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Mgr Pio LAGHI

Intervention à la Conférence des Nations Unies sur l’eau, Mar Del Plata (Argentine)*

22 mars 1977



Quiero que mis primeras palabras sean un fraternal saludo para todos los señores delegados, pero en particular para Vuestra Excelencia, a quien deseo expresar muy sinceras felicitaciones por su designación como Presidente de esta asamblea y por el acierto con que ejercita su función de dirigirnos. Asimismo me congratulo con el ilustrísimo Secretario General de esta Conferencia, el señor Yahia Abdel Magged, cuyos desvelos y preocupaciones se han visto coronados con merecido éxito.

No puedo tampoco dejar de expresar mi cordial agradecimiento al pueblo y Gobierno argentinos por habernos recibido en esta hermosa ciudad, digno exponente de un país al cual el Señor ha dado incalculables riquezas.

La Santa Sede ha aceptado participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el agua, en la convicción que esta Conferencia representa – para decirlo con las mismas palabras del Secretario General – «un paso indispensable para una vida mejor».

En los años recientes se ha producido un gran incremento de la atención mundial hacia el agua, que constituye un elemento esencial de la vida, así como también parte fundamental de nuestro medio ambiente. Mucho se está haciendo para evitar el uso inconveniente de ese vital elemento, pero hace falta aún un grande y sostenido esfuerzo para lograr una armonización adecuada de las distintas actividades humanas y así preservar nuestro patrimonio natural en beneficio de la posteridad.

Estamos igualmente convencidos de que el estudio del agua, en la escala prevista por esta Conferencia, deberá incluir insoslayablemente, el contexto total del medio ambiente y las relaciones dinámicas de carácter ecológico entre el agua y el hombre. Dichos temas son inseparables de todo cuanto atañe al desarrollo, y estamos seguros de que la verdadera importancia del mismo reside en la contribución que éste aporta al hombre, y en la solución de las dificultades diarias que afectan a los más necesitados.

Como el agua tiene un considerable impacto sobre el bienestar del hombre así como en su nivel de vida – en el Oriente Medio se llama el agua «hermana del alma» –, las consideraciones humanas deben, consecuentemente, pesar en la provisión de abastecimiento de agua para la comunidad, especialmente en el caso de las agrupaciones rurales, de las que cientos de miles viven aún hoy sin un adecuado abasto del precioso elemento.

La Delegación de la Santa Sede desea enfatizar también que el acceso a una provisión de suficiente agua para todos los individuos, familias y comunidades; es una cuestión de justicia. Muy pocos de aquellos a quienes les basta abrir una canilla para tener abundancia de agua potable, tanta como deseen, saben que – según estadísticas – más del 80 por ciento de la población mundial no tiene acceso al abastecimiento público de agua. Sólo el 20 por ciento tiene ese privilegio. Y aun así, dicho abastecimiento es en su frecuencia deficiente, ya sea en calidad como en cantidad, O en ambas a la vez. Un poco menos de la mitad de los usuarios en el mundo tiene vinculadas sus casas con un servicio público de abastecimiento comunal.

En un mundo nuevo, basado en la justicia social distributiva, los objetivos del desarrollo deben ser humanizados y dirigidos, en forma primaria, a dar al hombre dignidad y un mejor modo de vida, así como también un mínimo acceso a aquellos recursos naturales de los que tiene derecho a usufructuar.

Los programas de asistencia que la Iglesia ha inspirado y aun dirigido desde hace tiempo, han dacio siempre grande importancia al agua. Y ello no sólo porque el agua ha jugado desde época inmemorial una función fundamental en los simbolismos y ritos religiosos, sino y sobre todo por la promesa del Señor, que leemos en el Evangelio: «Ni un vaso de agua fría dacio en mi nombre, quedará sin recompensa». Después de todo, se nos juzgará por el hecho de haber – o no haber – compartido el pan con el hambriento, el agua con el que tiene sed, la casa con el hermano que carece de vivienda.

Es a la luz de estas seculares convicciones que debemos evaluar la contribución hecha por las organizaciones de la Iglesia vinculadas a la promoción humana, con financiamiento de programas específicos de asistencia en este sector, en diversas partes del mundo, tal como ha sido documentado en el estudio presentado por la Santa Sede, que obra en poder de la Secretaría de la Conferencia (Doc. E-Conf. 70-TP 61). El documento es una síntesis con una descripción concisa de los métodos de trabajo y programas realizados por múltiples organizaciones, tanto en los proyectos en gran escala, como en las pequeñas realizaciones.

