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INTERVENCIÓN EN EL III COMITÉ DE LA ONU
DE LA SEÑORA MARÍA SUÁREZ HAMM DELEGADA DE LA SANTA SEDE A LA LII SESIÓN DE LA ASAMBLEA DE LA ONU

21 de octubre de 1997

Cumplimiento de las conclusiones de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer
Promoción de la mujer

 

Gracias, señor presidente:

Como consecuencia de la serie de Conferencias internacionales que se han celebrado recientemente, y de forma especial en el seguimiento de la IV Conferencia mundial sobre la mujer, ha surgido un esfuerzo común para mejorar las condiciones de vida de la mujer. Cualquier esfuerzo para lograr la auténtica mejoría de la condición humana es siempre bienvenido. De forma particular, la Iglesia católica acoge y apoya toda iniciativa que se haga en pos del verdadero bienestar de la mujer. Según ha dicho Su Santidad Juan Pablo II, «es verdad que las mujeres en nuestro tiempo han dado pasos importantes en esta dirección, logrando estar presentes en niveles relevantes de la vida cultural, social, económica, política y, obviamente, en la vida familiar. Ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que en varias partes del mundo se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad», (cf. Mensaje de Su Santidad Juan Pablo II para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1995, n. 4).

En varios de los recientes esfuerzos que se han hecho para ayudar a la mujer, se ha empezado a hablar de «derechos». No obstante, durante el período subsiguiente a la Conferencia de Pekín, mi delegación considera que debe darse más atención a aquellos derechos naturales que están relacionados con un aspecto particular de la vida de las mujeres: los derechos que emanan de la maternidad y del papel de la mujer dentro de la familia. Mi delegación desea ofrecer su pensar sobre estos derechos específicos, basado en la experiencia vivencial de millones de mujeres de todas partes del mundo. Estas mujeres quieren que estos derechos se respeten y que se les dé la misma importancia que se atribuye a sus funciones en la vida pública de sus países. Estos derechos han sido reconocidos en la Declaración universal de derechos humanos que estipula en el articulo 25 número 2: “La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales”. De hecho, el párrafo 29 de la Plataforma de acción de Pekín se dedicó precisamente a este punto cuando señala que «las mujeres desempeñan una función decisiva en la familia», que «las mujeres dan una gran contribución al bienestar de la familia y al desarrollo de la sociedad, cuya importancia todavía no se reconoce ni se considera plenamente», y que, «la maternidad, la condición de progenitor y la función de la mujer en la procreación no deben ser motivo de discriminación ni limitar la plena participación de la mujer en la sociedad».

Según indica el Documento de Pekín, el papel que desempeña la mujer en su familia, y en especial en la vida de sus hijos, constituye una contribución indispensable al bienestar y estabilidad de la sociedad. Además, para la mayoría de las mujeres, el papel de esposa y madre es central en su identidad, felicidad y vida. Por lo tanto, existen derechos naturales inherentes a la maternidad, que deben ser reconocidos y apoyados.

Obviamente, un derecho básico que se relaciona con la maternidad es la libertad de tener hijos. Esta libertad no debe ser negada, especialmente a través de la esterilización o abortos forzados. Esto significa que debe permitirse a los padres decidir libre y responsablemente el número y espaciamiento de sus hijos. Por lo tanto, cualquier política que pretenda regular el número de hijos, sea por medidas de coerción y otras formas de presión, debe ser reconocida por lo que es: una violación de los derechos de la mujer y de los padres, y un ultraje a la familia, unidad básica de la sociedad. Este es el caso, en especial, de las mujeres que se encuentran en situaciones difíciles y vulnerables, tales como las que viven en campos de refugiados.

