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MISA DE BEATIFICACIÓN DE ESTANISLAO DE JESÚS Y MARÍA

HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE

Plaza de la Basílica de la Virgen de Lichen
Domingo 16 de septiembre de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos obispos y sacerdotes;
ilustres autoridades civiles y militares;
queridos miembros de la familia religiosa fundada por el nuevo beato;
queridos hermanos y hermanas: 

Doy gracias ante todo al Señor por haberme ofrecido, por segunda vez, la feliz oportunidad de visitar, en el arco de pocos meses, vuestra querida patria, la patria del beato Estanislao Papczynski y del siervo de Dios Juan Pablo II, al que todos esperamos ver también elevado en breve tiempo a la gloria de los altares.

Asimismo, doy gracias al Señor porque precisamente en este santuario, donde ayer por la tarde nos congregamos para la liturgia de las Vísperas, hoy puedo presidir la solemne celebración eucarística durante la cual, en nombre de Su Santidad Benedicto XVI, he tenido el honor de proclamar beato al padre Estanislao Papczynski.

Es significativo, y también conmovedor, que todo esto acontezca en este famoso santuario de la Virgen de Lichen, donde desde hace muchos años los padres y los hermanos Marianos, hijos espirituales del nuevo beato, desempeñan su ministerio pastoral, siguiendo fielmente el carisma de su fundador.

Con estos sentimientos de íntima gratitud al Señor, quiero saludar cordialmente a los señores cardenales, a los arzobispos y a los obispos presentes, con una particular mención de agradecimiento al obispo mons. Wieslaw Mering, pastor de esta diócesis, el cual con espíritu de auténtica fraternidad nos ha acogido a mí y a los que me acompañan.

Saludo con deferencia a las autoridades civiles y militares locales, regionales y estatales, comenzando por el presidente de la República de Polonia, señor Lech Kaczynski. Hoy se cumple el deseo del Sejm (parlamento) de la Res publica de las dos Naciones (Polonia-Lituania), que en el año 1764 solicitó a la Sede apostólica que elevara al honor de los altares a "Estanislao Papczynski, un polaco famoso por sus milagros" (Volumina Legum, vol. VII, San Petersburgo 1860, p. 168, n. 105).

Saludo a todos los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y, entre ellas de modo particular, a los padres y hermanos Marianos, con su superior general, el padre Jan Mikolaj Rokosz. Saludo a los peregrinos que han acudido desde varias partes del mundo, algunos desde muy lejos. Por último, saludo a los que, gracias a las conexiones de la televisión y la radio -pienso sobre todo en los ancianos, en los enfermos y en los detenidos en las cárceles- pueden unirse espiritualmente a este sugestivo rito litúrgico.

La palabra de Dios que nos propone hoy la liturgia del XXIV domingo del tiempo ordinario nos presenta el misterio del hombre pecador y la actitud divina de suma e infinita misericordia.
"El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo" (Ex 32, 14). La primera lectura, que acabamos de proclamar, nos relata que Moisés, después de haber sellado la alianza con Dios, sube al monte Sinaí para recibir las tablas de la alianza y pasa cuarenta días en conversación con él. Los israelitas, cansados de esperarlo, vuelven la espalda a Dios olvidando los prodigios que había realizado para liberarlos de la esclavitud en Egipto.

La escena que el autor sagrado describe es conmovedora: Moisés, al que Yahveh revela el pecado de los israelitas y su intención de castigarlos, actúa como abogado e implora con ardor el perdón para aquel pueblo ingrato y pecador. No pide a Dios justicia, aun sabiendo bien que Israel se había manchado con el delito más grave al caer en la tentación de la idolatría, sino que apela a la misericordia divina y a la alianza que Dios, por su iniciativa, había sellado con Abraham, con Isaac y con Jacob.

Y Dios escucha la oración de Moisés:  paciente y misericordioso, abandona el propósito de castigar a su pueblo, que le había vuelto la espalda. ¡Cuántas enseñanzas nos ofrece esta página del libro del Éxodo! Nos ayuda a descubrir el verdadero rostro de Dios; nos ayuda a comprender el misterio de su corazón bueno y misericordioso. Por más grande que sea nuestro pecado, siempre será mayor la misericordia divina, porque Dios es Amor.