La ayuda de los expertos – tan preciosa en sí misma – no siempre resulta todo lo útil que se desearía, si tenemos en cuenta que los super-especialistas recomiendan, a menudo, sistemas complicados o costosos en demasía, sin caer en cuenta, por ejemplo, que a veces un pequeño primer paso representa un enorme progreso en determinadas áreas. Nos resulta aquí también iluminadora, en el problema del agua que tratamos, una frase del Papa Pablo VI en su Encíclica Populorum progressio, que: «para un verdadero desarrollo no sólo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número; son aun necesarios pensadores de reflexión profunda, que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación».

Tampoco es dable suponer que un supercomisionado pueda disponer un día, desde su escritorio, las soluciones inmediatas de los problemas de las zonas rurales y de los suburbios insalubres de todas las ciudades del planeta. Deseamos precisar que, a nuestro juicio, el problema deberá comenzar por ser resuelto, en pequeña escala, incluso por la adecuada educación, sin que esto implique olvidar, o no tener prevista, la solución de conjunto de los grandes problemas hídricos de un país, o de una región.

Y aquí nos parece importante recalcar – cosa por otra parte ya sabida por todos los señores delegados – que es el hombre el sujeto fundamental de todos los desvelos de la comunidad en las obras de ayuda, obras que no deben caer como una lápida sobre el sumergido o el subdesarrollado. El agua no es más que el objeto de nuestras atenciones: un «medio», o un elemento indispensable para que el hombre pueda alcanzar su desarrollo integral.

Tratándose del desarrollo, no debe ser tampoco una dádiva o una limosna que se regala al hermano menos provisto: sino que, con fina sensibilidad, se debe procurar que cada hombre, dentro de los límites razonables, participe con su trabajo en su propia dignificación, haciendo realidad la ya conocida sentencia: «Cada uno, con su esfuerzo, debe ser artífice de su propia redención». Así, y sólo así, los programas delineados lograrán totalmente la meta ambicionada.

Dentro de los graves problemas que demandan la solícita atención internacional, no podemos dejar de señalar las dificultades, aún insolubles, que presentan los deshechos radioactivos, tanto en lo que hace a su transporte como a su almacenamiento y eliminación. Tal cual lo señala una publicación reciente, esos deshechos tardan unos 25.000 años en perder la mitad de su radioactividad. Cabe entonces preguntarse, frente a tan tremenda circunstancia, en qué modo deberán protegerse las fuentes de agua contra tales contaminantes y las medidas de precaución que, en tal sentido, habrán de ser adoptadas.

También deberá encontrarse respuesta adecuada al propósito, señalado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos, de ofrecer «agua pura, para todo el mundo, en 1990». Recordando el proverbio que dice: «Cuando bebas agua, piensa en sus manantiales», no aliviaremos por cierto el sufrimiento de los necesitados si solamente pensamos en ello, y meditamos sobre las fuentes del precioso elemento, pero quizá lograremos incrementar nuestra sensibilidad hacia sus necesidades y atender la dimensión humana del problema; y dispondremos nuestra capacidad para resolverlo.

Junto con aquellos que diagraman las políticas de la Comunidad de las Naciones, estamos al tanto de nuestra responsabilidad colectiva en el logro de soluciones efectivas para los problemas que crea la pobreza en el mundo. La verdadera importancia de esta Conferencia reside en la contribución que puede – y debe brindar al mejoramiento del nivel de viera de las masas, especialmente de los países en vías de desarrollo, a través del más adecuado aprovisionamiento de agua.

Teniendo en cuenta la sugestión de promover programas educacionales, tendientes a favorecer una activa participación del público usuario, así como enfatizar el valor y la necesidad del agua, en los sectores urbanos, agrícolas e industriales como fuera recomendado en el documentó de Consolidación de Acciones y en la resolución adoptada por la Conferencia de Vancouver, sobre «Habitat» –, la Santa Sede desea recalcar su disposición para cooperar en encarar y promover todas las iniciativas tendientes a difundir los objetivos básicos de la Conferencia. En este sentido, la Delegación de la Santa Sede daría su bienvenida a una decisión operativa de la Conferencia, requiriendo también la cooperación de las organizaciones no-gubernamentales de ayuda y asistencia en todos los niveles.

