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VISITA OFICIAL DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA
A SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

DISCURSO DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
SECRETARIO DE ESTADO

Sala Regia
Lunes 20 de noviembre de 2006

 

Señor presidente: 

Después de su encuentro con el Santo Padre Benedicto XVI, tengo el honor de presentarle ahora a los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Con su presencia, subrayan ulteriormente el significado y el valor de esta visita que el jefe del Estado italiano hace al Sucesor de Pedro. Juntamente conmigo y con los demás superiores de la Secretaría de Estado, los excelentísimos embajadores le dan la más cordial bienvenida y le expresan su más sincera felicitación por la elevada misión que le ha sido encomendada al servicio de la querida nación italiana.

El hecho de que Roma sea también la sede del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede contribuye a reafirmar aún más la dimensión internacional de esta capital y, ciertamente, es un enriquecimiento para la ciudad y para todo el país. En efecto, al igual que la presencia en Roma de la Cabeza de la Iglesia católica, también la actividad de estos representantes diplomáticos da una aportación significativa a la apertura de Italia a horizontes universales, hacia los que, por lo demás, la impulsa la misma herencia de su historia civil y de su cultura plurisecular.

Esta ocasión me permite a mí y a mis colaboradores, y ciertamente también a los señores embajadores, expresar nuestra gratitud a las autoridades italianas por su constante empeño en facilitar la misión y la actividad de las embajadas ante la Santa Sede. En este sentido, quisiéramos agradecer en especial la solicitud mostrada por el Ministerio de Asuntos exteriores, aquí representado por su excelencia el ministro Massimo D'Alema, y por la embajada de Italia ante la Santa Sede, interlocutora válida de la Secretaría de Estado y de las demás misiones diplomáticas aquí acreditadas.

Al presentarle el Cuerpo diplomático, señor presidente, quisiera poner de relieve la amplitud de las relaciones que la Santa Sede mantiene con numerosos Estados de todos los continentes y con varios organismos internacionales. Eso resulta posible, precisamente, gracias a las numerosas embajadas; a los viajes apostólicos del Santo Padre; a los innumerables encuentros que él y sus colaboradores tienen casi a diario con personalidades procedentes de todas partes; a la densa red de las representaciones pontificias diseminadas por todo el mundo; y a la intensa y apreciada actividad de la Santa Sede en las asambleas internacionales.

Todo este esfuerzo, realizado de diversas maneras, está al servicio de la misión espiritual de Aquel que por mandato divino es el Padre común no sólo de los creyentes, sino también de todos, porque todos son criaturas de Dios. No por casualidad, incluso los que no comparten la fe cristiana miran al Papa como al portavoz de las supremas instancias morales, y escuchan sus llamamientos al respeto de la dignidad del hombre, a la promoción de la paz y del desarrollo, y a la colaboración sincera entre los pueblos, las religiones y las culturas, con vistas a un futuro mejor para la familia humana.

Se trata de una realidad que no es sólo de hoy, sino que dura ya desde hace siglos, bajo formas que van cambiando, como nos recuerda la espléndida sala donde nos encontramos. En efecto, la sala Regia, como lo indica su nombre mismo, es el marco digno en el que en el pasado tuvieron lugar importantes encuentros entre el Sucesor de Pedro y los soberanos de varios países. Aquí, además, al inicio de cada año, el Santo Padre dirige su palabra a los numerosos representantes diplomáticos de países acreditados ante la Santa Sede para recordar al mundo la necesidad siempre urgente de construir una convivencia internacional fundada en los valores de la paz y la justicia.

Señor presidente, sabemos que usted aprecia mucho y comparte los esfuerzos encaminados a la comprensión y la cooperación entre los pueblos y las culturas. Sabemos cuánto se interesa no sólo por el bien de Italia, en particular del sur, sino también por el proceso de unificación del continente europeo. Usted impulsa a Italia a promover concretamente la paz en las diversas partes del mundo, contrarrestando las fuerzas oscuras y violentas del terrorismo y el odio. Conocemos su constante interés por el diálogo y la confrontación constructiva entre posiciones ideales, culturales y religiosas diversas, con el fin de promover de hecho el bien de la humanidad.

Compartiendo estos ideales comunes, los aquí presentes, en la diversidad de nuestras funciones, le renovamos, señor presidente, nuestros mejores deseos para su elevada misión, y auguramos que continúen y se intensifiquen el entendimiento y la colaboración que existen no sólo entre Italia y la Santa Sede, sino también con todas las naciones que hoy están dignamente representadas por estos excelentísimos embajadores, más aún, con todos los países de la tierra.

Una vez más, en nombre del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y en el mío personal, gracias por esta visita suya al Vaticano, señor presidente, y felicidades por su importante y delicada misión.

 

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