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 SALUDO DEL CARD. TARCISIO BERTONE, SECRETARIO DE ESTADO,
AL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA SANTA MISA


Basílica Vaticana
Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2013

 

Beatísimo Padre:

Con sentimientos de gran conmoción y de profundo respeto no sólo la Iglesia, sino todo el mundo, han recibido la noticia de su decisión de renunciar al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor del Apóstol Pedro.

No seríamos sinceros, Santidad, si no le dijéramos que esta tarde hay un velo de tristeza en nuestro corazón. En estos años, su Magisterio ha sido una ventana abierta a la Iglesia y al mundo, que ha dejado filtrar los rayos de la verdad y del amor de Dios, para dar luz y calor a nuestro camino, también y sobre todo en los momentos en los que las nubes se condensan en el cielo.

Todos nosotros hemos comprendido que es precisamente el amor profundo que Vuestra Santidad tiene por Dios y por la Iglesia aquello que le ha llevado a este acto, revelando esa pureza de ánimo, esa fe robusta y exigente, esa fuerza de la humildad y de la mansedumbre, junto a un gran valor, que han distinguido cada paso de su vida y de su ministerio, y que pueden venir sólo de estar con Dios, de estar a la luz de la Palabra de Dios, de subir continuamente a la montaña del encuentro con Él para después descender a la ciudad de los hombres.

Santo Padre, hace pocos días, con los seminaristas de su diócesis de Roma, usted nos dio una lección especial: dijo que siendo cristianos sabemos que el futuro es nuestro, el futuro es de Dios, y que el árbol de la Iglesia crece siempre de nuevo. La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. Servir a la Iglesia con la firme convicción de que no es nuestra, sino de Dios, que no somos nosotros quienes la construyen, sino que es Él; que podamos decir con verdad la palabra evangélica: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10), confiando totalmente en el Señor, es una gran enseñanza que usted, también con esta sufrida decisión, nos da no sólo a nosotros, Pastores de la Iglesia, sino a todo el Pueblo de Dios.

La Eucaristía es dar gracias a Dios. Esta tarde queremos dar gracias al Señor por el camino que toda la Iglesia ha realizado bajo la guía de Vuestra Santidad y deseamos decirle desde lo más íntimo de nuestro corazón, con gran afecto, conmoción y admiración: gracias por habernos dado el luminoso ejemplo de simple y humilde trabajador de la viña del Señor; un trabajador, en cambio, que ha sabido en cada momento llevar a cabo lo que es más importante: llevar a Dios a los hombres y llevar a los hombres a Dios. ¡Gracias!

 

 
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