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CARTA DEL  SECRETARIO DE ESTADO CARD. CICOGNANI,
EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII,
A LA XXXV SEMANA SOCIAL ITALIANA

 

Emmo. y Rvdmo. Sr.:

En la ciudad de Siena, grata al corazón de todos los italianos por sus maravillosas riquezas artísticas y por el recuerdo de la celestial patrona Santa Catalina, la próxima XXXV Semana Social de los católicos de Italia, con el tema: “Las repercusiones sociales de las técnicas audiovisuales”, se ocupará de un tema que interesa especialmente a la Iglesia y que evidencia su preocupación maternal por todo lo que contribuye al perfeccionamiento del hombre y al desarrollo de la convivencia humana.

Es innegable que el problema de los nuevos instrumentos de comunicación social es de una actualidad relevante, lo confirma el que haya sido objeto de estudio de los trabajos preparatorios del Concilio Ecuménico Vaticano II, y será también tratado en el Concilio mismo a través de una competente Comisión conciliar. Intérprete, por tanto, de los sentimientos del Sumo Pontífice, soy gustoso de manifestar a vuestra eminencia reverendísima y a todos los participantes en la Semana el saludo y los cordiales votos de Su Santidad por el feliz éxito de estas sesiones.

Muy oportuna ha parecido al Sumo Pontífice la elección del tema, que examinará los alcances sociales de las técnicas audiovisuales, con especial dedicación a las modificaciones que ya pueden apreciarse en el comportamiento humano de los individuos, de sus familias y de la colectividad. Aunque en torno a este tema no ha faltado una profusión de estudios y reuniones, con preocupaciones de carácter moral, cultural, estético y estrictamente pastoral, sin embargo el aspecto que la Semana de Siena va a tratar es aún un campo en gran parte inexplorado. Está justificada, por tanto, la expectativa ante la contribución que los profesores de la Semana se proponen aportar, con su probada experiencia. Consecuentemente se podrá sugerir a cuantos están empeñados en la acción cívica o pastoral útiles orientaciones para garantizar un empleo provechoso de estos nuevos hallazgos de la técnica, orientaciones que, para su validez, suponen un preciso y bien documentado conocimiento de los influjos positivos o negativos de la realidad audiovisual en los diversos campos de la vida social.

Hoy día es plenamente evidente, por la observación diaria que los medios audiovisuales influyen profundamente en el comportamiento de los miembros de la comunidad. Ello es debido no solamente a lo directo de su lenguaje, accesible a las más diversas categorías sociales, sino especialmente a que estos instrumentos constituyen nuevas vías de relación entre ambientes y grupos humanos diversos por su cultura, desarrollo económico, progreso social, nivel moral y religioso. De forma que núcleos hasta ahora cerrados y aislados por medio de los instrumentos audiovisuales quedan hoy bajo la influencia de propagandas de modos de vida diferentes, en gran parte, de los tradicionales; estas invitaciones y reclamos, penetrando en la intimidad misma de las conciencias y de las familias, suscitan nuevas exigencias y actitudes que pueden conseguir resultados positivos o negativos, constructivos o devastadores de los más profundos valores de la vida.

La Iglesia mira con benevolencia estas nuevas conquistas de la técnica, puestas a disposición de la Humanidad. Se trata de verdaderos dones de Dios que manifiestan su grandeza, y al mismo tiempo son expresión del progresivo dominio sobre la naturaleza, que es vocación propia del hombre llamado por la Providencia Divina a colaborar en el desarrollo de la obra de la creación. Lejos, por tanto, de menospreciar su valor, la Iglesia sabe bien que los instrumentos audiovisuales, puestos al servicio del hombre, ofrecen nuevos y maravillosas posibilidades de bien y “pueden contribuir a una mayor elevación de la dignidad humana, a propagar y divulgar el arte genuino y la verdad” (Juan XXIII, Carta Apos. Boni Pastoris).

No es difícil apreciar todo esto. Basta considerar, entre otras cosas, las innumerables ventajas que se derivan del uso de los instrumentos audiovisuales en la difusión de la cultura; su importancia en el acercamiento y comprensión entre las clases sociales y los diversos pueblos; la ayuda ofrecida a todos los ciudadanos para alcanzar una más completa madurez política; los nuevos horizontes abiertos a la acción pastoral para una mayor propagación y penetración del pensamiento y del espíritu evangélico, y una más vasta extensión del Reino de Dios en el mundo.

Pero es natural que el interés particular de la Iglesia sobre estos medios se deba ante todo al significado educativo que encierra su empleo. Se trata de un problema que ha alcanzado en ciertos aspectos una importancia superior al mismo problema escolar, pues los instrumentos didácticos tradicionales se han visto acrecentados por estos últimos, que influyen más ampliamente no sólo en los jóvenes cuando están en el ambiente escolar, sino en la población de todas las edades y condiciones, y en el momento mismo de la vida familiar.

