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INTERVENCIÓN DE MONS. GIROLAMO PRIGIONE,
NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO,
REPRESENTANTE DE LA SANTA SEDE EN LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS
SOBRE LA POBREZA Y LA COOPERACIÓN PARA EL DESARROLLO*
(17-2-1994 AL 19-2-1994)


La delegación de la Santa Sede quiere ante todo felicitar a la Organización de Estados Americanos y su consejo directivo por la iluminada decisión, en Managua en junio pasado, de convocar sin tardanza esta sesión especial de la Asamblea general sobre el tema importante de la cooperación interamericana para el desarrollo.

Los considerandos de la resolución de Managua explican adecuadamente los motivos de la presente sesión especial y de su urgencia. Se puede decir que éstos se reducen a dos principales: la pobreza extrema o crítica, como se la llama en dicha resolución, y la necesidad de la concertación interamericana para hacer frente a este tremendo desafío en el marco de una auténtica cooperación en favor de un desarrollo verdadero.

Quisiera, en nombre de la delegación de la Santa Sede, expresarme sobre estos dos puntos.

. La pobreza, en las tres Américas, y no solamente en América Latina y en el Caribe, como a veces se dice, es a la vez tremenda y paradójica. La nota presentada por el señor secretario general a la Asamblea general de junio pasado, no hace más que recordar lo que todos sabemos y experimentamos a veces inclusive en carne propia (cf. pp. 3-4); pero que no es superfluo repetir aquí. En América Latina, el número de pobres aumentó, en la década de los 80, en 66 millones. Hoy, 9 de cada 20 personas en esa parte del continente americano viven, o sobreviven, en condiciones de extrema pobreza. Pero también la otra parte del continente americano, aquella que se considera desarrollada, padece del mismo mal. En Estados Unidos, la pobreza afecta al 13,1% de la población general y al 20,1% de los niños menores de 5 años. Y en Canadá, siempre según la nota del secretario general, el 40% de la población más pobre dispone solamente del 17,5% del producto global del país. Lo mismo se podría comprobar si se atendiera a otros índices; como por ejemplo, el de la desocupación.

2. Situación, decíamos, a la par tremenda y paradójica. Ella se destaca, en efecto, contra el telón de fondo de los esfuerzos en favor de la democratización de la mayor parte de los países del continente, en buena medida realizada con éxito. En principia, al menos, existe en un considerable y creciente número de países, con la posibilidad de la participación, el respeto de los derechos civiles y políticos, y por consiguiente, el ejercicio de la libertad. Precisamente, de la relación entre democracia y desarrollo se ha ocupado también la declaración aprobada en Managua, en junio de 1993. Si allí se subraya, no sin razón, la relación intrínseca que media entre democracia y desarrollo, queda por ver por qué razón la instauración y la práctica de la democracia no ha llevado hasta ahora a una sensible mejora del nivel de vida de las masas; es decir, a un adecuado disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales. Es una cuestión que una Asamblea como la presente no puede dejar de examinar con atención, atendido ante todo el hecho innegable de que la existencia y el crecimiento de la pobreza, con sus diversas causas y manifestaciones, constituyen una amenaza frontal contra la misma democracia. Se podría preguntar, por ejemplo, si un ejercicio de la libertad especialmente en campo económico, sin un marco jurídico adecuado y sin un sólido fundamento ético, no conduce a formas distorsionadas de desarrollo, y en el fondo a la negación del mismo. Se puede citar a este respecto el conocido párrafo de la encíclica Centesimus annus (42), donde se dice que un sistema en el cual «la libertad, en el ámbito económico no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma cuyo centro es ético y religioso», no es un sistema aceptable.

3. La paradoja de la pobreza extrema en este continente resalta tanto más cuanto que ella se da y crece en un contexto de esfuerzos y planes concretos destinados a transformar la estructura económica de los diversos países en vías de desarrollo, víctima a menudo de un estatismo excesivo y de un dirigismo escasamente favorable a la iniciativa económica. Pero semejante «ajuste estructural», si por una parte ha producido efectos positivos, como la disminución de la inflación, el aumento de las exportaciones y un moderado crecimiento del producto interno, por la otra ha inducido a la disminución de las inversiones en recursos humanos, como salud, educación y vivienda, y ha traído consigo un alza considerable del costo de la vida, con las consecuencias que saltan a la vista. Cabe preguntarse, un vez más, si en la concepción y en la práctica de este «ajuste estructural», por ventura inevitable, no se ha dejado de tener en cuenta la porción más vulnerable de la sociedad, sin proveer a sus necesidades de corto y largo plazo, como las inversiones en recursos humanos que, en fin de cuentas, redundan en beneficio de todos.

