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XV ANIVERSARIO DEL RESTABLECIMIENTO
DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS
DEL ESTADO MEXICANO CON LA SANTA SEDE

SALUDO DE MONS. DOMINIQUE MAMBERTI

Nunciatura apostólica de Ciudad de México
Martes 2 de octubre de 2007

 

Hace quince años se dio un parteaguas en las relaciones entre el Estado mexicano y la Santa Sede, resultado de un importante proceso de diálogo, así como de la toma de conciencia sobre el papel central y fundante que posee la dimensión religiosa en la vida de la nación mexicana. Esto significó, como dijeron los obispos mexicanos, el inicio de "una nueva etapa de la historia de la Iglesia en México", que abrió cauces para superar la desconfianza y tender puentes para el diálogo y la colaboración, respetando la autonomía de cada una de las instituciones implicadas.

Los frutos de esta colaboración han sido positivos. Podemos mencionar, por ejemplo, la participación de autoridades de ambas partes en conferencias y foros de discusión organizados en México o en el Vaticano, el respaldo mutuo en la discusión de temas de interés común ante foros internacionales, la búsqueda de mayores garantías de los derechos humanos, de los derechos de los migrantes, en particular de aquellos que cruzan la frontera hacia Estados Unidos, la cooperación en la construcción de una sociedad mexicana más justa y equitativa, la búsqueda de una convivencia pacífica entre las naciones y entre los pueblos, así como el respeto de los derechos fundamentales de la persona.

México se ha caracterizado por ser un país de tradiciones y convicciones religiosas; a este respecto me permito recordar lo que los obispos mexicanos señalaron en el año dos mil en su carta pastoral:  "una realidad que nos ha marcado como Nación mexicana y que pertenece a los rasgos fundamentales que nos definen y nos dan identidad, ha sido el hecho del encuentro con Jesucristo, por mediación de Santa María y de la Iglesia católica, a través de sus miembros".

La práctica religiosa se expresa de manera individual y asociada, pública o privada, y es un derecho fundamental, como lo indica la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 18, así como otros pactos y acuerdos internacionales que México ha suscrito.

La Iglesia reconoce y promueve el derecho a la libertad religiosa y está en contra de "toda forma de discriminación de los derechos fundamentales de la persona" (Gaudium et spes, 29). Para evitar el peligro de discriminación, es oportuno realizar de forma permanente una revisión sobre las características de un Estado laico garante de todos los derechos humanos. Esto pasa necesariamente por distinguir entre laicismo y laicidad del Estado y así evitar malas interpretaciones o reduccionismos que comprometen, por ejemplo, el ejercicio de la libertad religiosa.

En efecto, después de un período como el que caracterizó el siglo XX, plagado de gestos autoritarios e intolerantes de parte de diversos gobiernos, partidos y grupos, es necesario que todos entendamos la urgencia de re-encontrarnos en un nuevo escenario en el que no existan fáciles reduccionismos sino que prevalezca la apertura y el respeto del derecho a la libertad de conciencia, sobre todo en materia religiosa. Este respeto, como todos sabemos, no consiste en mantener una mera cordialidad intelectual entre los interlocutores, sino que radica principalmente en la afirmación positiva de que la dimensión religiosa de la existencia pueda y deba manifestarse en todo ámbito de la vida privada y pública, con el único límite del derecho de terceros. Cuando un Estado promueve la libertad religiosa y, simultáneamente, se mantiene al margen de imponer cualquier forma de religiosidad o de irreligiosidad en su sociedad, se constituye como auténtico Estado laico.

Para lograr esto es necesario que no sólo la Jerarquía eclesiástica, sino también los fieles laicos, las universidades católicas y de inspiración cristiana, las agrupaciones sociales formadas por católicos, los comunicadores y los políticos cristianos, participen en el debate público sobre esta cuestión social. La Iglesia reconoce y promueve la autonomía de las realidades temporales (Gaudium et spes, 36), admira y estimula el desarrollo de la actividad de los fieles laicos que bajo su propia responsabilidad toman decisiones en los más diversos escenarios. De esta manera, con todos sus miembros, participando cada uno de acuerdo a su identidad y misión, la Iglesia continúa siendo verdadera "sal de la tierra y luz del mundo".

Estoy seguro que se avecinan nuevos tiempos para México. Tiempos de inmensas oportunidades. Quiera Dios que una de esas oportunidades sea precisamente la que nos ofrezca la Providencia para construir en México y en América Latina un espacio en el que todos podamos vivir la fe con libertad.

Me alegra recibirlos en esta casa y auguro un feliz desenvolvimiento de las actividades organizadas para estos días, tanto por la Conferencia del Episcopado Mexicano, como por la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno del Presidente Felipe Calderón, para conmemorar el XV Aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas del Estado mexicano con la Santa Sede.

¡Muchas gracias!  

 

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