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CARTA DEL CARDENAL DOMENICO TARDINI,
EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII,
AL ARZOBISPO DE TOULOUSE CON OCASIÓN DEL 70 CONGRESO
DE LA UNIÓN DE OBRAS CATÓLICAS DE FRANCIA

Sábado 8 de abril de 1961

 

Monseñor:

La Unión de Obras Católicas de Francia celebró  en Tolosa, del 4 al 9 del presente mes de abril, su 70 Congreso nacional bajo la presidencia de Vuecencia y la asistencia de monseñor Menager, celoso secretario general de la Acción Católica Francesa. Organizadas por el director de la Unión, esas reuniones quieren facilitar un nuevo encuentro amplio y provechoso de todos aquellos a quienes preocupan las cuestiones pastorales.

Cuando hace apenas tres años la Unión de Obras celebró el centenario de estos congresos el Papa Pío XII, de venerable memoria, quiso manifestar su benevolencia con una Carta Autógrafa en la que se expresaba en los siguientes términos: "En esta hora que las necesidades apostólicas son grandes en la Iglesia, en que tantos campos siguen sin cultivar por falta de operarios evangélicos, deseamos... que se insista opportune et importune sobre el gran deber actual de favorecer entre la juventud el despertar de vocaciones sacerdotales y religiosas" (Cart. Aut. a Monseñor Chappoulie, O. R., 10 de abril 1958). No contentos entonces con haber secundado el deseo del llorado Pontífice, los organizadores creyeron conveniente tomar este año por tema "la pastoral de las vocaciones sacerdotales y religiosas". El Padre Santo les felicita efusivamente por esta elección tan oportuna y expresa el deseo de que las conferencias y encuentros de Tolosa contribuyan a crear en la mente del clero y de los fieles una exacta noción de la vocación, con el fin de sacar de ella una pastoral de conjunto. En efecto, ésta es una condición esencial para suscitar y sostener las vocaciones de las que la Iglesia en Francia y en otras partes necesita urgentemente. Su Santidad no duda de que los congresistas aprovecharán la ocasión de esas próximas reuniones para conocer más a fondo la constante doctrina de la Iglesia en esta materia, tal y como aparece especialmente en los recientes documentos pontificios. Con todo, desea aprovechamos la circunstancia para subrayar la importancia pastoral del tema estudiado durante ese encuentro.

Como lo demuestran muchos testimonios, las vocaciones suelen brotar hoy día como resultado de un contacto vivo y prolongado con tal o cual sacerdote o alma consagrada a Dios. De este modo se inicia progresivamente un alma en el sacerdocio o en la vida religiosa, que la hace atenta a las necesidades espirituales del mundo moderno y despierta paulatinamente en ella una mayor disponibilidad para responder a las distintas llamadas del Señor.

Esto viene a confirmar, por si fuese necesario, la sabiduría de la Iglesia que instituyó desde tiempo inmemorial seminarios y casas de formación para la juventud llamada al servicio de Dios. En estas instituciones los niños que se sienten llamados al sacerdocio o a la vida religiosa reciben no sólo una formación propiamente religiosa, sino también una sólida instrucción y generosa educación que exige su vocación: desarrollo de la voluntad en el dominio y entrega de sí mismo, buen uso de la libertad individual y desarrollo proporcionado del sentido apostólico. Semejante preparación, por otra parte, se ve favorecida en gran medida en Francia por el gran desarrollo del Movimiento de los jóvenes seminaristas.

Lo cual permite, además, fijar las distintas responsabilidades en el nacimiento y conservación de las vocaciones, las del clero y las de los fieles. ¿Cómo no va a fomentar en su corazón todo sacerdote el deseo primordial de comunicar a otros la llamada que él también recibió para salvación del mundo y su felicidad personal? Esta comunicación se realiza con las palabras y el ejemplo de una vida entregada y feliz, pero también por la acción del pastor deseoso de comprometer a toda la comunidad cristiana, a su cargo, en una acción misionera. Las llamadas del Señor al sacerdocio y a la vida religiosa serán fácilmente oídas, por tanto, y los jóvenes las acogerán con un ardor espontáneo y solícito. Corresponderá al sacerdote mantener esas nacientes vocaciones durante años hasta su pleno desarrollo; en ese momento deberá dirigir a esas almas jóvenes hacia un contacto cada vez más personal con el Señor y a un principio de colaboración en las tareas apostólicas de la Iglesia.

¿Quién no ve, entonces, que la comunidad cristiana —y cada familia por singular privilegio—comparte con el sacerdote la responsabilidad de las vocaciones? Si los católicos orientan deliberadamente su vida hacia la realización del reino de Dios y procuran juntos compenetrarse con el plan de salvación de Dios, en una palabra, si forman una comunidad de fe viva, es seguro que formarán aun ambiente muy favorable al despertar y aumento de numerosas y hermosas vocaciones.

Para terminar estas recomendaciones, el Padre Santo se complace en confiar a cada congresista su vivo deseo de que se presenten a los jóvenes las necesidades apostólicas actuales de la Iglesia de modo positivo. Sin lamentarse inútilmente de la escasez de vocaciones, los educadores señalarán el inmenso campo del Señor y el apremiante servicio de Dios. El Concilio Ecuménico alumbrará en la Iglesia universal una radiante primavera; y una noble tarea espera a las futuras almas consagradas y a los operarios evangélicos de mañana.

Por consiguiente, dirijan su mirada hacia las inmensas regiones del mundo que pregonan su hambre de Evangelio o a veces, por desgracia, su negativa de Cristo. Miren, asimismo, los ministerios tan variados de la Iglesia: pastoral, acción educativa, caritativa y hospitalaria; vida contemplativa y trabajos misioneros y dejen que resuene en ellos la llamada del Dueño de la mies. Su Santidad se complace en creer que escucharán la misma invitación afectuosa y paternal que les dirigió al terminar la Encíclica que conmemoraba el centenario de la muerte de San Juan María Vianney: "La mies es mucha pero los obreros son pocos (Matth. 9, 37). En muchas regiones los apóstoles, agotados por el trabajo, esperan con vivo deseo a los que asegurarán el relevo. Pueblos enteros padecen una sed espiritual más grave que la corporal. ¿Quién les llevará el divino alimento de la verdad y de la vida? Tenemos la firme confianza de que la juventud de este siglo no será menos generosa en responder a la llamada del Maestro que la de los tiempos pasados" (AAS., 51, pág. 545).

Consciente de las ventajas que acarreará una fructuosa participación en esas próximas reuniones nasales para el futuro sacerdotal de las diócesis de Francia, así como para el auge de la vida religiosa en dicho país, el Padre Santo las encomienda de todo corazón a la divina Providencia; invoca sobre los trabajos de ese Congreso una copiosa efusión de las divinas luces y envía de corazón a Vuecencia y a todos los congresistas de Tolosa una especial Bendición Apostólica.

Dichoso en transmitirle este precioso mensaje, reciba, monseñor, el testimonio de su devotísimo en Nuestro Señor.

D. Cardenal TARDINI
Secretario de Estado

 

 

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