Estamos seguros de la disposición de plena colaboración de las organizaciones de la Iglesia – cuyo objetivo incluye también la promoción humana – para cooperar en los distintos sectores relacionados con el agua las que recibirán con mucho agrado la oportunidad de continuar sirviendo a la Comunidad internacional en el área de su competencia – con desinterés, humildad y amor» (Mensaje de Pablo VI a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965).

En conclusión, nuestra Delegación está convencida de que es manteniendo la dimensión humana como marco ético de sus deliberaciones, agregada a las consideraciones científicas y tecnológicas, cómo la Conferencia dirigirá sus esfuerzos al corazón del problema, y el mundo resultará enriquecido por sus hallazgos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.16 p.8.

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INTERVENTO DELLA SANTA SEDE ALLA CONFERENZA
INTERNAZIONALE DELLE NAZIONI UNITE SULL'ACQUA

INTERVENTO DI MONS. PIO LAGHI**

Mar del Plata, 22 marzo 1977



Signor Presidente,

Intendo con le mie prime parole rivolgere un fraterno saluto a tutti i Signori Delegati e, in particolare a Vostra Eccellenza, a cui esprimo le mie sincere felicitazioni per la sua designazione a Presidente di questa assemblea e per il tatto con cui esercita la sua funzione direttiva. Nello stesso tempo mi congratulo con l’Illustrissimo Segretario generale di questa Conferenza, il Signor Yabia Abdel Mageed, le cui premure e sollecitudini sono state coronate da meritato successo.

Non posso neppure omettere di esprimere la mia gratitudine al Popolo e al Governo argentini per averci accolto in questa bella città, la quale rappresenta degnamente un Paese al quale il Signore ha dato incalcolabili ricchezze.

La Santa Sede ha accettato di partecipare alla Conferenza delle Nazioni Unite sull’Acqua nella convinzione che questa Conferenza costituisce – per dirlo con le stesse parole del Segretario Generale – «un passo indispensabile per una vita migliore».

Negli ultimi anni è notevolmente cresciuto l’interesse del mondo per l’acqua la quale costituisce un elemento essenziale per la vita come pure una parte fondamentale del nostro ambiente. Molto si sta facendo per evitare uno sfruttamento sconsiderato di questo elemento vitale, ma manca ancora uno sforzo sostenuto e di ampie dimensioni per raggiungere un' adeguata armonizzazione, adeguata nelle diverse attività umane allo scopo di preservare il nostro patrimonio naturale a beneficio della posterità.

Siamo parimenti convinti che lo studio del problema idrico, al livello previsto da questa Conferenza, dovrà includere, inevitabilmente, il contesto totale dell’ambiente naturale e i rapporti dinamici di carattere ecologico tra l’Acqua e l’Uomo. Detti temi sono inseparabili da tutto quanto attiene allo sviluppo e siamo sicuri che la vera importanza dello stesso risiede nel contributo che esso apporta all’uomo, e nella soluzione delle difficoltà quotidiane che devono affrontare i più poveri.

Dato che l’acqua ha un considerevole impatto sul benessere dell’uomo, come pure sul suo livello di vita – nel Medio Oriente l’acqua è chiamata «sorella dell’anima» – le considerazioni umane devono, per conseguenza, mirare alla raccolta di sufficienti riserve idriche a beneficio della comunità, in special modo delle comunità rurali, centinaia di migliaia delle quali vivono ancora oggi senza una sufficiente disponibilità del prezioso elemento.

La Delegazione della Santa Sede desidera sottolineare che la realizzazione di una adeguata disponibilità di acqua per tutti gli individui, famiglie e comunità, è un problema di giustizia. Pochissimi tra quelli a cui basta aprire un rubinetto per avere acqua potabile in abbondanza, tanta quanta ne desiderano, sanno che – secondo le statistiche – più dell’80 per cento della popolazione mondiale non dispone di forniture pubbliche di acqua. Solo il 20 per cento gode di questo privilegio. E, anche in questo caso, detto rifornimento è nella sua frequenza insufficiente, si tratti della qualità o della quantità, o di entrambe. Infine, poco meno della metà dei fruitori godono di un servizio pubblico di rifornimento idrico comunale all’interno delle pareti domestiche.

