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CONFERENCIA DE ALTO NIVEL SOBRE EL VIH/SIDA (NUEVA YORK, 8-10 JUNIO)
CON OCASIÓN DEL 30 ANIVERSARIO DEL HALLAZGO DEL VIRUS

INTERVENCIÓN DEL ARZOBISPO FRANCIS ASSISI CHULLIKATT,  OBSERVADOR PERMANENTE DE LA SANTA SEDE ANTE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAD

Nueva York
Viernes 10 de junio de 2011

 

Presidente:

Respecto a la adopción de la declaración, la Santa Sede ofrece la siguiente intervención de interpretación. Pido que el texto de esta intervención, que explica la posición oficial de la Santa Sede, sea benévolamente incluido en el informe de esta plenaria de alto nivel de la Asamblea General.

Al proporcionar más de una cuarta parte de todos los cuidados a quienes padecen el Vih y el Sida, las instituciones sanitarias católicas conocen bien la importancia del acceso a los tratamientos, a la atención y al apoyo para millones de personas afectadas de Vih y de Sida, y que con esto conviven.

La posición de la Santa Sede acerca de las expresiones «salud sexual y reproductiva» y «servicios», «derechos reproductivos», y sobre la estrategia global del Secretario general en cuanto a la salud de las mujeres y de los niños se debe interpretar en línea con sus reservas al Informe de la Conferencia internacional sobre población y desarrollo (Icpd) de 1994. La postura de la Santa Sede sobre el término «género» y sus varios usos debe interpretarse en línea con sus reservas al Informe de la 4ª Conferencia mundial sobre la mujer.

La Santa Sede considera que, respecto a los «jóvenes», definición que no goza de un consenso internacional, los Estados deben respetar siempre las responsabilidades, los derechos y los deberes de los padres de ofrecer una orientación y una guía adecuadas a sus hijos, lo cual incluye tener la responsabilidad primaria del crecimiento, del desarrollo y de la educación de  sus hijos (cf. Convención sobre los derechos de los niños, art. 5, 18 y 27.2). Los Estados deben reconocer que la familia, basada en el matrimonio como relación de igualdad entre un hombre y una mujer, y unidad  fundamental y natural de la sociedad, es indispensable en la lucha contra el  Vih y el Sida, porque es en la familia donde los niños aprenden los valores morales que les ayudarán a vivir de manera responsable y donde reciben gran parte del cuidado y del apoyo (cf. Declaración universal de derechos humanos, art. 16.3).

La Santa Sede no comparte referencias a expresiones como «poblaciones de riesgo» y «poblaciones de alto riesgo» porque tratan a las personas como objetos y puede dar la falsa impresión de que ciertos tipos de comportamiento irresponsables son, de alguna manera, moralmente aceptables. La Santa Sede no apoya el uso de preservativos como parte de programas de prevención del Vih y del Sida, ni de programas o clases de educación. Los programas de prevención o de educación en sexualidad humana no deberían centrarse en tratar de convencer de que comportamientos de riesgo o peligrosos forman parte de un estilo de vida aceptable, sino que debe centrarse más bien en evitar el riesgo, lo cual es ética y empíricamente sano. El único método seguro y completamente fiable de prevenir la transmisión sexual del Vih es la abstinencia antes del matrimonio y el respeto y la fidelidad mutua dentro del matrimonio, que es y debe ser siempre la base de todo debate sobre la prevención y el apoyo.

La Santa Sede no acepta los llamados esfuerzos para  «reducir el daño» en relación con el uso de estupefacientes. Estos  esfuerzos no respetan la dignidad de quienes sufren por la adicción a las drogas ya que no sanan ni curan a la persona enferma, sino que inducen falsamente a creer que no pueden liberarse del círculo vicioso de la adicción. A estas personas se les debe prestar el apoyo espiritual, psicológico y familiar necesario para librarse de la conducta adictiva, a fin de restaurar su dignidad y alentar su inclusión social.

Durante las negociaciones, la Santa Sede se ha mostrado contraria a que las personas que se dedican a la prostitución sean definidas «trabajadoras del sexo», ya que da la falsa impresión de que la prostitución puede ser, en cierto sentido, una forma legítima de trabajo. La prostitución no se puede separar de la cuestión del estatus y de  la dignidad de las personas. Los Gobiernos y las sociedades no pueden aceptar tal deshumanización y cosificación de las personas.

Es necesaria una modalidad basada en valores para  combatir la enfermedad del Vih y del Sida, una modalidad  que proporcione los cuidados necesarios y el apoyo moral a los infectados y que promueva una vida conforme a las normas del orden moral natural, una modalidad que respete plenamente la dignidad intrínseca de la persona humana.

(www.osservatoreromano.va)

 

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