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CARTA DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO,
EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII,
A LA 47 SEMANA SOCIAL DE FRANCIA

 

Señor Presidente:

Siguiendo la tradición de sus predecesores, ha querido usted, a poco de su elección para la Presidencia de las Semanas Sociales de Francia, rendir homenaje a Su Santidad con deferentes sentimientos y someterle el programa de sus próximas reuniones que se celebrarán en Grenoble, teniendo por tema "Socialización y persona humana".

El Padre Santo se ha conmovido ante este gesto que prueba la continuidad en la inspiración de una institución que conoce perfectamente desde hace tiempo.

Desde la época de su Nunciatura en París, conversó con el señor Carlos Flory, al cual acaba usted de suceder, sobre las relaciones llenas de la más cordial estima. Pudo, sobre todo, apreciar la clarividencia animosa con que, al acabar la última guerra mundial, las Semanas Sociales abordaron bajo su dirección, con felices resultados, y con una aquiescencia cada vez mayor una serie de problemas particularmente actuales y delicados.

Su Santidad se complace en reconocerlo y al mismo tiempo formula los mejores votos para que la importante institución, cuya presidencia asume usted desde ahora, continúe su hermosa misión con creciente éxito.

Grenoble, donde se dispone a acogerle, rodeado de una selección de hombres avisados, un obispo que sigue con gran atención la evolución de los problemas sociales, tratará un tema que encaja en el programa de una de las preocupaciones fundamentales de las Semanas Sociales.

Ya en 1937, éstas consideraron "a la persona humana en peligro", y desde el fin del segundo conflicto mundial (1945) estudiaron "las transformaciones sociales y la liberación de la persona". La comparación de estos temas demuestra que usted sabe, cuando la necesidad lo pide, dirigir su estudio a análogos problemas cada vez que se presentan bajo un nuevo aspecto.

Su voluntad de garantizar en toda circunstancia la dignidad y el bien de la persona y de concebir las estructuras sociales en función de ésta, presta valioso eco a las enseñanzas del propio Sumo Pontífice. "Las perturbaciones que conmueven la paz interior de las naciones —dijo en su último mensaje de Navidad— arrancan principalmente del hecho de que el hombre ha sido tratado casi exclusivamente como un instrumento, como una mercancía, como una pobre rueda de una gran máquina, como una simple unidad de producción. Solamente cuando se tome como base de estimación del hombre y de su actividad la dignidad de su persona, entonces se podrá apaciguar los conflictos sociales y las divergencias, con frecuencia profundas, que median, por ejemplo, entre patronos obreros." (AAS LII, 1960, pág. 28.)

Este principio básico se adapta a las condiciones fluctuantes de la sociedad. Cuando en 1937, como acabamos de recordar, la Semana Social de Clermont-Ferrand consideró "la persona humana en peligro" la amenaza provenía de los regímenes totalitarios y más todavía de su errónea filosofía. El Estado, el partido, la raza o el pueblo, simbolizado en su jefe, llegaron a atribuirse prerrogativas que sólo pertenecer a Dios. En 1945, las perspectivas eran diferentes: las ruinas acumuladas por la guerra obligaron a reconstrucciones más urgentes y pareció que alejaban por tiempo indefinido las amenazas eventuales de nuevas tiranías. Se buscó en la transformación de las estructuras las posibilidades de nuevos desarrollos y estas "transformaciones sociales" parecían prometer una "liberación de la persona". Al abordar este tema, la Semana Social de Toulouse siguió, pues, la línea de sus tradiciones.

Los cambios ocurridos desde entonces indican una evolución en el sentido de una socialización siempre más universal y profunda. No sólo las estructuras económicas y políticas, sino toda una red de costumbres, de modos de vivir, de instituciones espontáneas o legales rodean al individuo, le sostienen y le guían.

Las ventajas que lleva consigo este estado de cosas, tanto en el orden económico y social como en el terreno cultural, son innegables; además de desarrollar el sentido de la colaboración y de la solidaridad, permite dar satisfacción concreta a necesidades sociales de primera importancia, por ejemplo a la necesidad de alojamiento, curas sanitarias, seguros sociales; a la necesidad de instrucción, de trabajo y de esparcimientos.

Pero como contrapartida, la socialización desarrolla desmesuradamente el aparato burocrático, hace siempre más meticulosa la reglamentación jurídica de las relaciones humanas en todos los sectores de la vida en sociedad, y emplea métodos que llevan consigo un grave riesgo de lo que hoy se caracteriza con una palabra: "la deshumanización". El hombre moderno ve que se restringe excesivamente, en muchos casos, la esfera en que puede pensar por sí mismo, obrar por propia iniciativa, ejercer sus responsabilidades, afirmar y enriquecer su personalidad.

¿Se deduce de aquí que el proceso de socialización es imposible de dominar y que, al tomar cada vez más amplitud y profundidad, reducirá fatalmente un día a los hombres a papel de autómatas? Seguramente que no. Pues la socialización no es el producto de fuerzas de la naturaleza que obran siguiendo un determinismo imposible de modificar; es obra del hombre, de un ser libre, consciente y responsable de sus actos. Por lo tanto hay que poder sacar partido, por una parte, de las ventajas que aporta, pero por otra, saber defender la persona de las graves amenazas que haría pesar sobre ella su excesivo y desordenado desarrollo.

