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CARTA DEL CARD. DOMENICO TARDINI,
EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII,
A LA OFICINA INTERNACIONAL CATÓLICA DEL CINE

 

Señor Presidente:

El Padre Santo ha sabido con satisfacción que por décima vez desde el fin de la última gran guerra mundial la Oficina Internacional Católica del Cine organiza en julio "Jornadas Internacionales de Estudios Cinematográficos", que este año se celebran en Viena bajo el alto patrocinio de Su Eminencia el Cardenal Franz König y la colaboración de la "Katholische Filmakommission für Oesterreich".

El tema elegido: Cine, juventud y poderes públicos encaja perfectamente en la serie de temas tratados en el curso de las sesiones precedentes: clasificación moral de las películas, influencia de los grupos de cultura cinematográfica, fomento de las buenas películas entre el gran público.

Esta vez se trata de examinar más detenidamente los problemas del cine en sus relaciones con la juventud y de ilustrar la grave responsabilidad que compete en este campo a los Poderes públicos.

Su Santidad, que desde el principio de su pontificado, tuvo interés en manifestar su preocupación por "los graves problemas que plantean las técnicas audiovisuales de difusión en el campo de la moralidad pública y de la educación de la juventud" (Motu proprio Boni Pastoris, AAS., LI, 1959, pág. 184), formula los más paternales votos por el feliz éxito de esta importante reunión.

Es un hecho desgraciadamente notorio que cada año es testigo del aumento de la cantidad de películas inmorales y las primeras víctimas de esos espectáculos malsanos son las almas peor defendidas y más impresionables, los jóvenes. Las proporciones de esta plaga ha alarmado, gracias a Dios, a extensos sectores de la opinión pública y la misma autoridad civil ha comprendido en muchos países que se imponía urgentemente una rectificación, si no se quería presenciar mañana un peligroso debilitamiento de los valores espirituales y de la moralidad. ¿Pues qué se podría esperar en este aspecto de una generación a la que se imbuyera desde temprana edad en falsas ideas sobre la vida e incitase a liberarse de toda regla y de toda autoridad y se la invitara a dejarse llevar sin reserva de sus pasiones?

Según la doctrina que han repetido los Sumos Pontífices, especialmente Pío XI en su memorable Encíclica Divini illius Magistri (AAS. XXII, 1930, pág. 62), la educación de la juventud compete en primer lugar a la familia y a la Iglesia, aunque la Autoridad Civil, por su parte, no puede desinteresarse del bien espiritual de la juventud, al contrario, debe garantizarle con miras al bien común y en consonancia con la familia y la Iglesia la protección que necesitan. Cae, pues, bajo su competencia, ya se ve, tomar, en materia de cine, las medidas necesarias para el bien de las generaciones jóvenes; medidas que conciernen al campo legislativo y al poder ejecutivo al mismo tiempo, pues las mejores leyes servirían de poco si no fuesen aplicadas eficazmente.

Hay tres puntos especialmente en los que la intervención de los Poderes públicos se revela hoy no sólo posible sino cada vez más necesaria.

El primero se refiere al cine en general: sería de desear que la Autoridad Civil interviniese más decisivamente con el fin de proscribir de la vida pública los espectáculos degradantes, sea cual fuere el público a que se destinan. Pues las mejores iniciativas en favor de la juventud estarían expuestas a producir escasos frutos si se incitase a los jóvenes a creer que, cuando se sobrepasa cierto límite de edad, no estarán ya obligados a ninguna regla objetiva de moralidad ni expuestos a los peligros inherentes a la naturaleza humana. Y ¿qué otra cosa podrían pensar al ver anunciadas películas inmorales, extendidas y frecuentadas por los adultos contra las leyes de la conciencia?

El segundo punto concierne más especialmente a la juventud. Son las medidas —que se desearía se tomasen, aplicasen y generalizasen— con el fin de proteger a los jóvenes contra las películas que no convienen a su edad.

Se trata de espectáculos tolerables para adultos pero cuya asistencia, como observó el Papa Pío XII en la encíclica Miranda prorsus (AAS, XXXXIX, 1957, página 782) expone a ejercer una perniciosa influencia sobre los jóvenes, precisamente por su falta de madurez. El hecho de que algunos padres y educadores falten a veces a su deber en este punto no dispensaría del suyo a la Autoridad civil, gravemente obligada a proteger eficazmente a la juventud en este campo (Enc. Divini illius Magistri, 1. c., pág. 63).

La aplicación práctica de esta exigencia puede plantear en concreto delicados problemas: por ejemplo ¿a qué edad se fijará la admisión de los jóvenes en las salas públicas o a qué clase de películas? ¿Cómo conseguir la aplicación efectiva de las leyes en esta materia?

Por lo menos todos los hombres de sano juicio estarán de acuerdo en exigir a las Autoridades civiles que por ningún concepto sean admitidos a las salas públicas de cine los niños —salvo, naturalmente, cuando se trate de programas reservados para ellos— y que se proteja eficazmente a los adolescentes contra las películas que exigen una perfecta madurez moral, hasta la edad en que la adquieran eficazmente.

Por último, hay un tercer punto en el que nos fundamos para esperar la colaboración de los poderes públicos. Pues proteger y defender no sería suficiente. El problema del cine no se resolverá realmente por lo que respecta a la juventud sino cuando exista un cine adaptado a su capacidad, que tenga en cuenta las exigencias de su sensibilidad y de todos los datos que el estudio profundo de la psicología de los niños y adolescentes ha logrado en el curso de estos últimos años.

Sin duda, corresponde a la iniciativa privada intervenir en este campo, pero cuando ésta no basta, la ayuda y el estímulo del Estado son convenientes y hasta necesarios en muchos casos. Pío XII ya lo señaló en la Encíclica citada más arriba: "Entre lo gastos considerables que se hacen para la instrucción pública no puede faltar el esfuerzo necesario por resolver un problema educativo de tan grandes consecuencias" (Enc. Miranda prorsus, 1. c., pág. 792).

Estos son, señor Presidente, algunos aspectos del tema presentado al estudio de las "Jornadas internacionales de Estudios Cinematográficos" de Viena.

Su Santidad se alegra de saber que, además de los delegados de las Oficinas Católicas de los diferentes países miembros de la O. C. I. C., asistirán representantes a las discusiones, representantes calificados de las Autoridades públicas así como una selección de especialistas de los problemas de la juventud. ¡Ojalá contribuyan esas reuniones a despertar cada vez más el sentido de la responsabilidad en todos aquellos que concurren a determinar la actitud de los Poderes públicos en el terreno del cine y de la juventud! ¡Ojalá también que las Oficinas Católicas del Cine en los diversos países promuevan con una eficacia siempre creciente las soberanas exigencias de la conciencia para el mayor bien de la juventud y del mismo cine!

Con estos paternales deseos y en prenda de las mejores gracias para vuestros trabajos, el Sumo Pontífice envía de todo corazón a todos los que tomen parte en ellos, comenzando por las autoridad religiosas y civiles una copiosa Bendición Apostólica.

Dichoso de trasmitiros este augusto mensaje, recibid, señor Presidente, con mis votos personales, el testimonio de mi respetuoso afecto en Cristo Señor Nuestro.

 

DOMENICO CARDENAL TARDINI
Secretario de Estado

 

 

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