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INTERVENCIÓN DEL CARDENAL ANGELO SODANO,
SECRETARIO DE ESTADO,
EN LA CUMBRE MUNDIAL SOBRE DESARROLLO SOCIAL*


Copenhague, 12 de marzo de 1995



Señor presidente;
señores jefes de Estado y de Gobierno,
señor secretario general de las Naciones Unidas;
señoras y señores:

La humanidad está saliendo de un siglo marcado por dos guerras mundiales, por la guerra fría y por numerosos conflictos bélicos regionales y locales, que han destruido grandes recursos humanos y materiales. Necesita con urgencia una paz estable y, para obtenerla, hace falta una equitativa y armoniosa participación en los bienes de la tierra, que, según el plan de Dios, están destinados a todos. No podemos defraudar las expectativas de los pueblos.

Nuestro mundo se encamina hacia un nuevo milenio, con inmensos medios técnicos a su disposición. Por eso, existe la oportunidad, realmente extraordinaria en la historia de la humanidad, de llevar a cabo una acción destinada a vencer la pobreza que, con tantas formas, lo caracteriza aún.

Esta cumbre mundial constituye el momento fuerte de un movimiento que debe ver comprometidos a los Estados, a la sociedad civil y a gran número de ciudadanos, para que se lleve a la práctica el principio fundamental que proclamamos en los documentos de este encuentro, es decir, que el ser humano está en el centro del desarrollo.

El saludo del Papa

Desde el primer anuncio de la celebración de esta cumbre social, el Santo Padre Juan Pablo II expresó su autorizado apoyo. Ahora me ha encargado que manifieste su viva gratitud al secretario general de las Naciones Unidas y a todos sus colaboradores que han organizado esta histórica reunión de jefes de Estado y de Gobierno.

Especial gratitud expreso al señor embajador Juan Somavia, que impulsó la cumbre y guió su preparación. A las autoridades de Dinamarca también va nuestra gratitud por la acogida que nos han ofrecido en esta circunstancia.

La contribución de la Iglesia

A todos es conocido que la misión de la Iglesia católica es de naturaleza religiosa. Ahora bien, no descuida, sino que afronta con decisión las situaciones concretas en que los hombres y las mujeres viven en nuestro mundo, sobre todo las situaciones que hieren su dignidad trascendente. Lo prueban las más de 270.000 instituciones eclesiales que actúan en el campo de la educación y de la asistencia social esparcidas en los cinco continentes. Además de esas instituciones, están los numerosos grupos y movimientos comprometidos en la promoción humana y en el progreso de la libertad de las personas y de los pueblos. Esta red de instituciones contempla esta cumbre social como un importante acontecimiento, rico de significado y capaz de generalizar un renovado empeño en favor del desarrollo social.

La visión cristiana del desarrollo

Una sociedad que no esté fundada en sólidos valores éticos es una sociedad sin dirección, carente del fundamento esencial que le permita construir y establecer el anhelado desarrollo social.

Por esto, la Santa Sede se alegra de que, ya desde el inicio de la formulación de los principios de la Declaración de esta cumbre, se subraye el compromiso de promover una visión del desarrollo social que sea «político, económico, ético y espiritual» (Declaración, principios y objetivos, n. 22). Esta afirmación concuerda muy bien con lo que afirmaba ya en el año 1967 el Papa Pablo VI en una de sus intervenciones magisteriales más significativas, la encíclica Populorum progressio: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14).

La aportación de los creyentes

En este contexto, me permito recordar lo que se ha afirmado varias veces en los documentos de la cumbre acerca del respeto a los valores religiosos de los pueblos y de las personas. Los valores comunes de las grandes religiones están íntimamente vinculados a los valores mas profundos de la humanidad: la dimensión espiritual y trascendente de la persona humana, la capacidad de entrega, la fraternidad entre los pueblos y la armonía que debe haber entre las personas y entre las personas y la creación.

El respeto a los valores religiosos no consiste solo en la tolerancia. Sobre todo debe encaminarse a permitir que los creyentes contribuyan al desarrollo de la sociedad con la inspiración religiosa que es su bien más precioso. La historia, incluso la más reciente, nos atestigua que el compromiso de los creyentes de proporcionar alivio y compasión en las más variadas situaciones de pobreza y marginación social y cultural es realmente muy notable. Ese compromiso permite a los pobres convertirse en protagonistas de su propio desarrollo.

La movilización de todos

En realidad, si se quiere actuar con generosidad en favor del desarrollo social de nuestras sociedades, hoy hace falta la movilización de todos. Las decisiones que los gobiernos tomen ofrecerán un marco esencial para el desarrollo social. Pero, si esas medidas no van acompañadas de una viva participación de la sociedad civil, tendrán poca eficacia.

A este respecto, será preciso recuperar el sentido de la comunidad, el sentido de interdependencia y de solidaridad que vinculan a las personas, las generaciones, las familias y los pueblos. Y la solidaridad, como afirma el Papa Juan Pablo II, «no es un sentimiento de vaga compasión o de enternecimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos» (Sollicitudo rei socialis, 38, en el vigésimo aniversario de la Populorum progressio).

