos el ejercicio del derecho al descanso” (10). Igualmente se reclama mayor atención al turismo de los jóvenes, de la tercera edad y de los descapacitados (15).

También en su aspecto económico el turismo contribuye al bienestar social. Ante todo porque en muchos países puede contribuir a un “reequilibrio de la economía”, siempre que se planifique en el conjunto de la actividad económica global (7). El papel de la actividad turística, por otra parte, no sólo como complemento de la economía nacional, sino como su verdadero motor, fue un hecho que favoreció de forma extraordinaria su desarrollo durante la década de los 80. Numerosos países en vías de desarrollo conocieron una expansión tal de la actividad turística, que en muchos casos los ingresos por turismo desplazaron los derivados de actividades tradicionales. El turismo, además, entró a formar parte de los programas de ayuda para el desarrollo, por ejemplo de los concedidos por la Comunidad Europea. El principio que los regulaba se fundaba en la creación de infraestructuras, que redundaran en beneficio de la actividad económica global, y en la capacitación laboral, que elevaba el nivel profesional en su conjunto. Hay que destacar al respecto que algunos de los más eficientes servicios de la OMT han sido creados precisamente para impulsar el intercambio de conocimientos y de tecnologías para la puesta a punto de infraestructuras de planificación y de gestión turística. La Declaración, por su parte, insiste en la cooperación internacional técnica y financiera (19-20).

Si la incardinación de la actividad turística en la economía global del país es uno de los principios que aseguran su contribución al bienestar social, no menos importante resulta que las condiciones laborales de los empleados en el sector sean las socialmente adecuadas. La Declaración concreta este punto en la protección del derecho a la constitución de sindicatos (17). En una de las resoluciones adjuntas a la Declaración, se detalla la importancia de la formación profesional y se apunta que la relación laboral no se agota en los aspectos meramente económicos, sino que, debido a la naturaleza del turismo, debe atender los aspectos sociales “en un plano tanto espiritual y moral como material”.

Otro aspecto que recoge la Declaración es una consideración sobre los recursos en que se basa la actividad turística. Los recursos de un país están constituidos por “espacios, bienes y valores”. La actividad turística no puede comportar su degradación o su destrucción. Esto vale de forma explícita cuando se trata “del medio ambiente, particularmente los recursos naturales”, o de los lugares históricos y culturales. “Todos estos recursos turísticos pertenecen al patrimonio de la humanidad” (18).

En conjunto, la Declaración recoge todos los temas que exigen ser tomados en cuenta en una reflexión programática de la actividad turística. El foco de su atención aparece claramente dirigido a una valoración social y humanista de la actividad turística. Se ponen de relieve sus valores formativos personales y su benéfica aportación al desarrollo económico global. La convicción presente en la redacción del texto, en definitiva, se expresa en este postulado: “En la práctica del turismo, los elementos espirituales deben prevalecer sobre los elementos técnicos y materiales” (21).

Una profundización de los principios contenidos en la Declaración de Manila, quedó plasmada en el Documento de Acapulco (1982), donde se desarrollaban cuatro “principios”: “a) El derecho al reposo, al descanso, a las vacaciones pagadas y a la creación de condiciones sociales y legislativas que faciliten el acceso a las vacaciones por parte de todos los estratos de población”; “b) La preparación al viaje, a las vacaciones, al turismo receptor y emisor”; “c) El papel del turismo nacional en el desarrollo del turismo contemporaneo”; “d) La libertad de movimientos”.

En la Declaración de Sofía (1985), la Asamblea General de la OMT, adoptaba dos textos complementarios: la Carta del Turismo y el Código del Turista. La Declaración se inscribía explícitamente en la línea adoptada en Manila, “la cual subraya la verdadera dimensión humana del turismo, reconoce el nuevo papel del turismo, instrumento adecuado para mejorar la calidad de vida de todos los pueblos, así como fuerza viva al servicio de la paz y de la comprensión internacional” (5).

La Carta del Turismo se dirige básicamente a la responsabilidad de los Estados. Estos son llamados a promover las actividades turísticas, por cuanto derivan del derecho fundamental al reposo, la limitación razonable del tiempo del trabajo y del derecho a periodos de descanso remunerados, (art. 1-2). 

Se les recuerda, en especial, la necesidad de planificar el desarrollo turístico de una forma global, de promover el turismo de los jóvenes, de las personas mayores y de los descapacitados, y de “proteger, en interés de las generaciones presentes y futuras, el entorno turístico, que, siendo a la vez humano, natural, social y cultural, constituye el patrimonio de la humanidad entera” (art. 3). Resulta interesante observar como, con estas últimas palabras, viene introducido el concepto de “sostenibilidad”, que en aquellos años había comenzado a formar parte de la definición de desarrollo impulsada por la ONU.

