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MENSAJE DEL CARD. AGOSTINO CASAROLI,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II,
AL PRESIDENTE DEL MOVIMIENTO INTERNACIONAL DE
APOSTOLADO DE MEDIOS SOCIALES INDEPENDIENTES (MIAMSI)

 

Señor Presidente:

En nombre del Santo Padre tengo el gusto de dirigirme a usted y por su medio a los responsables del MIAMSI, a los consiliarios eclesiásticos y a los delegados de los distintos países, con ocasión de la V asamblea general del Movimiento, para expresarle toda la estima que les profesa el Papa Juan Pablo II y transmitirles sus mejores votos a fin de que este encuentro produzca mucho fruto.

Reunida en Río de Janeiro, del 17 de septiembre al 5 de octubre, esta asamblea representa un tiempo fuerte de oración y conversión, y un signo visible de comunión eclesial y catolicidad; es también un momento privilegiado para reflexionar sobre vuestros compromisos y revisarlos juntos a la luz de la fe; y un punto de partida hacia una participación más intensa en la misión evangelizadora de toda la Iglesia.

Jesús, presente por su Evangelio y en la Eucaristía, acogido en la Iglesia por la fe, anunciado por la palabra y el testimonio ante los hombres de todas las naciones y, en particular, de los ambientes que os proponéis evangelizar, sea para vosotros "el camino, la verdad y la vida", y anime y guíe la actividad de todo el Movimiento y de cada uno de sus miembros.

Dentro de la tradición de la familia de los Movimientos de la Acción Católica especializada, el MIAMSI está radicado en un ambiente generalmente privilegiado a nivel de tener, poder y saber. Su acción apostólica se dirige, por tanto, a los ambientes varios que disfrutan de un alto nivel de vida y cultura, y ejercen funciones importantes en la sociedad. De modo que estáis llamados a asumir muchas tareas y atender a necesidades múltiples. Lo que podemos llamar idolatría de la riqueza, del poder y de la razón se manifiesta con frecuencia y muy acusadamente hasta llegar a la crisis; y vosotros mismos habéis constatado cuánto incide en vuestro medio social esta idolatría. Crea espejismos atrayentes que afectan al desarrollo del mundo moderno.

Hay idolatría de la riqueza cuando todo el proyecto de vida de las personas, familias, grupos sociales y pueblos, sobrepasando la búsqueda legítima de seguridad y progreso, se orienta a la carrera de acumulación y disfrute de bienes materiales; cuando se basa en éstos más que en otros medios para solucionar los problemas humanos o simplemente para llegar a una felicidad que se limita a la satisfacción de instintos o al mero hedonismo; cuando estos bienes constituyen el baremo privilegiado del progreso y el desarrollo; cuando los modelos de cultura de la sociedad del consumo insaciable llegan a esclavizar; cuando se derrocha a la vez que se disfruta de una opulencia escandalosa, y falta sensibilidad a los clamores de la gran miseria que azota a muchas partes del mundo.

Claro está que debemos regocijarnos ante el progreso económico que supone dominio creciente del hombre sobre la naturaleza de acuerdo con la voluntad del Creador, y que debemos animar a cuantos prestan su contribución al desarrollo que ahora es el nuevo nombre de la paz. Pero el hombre "no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus propios productos. Una civilización con perfil puramente materialista condena al hombre a tal esclavitud, por más que a lo mejor esto suceda contra las intenciones y las premisas de sus pioneros" (Redemptor hominis, 16). Si el hombre pone el corazón en las riquezas, éstas no pueden menos de engendrar servidumbres y presiones en cadena; mientras que por el contrario, si se administran según principios éticos superiores, pueden servir a responder equitativamente a las necesidades materiales de los hombres y de los pueblos. "Bienaventurados los pobres", dijo el Señor: las bienaventuranzas nos llaman a vivir con autenticidad las exigencias del Evangelio, por encima de retóricas inconsistentes. dando testimonio coherente de cristianismo en el ambiente en que vivimos.

Se puede hablar también de idolatría del poder, cuando éste no es expresión de un servició al bien común; cuando se concentra en formas totalitarias, limitando o violando libertades y derechos inherentes a la dignidad del hombre y de los pueblos; cuando se enjuicia todo según etiquetas políticas sin criterios de bien o de mal, de verdad o falsedad; cuando se manipula a las personas; cuando se justifican los medios por el fin; cuando se absolutiza la transformación de las estructuras, legítima y necesaria muchas veces, sin fundamentarla en una auténtica conversión del corazón; cuando se utiliza la violencia como medio político; cuando todo compromiso se reduce exclusivamente a una politización opresora.

Bien sabemos que Dios ha llamado a los hombres, pueblos y naciones a ser protagonistas del propio destino a través de la participación en el funcionamiento de la vida pública. Ciertas afirmaciones retóricas contra toda clase de poderes parecen expresar una tendencia masoquista a la impotencia y podrían llevar a una anarquía peligrosa. Pero el "poder" debe considerarse como instrumento para "poder servir", "poder compartir", "poder amar" más eficientemente. Es, en fin, el bien del hombre —digamos de la persona humana en la comunidad— el que debe constituir el criterio esencial de todos los programas, ' sistemas y regímenes, en cuanto factor fundamental del bien común (cf. Redemptor hominis, 17).

