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 CARTA PONTIFICIA AL EMINENTÍSIMO CARDENAL FRINGS
CON OCASIÓN DEL IV CONGRESO INTERNACIONAL
DE
MÚSICA SAGRADA

 

Del Vaticano, 26 de enero de 1961.

Eminentísimo señor:

Por vuestra amable carta habéis querido informar a Su Santidad con mucha anticipación de que, al final del mes de junio de este año, se celebrará el IV Congreso Internacional de Música sagrada en vuestra ciudad episcopal. Indicabais oportunamente en esta carta los temas que tratarán especialistas en las reuniones generales e incluisteis un resumen del programa, redactado con mucho acierto, de las manifestaciones y organización de este Congreso.

El representante de Cristo se ha complacido mucho en ver que la preparación del Concilio Ecuménico ha dado ocasión de tratar cuestiones de actualidad, poniendo de relieve el valor y la importancia de la música sagrada para nuestra época. Así es como, por ejemplo, se discutirán cuestiones relativas al papel de la música sagrada en la futura reforma litúrgica, de la ayuda que puede proporcionar a la obra misionera, así como de su contribución para, un mejor conocimiento del canto oriental y bizantino. Y, lo que no es menos importante, se debe hablar allí de la aptitud de la música sagrada para atraer a los hombres hacia la unidad religiosa, así como para conducir a la Iglesia a los que viven lejos de su seno maternal.

Todos estos temas, que han de tratarse en el Congreso de Colonia, demuestran que la santa Iglesia no descuida nunca nada de lo que puede ejercer influencia en las costumbres y la civilización. Desde el principio adoptó de modo efectivo y con mucho fruto la música, especialmente en las ceremonias sagradas, con e1 fin de llevar los corazones a Dios por la alegría cuya fuente ella es. Pío XII decía, efectivamente, en la encíclica Musicae sacrae disciplina: «La dignidad de la música sagrada y su altísima finalidad están en que con sus hermosas modulaciones y con su magnificencia embellece y adorna las voces del sacerdote que ofrece, o del pueblo cristiano que alaba al Altísimo; y eleva a Dios los espíritus de los asistentes como por una fuerza y virtud innata y hace más vivas y fervorosas las preces litúrgicas de la comunidad cristiana» (AAS, XLVIII, p. 12).

Por tanto, en todas las épocas que la Iglesia ha atravesado con la cabeza alta, ya sea con el testimonio de la sangre o con la alegría del triunfo, la música sagrada ha sido floreciente; ha reconfortado a los hombres con suavidad, los ha afianzado con su fortaleza. El Padre Santo escribía cuando era todavía Patriarca de Venecia: "San Pablo pedía ya a los colosenses que cantasen a Dios con todo su corazón y agradecimiento himnos y cánticos inspirados (Col., 3,16). En los primeros siglos, las comunidades cristianas sacaban fortaleza y alegría en estos cantos sacados de la Sagrada Escritura y por ellos se elevaban impulsados por el Espíritu Santo a Jesús, Verbo eterno, primogénito de los hermanos de la familia humana, esta familia que ha redimido y restaurado con su sangre derramada por ella" (cf. A. G..Roncalli, Escritos y discursos, III, Roma, 1959, pp. 88-89.)

Todavía hoy, la música puede contribuir mucho a la belleza interna y al desarrollo externo de la Iglesia católica. Por eso, el Padre Santo desea hondamente que, con motivo de este Congreso, se presenten medios y métodos cada vez más aptos que permitan a este arte, que es el primer auxiliar de la sagrada liturgia, alcanzar siempre nuevos progresos. Desea, en especial, que los misioneros reciban una formación que les permita afrontar las dificultades de su labor, estudiando, en particular, las costumbres musicales de los pueblos entre los que quieren propagar el reino de Cristo, para que la música sagrada responda plenamente a las necesidades del apostolado, pues ella suaviza y aplaca las almas turbadas por los apetitos, las conquista para la religión y las induce a vivir de modo permanente en buen entendimiento. San Ambrosio dice, efectivamente, del canto de los salmos "que es una bendición del pueblo, una alabanza a Dios, un homenaje de la comunidad, la unanimidad de todos, la expresión de todos, la voz de la Iglesia, una brillante profesión de fe, una devoción llena de autoridad, la alegría de la libertad, un grito de felicidad, un eco de alegría... Cantar (los salmos) es una alegría, aprenderlos es fecundo en enseñanzas" (Enarratio in Psalmum, P. L, XIV, 924-925.)

El próximo Congreso dará al mundo entero un ejemplo magnífico de esta unidad. En efecto, cada día los fieles acudirán a las hermosas y venerables iglesias de esta célebre ciudad para asistir al sacrificio eucarístico y acompañar al sacerdote que ofrece el sacrificio con armoniosos cantos al estilo gregoriano o de los cantos populares. Cuando "los hijos de la Iglesia están reunidos en torno a la mesa del Señor" (Corpus Christi, antífona del Salmo 127), el Cuerpo Místico resplandece con toda su magnificencia y esplendor, florecen las santas resoluciones, los corazones se unen estrechamente, los corazones que Cristo presente une consigo y ofrece a su Padre que está en los cielos.

Por consiguiente, Su Santidad abriga la firme esperanza de que el Congreso de Colonia producirá abundantes frutos. Estos frutos no sólo servirán para el progreso de la música de iglesia, sino que proporcionarán sugerencias cada vez más acertadas para renovar estructuras y hábitos de la vida cristiana de modo que se dé a conocer al mundo la fisonomía y el espíritu maternal de la Iglesia.

Con esta esperanza el Papa implora la ayuda de Dios sobre los futuros trabajos del Congreso para que sean para él una fuente de consuelo y conozcan un éxito proporcionado a lo que se espera de ellos. En prenda de los dones sobrenaturales, otorga ,de todo corazón la Bendición Apostólica a vos, al presidente del Congreso, Igino Angles, que ha conquistado tantos méritos al servicio de la música sagrada, a los que cooperen con su generoso trabajo, especialmente Johannes Overath, que dirige la preparación del Congreso, a los eruditos conferenciantes y a todos los que participen en el Congreso de algún modo.

Aprovecho esta ocasión para besar humildemente su mano y reiterarme de vuestra eminencia devotísimo servidor.

DOMENICO Cardenal TARDINI
Secretario de Estado

 

 

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