Los arts. 4 y 5 de la Carta especifican los deberes de los Estados frente a los turistas: acceso al patrimonio artístico y cultural, seguridad, condiciones sanitarias adecuadas, prevención de la criminalidad, fácil acceso a los servicios administrativos y judiciarios, información suficiente... El artículo siguiente viene a recordar los derechos de las comunidades receptores, que los Estados deben también proteger: su acceso a los mismos recursos turísticos, derecho al respeto de sus costumbres, religiones y culturas. A los profesionales del turismo, en fin, se les exhorta a “contribuir en asegurar al turismo su carácter humanista”. 

El Código del Turista recoge de una forma muy suscinta los deberes y derechos que deben regir su comportamiento, bajo el principio de que debe “favorecer la comprensión y las relaciones amistosas entre los hombres, tanto en el plano nacional como internacional, y contribuir de este modo al mantenimiento de la paz”. Se le pide al turista comprensión ante las costumbres, creencias y comportamientos de la comunidad de acogida; que se abstenga de acentuar las diferencias económicas; que se abra a la cultura; “que se abstenga de toda explotación de la prostitución de otros” y del tráfico de drogas. Se le reconoce su derecho a una información objetiva, a su seguridad personal y la de sus cosas, a la higiene, al acceso a los medios de comunicación, “a la práctica de su propia religión”.

La década sucesiva fue parca en declaraciones globales. La actividad de la OMT se concentró en el estudio de temas monográficos relacionados con el movimiento turístico y con una fuerte presencia en otros foros relacionados con el tema. De estos encuentros surgieron, a su vez, importantes textos, que predisponían, de alguna manera, los principios del futuro CEMT. 

De tales encuentros cabe mencionar la Conferencia Interparlamentaria de La Haya (1989). La extensa Declaración emanada de esta reunión define el turismo como “fenómeno de la vida cotidiana”, incluso como “actividad esencial de la vida de los seres humanos y de las sociedades contemporáneas”, por cuanto es “una forma importante de la utilización del tiempo libre”. Este concepto, en extremo positivo, del turismo lleva a manifestar: “El impacto potencial de este crecimiento espectacular sobre la economía, el medio ambiente y las personas es tal, que se puede hablar de “Revolución turística””. Por lo que se refiere a los recursos turísticos, la Declaración introduce un principio de sinergia que se iba acentuando en la reflexión sobre el turismo: “una gestión racional del turismo puede contribuir a la protección y al desarrollo del entorno físico y del patrimonio cultural, así como a la mejora de la calidad de vida”. 

Otro documento importante, elaborado con la participación de la OMT, fue la Carta del Turismo Durable, resultado de una Conferencia celebrada en Lanzarote, España, en 1995. La Carta puede considerarse una adaptación de las líneas programáticas de la Agenda 21 al campo del turismo. El marco general viene señalado al indicar que “el desarrollo turístico debe descansar sobre criterios de sostenibilidad; debe ser soportable a largo término en el plano ecológico, viable en el plano económico y equitativo para las poblaciones locales en el plano ético y social”. 

La adopción de las líneas de la Agenda 21 confiere a la reflexión sobre el turismo un principio conceptual y sistemático más definido y más global. El CEMT se inscribe plenamente en esta línea, cuyos antecedentes merecen ser considerados más de cerca.

2. En el contexto de la labor de la ONU para el desarrollo y el medio ambiente

Los inicios de los años 70 vieron generalizarse una fuerte toma de conciencia ante los problemas derivados de la incontrolada explotación de recursos en aras de una crecimiento económico ilimitado. El mundo industrial se vio enfrentado, primero, al hecho de la limitación (estratégica o real) de los recursos de materias primas y, segundo, al deterioro irreversible de los elementos ambientales comunes (tierra, aire y agua). Los dos hechos cuestionaron profundamente el modelo productivo de las sociedades avanzadas, los programas económicos de los países en vías de desarrollo y el modelo de consumo. 

En 1972, a raíz de la Conferencia de Estocolmo, las Naciones Unidas crearon el Programa para el Medio Ambiente (United Nations Environment Programme - UNEP) y, diez años más tarde, constituyeron la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo. Fue en el seno de esta comisión donde se plasmó el concepto de “desarrollo sostenible” (sustainable development), con el que se definía aquel crecimiento económico “que satisface las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer a sus necesidades propias”.