In un mondo nuovo, fondato sulla Giustizia sociale distributiva, gli obiettivi dello sviluppo devono essere umanizzati e diretti, in forma primaria, a offrire all’uomo condizioni di vita più degne e migliori, come pure un minimo di accesso a quelle risorse naturali di cui ha diritto di usufruire.

I programmi di assistenza che la Chiesa ha da tempo ispirato e anche diretto, hanno dato sempre grande importanza all’acqua. E’ ciò non solo perché l’acqua ha avuto da epoca immemorabile una funzione fondamentale nei simbolismi e riti religiosi, ma anche, e soprattutto, per la promessa del Signore che leggiamo nel Vangelo: «Neppure un bicchiere di acqua fresca offerta in mio nome rimarrà senza ricompensa». Alla fine di tutto, ci si giudicherà per il fatto di avere – non avere – diviso il pane con l’affamato, l’acqua con chi ha sete, la casa con il fratello che manca di ricovero.

E’ alla luce di queste secolari convinzioni che dobbiamo valutare il contributo delle organizzazioni della Chiesa finalizzate alla promozione umana, con finanziamento di programmi specifici di assistenza in questo settore, in diverse parti del mondo, così come è stato documentato nello studio presentato dalla Santa Sede, che si trova depositato presso la Segreteria della Conferenza (Doc. E/CONF.70/TP 61). Il documento è una sintesi descrittiva dei metodi di lavoro e dei programmi realizzati dalle molteplici organizzazioni, sia per i progetti di grandi dimensioni che per le piccole realizzazioni.

L’aiuto degli esperti – così prezioso in se stesso – non sempre è utile quanto si desidererebbe, se teniamo conto che i superspecialisti raccomandano, sovente, sistemi eccessivamente complicati e costosi senza considerare, per esempio, che a volte un primo passo di dimensioni modeste rappresenta un enorme progresso in determinate aree. Risulta inoltre per noi illuminante, nel problema dell’acqua che trattiamo in questa sede, un’affermazione del Papa Paolo VI nella sua Enciclica Populorum progressio secondo la quale per un autentico sviluppo sono necessari non solo tecnici, sempre in maggior numero; ma anche profondi pensatori che mirino a un umanesimo nuovo che consente all’uomo di trovare sé stesso, assumendo i valori superiori dell’amore, dell’amicizia, della preghiera e della contemplazione.

Neppure è possibile che un superburocrate possa stabilire un giorno, dal suo tavolo di lavoro, le soluzioni immediate dei problemi delle zone rurali e delle periferie malsane di tutte le città del pianeta. Intendiamo precisare che, a nostro giudizio, il problema dovrà cominciare a essere risolto. In piccola scala, compresa un’adeguata educazione, senza che ciò significhi dimenticare o mancare di programmare la soluzione dell’insieme dei grandi problemi idrici di un paese o di una regione.

E qui ci pare importante ribadire – cosa d’altronde ovvia per tutti i Signori Delegati – che è l’uomo il soggetto fondamentale di tutte le sollecitudini della comunità nelle opere di assistenza, opere che non devono cadere come una lapide sul sottosviluppato. L’acqua non è altro che l’oggetto del nostro interesse: un «mezzo», o un elemento indispensabile affinché l’uomo possa attingere il suo sviluppo integrale.

Lo sviluppo non deve essere nemmeno un dono o una elemosina che si offre al fratello meno provvisto; al contrario, con fine sensibilità, si deve far sì che ogni uomo, entro limiti ragionevoli, partecipi con il suo lavoro alla propria promozione realizzando l’antico detto: «Ciascuno con il proprio sforzo deve essere l’artefice della sua redenzione». Così, e solo così, i programma tracciati toccheranno integralmente la meta ambita.

Tra i gravi problemi che richiedono la sollecita attenzione internazionale, non possiamo lasciare di segnalare le difficoltà, ancora insolubili, che presentano le scorie radioattive, sia nella fase di trasporto che di immagazzinamento ed eliminazione. A quanto segnala una pubblicazione recente, queste scorie impiegano circa 25 mila anni per perdere la metà della loro radioattività. Bisogna allora domandarsi, di fronte a così tremendo problema, in che modo si dovranno proteggere le fonti idriche da tali contaminazioni e quali misure di salvaguardia dovranno a questo scopo essere adottate.

