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RESPUESTA DEL CARDENAL AGOSTINO CASAROLI,
A LAS PALABRAS DE SALUDO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 12 de enero de 1981

 

Señor Decano,
señora,
Excelencias,
señoras y señores:

Después de haberse reunido esta mañana en torno al Soberano Pontífice para felicitarle por el año nuevo en nombre propio, de sus Gobiernos y de sus Naciones, han querido ustedes reunirse de nuevo, siguiendo así una simpática tradición ya consolidada, e invitando a ella también a mis más próximos colaboradores y a mí mismo, para intercambiarnos una vez más los buenos deseos que nos dictan la amistad y la convergencia de funciones y preocupaciones.

Este segundo encuentro, aun revistiendo un carácter familiar y desarrollándose en una atmósfera mucho más íntima, no es por ello menos solemne ni menos significativo.

Agradezco muy de veras a su eminente y elocuente portavoz la cortesía con que se ha dirigido a mí. Puedo asegurar que S. E. mons. Martínez, S. E. mons. Silvestrini y yo mismo, todos y cada uno apreciamos justamente sus sentimientos, y pueden ustedes igualmente estar seguros de los nuestros.

Esta mañana les ha expuesto el Santo Padre su pensamiento acerca de algunas cuestiones fundamentales que centran su atención y le preocupan no menos que a ustedes mismos. Creo que lo que les ha expuesto será objeto de amplias reflexiones por parte de personas que, como es su caso, asumen responsabilidades respecto de sus propias naciones y respecto de la humanidad. De ninguna manera es mi intención repetir lo que el Papa les ha dicho ya, ni añadir nada.

Pero no puedo dejar de recordar en este momento, y ante ustedes, la importancia que la Santa Sede atribuye a la función de la diplomacia y a la acción que ella está llamada a realizar al servicio de la humanidad; he de decir también cuánto aprecia la Santa Sede la presencia, cerca del Soberano Pontífice, de tantos representantes de países de todos los continentes, países de tradición católica o cristiana más o menos antigua, países también de expresiones religiosas y culturales diferentes.

Siendo muy importante en efecto para la Santa Sede el mantener un diálogo abierto y confiado con los pueblos y culturas de todas las latitudes, no concede, sin embargo, menos importancia a los contactos orgánicos y autorizados que las relaciones diplomáticas le permiten mantener con los órganos a los que compete, según las diferentes formas constitucionales de cada país, la representación de los Estados y la determinación de su actitud oficial, tanto en lo que concierne el orden interno como en el plano internacional.

Estos contactos abren el camino a un diálogo privilegiado, sea sobre cuestiones de carácter y de interés bilaterales, sea sobre problemas que afectan al presente y futuro de diversos países, de regiones enteras, del mundo en su conjunto: problemas a los que la Santa Sede de ningún modo se siente ajena; bien al contrarío, en virtud de su carácter esencialmente universal y de su misión fundamentalmente pacificadora, se siente íntima y responsablemente interesada por todos ellos. La representación que les han confiado sus respectivos países ante la Sede Apostólica, les sitúa a ustedes en uno de los puntos del servicio diplomático donde es de rigor una perspectiva mundial y donde son inevitables las repercusiones de las situaciones, de las crisis, de los problemas que llegan de cualquier parte de la gran familia humana, incluso de la más pequeña o de la más lejana geográficamente.

Aquí, por lo demás, todo se percibe y se refleja bajo el aspecto de los valores y de las posibilidades de acción que llamamos "morales". Pero ustedes comprenden bien la importancia de la acción moral que la Santa Sede —y no sólo ella, ciertamente— está en condiciones de desarrollar para sostener las causas justas y los intereses vitales de los pueblos: se trata de la paz, de la lucha contra el hambre y contra la sed, contra las enfermedades, el subdesarrollo, y también de las buenas relaciones y de la cooperación internacional en favor de los países menos favorecidos en definitiva, del progreso de toda a Comunidad de naciones.

Ustedes son los testigos cualificados de esta actividad del Soberano Pontífice y de la Santa Sede. Muchas veces participan también ustedes mismos en ella: a través de las indicaciones que pueden ofrecer sobre las diferentes situaciones y sobre el juicio que merecen a sus Gobiernos; a través de la discusión conjunta de los problemas en los que, aunque sea por razones diversas, están interesados la Santa Sede y sus propios países; a través de la cooperación —no es infrecuente el caso— que es solicitada a sus Gobiernos, o que sus Gobiernos solicitan .por medio de ustedes.

¡Ojalá que esta acción —la de la Santa Sede y la de todos los responsables de buena voluntad a quienes representan y en cuyo nombre actúan ustedes— no sea en vano! ¡Ojalá que las nubes que se acumulan sobre el horizonte inter-nacional al comenzar este año lleguen también a disiparse gracias al esfuerzo conjunto de todos, para beneficio de la tranquilidad, de la serenidad y del progreso de la familia humanal

Tal es el deseo que formulo, acompañándolo gustosamente con mis mejores votos para ustedes mismos, sus familias y sus países.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 25 de enero de 1981,  n.4,  p.18.

 

 

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