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INTERVENCIÓN DE MONSEÑOR DIARMUID MARTIN,
JEFE DE LA DELEGACIÓN DE LA SANTA SEDE,
EN LA CUMBRE MUNDIAL SOBRE EL DESARROLLO SOCIAL*


Copenhague. 7 de marzo de 1995



Señor presidente;
distinguidos delegados:

1. Si nuestro trabajo de estos días tiene éxito, la historia recordará esta cumbre mundial y esta ciudad de Copenhague como un momento significativo en la lucha de la humanidad para superar el flagelo de la pobreza. Si nuestro trabajo de estos días fracasa, esta cumbre caerá rápidamente en el olvido, como otro acontecimiento lleno de buenas intenciones, pero infructuoso. Esa decisión depende de nosotros: la responsabilidad es nuestra.

Señor presidente, al felicitarlo en nombre de mi delegación por su elección como presidente de nuestras reuniones, deseo expresar, a través de usted, la estima de la Santa Sede hacia quienes han trabajado en la preparación de esta cumbre. Expreso una palabra especial de aprecio al embajador Juan Somavia, quien no sólo ha guiado, sino también inspirado nuestro trabajo durante los años pasados. El Gobierno y el pueblo de Dinamarca nos han brindado una hospitalidad muy calurosa.

Señor presidente, elijo mis palabras de apertura muy deliberadamente, porque en numerosos comentarios, más bien escépticos, de los medios de comunicación sobre esta cumbre, referidos al cometido de trabajar en favor de la erradicación de la pobreza, se ha escrito apresuradamente que se trata de algo poco realista. En todo caso, deberíamos afrontar ese cometido con cierta humildad porque, gracias a la experiencia pasada, sabemos que nuestros proyectos no siempre han dado fruto. Pero el escepticismo y la falta de acción concreta para afrontar el problema de la extrema pobreza en el mundo actual, serian simplemente indignos de la humanidad.

2. A muchos de nosotros antes de venir aquí nos habrán preguntado: ¿Qué diferencia marcará la cumbre de Copenhague? Es de esperar que la respuesta a esta pregunta se encuentre en la palabra clave que usamos a menudo en nuestra Declaración. Esa palabra es compromiso. Los líderes de las naciones del mundo se han reunido en esta cumbre no sólo para estudiar, analizar, reflexionar o discutir sobre la pobreza, el empleo productivo o la integración social. Han venido, de modo individual y colectivo, para comprometerse a si mismos, y de forma pública. A los mil millones de personas que en el mundo actual viven en la mayor miseria les prometerán hacer algo concreto y definitivo para mejorar su situación. Naturalmente, las iniciativas que proponemos han de adaptarse a las necesidades especiales y a la situación de cada país. Pero no pueden realizarse sin el apoyo de todos, sin el apoyo de la comunidad de naciones. Todos sabemos cómo las iniciativas pasadas, o el no haberlas puesto en práctica, han causado la falta de desarrollo social y las injusticias actuales. Con nuestro compromiso, prometemos empezar ahora lo que el Papa Juan Pablo II, refiriéndose los últimos dos domingos a nuestra cumbre, llamó una nueva etapa en el camino de la humanidad.

De la medida y de la fuerza de nuestro compromiso depende la esperanza de esta cumbre.

3. Nuestra reflexión actual versa, principalmente, sobre el tema de la pobreza. Es la cuestión central que, quizá más que cualquier otra, ha atraído la atención de la opinión pública.

Los documentos de la cumbre han visto acertadamente la conexión entre pobreza y factores económicos. Debemos considerar el tipo de ambiente económico que queremos crear. La eliminación de la pobreza significa, entre otras cosas, permitir que todos, especialmente los minusválidos, participen en la economía y en la sociedad. La eficacia de nuestros sistemas económicos para afrontar las necesidades de la gente han de valorarse constantemente. Un sistema que margina sectores importantes de la nación o de la comunidad y es incapaz de ofrecer activamente sus talentos a la sociedad y a la economía, falta a sus obligaciones para con esas personas. Más aún, ese tipo de sistema, prescindiendo de una consideración de índole moral, carece de buen sentido económico.

En la sección e) de nuestro Compromiso 1 sobre un ambiente económico que permita el desarrollo social, aprobaremos ciertos aspectos esenciales de un sistema económico orientado a combatir las causas radicales de la pobreza. Reconocemos el valor y la importancia de los mercados dinámicos, abiertos y libres, pero vemos también la necesidad de intervenir, en la medida en que sea necesario, para proporcionar un sistema jurídico con bases éticas, dentro del cual pueda operar el mercado, a la vez que destacamos la función de los gobiernos para armonizar la economía y el desarrollo social, especialmente a través de una protección social básica. Por último, vemos la necesidad de capacitar más a la gente que vive en la pobreza, para que dé su contribución. Hay que favorecer todos estos factores en un sistema económico que esté al servicio de un desarrollo sostenido, centrado en la persona.