Finalmente, ha idolatría del saber humano cuando la razón se considera auto-suficiente, por orgullo; cuando se reduce a un racionalismo que pretende ser la única vía de acercamiento a la realidad y a la verdad, ignorando la riqueza de la dimensión afectiva, cultural y religiosa del hombre; cuando el saber humano pretende reducirse a los frutos de la razón práctica, de la ciencia y de su aplicación técnica; o también cuando hay orgullo de pertenecer a la "élite" iluminada de la sociedad y se menosprecia a los pequeños, humildes y hambrientos a quienes el Señor prestó ayuda (cf. Lc 1, 50-53); cuando el saber llega hasta a oponerse a la fe, a un modo de conocimiento sobrerracional que es de otro orden del de la razón humana, pero puede llevarla a plenitud sin contradecirla ni reemplazarla.

¿No son acaso antiguas idolatrías los que bajo formas diferentes inspiran las líneas de fuerza del secularismo, materialismo y ateísmo antropocéntrico, cuya fuerte influencia se ejerce en los varios modelos de sociedad industrial y están en la base de las tendencias inhumanas de este "humanismo" (cf. Evangelii nuntiandi, 53)? Pero allí donde la noche parece más cerrada, brillan también signos positivos, presagios de la aurora. En la jungla de civilizaciones más avanzadas técnicamente y, al mismo tiempo, amenazadas moralmente, aparecen en claro-oscuro signos de exigencia, esperanza y afirmación de una civilización nueva, la "civilización del amor".

Permitidme que evoque ahora estos signos de los tiempos ante la perspectiva de este final de milenio que nos abre muy amplios horizontes.

¿Acaso no estamos asistiendo a una creciente toma de conciencia y a la reivindicación de la dignidad de toda persona humana, de la soberanía de los pueblos, del florecer y afirmarse de culturas diferentes, no por aislamiento "chovinista", sino para enriquecer el patrimonio cultural de toda la humanidad? ¿Es que no estamos presenciando una toma de conciencia del valor de una vida que no se mide por el poseer sino por la calidad de la existencia, por el desarrollo de todas las dimensiones del hombre? ¿No constatamos una búsqueda intensa del sentido fundamental y unificador de la vida tanto personal como colectiva y, sobre todo, una afirmación, una exigencia y hasta una necesidad de vida religiosa en las personas y los pueblos? Ello no sorprende al creyente, pues es el mismo Cristo quien está actuando: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22) ... "Jesucristo se hace presente de nuevo en cierta manera, a pesar de todas sus ausencias aparentes, a pesar de todas las limitaciones de la presencia y actividad institucional de la Iglesia. Jesucristo se hace presente con la potencia de la verdad y del amor que se han manifestado en El con plenitud única e irrepetible" (Redemptor hominis, 13).

No se trata aquí de un salto en el vacío, ni de una utopía, ni de un delirio de fines de siglo. Debemos ser capaces de discernir con lucidez y realismo los signos anunciadores de esta civilización nueva; y contando con las etapas que sean necesarias y con la complejidad y enmarañamiento de las situaciones, debemos protagonizar cada vez más su construcción gradual y paciente.

Convenzámonos de que sólo aceptando todos la paternidad divina, encontrará su origen y sentido profundo la fraternidad humana, y llegará a florecer plenamente produciendo frutos de caridad, paz, justicia y desarrollo integral y solidario de los hombres y de los pueblos. Dada la universalidad del mensaje cristiano que a todos, hombres y mujeres de toda raza, condición social y país, invita a proclamar a Jesucristo, Señor de la historia y Cabeza del Cuerpo místico que es su Iglesia, nadie queda excluido de esta obra de evangelización.

A vosotros, pues, que compartís la acción apostólica del MIAMSI, se os pide muy especialmente ser discípulos y testigos de la Buena Nueva del Evangelio, a fin de cooperar, gracias a la luz y la fuerza que brotan de él, a la conversión de la conciencia individual y colectiva de los hombres, de vuestro prójimo, de vuestro ambiente social. Esto requiere unión muy profunda con Jesucristo en la meditación de su Palabra, en la oración, en la participación en los sacramentos y vida de su Iglesia, para que sea El quien actúe en vosotros y se exprese su caridad por medio de vosotros.

El Santo Padre ruega especialmente por esta intención y os envía su bendición apostólica pidiendo al Espíritu Santo que fecunde los trabajos de vuestra asamblea, e inspire a cada uno de los miembros del MlAMSI.

Complacido de transmitiros este mensaje, Señor Presidente, os ruego aceptéis la seguridad de mi estima.

 

Cardenal Agostino CASAROLI
Secretario de Estado

 

 

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