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INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN «ESTADO E IGLESIA.
DESDE EL RESURGIMIENTO HASTA NUESTROS DÍAS»

DISCURSO DEL CARD. TARCISIO BERTONE,
SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD


Roma, Palacio Giustiniani
Miércoles 7 de marzo de 2012

 

Me alegra verdaderamente participar en la inauguración tan solemne de esta exposición, que quiere marcar, de modo simbólicamente fuerte, la clausura del 150° aniversario de la unidad política italiana, que coincide con el de «L’Osservatore Romano». En efecto, el periódico inició sus publicaciones con fecha del 1 de julio de 1861, algo más de cien días después de la proclamación de Víctor Manuel II como rey de Italia, el 17 de marzo.

Ciertamente, no fue una coincidencia, porque los fundadores del periódico habían sido dos laicos de Forlì y de Cento, Nicola Zanchini y Giuseppe Bastia, ambos abogados, súbditos del Papa, que se habían refugiado en Roma después de que los antiguos territorios de las Legaciones, en Emilia y en Romagna, habían sido anexados al Reino de Cerdeña durante los meses sucesivos a la segunda guerra de independencia. La intención de los dos prófugos políticos, que fueron sostenidos por el Gobierno pontificio, era dar vida a un folio que apoyara las razones del Pontífice y de su poder temporal, en aquellas circunstancias dramáticas de la historia italiana.

El nuevo periódico debía llamarse «El amigo de la verdad», pero más sabiamente se decidió por una cabecera, ya usada anteriormente, que pronto se hizo famosa en ámbito internacional, y en la cual, desde el primer número de 1862, se leen los dos lemas Unicuique suum y Non praevalebunt, que unen la tradición clásica y la cristiana. Así comenzaba la última etapa de un camino que concluiría un decenio más tarde con la conquista de Roma, el 20 de septiembre de 1870.

Esta pequeña, pero valiosa exposición, que el Senado de la República italiana ha organizado y preparado con «L’Osservatore Romano», quiere mostrar a través de documentos originales e imágenes, tomados de archivos italianos y vaticanos, algunos de los momentos más importantes del siglo y medio que ha pasado desde entonces. Aprovecho esta ocasión para agradecer la colaboración, verdadera expresión de las excelentes relaciones entre Italia y la Santa Sede, que también se manifestó en el generoso compromiso con el que muchas personas se han dedicado con entusiasmo a organizar la exposición.

El período ilustrado por esta exposición fue marcado por acontecimientos de diferentes tipos. Basta aludir a la construcción y después a la consolidación de la unidad italiana —a la que de hecho también contribuyeron de modo decisivo los católicos, a pesar de las dificultades, los contrastes y las contradicciones— y, al mismo tiempo, al crecimiento progresivo de la proyección mundial de la Santa Sede después de la pérdida del poder temporal.

Del siglo XX también es necesario recordar, por lo menos, los años de la Gran Guerra, que Benedicto XV, incomprendido y arrinconado por nacionalismos contrapuestos, definió como «matanza inútil», las dos décadas fascistas y el crecimiento nefasto de los totalitarismos; la Conciliación y la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano; la segunda guerra mundial y los horrores que produjo; el nacimiento de la República italiana y su Constitución; la reconstrucción y el auge económico; la preparación y el desarrollo del concilio Vaticano II; y el Acuerdo de revisión del Concordato. Así, se llega al siglo actual, con una crisis global que no es solamente económica, pero que debe aprovecharse como ocasión para un renovado compromiso moral, como Su Santidad Benedicto XVI ha recordado muchas veces.

Entre los documentos expuestos, quiero mencionar el breve apunte totalmente autógrafo de Pío XI, dirigido a su secretario de Estado, cardenal Pietro Gasparri, que no lleva fecha, pero que se remonta al 7 de junio de 1929. Escribe el Papa: «Le ruego que mande a nuestra nueva oficina telegráfica el siguiente texto para su inmediata transmisión: “A Su Majestad Víctor Manuel III, rey de Italia. El primer telegrama que mandamos desde esta Ciudad del Vaticano es para decir a Su Majestad que el intercambio de las ratificaciones de los Pactos lateranenses, gracias a Dios, desde hace unos instantes es un hecho consumado —quod prosperum felix faustum fortunatumque sit—, y además para impartirle de todo corazón una gran y paterna bendición apostólica a Su Majestad, a su augusta consorte, a toda la familia real, a Italia y al mundo”». El quirógrafo del Pontífice —que desde el día de su elección había mostrado claramente su voluntad de resolver la cuestión romana y llegar a una conciliación entre Italia y la Santa Sede— resume lapidariamente, con el estilo incisivo y al mismo tiempo solemne, típico de Pío xi, el sentido de esta exposición, que reconstruye eficazmente los principales momentos de las relaciones, durante largo tiempo difíciles y conflictivas, pero abiertas a un desarrollo con vistas al bien común, entre Italia y la Santa Sede. Con el paso de los años, a través de la Conciliación, el nacimiento de la República italiana, la celebración del concilio Vaticano II, la consolidación de la Conferencia episcopal italiana y el acuerdo de revisión del Concordato, estas relaciones se hicieron excelentes y ejemplares en la búsqueda constante de una armonía creciente entre Estado e Iglesia, y las ha seguido cada día, durante un siglo y medio, el diario del Papa.

Realmente es significativa, por tanto, la casi perfecta coincidencia del 150° aniversario de la unidad de Italia y del inicio de las publicaciones de «L’Osservatore Romano». Un diario que, entre otras cosas, ha informado de estas celebraciones con convicción y simpatía. También así se ha expresado la atención y la amistad de la Santa Sede por la nación italiana, en una relación que hoy está representada, al más alto nivel, por la consideración y la estima recíprocas entre usted, señor presidente de la República, y el Sumo Pontífice. Y por esta feliz ocasión, Su Santidad me ha encargado que renueve la expresión de sus mejores deseos para la amada nación italiana y para cuantos la sirven en sus instituciones.

 

 

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