La Agenda 21, adoptada en la Cumbre de Rio (1992), hizo del desarrollo sostenible su clave de arco. La Agenda se presenta como un ambicioso proyecto de respuesta a las necesidades de una humanidad que “se enfrenta a un momento crucial de su historia”. Los problemas de la pobreza, del hambre, de la enfermedad y de la falta de cultura deben ser abordados, se dice en el preámbulo, con la conciencia de que “una mayor atención a la mútua implicación de los aspectos referentes al medio ambiente y al desarrollo conducirá a la satisfacción de las necesidades básicas, a mejores niveles de bienestar para todos, a una mejor protección y uso de los ecosistemas, y a un futuro más seguro y próspero”. En consecuencia, se hace un llamamiento “a un partenariado global para un desarrollo sostenible”.

En el centro de los objetivos de la Agenda se halla la lucha contra la pobreza. El desarrollo económico, basado en la liberalización del comercio, continua siendo una de las armas predilectas para conseguir este objetivo, incluyendo una revisión de la política de precios, en la que se pide que éstos reflejen el coste real de los recursos consumidos. Ahora bien, la condición básica para un desarrollo sostenible es que éste se inscriba en la estrategia específica de lucha contra la pobreza. En consecuencia el criterio básico no será la mera producción de bienes, sino el desarrollo del nivel de vida de las personas. Desde un punto de vista ecológico, este nivel de vida viene indicado principalmente por la adecuación de la persona a su entorno y, por tanto, por un desarrollo que mantiene ante todo esta armonía. Por eso toman una preponderancia mayor, como criterios de desarrollo, la idiosincracia de los grupos humanos, su cultura o sus economías tradicionales.

De este modo se perfilan las dos prioridades de la Agenda 21: la atención al uso sostenible de los recursos naturales, en particular en aquellos puntos especialmente sensibles (costas, islas, montañas, selvas) y la implicación de los grupos sociales (y en particular de las comunidades indígenas, mujeres, minorías). En atención a estas prioridades se contemplan las líneas de actuación que deberían seguirse en la modificación de los hábitos de consumo, en la política demográfica, sanitaria y urbanística.

El hecho turístico es mencionado en la Agenda sólo de pasada. En concreto, en el capítulo 11 se menciona el ecoturismo como posible fuente de ingresos para la protección de las selvas. El “turismo sostenible” es asimismo señalado como fuente de ingresos para el desarrollo de las montañas (en el capítulo 13) y en áreas de difícil explotación agraria (en el capítulo 14).

La Agenda 21 debe considerarse como el principio de un corpus documental que incluye la Declaración de Río (1992), la Convención sobre el Cambio Climático (1992), la Convención sobre la Diversidad Biológica (1992)[2]y el programa de la Conferencia para el Desarrollo Sostenible de los Pequeños Estados Isleños (1994). En este último se dedica un capítulo al turismo, subrayando su papel predominante en muchos pequeños estados isleños e insistiendo en la extrecha conexión que en estos casos existe entre identidad cultural y medio ambiente.

Las escasas menciones que la Agenda 21 reservó para el turismo fueron en parte subsanadas por la XIX sesión (1997) de la Asamblea General de la ONU en su Programa para las futuras Implementaciones de la Agenda 21. En este texto se dedican cuatro párrafos al “turismo sostenible”, reconociendo su peso específico en el crecimiento de los países en vías de desarrollo, así como su papel en la creación de puestos de trabajo. “Es necesario que se reconsidere la importancia del turismo en el contexto de la Agenda 21”, se decía expresamente, invitando a ello a las diversas agencias de la ONU.

La respuesta a esta invitación fue avanzada por la Comisión para el Desarrollo Sostenible en abril de 1999[3]. En la sesión de trabajo participaron además ILO, UNEP y WTO, cuyos informes acompañaron el informe final de la Comisión.