La experiencia humana y espiritual del apóstol san Pablo es un testimonio magnífico de este misterio. En la segunda lectura, tomada de su primera carta a Timoteo, confiesa que Cristo lo ha tocado en lo más profundo de su alma y, de perseguidor de los cristianos, lo ha hecho instrumento de la gracia divina para la conversión de muchos.

Jesús, el verdadero buen Pastor, no abandona a sus ovejas, sino que quiere llevarlas a todas al redil del Padre. ¿Acaso no es esta, queridos hermanos y hermanas, también nuestra experiencia? Cuando con el pecado nos alejamos del buen camino, perdiendo la alegría de la amistad de Dios, si arrepentidos volvemos a él, no sentimos la dureza de su juicio y de su condena, sino la dulzura de su amor, que nos renueva interiormente.

"Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 10). Estas palabras de Jesús, que refiere el evangelista san Lucas en la página evangélica que acabamos de proclamar, confirman ulteriormente en nosotros la certeza del amor misericordioso del Señor. La Misericordia divina es la buena nueva que no debemos cansarnos de proclamar y testimoniar en este tiempo nuestro tan difícil. Sólo Cristo, que conoce al ser humano en su intimidad, puede hablar al corazón del hombre y devolverle la alegría y la dignidad de hombre creado a imagen de Dios. Por esto necesita colaboradores fieles y dignos de confianza; necesita santos y nos llama a ser santos, es decir, verdaderos amigos de Cristo y heraldos de su Evangelio.

El beato Estanislao de Jesús y María Papczynski fue auténtico amigo de Cristo y su apóstol incansable. Nacido en Podegrodzie, en el seno de una familia campesina pobre, vivió en un tiempo en que Polonia, atormentada por numerosas guerras y pestes, estaba hundiéndose cada vez más en el caos y en la miseria. El joven Estanislao, formado en los sanos principios del Evangelio, deseaba entregarse a Dios sin reservas, y ya desde su adolescencia se sintió orientado hacia la Inmaculada Virgen Madre de Cristo.

Con el paso del tiempo, el Señor transformó al pastorcito, tan reacio al estudio y de constitución física débil, en un predicador que atraía las multitudes con su sabiduría llena de erudición y de profundo misticismo; en un confesor cuyo consejo espiritual buscaban incluso dignatarios de la Iglesia y del Estado; en un profesor esmeradamente instruido y autor de varias obras publicadas en numerosas ediciones; y en el fundador del primer instituto masculino polaco:  la congregación de los Clérigos Marianos de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

Fue precisamente María quien lo guió durante toda su existencia. En el misterio de su Inmaculada Concepción el nuevo beato admiraba el poder de la Redención llevada a cabo por Cristo. En la Inmaculada descubría la belleza del hombre nuevo, donado totalmente a Cristo y a la Iglesia. Hasta tal punto lo fascinaba esta verdad de fe, que estaba dispuesto a dar su vida por defenderla. Sabía que María, obra maestra de la creación divina, es la confirmación de la dignidad de todo hombre, amado por Dios y destinado a la vida eterna en el cielo.

Quería que el misterio de la Inmaculada Concepción distinguiera a la comunidad religiosa que había fundado, que fuera su constante apoyo y su auténtica alegría. ¡Cuántas veces, precisamente aquí, en este santuario de María, la Madre de los Dolores, donde se reúnen para orar miles de peregrinos, resonó y sigue repitiéndose esta conmovedora invocación del beato Estanislao:  "María, tú consuelas, confortas, sostienes, levantas a los oprimidos, a los que lloran, a los tentados, a los deprimidos. (...) Oh dulce Virgen, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vida"!

En el beato Estanislao, animado por el amor de Dios, ardía un fuerte celo por la salvación de las almas y se dirigía a sus oyentes con palabras apremiantes, como estas:  "Vuelve, pues, a tu padre. ¿Por qué andas vagando por el país lejano de tus pasiones, sin sentir amor por el Sumo Bien? Ve a tu Padre. Cristo te llama. Ve a él". (Inspectio cordis, 1, 25, 2). Siguiendo el ejemplo del buen samaritano, se detenía al lado de los heridos del alma, aliviaba sus penas, los consolaba infundiendo en ellos esperanza y serenidad, los llevaba a la "posada del perdón" que es el confesonario, ayudándoles así a recuperar su dignidad cristiana, perdida o rechazada.

