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CARTA DEL CARDENAL SECRETARIO PAPAL, AGOSTINO CASAROLI,
EN NOMBRE EL SANTO PADRE JUAN PABLO II,
AL RECTOR DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE MILÁN

 

Excmo. Sr. Prof. Giuseppe Lazzati,
Rector Magníficode la Universidad Católica
del Sagrado Corazón. Milán.

Muy distinguido profesor:

Al acercarse la "Jornada" que la Iglesia italiana se dispone a celebrar también este año siguiendo costumbre ya inveterada, en favor de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, ha enviado usted una devota carta al Sumo Pontífice informándole del tema "Verdad para el hombre", hacia el que se quiere atraer la atención de la comunidad cristiana en esta ocasión.

Su Santidad le da las gracias de su atención cortés por mi medio; y al augurar feliz éxito a dicha "Jornada", desea manifestarle su complacencia por haber elegido este interesante tema de reflexión, que se presta a enfocar certeramente la naturaleza verdadera y la finalidad esencial de toda universidad, sobre todo cuando se precia del calificativo de "católica".

Pues la verdad es la meta, a que se encamina la actividad universitaria en el contexto de una interacción significativa entre enseñanza e investigación, estimulada por las perspectivas que ofrece el diálogo interdisciplinar. Ni criterios de utilidad, ni intereses de grupo, ni preocupaciones de otro orden, guían al investigador serio en su camino difícil y fatigoso; se mueve sólo por el deseo de "comprender", o sea de hacer suya en cierto modo la verdad de que están impregnados los seres que le rodean, la verdad que está detrás de enigma del mismo ser humano. En actitud, de admiración profunda ante el misterio del universo, el investigador se afana por dar respuesta a los interrogantes que acucian por todas partes a su alrededor; respuesta no arbitraria, ni precipitada, ni pasional,—sino adecuada en lo posible a la realidad. Esta es, en efecto, la meta a que se dirige, o sea, una cada vez mayor "adaequatio intellectus et rei" (Contra Gentes 1, 59), en la que Santo Tomás sitúa con acierto la "perfección de la inteligencia" (Sum. Th. II-II, q: 109, a. 2 ad 1).

Esta "pasión" por la verdad debe resplandecer con evidencia particular en el quehacer científico de quienes constituyen una Universidad Católica. Pues ellos saben que todo ser creado lleva en sí un vestigio de la Esencia divina inmutable y que, por ello, en toda verdad finita, tanto física como histórica o filosófica, reverbera algún rayo de la sabiduría creadora del Verbo, sin el que "no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).

Esta apertura a la dimensión trascendente de la verdad, mientras por una parte estimula al investigador a la fatigosa "ascesis intelectual" requerida por la adhesión dócil y plena a las exigencias del método científico; por otra parte le prepara a comprender el significado fundamental de su esfuerzo por conocer; éste se funda en el cumplimiento del mandamiento primigenio: "someted la tierra y dominad ...sobre todo cuanto vive" (Gén 1, 28). En cuanto "imagen de Dios" (Gén 1, 17), el hombre es el centro del universo visible, y todo reflejo de verdad presente en el universo debe considerarse en función de él. El significado último del esfuerzo encaminado a conocer la realidad no puede ser otro, por tanto, que el de conquistar la tierra para servicio del hombre.

Por desgracia, la experiencia actual parece desmentir de muchas maneras este destino "humanista" de la ciencia. En la Encíclica Redemptor hominis el Santo Padre ha denunciado las amenazas que se ciernen sobre el hombre de hoy, por el "trabajo de su entendimiento" (núm. 15) y ha calificado este hecho de "capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea" (ib.). Es esencial y urgente que todo investigador honrado se interrogue sobre la finalidad a que se encamina de hecho su trabajo, es decir, si tiende de verdad a "hacer la vida del hombre sobre la tierra, más humana en todos sus aspectos" (cf. ib.).

No hay quien no capte el papel importante que está llamada a desempeñar una Universidad Católica desde este punto de vista. Esta debe estar convencida de que su misión prioritaria es poner en acto una presencia incisiva en el mundo de la cultura, estimulando el sentido de responsabilidad de los elementos que la forman y recordándoles el deber de conseguir que toda forma de investigación se mueva constantemente dentro del horizonte de los intereses fundamentales del hombre. Nadie mejor que el cristiano puede reconocer la obligada finalización "humanista" del progreso cognoscitivo. ¿Acaso no dobla las rodillas ante el misterio de la Verdad encarnada al profesar cual dogma central de su fe la asunción de la naturaleza humana —y por consiguiente, de todo hombre de algún modo (Gaudium et spes, 22)— en la unidad de la Persona del Verbo? La verdad y el hombre están ya inseparablemente unidos. Por tanto, para el cristiano no puede haber lugar a dudas: no acerca a la verdad auténtica un progreso científico que aleje del hombre.

Al proponer estos puntos de reflexión, sobre el tema elegido para la próxima. "Jornada", el Santo Padre expresa el  deseo de que los miembros de este Ateneo reciban estímulo para acrecentar su empeño en el cumplimiento de sus tareas, tan entusiasmantes cuanto delicadas; y aprovecha asimismo la ocasión para animar a los católicos italianos a estar cerca de su Universidad con la ayuda de la oración y la aportación económica.

Con estos sentimientos imparte a usted, a la gran "familia" de la Universidad Católica y a todos sus bienhechores, una bendición apostólica especial, al mismo tiempo que para demostrar su apoyo personal y concreto le destina como don suyo la suma adjunta.

Aprovecho gustoso esta ocasión para reiterarme de usted, affmo.

Cardenal Agostino CASAROLI

 

18 de abril de 1980

 

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