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VIAJE A CHILE DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO
(5 – 15 ABRIL 2010)

PALABRAS DEL CARD. TARCISIO BERTONE
A LOS OBISPOS EMÉRITOS Y SACERDOTES RESIDENTES
EN EL HOGAR SACERDOTAL “SANTO CURA DE ARS”

Santiago
Martes 13 de abril de 2010

 

Queridos Hermanos Obispos,
Queridos Sacerdotes,
Queridos amigos:

Me da mucha alegría encontrarme con Ustedes y poder acompañarles, aunque sea brevemente, en mi viaje por estas tierras de Chile, que gracias también a su generosa dedicación y esfuerzo siguen manteniendo viva la fe en Cristo, recibida de sus antepasados.

Deseo ante todo hacerles llegar el saludo lleno de afecto y gratitud del Papa Benedicto XVI, por toda su vida entregada a la Iglesia y a las almas. El Santo Padre me ha encargado que les transmita asimismo su constante recuerdo en la oración, al mismo tiempo que cuenta con Ustedes y se apoya en su plegaria como ayuda en su ministerio de Sucesor de Pedro.

Mi visita a este Hogar sacerdotal “Santo Cura de Ars”, quiere ser un rendido homenaje lleno de emoción a Ustedes, queridos hermanos Obispos y sacerdotes, que soportando el peso del día y el calor (Cf. Mt 20, 12), han sabido servir en la viña del Señor con fidelidad y entereza. Desearía que sintieran Ustedes en este momento todo el respeto y veneración por parte de la comunidad eclesial, en la que Ustedes han trabajado hasta dar lo mejor de sí mismos. Este reconocimiento es aún más necesario en un momento de confusión y pérdida de referencias y de ideales. En una sociedad en la que se privilegia sobre todo la eficacia, la productividad y la utilidad, las personas mayores constituyen una riqueza espiritual insustituible. A través de su larga existencia y de las vicisitudes de su vida, Ustedes han ido acrisolando una experiencia y un conocimiento de la realidad, del mundo y de las personas lleno de sabiduría, que les hace ser testigos cualificados de otros valores distintos y superiores a los que se proponen en una cultura que exalta el tener, la apariencia o el éxito como el único tesoro. Nadie mejor que Ustedes sabe el valor limitado de las cosas materiales, la necesidad de confiar más en Dios, la convicción firme de que el amor divino dirige cada existencia y toda la historia del mundo. La escritura sagrada dice que el anciano es el hombre de la sabiduría, del juicio, del discernimiento y del consejo (Cf. Si 25, 4-6). Ojalá que las jóvenes generaciones y el conjunto de la sociedad sepan apreciar y beneficiarse de este gran acervo de sabiduría humana y espiritual que encierran las personas mayores.

Queridos hermanos, el pueblo de Dios tiene necesidad de Ustedes, del ejemplo de su fidelidad al ministerio, de su oración, de su palabra luminosa, del testimonio de su fe enriquecida por una larga experiencia de vida. Como miembros del Colegio episcopal o del presbiterio diocesano, tienen una hermosa misión que cumplir en la Iglesia. No dejen por ello de interesarse y de acompañar con la plegaria la marcha de la Iglesia, sintiendo todavía muy vivo dentro de su corazón el celo por las almas y el ardor apostólico y misionero. En efecto, la evangelización no depende principalmente de la eficiencia operativa o de los medios materiales empleados. Más importante aún que todo eso es la oración silenciosa, el testimonio coherente de la propia fe, o la aceptación paciente y serena de los sufrimientos y limitaciones de la edad o de la enfermedad. Queridos hermanos, qué fecundidad tan maravillosa la de vuestro ministerio episcopal o sacerdotal; en él se cumple lo que dice la escritura del justo que, como un árbol plantado en la casa del Señor, «en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso» (Sal 91, 15).

Permítanme dirigir también unas palabras de agradecimiento y aliento a todas las personas que atienden este Hogar sacerdotal. Las encomiendo al Señor para que les conceda alegría y paz en su servicio, teniendo siempre presente las palabras de Cristo: «lo que hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, a mí me lo hicieron» (Mt 25, 40).

Quisiera terminar reiterándoles mi gratitud y reconocimiento. Que el ejemplo de sus vidas nos llene de estímulo para darnos cada día más al Señor. En verdad, vale la pena gastarse por Cristo y anunciar su mensaje de salvación. Que al final de nuestras vidas, también nosotros podamos decir como el apóstol san Pablo, «he combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos. Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará en aquel día el Señor, juez justo» (2 Tm 4, 7-8). Que la Virgen María, en su advocación tan querida del Carmen, les acompañe y proteja siempre, y que Dios nuestro Padre les bendiga y les premie por todo. Muchas gracias.

 

 

 

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