Como consecuencia de la contribución vital que recibe de la maternidad, la sociedad debe asumir varias obligaciones en orden a sostener a las mujeres que son madres. En particular, para poder desempeñar el deber de formar a sus hijos, las madres tienen derecho a que la sociedad apoye y proteja la institución de la familia, basada en el matrimonio de un hombre y una mujer. Este apoyo ofrece asistencia para formar una unión estable que protege y ayuda a las madres en sus compromisos dentro de la familia. Además, los padres requieren asistencia para ejercer sus derechos, deberes y responsabilidades al elegir la forma y contenido de la educación de sus hijos, sobre todo en lo que se refiere a los valores religiosos y morales, al igual que a los elementos positivos que la maternidad ofrece a la mujer y a la sociedad. Ciertamente, según nos muestra la experiencia, cuando a los niños se les ofrece afecto y modelos sanos desde los primeros años de su edad formativa, ellos crecen más seguros de sí mismos y de su futuro, y más capacitados para defender sus derechos.

Una vez que una mujer ha dado a luz, el apoyo de la sociedad debe reflejarse en brindarle opciones legítimas que tomen en consideración las múltiples funciones e intereses de las mujeres, según lo exhorta el Programa de acción de la cumbre mundial del desarrollo social (38, j). Esto quiere decir que debe reconocerse el valor de la labor de las madres que han elegido permanecer en sus hogares, para educar a sus hijos como su trabajo a tiempo completo. Para poder asegurar la promoción de la mujer, la sociedad debe eliminar toda forma de discriminación contra tales madres, que contribuyen con su trabajo no remunerado en el hogar y en la familia. Por ejemplo, en muchos países, la mujer que trabaja en su hogar no recibe pensión alguna, o muy poca. Y en casos de enfermedad, usualmente no existen medios de compensación. Es decir, los beneficios que los asalariados han negociado por medio de la política están fuera del alcance de muchas mujeres, porque su labor en el hogar no es reconocida por la sociedad. Finalmente, la sociedad debe asegurar que las madres tengan libertad de elegir trabajar en el hogar, tratando de garantizar el ingreso familiar del único asalariado, para que las madres no se vean forzadas a trabajar fuera del hogar. A la vez que se reconoce la contribución que aporta a la sociedad el trabajo que muchas mujeres deciden, y que será para el provecho de personas de toda edad y condición política o social.

En suma, la mujer que elige trabajar fuera del hogar tiene el derecho de forjar su carrera sin que se le discrimine por ser madre. Como afirma el Papa Juan Pablo II, «la verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible» (Laborem exercens, 19). El derecho al apoyo de la sociedad significa que las condiciones del lugar de trabajo deben estar estructuradas para que la mujer pueda avanzar y competir sin sufrir consecuencias negativas por su papel de madre. Verdaderamente debemos aceptar que muchas mujeres estarán en condiciones de procrear durante los años en los que se establecen profesionalmente. Deben hacerse los arreglos necesarios, que incluyan protección social de la maternidad, licencia de paternidad, horarios flexibles y formas de empleo a medio tiempo para mujeres con múltiples funciones y responsabilidades. Debe desarrollarse también una nueva cultura sobre el papel del padre, para asegurar que éste asuma completamente sus responsabilidades y deberes en la vida doméstica, en la crianza y en la educación de los hijos.

Señor presidente, la promoción de este aspecto de la vida de la mujer, según lo clama la Declaración universal de derechos humanos y la Conferencia de Pekín, está aún lejos de ser alcanzada. En muchos aspectos parece ser que vamos marcha atrás, devaluando la importancia de la maternidad ante la mujer y la sociedad, en un tiempo en el que muchas mujeres desean armonizar de una forma más favorable sus responsabilidades profesionales y familiares. El progreso en el estado de vida de la mujer que es madre, sea que trabaje en su hogar o fuera de este, requiere cambios profundos en la voluntad y actitud política. Algunos argumentan que lo que aquí se requiere son demasiados gastos. Pero, ¿acaso no vemos que el costo de la disolución de la familia es aún mayor, tanto económica como socialmente? En resumen, el fortalecimiento de la familia y la defensa de los derechos de miles de mujeres que son madres son la forma más segura y práctica de mejorar el estado de la mujer en el mundo entero.

 

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