La presencia en nuestra cumbre de un número tan elevado de Organizaciones no gubernamentales es un signo de las muchas personas que cumplen el deber de la solidaridad. La Santa Sede es testigo de la generosidad que implica la respuesta a los llamamientos a la solidaridad en favor de las situaciones de dramático sufrimiento presentes en el mundo de hoy. Esos signos deben infundir valentía en las autoridades, que no han de desalentarse por las presiones de grupos que rechazan la solidaridad o actúan movidos por tendencias aislacionistas. En especial, el nacionalismo exagerado es uno de los grandes obstáculos para el desarrollo.

La contribución de la familia

Por esto, se deben salvaguardar sobre todo las instituciones que promueven una eficaz solidaridad entre las personas, entre las generaciones y entre los pueblos.

La primera entre esas instituciones es, sin lugar a dudas, la familia, célula fundamental de la sociedad. La familia, basada en el matrimonio, es una institución que pertenece al patrimonio originario de la humanidad. Es preciso defenderla y promoverla. Hay que devolver la confianza a la familia y crear un clima cultural que le brinde la estabilidad necesaria para desempeñar su misión de educación de los hijos y de su inserción en la sociedad.

Es urgente que los Estados ofrezcan a las familias un adecuado reconocimiento del valor social de sus esfuerzos, también a través de la necesaria ayuda económica. Si la sociedad cuenta tanto con la misión educadora de los padres, debe facilitar su labor, especialmente en el ámbito de la transmisión de los valores y en el deber tan delicado de guiar a los hijos por el camino de una conducta honrada y responsable.

El carácter central de la persona humana

Además, el principio según el cual la persona está en el centro del desarrollo sostenible debe encontrar su aplicación también en las leyes de la economía. Antes que la lógica del intercambio, «existe algo —afirma el Papa Juan Pablo II— que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad» (Centesimus annus, 34).

Se debe evitar fundar los sistemas económicos en la creación de falsas necesidades o en la explotación capciosa de la fragilidad de los débiles.

La colaboración internacional

Para garantizar la difusión internacional del desarrollo económico, es necesaria también una integración internacional, según una lógica de cooperación. Así pues, hace falta que los diversos pueblos estén realmente en condiciones de poderse insertar, con papeles activos, en el proceso del intercambio internacional. Por eso, a la Santa Sede le ha agradado mucho el concepto de participación, que puede convertirse así en una clave de lectura de los documentos de esta cumbre.

Señor presidente, quisiera recordar que el principio de la libertad, ciertamente esencial para el desarrollo económico, no deberá aplicarse sólo al movimiento de los capitales y de los recursos. Ese principio vale también para la movilidad humana, que es un fenómeno de nuestro tiempo. Las personas no son meros instrumentos de la economía. Los trabajadores emigrantes y sus familias gozan de los derechos fundamentales, y su trabajo, que contribuye al bien económico de los países que los acogen, y al bienestar de sus ciudadanos, debe gozar siempre de una justa protección social.

La contribución de la mujer

El papel de la mujer ha sido destacado durante esta cumbre. El desarrollo social sólo se llevará a cabo cuando las mujeres, sobre todo mediante un acceso cada vez mayor a la educación, puedan participar plenamente en la vida social y económica como compañeras iguales a los hombres. Con todo, aún quedan muchos obstáculos por superar. Por este motivo, la Santa Sede, en esta cumbre y durante los trabajos preparatorios, ha presentado y apoyado algunas propuestas para proteger a las mujeres y a los niños de la explotación, del tráfico de seres humanos y de costumbres crueles y humillantes. La Santa Sede también ha lanzado un llamamiento en favor del reconocimiento social y económico del trabajo no remunerado de las mujeres.

Sin la paz no hay desarrollo

En esta ocasión, no se puede menos de recordar el azote de la guerra, que en varias partes del mundo sigue lesionando la dignidad de tantas personas y, lejos de contribuir a la integración humana, lleva a las heridas más profundas e insidiosas, que requerirán numerosas generaciones para cicatrizar. Recurriendo a las armas no se llega a relaciones de paz y armonía entre los pueblos. ¡Cuántas veces hoy las personas, con sus necesidades más fundamentales, son cruel y fríamente utilizadas como instrumentos en la lucha armada! Alguien ha escrito que sólo en el año pasado ha habido en el mundo más de cinco millones de muertos a causa de los diversos conflictos. Sin la paz no se logrará nunca el desarrollo de los pueblos. De la misma manera, sin desarrollo nunca habrá paz. Son dos factores inseparables en la actual situación internacional.

Conclusión

Señor presidente, reconocer que la persona humana está en el centro del desarrollo es también un acto de confianza en la persona humana y en las capacidades que tiene, con la ayuda de Dios, de superar las fuerzas del mal y encontrar los recursos materiales y espirituales para responder al desafío planteado por esta cumbre. La Santa Sede ha ofrecido su apoyo a la cumbre mundial sobre desarrollo social desde el mismo momento de su anuncio. Y ahora sostiene más que nunca a los Estados y a las personas de buena voluntad para emprender una nueva colaboración en favor del desarrollo integral de la humanidad.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.11 pp.9, 10.

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