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  INTERVENCIÓN DEL CARDENAL ANGELO SODANO
DURANTE EL ENCUENTRO CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO*


Lunes 11 de enero de 1999

 

Señor decano;
señoras y señores embajadores;
señoras y señores:

En octubre del año pasado tuve el honor de representar a la Santa Sede en la reunión de jefes de Estado que se celebró en Münster y en Osnabrück, Alemania, para recordar el 350° aniversario de la paz de Westfalia, cuyo tratado se firmó allí después de las tristes vicisitudes de la guerra de los Treinta Años.

Para conocer mejor la obra realizada por la Santa Sede en esa circunstancia, leí una parte del diario del nuncio apostólico en Alemania, que participó en los trabajos de la conferencia de paz. El nuncio era el célebre monseñor Fabio Chigi, futuro Papa Alejandro VII.

Desde Münster, tras largas y agotadoras negociaciones, escribía a Roma; y en una de sus cartas, expresaba su abatimiento, diciendo que en Münster no sólo se sentía cansado él mismo, sino también muchos otros embajadores, porque la vida era monótona. Y el nuncio Chigi añadía: «Además, aquí llueve casi siempre, y se come siempre pan negro...». Me parece que hoy los embajadores acreditados ante la Santa Sede se encuentran en mejor situación que sus colegas de Münster de hace 350 años.

Hoy, más que nunca, la vida en Roma es muy animada; tenemos espléndidos días de sol, incluso en invierno, y, sobre todo, esta tarde el decano del Cuerpo diplomático no nos ha ofrecido pan negro, sino platos suculentos y vinos exquisitos.

Siento, pues, el deber de darle las gracias, señor decano, y por medio de usted agradecer a todos los diplomáticos presentes el homenaje que han rendido no tanto a mi persona, cuanto a la actividad de la Santa Sede.

Están presentes aquí, con nosotros, los arzobispos monseñores Giovanni Battista Re y Jean-Louis Tauran, así como diversos colaboradores de las dos secciones de la Secretaría de Estado. Todos juntos tratamos de entablar con ustedes, señoras y señores embajadores y demás miembros del Cuerpo diplomático, un diálogo constructivo, para desarrollar relaciones armoniosas entre los Estados y la Iglesia, y contribuir al progreso espiritual y material de la humanidad.

Ustedes son testigos de la obra incansable del Papa Juan Pablo II y del trabajo que realizan sus colaboradores en la Curia romana, al servicio de la Iglesia y en favor de la paz entre las naciones. Por su profesión, pueden comprender los motivos que inspiran la actividad de la Iglesia en el mundo y valorar sus grandes líneas.

Ésta debe ser precisamente la característica de un diplomático, a diferencia de un simple cronista de acontecimientos. El cronista es como un caminante, que conoce perfectamente cada metro del camino que recorre, pero que avanza sin preocuparse por tener una visión de conjunto. El diplomático es como un alpinista, que ve bien toda la realidad, puesto que la contempla desde las alturas, desde un panorama muy vasto del espacio, que da a cada cosa su justa proporción.

En la Secretaría de Estado seguimos de cerca su trabajo, y queremos también ayudarles a elevarse sin cesar, para que puedan valorar bien todos los diversos aspectos de la vida de la Iglesia y ser testigos de su esfuerzo de colaboración con la sociedad civil, con vistas al progreso de la vida de cada pueblo de la tierra.

Señor decano, y ustedes, miembros del Cuerpo diplomático, con estos sentimientos de estima recíproca y con esta voluntad de colaboración mutua nos hemos reunido esta tarde. A todos les expreso los mejores deseos de una próspera actividad, que formulamos al comienzo de un nuevo año, el año que nos introducirá en el tercer milenio cristiano.

Éstos son los deseos que Su Santidad Juan Pablo II les ha manifestado esta mañana y que yo les renuevo esta tarde, invitándolos a todos a brindar por el Santo Padre, por los jefes de Estado de los países que representan y por sus familias. «Ad multos annos»!


 

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°3 p.9.

 

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