Las personas que viven en la pobreza tienen igual dignidad que las demás; esas personas poseen un potencial que tienen derecho a que se les reconozca. Muy a menudo, quienes viven en la pobreza pueden conocer mejor cómo superar esa situación económica. Pero no se les escucha o no tienen acceso a créditos o a cursos de formación. Esto sucede especialmente con las mujeres en numerosas áreas.

Hay gente que vive en la pobreza y gente que vive en el lujo en todos los países, y hay un norte y un sur en cada país, en cada ciudad y en cada comunidad. La pobreza y un estilo de vida insostenible existen uno junto al otro. Se trata, con mucha frecuencia, de personas que viven unas al lado de otras, pero sin ningún tipo de contacto. Una línea invisible separa muchas de nuestras sociedades y comunidades, y muy raramente la gente llega a conocer las condiciones del otro lado. A veces, la calidad de los servicios ofrecidos por las mismas autoridades varía enormemente, porque a los más pobres se ofrecen servicios inferiores a los de los demás.

4. Precisamente a las personas que viven en la pobreza hay que darles la oportunidad de ser protagonistas de la economía y de la sociedad; hay que capacitar a los países más pobres para que ocupen su lugar como verdaderos interlocutores en las actividades económicas internacionales y en la vida internacional. Nuestros documentos mencionan las necesidades específicas de los países de África, y del sur de Asia, donde existen grandes concentraciones de gente que vive en la pobreza, países con economías en fase de transición, y las pequeñas islas Estados en vías de desarrollo. Cada uno de estos grupos tiene sus problemas específicos, que requieren el apoyo de la comunidad de naciones.

Nuestros textos analizan correctamente dos aspectos especiales de la vida económica relacionados con la pobreza y, especialmente, con la situación de los países pobres. El primero es el de la deuda externa. No hemos alcanzado todavía un acuerdo completo sobre el modo como se ha de afrontar finalmente esta cuestión. Sin embargo, todos conocemos la historia de la situación de la deuda internacional actual. Es una historia con un comienzo específico, en circunstancias económicas particulares. Hemos reconocido que esta historia no sólo se ha caracterizado, entre otros aspectos, por un gasto irresponsable, sino también por un préstamo irresponsable. Precisamente porque esta situación ha tenido un comienzo particular, hemos de preocuparnos por llegar rápidamente a una conclusión definitiva. Hay que aplicar inmediatamente las condiciones más accesibles para que se restablezcan las pautas normales de crédito, préstamo e inversiones, especialmente en la esfera social. La solución del problema de la deuda internacional es una cuestión económica, pero también política. Seguramente podrá hallarse.

El problema de la deuda está relacionado también con el del cambio que, a su vez, está relacionado con la transición. Por su naturaleza, ambos términos indican algo, un objetivo muy importante, en favor del cual estamos trabajando. La transición y el cambio han de considerarse también fundados en la persona. Deseamos impulsar una economía de mercado orientada democrática y socialmente, para que la gente afronte mejor sus necesidades y haga un uso más pleno de su potencial. La gente esta preparada para aceptar sacrificios cuando sabe que se dirige hacia algo mejor. Pero cuando el impacto inicial continuo con la realidad deseada lleva a una situación en la que los más pobres son los primeros que sufren, no es de extrañar que el verdadero objetivo hacia el que nos estamos dirigiendo se desacredite ante sus ojos. El cambio o la transición significan también que a quienes han sido marginados en el viejo sistema hay que proporcionarles la formación necesaria para que se conviertan en protagonistas del nuevo.

5. Señor presidente, deseo, finalmente, considerar la relación entre familia y pobreza. La institución de la familia tiene que recibir una protección y un apoyo plenos. En efecto, se pueden promover los derechos, las capacidades y las responsabilidades de cada uno de sus miembros mediante la experiencia de esta primera comunidad humana, de esta primera escuela de los valores sociales. Es preciso ayudar y apoyar a los padres en su contribución irreemplazable a la sociedad. Su tarea hoy puede resultar muy difícil; pero, sin su contribución, la sociedad seria más pobre. Los padres quieren lo mejor para sus hijos; por eso hay que proteger sus derechos. Es necesario prestar especial atención a las familias que tienen que cuidar a sus miembros minusválidos o ancianos, y a las familias sin padre o sin madre, sobre todo cuando la mujer es la cabeza del hogar, porque a menudo está expuesta a situaciones de extrema precariedad.

Señor presidente, la Santa Sede aprueba firmemente las ideas básicas que han inspirado esta cumbre mundial. Mientras que en muchos sectores estamos afrontando una disminución de los recursos financieros destinados a los programas sociales y de desarrollo, nos alienta comprobar que las instituciones caritativas de la Iglesia católica, así como las de otras organizaciones religiosas y de voluntariado, siguen recibiendo el apoyo generoso de la comunidad. Ante las señales de disminución de la solidaridad, de desaliento, esa red de instituciones se ha comprometido firmemente en favor de una agenda de solidaridad.

Esas organizaciones, testimonio de una activa participación social, se comprometen a sí mismas, señor presidente, a realizar los objetivos de nuestra cumbre y a ponerlos en práctica, para el bien de todos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.11 p.10.

 

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