La caridad divina impulsaba al beato Estanislao a ser evangelizador especialmente de los pobres, de la gente sencilla, socialmente discriminada y abandonada desde el punto de vista espiritual, y de los que se encontraban en peligro de muerte. Consciente de cuán extendida estaba la plaga del alcoholismo, con su palabra y con su vida enseñaba la sobriedad y la libertad interior como un antídoto eficaz contra todo tipo de dependencia.

Asimismo, animado de un profundo sentimiento de amor a su patria, la República de las Naciones polaca, lituana y rutena, no dudaba en criticar la búsqueda de intereses particulares en quienes tenían el poder, el abuso de la libertad nobiliaria y la promulgación de leyes injustas. Aún hoy el nuevo beato hace a Polonia, a Europa, que con dificultad busca los caminos de la unidad, una invitación cada vez más actual:  sólo poniendo sólidos cimientos en Dios es posible la reconciliación entre los hombres y las naciones. Sin Dios no puede haber auténtica justicia social y paz estable.

Queridos hermanos y hermanas, el amor del beato Estanislao al hombre se extendía también a los difuntos. Después de haber tenido la experiencia mística del sufrimiento de los que se hallaban en el purgatorio, oraba con fervor por ellos y exhortaba a todos a hacer lo mismo. Así, además de la difusión del culto a la Inmaculada Concepción y del anuncio de la palabra de Dios, la oración por los difuntos se convirtió en una de las finalidades principales de su congregación.

El pensamiento de la muerte, la perspectiva del paraíso, del purgatorio y del infierno, ayudan a "gastar" de modo sabio el tiempo que pasamos en la tierra; nos animan a considerar la muerte como etapa necesaria de nuestro itinerario hacia Dios; nos estimulan a acoger y respetar siempre la vida como don de Dios, desde su concepción hasta su fin natural. Un signo muy significativo para el mundo de nuestros días es el milagro de la "reanudación inesperada del embarazo entre las semanas 7ª y 8ª de gestación" que se produjo por intercesión del padre Papczynski. Dios es el Dueño de la vida humana.

El secreto de la vida es la caridad:  el amor inefable de Dios, que supera la fragilidad humana, mueve el corazón del hombre a amar la vida, a amar al prójimo e incluso a los enemigos. A sus hijos espirituales el nuevo beato dio, desde el inicio, la siguiente consigna:  "Un hombre sin caridad, un religioso sin caridad, es una sombra sin el sol, un cuerpo sin alma; sencillamente, no es nada. La caridad es en la Iglesia, en las Órdenes religiosas y en las casas religiosas, lo que el alma es en el cuerpo".

Así pues, no ha de sorprendernos constatar cómo, entre tantas contrariedades y cruces, varios de sus discípulos se han caracterizado por su perfección evangélica. Baste recordar al venerable siervo de Dios padre Kazimierz Wyszynski (1700-1755), ardiente promotor del culto mariano; al beato arzobispo Jorge Matulaitis-Matulewicz (1871-1927), providencial renovador y reformador de la congregación de los Clérigos Marianos y patrono de la reconciliación entre la nación polaca y la lituana; a los beatos mártires de Rosica (Bielorrusia) Jerzy Kaszyra (1904-1943) y Antoni Leszczewicz (1890-1943), los cuales, durante la segunda guerra mundial, dieron libremente su vida por la fe en Cristo y por amor a los hombres.

Incluso en los momentos dramáticos de la persecución, la obra del beato Estanislao no fue anulada. El beato Jorge Matulaitis-Matulewicz volvió a darle impulso, testimoniando una vez más con su vida que el Amor todo lo vence.

Queridos padres y hermanos Marianos, a vosotros está encomendada hoy la valiosa herencia espiritual de vuestro fundador:  acogedla y sed, como él, en todas partes, heraldos incansables del amor misericordioso de Dios, manteniendo fija la mirada en María Inmaculada, para que se realice en cada uno de vosotros el proyecto divino.

Queridos devotos y peregrinos, la Iglesia en Polonia está de fiesta por la elevación a los altares de este hijo suyo elegido. Que el ejemplo de su vida santa y su intercesión celestial animen a todos a abrir en cada momento su corazón con confianza a la omnipotencia del amor de Dios.

Llenos de alegría y de esperanza, demos gracias a Dios por el don del nuevo beato y alabémoslo con las palabras del apóstol san Pablo:  "Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén" (1 Tm 1, 17).

 
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