El informe de la sesión, “Turismo y desarrollo sostenible”, reconoce, como punto de partida, que “la industria turística es uno de los sectores de la economía global de más fuerte expansión”. Esta afirmación se argumenta con datos concretos, al exponer, en el primer capítulo, el aspecto económico del turismo. Las cifras mencionan el lugar del turismo en el producto nacional de muchos países, su capacidad de generación de empleo, su papel fundamental en el desarrollo de estados o regiones específicos, su influencia positiva en la balanza de pagos de países en vías de desarrollo, por encima de otros productos tradicionales. Entre los aspectos negativos a resolver se señalan la excesiva dependencia en que puede situarse la economía de un país repecto del turismo, la estacionalidad, la frecuente baja cualificación laboral, la dificultad de medir el impacto económico real de la actividad turística.[4]En el capítulo dedicado al aspecto social cabe subrayar el uso que se hace del concepto de “capacidad turística soportable” (tourist carrying capacity), que señalaría el nivel de saturación turística que una comunidad se puede permitir sin peligro de erosión de su identidad cultural y social. El aspecto medioambiental se revela como el punto neurálgico donde se juega el futuro del turismo: “la destrucción del medioambiente amenaza la viabilidad misma de la industria turística”. El impacto medioambiental que el turismo comporta es “en general” adverso y las nuevas modalidades, como el ecoturismo, no siempre consiguen corregir tales efectos. “El reto central de la industria turística – se dice – consiste en transformarse a sí misma, en todas sus formas, hacia una actividad sostenible, reorientando su filosofía, su práctica y su ética a la promoción del desarrollo sostenible”. Entre las recomendaciones de este capítulo, se insiste en el principio de reversión de costes en el usuario, la política de costes reales en el consumo[5], la introducción de autolimitaciones en el desarrollo y la modificación de los productos ofertados.

La comisión adoptó un programa de trabajo sobre desarrollo sostenible del turismo con la meta puesta en 2002, fecha en que se revisará el desarrollo de la Agenda 21. Una de las recomendaciones incluye precisamente la implementación del CEMT por parte de la OMT.

3. El Código Ético Mundial para el Turismo

En los parámetros señalados por estos documentos, el Código se declara a favor de “un turismo responsable y sostenible, al que todos tengan acceso”. Las razones de esta opción, así como las condiciones que deben darse, viene expuesto a lo largo de los 10 artículos que integran el Código.

Los cinco primeros sirven para referir la contribución que el turismo puede aportar, tanto a la persona como a la sociedad o a las relaciones entre los países. Al señalar al turismo “como un medio privilegiado de desarrollo individual y colectivo”, se menciona ante todo el que se le considere “un factor insustituible de autoeducación, tolerancia mutua y aprendizaje de las legítimas diferencias entre pueblos y culturas y de su diversidad” (2.1). Esta función del turismo deriva del “contacto directo, espontáneo e immediato que permite entre hombre y mujeres de culturas y formas de vida diferentes”. 

Las propuestas que inspiran el Código son ciertamente muy sugerentes. Introducir una regulación que pretenda con realismo ser globalmente aceptada, supone una dosis muy considerable de mediación y prudencia. Sin embargo, es necesario constatar que el Código no adelanta formas de comportamiento realmente innovadores, ni se enfrenta realísticamente a la situación presente. El desarrollo sostenible es la respuesta adecuada a un principio de la realidad que se ha impuesto definitivamente a la conciencia humana: los límites del crecimiento. Estos límites no señalan el hasta dónde, sino el cómo es posible asegurar el desarrollo de la humanidad, es decir el acceso de todos los hombres y mujeres al pleno ejercicio de sus derechos. El turismo se propone como realización de algunos de estos derechos, que, por cierto, son de los más importantes, como es el derecho al descanso y al tiempo libre. El gran reto que se le plantea al turismo, para cumplir esta función, es el de reconocer y adecuarse a los límites de su desarrollo. A pesar de su peso económico, o precisamente a causa de él, se debería tener claro que no le corresponde al turismo elegir sus límites, sino que éstos le vienen impuestos. Para adecuarse a esta realidad, será necesario insistir más en la autoridad reguladora de las comunidades locales, no tanto en la forma de sus gobiernos, como en la inviolabilidad de su territorio, de sus costumbres o de su cultura.

El Código Ético Mundial para el Turismo es un punto de llegada. Como tal es la plataforma en que deben converger el comportamiento de turistas y comunidades receptoras, empresarios y trabajadores. Un punto de partida común para seguir buscando nuevos horizontes, humanistas y humanizantes, a una actividad que es clave para el desarrollo sostenible de hoy y de mañana.