Inoltre si dovrà dare adeguata risposta al proposito, enunciato dalla Conferenza delle Nazioni Unite sugli insediamenti umani, di offrire «acqua pura, a tutto il mondo, nel 1990». Ricordando il proverbio «Quando bevi acqua, pensa alle sue sorgenti», non mitigheremo certo le sofferenze dei bisognosi soltanto col pensarvi e meditare sulle fonti del prezioso elemento, forse però riusciremo ad aumentare la nostra sensibilità riguardo le sue necessità, ad attingere la dimensione umana del problema, e indirizzeremo la nostra capacità alla sua soluzione.

Insieme con coloro che programmano le Politiche della Comunità delle Nazioni siamo consapevoli della nostra responsabilità collettiva nel conseguimento di soluzioni effettive per i problemi creati nel mondo dalla povertà. La vera importanza di questa Conferenza risiede nel contributo che può – e deve – offrire al miglioramento del livello di vita nelle masse, specialmente dei paesi in via di sviluppo, grazie a un più gusto approvvigionamento di acqua,

Tenuto conto del suggerimento di promuovere programmi educativi, diretti a favorire una attiva partecipazione del pubblico degli utenti, come pure di proclamare il valore e la necessità dell’acqua nei settori urbani, agricoli e industriali – il che fu raccomandato nei documenti e nelle risoluzioni della Conferenza sull’Habitat svoltasi a Vancouver – la Santa Sede desidera ribadire la sua disponibilità a cooperare per promuovere tutte le iniziative tendenti a diffondere gli obiettivi fondamentali della Conferenza. In questo spirito la Delegazione della Santa Sede darebbe la sua approvazione a una decisione operativa della Conferenza, chiedendo inoltre la cooperazione delle organizzazioni non-governative di aiuto e assistenza a tutti i livelli.

Assicuriamo la disponibilità alla piena collaborazione delle organizzazioni della Chiesa – il cui obiettivo include anche la promozione umana – a cooperare nei distinti settori attinenti all’acqua, le quali organizzazioni accoglieranno con molto piacere l’opportunità di continuare a servire la Comunità internazionale nell’area di loro competenza «con disinteresse, umiltà e amore», (Messaggio di Paolo VI all’Assemblea Generale delle Nazioni Unite, 4-10-1965).

Concludendo, la nostra Delegazione è convinta del fatto che è mantenendo la dimensione umana come cornice etica delle sue deliberazioni, in aggiunta alle considerazioni di ordine scientifico e tecnologico, che la Conferenza dirigerà i suoi sforzi al cuore del problema, e il mondo uscirà arricchito dalle soluzioni escogitate nel suo ambito.



**L’Osservatore Romano, 4-5 aprile 1977 p.5.

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Msgr. Pio Laghi

Statement to the International Water Conference (Mar del Plata, Argentina)***

22 March 1977


 

The Holy See has accepted the invitation to participate in the United Nations Conference on Water in the conviction that the Conference represents – in the words of its Secretary-General - «an indispensable stepping-stone to a better life».

In recent years increasing attention has been paid to water, which is the quintessential ingredient of life and such a fundamental part to our environment. Much is now being done to curb former large-scale misuse of this vital element, but there remains a great need for harmonizing human activities with the preservation of our natural heritage for posterity.

We are convinced, also, that a study of water on the scale contemplated by the Conference must inevitably include the total environmental context and the dynamic ecological inter-relationship between water and man. Questions of water are inseparable from those at development and we are all aware that the true significance of development lies in the contribution it makes to man and to the alleviation of the daily difficulties of the most needy.

Since water has a considerable impact upon the life and well-being of man and on his livelihood – in the Middle East water is called «sister of the soul» – human considerations must consequently outweigh all others in the efforts to provide community water supplies, especially to the rural world where hundreds of millions still live mostly without it.

The Holy See Delegation wishes to emphasize also that access to a sufficient supply of water for all individuals, families and communities is a matter of justice. Very few of those who have only to run the tap to get as much safe water as they want realize that – according to statistics – more than 80% of the world population does not as yet have access to a public water supply. Only 20% enjoy this privilege. Even then such supply is often defective, either in quantity or in quality or in both. A little less than half the urban dwellers of the world have their house connected to a communal piped system, while others are served by reasonably close public water stand-pipes.