4. El observador atento e imparcial de la situación paradójica que describimos, no puede omitir una referencia, siempre dentro del marco de las actuales reformas económicas del continente, a las asociaciones comerciales regionales, característica del presente momento de la economía, en América como en otras partes del mundo. Algunos se interrogan, por ejemplo, si los tratados de asociación ya concluidos, como el Tratado de libre comerció o el MERCOSUR, y otros en proyecto, como la Iniciativa para las Américas, han tenido en su programación o tendrán en su aplicación suficientemente en cuenta los efectos directos o colaterales sobre las porciones más vulnerables de nuestras sociedades; es decir, sobre los pobres. Nadie pone en tela de juicio los beneficios que semejantes asociaciones pueden traer consigo, en cuanto intentan responder al fenómeno irreversible de la globalización de la economía y a la creciente liberalización del comercio mundial. Pero esto presupone, por una parte, que ellas no se conviertan, ante el resto del mundo, en fortalezas cerradas sobre sí mismas y, por consiguiente, directamente opuestas a la misma liberalización comercial que las inspira; y por la otra, que, en sus prioridades, den el debido lugar a la promoción de los recursos humanos (vivienda, salud, etc.), sin los cuales no hay economía que pueda subsistir; y pongan además eficaz remedio a las posibles consecuencias negativas, que es necesario prever, como el aumento inmediato de la desocupación, la creación de zonas ajenas al desarrollo o su acentuación si ya existen, y la desigual distribución de los beneficios. Serio desafío y grave obligación para los responsables.

5. El objetivo específico de esta Sesión especial es la cooperación interamericana para el desarrollo, frente a la creciente situación de pobreza.

La delegación de la Santa Sede no puede menos que regocijarse de este propósito de colaboración continental ante un desafío que nos afecta a todos, nadie excluido. Las cuatro Conferencias generales del episcopado latinoamericano, y en particular la cuarta, celebrada en Santo Domingo en octubre de 1992, han insistido en lo mismo; y ellas han sido en sí mismas un modelo de lo que esta cooperación debiera ser, en la teoría y en la práctica. La Organización de Estados Americanos, sobre todo en esta última etapa de su ya larga existencia, quiere responder a la misma intuición, en el plano institucional y cultural.

Conviene, sin embargo, insistir en el sentido del término cooperación, y en el concepto que por él se expresa.

No se trata, en efecto, de asistencia, sin que ésta quede necesariamente excluida. Muy por el contrario, una asistencia, sea positiva, mediante la transferencia de capitales y de tecnologías, atendiendo siempre a la prioridad de los recursos humanos; sea negativa, por ejemplo, en el alivio de la deuda entre los estados, es todavía necesaria y lo será por un buen tiempo más.

Pero la cooperación tiene otro origen, otro contenido y otra meta. Se trata de que todas las naciones asociadas en este importante organismo continental, se den cabalmente cuenta de que poseen un destino común, en cuanto son interdependientes, incluso en el plano económico, de manera que la pobreza o la miseria de unas afecta a todas las otras; y que ha quedado atrás el período de la explotación por unos de los recursos primarios de los otros, en beneficio sobre todo de aquellos. La recta concepción de la cooperación intercontinental presupone una convicción bien radicada de que el crecimiento económico y en general el desarrollo, es un desafío que se pone igualmente a todos, y que a él se debe responder colectivamente, siempre en el debido respeto de la autonomía política y cultural de cada cual, so pena de acabar todos víctimas de los mismos males; la pobreza, en primer término. Se requiere, en otras palabras, una concepción y un ejercicio adecuado de la solidaridad continental, la cual si no se puede aplicar siempre entre iguales, en virtud de las diferencias de punto de partida y de realidad de la tasa de crecimiento, debe no obstante considerar que cada nación de América tiene su propio específico aporte que hacer al concierto continental. Para ello se requiere necesariamente que la dignidad fundamental de cada persona y de cada grupo humano sea respetada y promovida.

Es este tipo de desarrollo que la cooperación continental está llamada a construir, insistiendo, por tanto, en aquello que lo caracteriza y lo define, como desarrollo humano integral; al cual se opone no solo la pobreza radical, sino también el puro crecimiento económico.

Ojalá esta Sesión especial valore todavía más la responsabilidad que todos tenemos frente a todos los hombres y mujeres del continente llamados, singular y colectivamente, a una vida digna de su propia vocación humana; es decir, a una vida plena, bajo todos los aspectos.


*L'Osservatore Romano 24.2.1994 p.2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.9 p.22.


 

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