Notas:
[1]La documentación citada es accesible, en general, a través de los servicios de documentación de las agencias de la ONU distribuidos por Internet. Se puede acceder al índice general de las Organizaciones de la ONU en el sito: http://www.unsystem.org.
[2]Durante la Cuarta Reunión de la Conferencia sobre Diversidad Biológica (Bratislava 1998) diversas delegaciones insistieron en el papel que el turismo puede jugar, según esté programado, tanto en la destrucción como en la protección de la diversidad biológica.
[3]En esta sesión, como se menciona en el CEMT, se dió a conocer la iniciativa de la OMT referente al Código.
[4]El tema fue estudiado en la Conferencia Mundial sobre la Valoración del Impacto Económico del Turismo, promovida por la OMT y celebrada en Niza en junio de 1999. El informe “Contabilidad satélite del turismo (CST). Cuadro conceptual”, se propone no sólo como un método para una mayor fiabilidad de los datos, sino como “un instrumento de normalización internacional de conceptos y clasificaciones”. La realidad básica a la que se pretende hacer frente es el hecho de que la economía turística está más directamente ligada al comportamiento de un visitante, antes que a estructuras concretas finalizadas al servicio de los visitantes. 
[5]Esta política está claramente animada por la Agenda 21, cuando dice: “Sín el estímulo de los precios y otros signos de mercado por los que productores y consumidores vean claramente cuales son los costes medioambientales del consumo de energía, de materias y recursos naturales, y la producción de desperdicios, no resulta probable que los hábitos de producción y consumo sufran cambios importantes en un futuro próximo” (4.24).

Il codice mondiale di etica per il turismo

Riassunto

Come introduzione al Codice Etico Mondiale del Turismo, approvato dallÂ’Assemblea Generale dellÂ’Organizzazione Mondiale del Turismo (OMT) nello scorso Ottobre, a Santiago del Cile, lÂ’Autore ricorda alcuni precedenti che possono chiarirne il testo.

Nella prima parte si ricordano alcuni capisaldi del lavoro condotto in seno allÂ’OMT. Si analizzano più concretamente la Dichiarazione di Manila (1980) e quella di Sofia (1985). In questÂ’ultima furono presentati una Carta del Turismo ed un Codice del Turista. La risoluzione dellÂ’OMT può essere letta come un approfondimento degli aspetti antropologici e sociali del turismo, come diritto che deriva dal diritto al lavoro e al riposo.

La seconda parte inquadra il Codice nel processo generale che ha avuto luogo nell’ONU a partire dagli anni 70. Si prende come punto di riferimento il concetto di “sviluppo sostenibile”, considerando come caposaldo centrale la agenda 21 adottata nel Summit di Rio (1992).

Sebbene il turismo sia stato incorporato più recentemente in questo programma ha visto riconosciuto il suo contributo allo sviluppo sostenibile, nel momento attuale vi è una chiara consapevolezza dei comportamenti che debbono essere tenuti dallÂ’industria turistica in un processo di espansione che le ha consentito di essere la prima industria su scala mondiale.

Il Codice raccoglie i frutti di queste tappe precedenti, ponendo alla base del turismo quei valori umani e spirituali che esso può e deve contribuire a sviluppare.


Der Welt-Kodex der Ethik im Tourismus

Zusammenfassung

Der Autor des Artikels möchte in der Einleitung zum Welt-Ethik-Kodex des Tourismus, der von der Generalversammlung der Weltorganisation für Tourismus (WTO) im vergangenen Oktober in Santiago/Chile approbiert wurde, auf einige vorhergehende Ereignisse hinweisen, um so den Text klarer zu vermitteln.

Im ersten Teil wird an einige Hauptpunkte der Arbeit, die um Rahmen der WTO durchgeführt wurden, erinnert Es werden in konkreterer Wiese die Erklärung von Manila (1980) und die von Sofia (a1985) analysiert. Bei letzterer Tagung wurde die Charta des Tourismus und der Kodex des Touristen vorgelegt. Die Resolution der WTO kann verstanden werden als Vertiefung der anthropologischen und sozialen Aspekte der Tourismus, als gerechter Anspruch, der aus dem Recht auf Arbeit und Freizeit entspringt.

Der zweite Teil zeigt den Kodex in dem allgemeinen Prozeß, der seit den 70er Jahren in der UNO im Gange ist. Man nimmt als Beziehungspunkt das Konzept der "erträglichen Entwicklung", unter Beachtung des zentralen Hauptpunktes der Agenda 21, angenommen in der Gipfelkonferenz von Rio (1992).

Obwohl der Tourismus in jüngster Zeit in dieses Programm aufgenommen wurde, konnte er schon seinen Beitrag zur erträglichen Entwicklung anerkannt sehen, und im jetzigen Augenblick herrscht ein klares Bewusstsein über die Verhaltensweisen, die von der Tourismus-Industrie in dem Prozeß der weiteren Ausbreitung eingehalten werden müssen, durch welche sie zur ersten Industrie auf Weltskala geworden ist.

Der Kodex nimmt die Ergebnisse dieser vorgehenden Etappen auf und stellt an die Basis des Tourismus jene menschlichen und spirituellen Werte, zu deren Entwicklung er beitragen kann und muß.

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