Un principio importante y muy familiar a los asiduos a las Semanas Sociales es el que asigna al Estado, en este campo, una función que se ha dado en llamar "supletoria" o "subsidiaria". Pío XI en la encíclica Quadragesimo Anno, lo enunció en estos términos:

"Así como no se puede quitar a los particulares, para transferirlos a la comunidad, las atribuciones que pueden desarrollar por su propia iniciativa y propios medios, así también sería cometer una injusticia, al mismo tiempo que perturbar muy gravemente el orden social. Sustraer a los grupos de orden inferior, para confiarlas a una colectividad mayor y de un rango más elevado, las funciones que son capaces de cumplir por sí mismos. El objeto natural de toda intervención en materia social es ayudar a los miembros del cuerpo social y no destruirlos ni a absorberlos" (AAS XXIII, 1931, pág. 203).

Ya se ve el papel que pueden estar llamados a desempeñar de esta perspectiva, con vistas a salvaguardar la justa autonomía de la persona y de la familia, "los cuerpos intermediarios", como se los suele llamar, es decir, esas formas de asociaciones libres y espontáneas, bien ordenadas y orientadas, con tanta frecuencia recomendadas por los Sumos Pontífices y tan constantemente preconizadas asimismo por las Semanas Sociales. Al tomar sobre sí las tareas tan pesadas o complejas que por sí mismas no pueden afrontar la persona o la familia, esos grupos se enriquecieron con nuevas disponibilidades individuales o colectivas.

Pero con la condición de que cada una de estas instituciones permanezcan dentro de su propia competencia, que sea ofrecida y no impuesta a la libre elección de los hombres. En ningún caso deberán considerarse como un fin y hacer de sus miembros un instrumento de su actividad. Hablando del Sindicato —que se puede asimilar a los "cuerpos intermediarios"—Pío XI puso prudentemente en guardia: "si el Sindicato como tal —dijo— a consecuencia de la evolución política y económica, llegase un día a atribuirse una especie de patrocinio o de derecho, en virtud del cual dispusiese libremente del trabajador..., la misma idea de Sindicato, que es unión con fines de mutua ayuda y de defensa, quedaría alterada y destruida". (AAS, XXX, XXXVII, 1945 pág. 70).

Estas observaciones valen para todas las formas de usurpación de dominio colectivo. Valen también en el terreno del pensamiento. Los medios de instruir al público, de aconsejarle, de guiarle, han progresado considerablemente, y es para el hombre, sin duda ninguna, una inapreciable conquista para poder instruirse, para saber dónde informarse y ser capaz de formarse una opinión justificada. Su sesión de Nancy, dedicada a las "técnicas de difusión en la civilización contemporánea" lo puso de relieve ya en 1945 con justa razón. Pero sería un abuso manifiesto el que esta misma información escrita, auditiva o visual, se convirtiese en lo que se llama hoy una "acción psicológica", que tiene por objeto imponer a las masas criterios prefabricados; pues el "pueblo" se convertiría en "masa" según la distinción puesta de relieve con tanta claridad por Pío XII en su mensaje de Navidad de 1944.

"El pueblo —precisó el llorado Pontífice— vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, del cual cada uno, en su puesto y del modo que le es propio, es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso de fuera, se deja manejar fácilmente por cualquiera que explota sus instintos e impresiones, dispuesta a seguir alternativamente hoy esta bandera y mañana esa otra". (A. A. S. XXXVII, 1945, página 13).

Estos desórdenes ocurren, desgraciadamente, con mucha frecuencia por el hecho de que la persona abandona por inercia una parte de su prerrogativa esencial, que es juzgar libremente, después de haberse informado con lealtad, y esta abdicación de sí mismo, al mismo tiempo que es un pecado contra la sociedad, es también uno de los mayores peligros de nuestro tiempo.

Su próxima sesión proporcionará, pues, evidentes servicios a los oyentes, invitándolos a reflexionar como cristianos, en los múltiples aspectos del fenómeno de la socialización. Que aprecian ante Dios el valor de esas instituciones que le son ofrecidas, de esas expresiones que aceptan o que toleran. Sin duda, como se dijo más arriba, facilitan la existencia, pues ellas reducen el esfuerzo individual y aumentan el bienestar colectivo; pero para un cristiano no sería suficiente el humanismo de que son portadoras; él sabe que, según las palabras de San Pablo, el hombre regenerado por la gracia "debe disfrutar del mundo, como si no disfrutase" (1 Cor. 7,31), y encuentra su verdadera libertad en la medida en que es consciente de la sublime dignidad de que está revestido como hombre y como cristiano. Sólo entonces sabrá aceptar la responsabilidad de su alma, de su pensamiento y acción, juzgar de las facilidades y opiniones que se le presenten por vía colectiva, dirigiéndolas a lo Único necesario, en función de lo cual todo recibe su verdadero valor. Con pleno conocimiento de causa, impulsado por su celo apostólico, adquiere frente a esas comunidades que le rodean un compromiso personal, fruto de una elección libre y justificada, resultado de una reflexión profunda sobre sí mismo, sobre su destino y el destino del mundo. Y eso es para él —hay que afirmarlo sin temor— una manera muy útil y muy actual de dar testimonio a los ojos de los hombre del ideal cristiano que le anime.

Invocando desde ahora las más abundantes luces sobre los trabajos de la Semana Social de Grenoble, donde maestros calificados desarrollarán estos temas tan importantes, el Padre Santo envía de todo corazón a su Excelencia Monseñor Fougerat, a usted, al señor Alfredo Michelín, su celoso vicepresidente, a los abnegados organizadores de la reunión grenoblesa y a todos los semanistas, una copiosa y paternal Bendición Apostólica.

Reciba, señor Presidente, con mis cordiales votos personales, el testimonio de mi religioso respeto.

DOMENICO cardenal TARDINI
Secretario de Estado

 

 

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