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VIAJE A CHILE DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO
(5 – 15 ABRIL 2010)

PALABRAS DEL CARD. TARCISIO BERTONE
EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA SANTÍSIMA CONCEPCIÓN


Concepción, viernes 9 de abril de 2010

 

Señor Arzobispo,
Señor Nuncio Apostólico,
Señor Rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción,
Distinguidas Autoridades Académicas, Señores Profesores
Queridos alumnos, amigos todos:

Quisiera, en primer lugar, recordar a las víctimas, a los heridos y a cuantos se encuentran en situaciones de gran dificultad por el terremoto y sus graves consecuencias, que han afectado a este noble País. El Papa Benedicto XVI ha seguido continuamente el desarrollo de los acontecimientos, y me ha pedido expresamente que me haga portavoz de sus sentimientos de solidaridad, y que les transmita su bendición y su saludo paterno, asegurándoles al mismo tiempo su oración por todos Ustedes y por quienes están sufriendo en estas dolorosas circunstancias, con la certeza de que no les faltará la ayuda del Señor ni la solidaridad fraterna para superar los daños causados por el seísmo.

Mi presencia aquí es también una muestra del afecto de tantos cristianos, miembros de la Iglesia, que están con Ustedes para manifestarles su cariño y cercanía.

Doy gracias a Dios, por haberme permitido visitar este lugar, capital de la región del Bíobío, dedicado a la Virgen María, en su advocación de la Santísima Concepción. Esta ciudad, emplazada en el corazón de Chile, tan dinámica y laboriosa, padece y sufre ahora. Al contemplar todo esto, no podemos por menos que dirigir nuestra voz al Creador para renovar nuestra confianza en su infinita misericordia y reconocer que sus designios no están a nuestro alcance.

Un País como Chile, que cada cierto tiempo sufre los embates de graves catástrofes naturales, tiene bien experimentado, desde sus más ancestrales orígenes en el pueblo mapuche y araucano, lo que significa la solidaridad y el esfuerzo de reconstrucción.

Además, vuestra tierra es rica en tradiciones religiosas, en fermentos espirituales y en una activa vida cristiana. La región de Bíobío ha sido cuna de figuras relevantes para la historia, la cultura y la Iglesia en Chile. Esta luminosa herencia espiritual, redescubierta y alimentada, no puede menos que representar un punto de referencia seguro para continuar en el empeño por el bien común, el servicio a todos y la consolidación de un progreso justo y armónico.

La naturaleza nos enseña que las riquezas no están exentas de riesgos y, en las situaciones de extremo rigor, se percibe lo mejor, pero, también, lo más frágil de cada uno. Lo vivido recientemente en Chile ha puesto al descubierto esta constatación. En este sentido, el Papa Benedicto XVI ha escrito en la Carta Encíclica Spe Salvi: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido para el individuo y para la sociedad” (n. 38). La educación y la formación espiritual, cívica y ética contribuyen sin duda a crear las disposiciones necesarias para saber estar a la altura de las circunstancias. Porque, tras los primeros momentos de ayuda concreta y generosa, vendrá la ardua tarea de reconstruir las heridas más profundas y levantar un Chile mejor, no hecho sólo de piedras y de asfalto, sino de personas con magnanimidad y altas miras. De ahí, la importancia que adquiere en estos momentos la Universidad y todas las instancias educativas, pues la formación integral de la persona la capacita para dar lo mejor de sí misma a los demás, y ser agente de desarrollo y reconstrucción para la región y el país.

Con esta certeza, tenemos ante nosotros el desafío apasionante de ser los autores de una nueva síntesis entre la fe y la cultura de nuestro tiempo, abriendo así horizontes fecundos. Su Santidad Benedicto XVI, en su discurso inaugural con motivo la V Conferencia del Episcopado latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, dijo: "Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, ‘el amor hasta el extremo’, no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura" (13 de mayo de 2007).

Si queremos ser fermentos de una nueva cultura, debemos comenzar por abrir el corazón a la acción del Espíritu de Jesucristo que, con su gracia, no lo vacía de lo humano, sino que lo enaltece, lo purifica y lo transforma.

La Iglesia tiene la misión de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también que, en virtud del bautismo, los fieles están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio de su amor. Todo bautizado recibe de Cristo, como los apóstoles, el mandato de la misión: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16, 15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo, y buscar la vida en Él, supone estar profundamente enraizados en Él. De este modo, podremos estar a la altura de las exigencias de nuestro tiempo.

Al concluir estas palabras, deseo invocar la protección de la Madre de Dios sobre cada uno de Ustedes y sobre toda esta región. Y ruego de modo especial a Nuestra Señora, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, patrona de esta ciudad, para que los acompañe en la atrayente y exigente labor de investigación, docencia y estudio, a la luz de la fe y la razón.

Me despido muy cordialmente de todos Ustedes con esta firme esperanza en el Señor.

¡Muchas gracias y que Dios los bendiga!

 

 
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