In a new world based on distributive justice, development objectives must be man-centered and intended primarily to give him dignity and a better way of life through access, as a mini-mum, to those natural resources which it is his human right to have.

Church related programs of assistance have always given a paramount importance to water. They have been motivated not so much by the fact that since time immemorial water has played a most fundamental function in all symbolic and religious rites, but above all by the promise of Christ, that not even a glass of fresh water given in His name will remain without recompense. At the end we shall be judged for having shared, or refused to share, our bread with the hungry, our water with the thirsty, our dwelling with the homeless brother.

It is in the light of these centuries-old convictions that one should evaluate the contributions made by Church-related organizations in promoting and financing programs of assistance in this sector in various parts of the world, as it is documented in the paper presented by the Holy See to this Conference (Doc. E/CONF.70/TP61 and Add. 1). The document is a synopsis containing a concise description of the policies and programmes of several organizations in their large and small projects.

The help of experts – often so precious – can at times be less useful than one would wish, when superspecialists recommend extremely costly and complicated projects, without considering, for instance, that sometimes a first modest step represents an enormous progress in certain areas. We find enlightening, for the problem of water which we are considering, a statement by Paul VI in his Encyclical Populorum progressio, where it is said that for an authentic progress are not only necessary technicians in ever greater number, but also deep thinkers, seeking after a new humanism where man will be allowed to discover himself by assuming the superior values of love, friendship, prayer and contemplation.

Nor it is possible for a super-bureaucrat to define at his desk immediate solutions to the problems of all rural areas and urban slums of the world. We like to state, that in our view, the solutions must be sought on a smaller scale, beginning with an adequate education, without, however, loosing sight of the need to program comprehensive solutions to the water problems of a try or a region.

And we think it is important to restate what is already obvious to all the Delegates, that man is the fundamental subject of all the concerns and cares of the community in its assistance projects. Water is only the object of our interest: a «means», an element, indeed indispensable, to assist man in reaching for his integral development.

Nor should development be just alms, or a gift, offered to a brother less well provided; to the contrary, with great sensitivity, every man must be brought to participate with his own work, within all reasonable limits, in his own advancement, and thus to fulfill the ancient saying that «Each one must by his efforts be the author of his own redemption». In this way, and only in this way, the programmes which are planned will reach the proposed goal.

Among the grave problems which require immediate attention by the international community, we must mention the until now unresolved difficulties posed by the transporting, storing and disposing of radioactive waste. According to a recent publication, it will take 25 thousand years for these materials to lose half of their radioactivity. It is imperative to face this tremendous problem and assure ways of adopting adequate safeguards in protecting water sources from such contamination.

It will also be necessary to furnish a response to the proposal stated by the United Nations Conference on Human Settlements, to provide «pure water to the whole world by 1990». Mindful of the saying «When you drink water, think of its springs», we shall certainly not alleviate the sufferings of the thirsty simply by thinking and reflecting on the sources of this precious element, but we shall perhaps increase our sensitivity to their needs, awaken to the human dimension of the problems and enhance our capacity to solve them.

With the decision makers of the world’s nations, we are aware of our collective responsibility for finding effective solutions to the problems of the world’s poor. The Conference’s true significance lies in the contribution it can and must make towards raising the living standards of the masses, especially of developing countries, through improvement in their water resources and supply.

In connection with the suggestion for the promotion of educational programmes that will provide for active public participation and emphasize the value and the scarcity of water in the urban, rural and industrial areas – as it has been recommended in the documents and resolutions of the Vancouver Conference on the Human Habitat – the Holy See wishes to reaffirm her readiness to cooperate in promoting all initiatives aimed at publicizing the objective of the Conference, calling at the same time for the cooperation of the non-governmental relief and assistance organizations at all levels.

We assure you of the willingness of the Church’s organizations – whose purpose include human development – to cooperate fully in the various sectors pertaining to water. These organizations will be delighted to seize the opportunity to continue to serve the International Community, within the sphere of their competences, «with disinterestedness, humility and love» (Paul VI, Address to the United Nations General Assembly, 4 October 1965).

In conclusion, our Delegation is convinced that by keeping the human dimension as the ethical mainspring of its deliberations, in addition to its scientific and technological considerations, the Conference will direct its efforts to the heart of the problem, and the world will be much richer for its findings.


***Paths to Peace p.472-474.

 

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