Justamente sobre este aspecto, análogamente a cuanto debe afirmarse sobre todas las instituciones e instrumentos educativos, la Iglesia también se ocupa de las técnicas audiovisuales con conciencia de las tareas bien precisas a realizar, a las que no puede ser ajena: tarea ante todo de valoración moral de las diversas manifestaciones de estos medios para guiar las conciencias a su recta utilización; empeño también en tomar las oportunas iniciativas con el fin de afianzar de manera eficaz la presencia de los valores religiosos en el desarrollo de la vida social contemporánea. “La Iglesia —así se expresa la encíclica Miranda Prorsus—, siendo depositaria de la doctrina de la salvación y de todos los medios de la santificación, tiene el inalienable derecho de comunicar las riquezas que se le han confiado por disposición divina. A tal derecho debe corresponder el leer por parte de los poderes públicos de hacerle posible el acceso también a estos medios de comunicación social, mediante los cuales propague la verdad y la virtud”. Esto aparece más urgente aún si se piensa en los alcances negativos de estas mismos medios por motivo de los abusos y de las profanaciones a que pueden ser llevados por la debilidad o la malicia humana; peligro éste tanto más grave cuanto mayor es el poder sugestivo de estos instrumentos, y cuanto más extenso e indiscriminado es el público al que éstos pueden “conducir tanto al reino de la luz, de lo noble y de lo bello como a los dominios de las tinieblas y de la profanación” (Miranda Prorsus).

La extrema gravedad de las consecuencias de la diversa y opuesta utilización de tales medios impone deberes estrictos a todos los que tienen la responsabilidad de los mismos, a fin de que el hombre moderno, al emplear estos medios como los demás bienes temporales, no pierda jamás la conciencia de su dignidad, manteniéndose dominador y árbitro de la realidad. Particularmente incumbe a quienes están investidos de los poderes públicas la obligación de una oportuna intervención tanto para prevenir y remover las posibles influencias negativas como también para ofrecer elementos válidos para una verdadera instrucción y educación de los miembros de la comunidad. Esta vigilancia pública, dentro de los límites justos, no puede ser considerada como una indebida presión sobre la libertad de los individuos; es a su vez, para el Estado, un legitimo ejercicio de sus funciones de tutor y promotor del bien común en un sector delicado como ninguno, Al cumplir estas funciones la autoridad pública deberá, sin embargo, favorecer la libertad de expresión, y tendrá en cuenta el derecho natural de la persona a formarse un juicio propio sobre los acontecimientos sin ceder a presiones externas que lesionen su autonomía espiritual. Pero no menos importante es el deber del Estado de vigilar para que la legítima libertad de cada uno en el empleo de estos medios no vaya contra la verdad o más allá de los limites de la justicia y de la honestidad, especialmente en lo que se refiere al respeto debido al sentimiento religioso, a la familia, a la sensibilidad de los jóvenes y a la misma autoridad civil. “Pues si el patrimonio civil y moral del pueblo —así se expresaba el Sumo Pontífice Pío XII, de v. m.— y de las familias ha de ser tutelado lo más eficazmente posible, con mayor razón la autoridad pública ha de intervenir debidamente para impedir y frenar los más peligrosos impulsos”. (Discurso del 21 de junio de 1955.) De lo contrario, habría de hablarse de licenciosidad, no de libertad.

Sobre éstos y otros temas relacionados con la realidad audiovisual, la próxima Semana de los católicos italianos está llamada a expresar su autorizado parecer y sus clarividentes orientaciones. Su Santidad confía en que una vez más las Semanas Sociales de los católicos italianos hagan sentir su propia eficacia sobre un problema de los más cruciales y delicados de la vida de la nación.

A tal fin, Su Santidad, con Su paternal preocupación, consciente de que las costumbres morales culturales y religiosas del pueblo serán consecuencia en gran parte del diverso empleo de estas técnicas, hace un llamamiento a todos los hombres de buena voluntad para que se pongan al servicio del bien común en este campo, y alienta a los expertos a contribuir con su cultura y capacidad artística y expresiva. Se dirige a sus queridos hijos del laicado para que perseveren en los laudables esfuerzos emprendidos. Cada vez más numerosos y unidos, sensibles a las amables directrices de la jerarquía, pongan voluntariamente a disposición de la Iglesia sus talentos, secunden sus deseos, promuevan sus iniciativas con espíritu de concorde disciplina y con criterios genuinamente cristianos. Con su presencia y con su sentido de responsabilidad, especialmente por medio de la cooperación en el apostolado y de las organizaciones de inspiración cristiana, sepan así convertirse en instrumentos eficaces y oportunos para el desarrollo de una orientada civilización cristiana.

Estos son los votos que llenan el corazón del Papa, y con objeto de que puedan convertirse en consoladora realidad, envía a todos los participantes en la Semana de Siena, especialmente a vuestra eminencia y al celoso pastor de la diócesis de Siena, el consuelo de la bendición apostólica.

Vaticano, 15 de septiembre de 1962

 

A. G. cardenal Cicognani


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