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MENSAJE DEL CARDENAL SODANO
AL III ENCUENTRO DE POLÍTICOS
Y LEGISLADORES DE AMÉRICA

 

A su eminencia reverendísima
Cardenal Alfonso LÓPEZ TRUJILLO
Presidente del Consejo pontificio para la familia

1. En nombre de Su Santidad Juan Pablo II, me es particularmente grato enviar su cordial saludo a los organizadores y participantes en el III Encuentro de políticos y legisladores de América que, con el lema «Familia y vida, a 50 años de la Declaración universal de derechos humanos», tiene lugar en Buenos Aires. Al mismo tiempo, el Santo Padre les alienta a renovar sus esfuerzos por promover, particularmente en el ámbito político y legislativo, los valores fundamentales de la familia y la vida, fomentando incansablemente su trascendente dignidad.

En efecto, al defender la familia y la vida se ponen los fundamentos de una vida social capaz de respetar y promover la dignidad de la persona y, por tanto, de los derechos fundamentales que se derivan de su misma naturaleza y vocación. Por eso es significativo que vuestras reflexiones tengan lugar en el contexto del 50° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, la cual —se ha de recordar— no otorga los derechos que proclama, sino que los reconoce (cf. Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz 1999, n. 3).

2. En este sentido, la vida y la familia no han de considerarse únicamente como derechos inalienables de manera aislada, sino como fuente y condición de los demás. La familia, en particular, «entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum)» (Carta a las familias, 1994, n. 6), representa el ámbito primigenio y privilegiado de todo derecho: en ella, constituida desde el principio como una opción libre, se acoge y protege la vida, se convive y se aprende a convivir sobre la base del respeto mutuo dentro de la diversidad natural y, al mismo tiempo, en la dedicación abnegada y la solidaridad entrañable con los demás animada por el amor. Casi podría decirse que, sin la experiencia primordial de la familia, la misma comprensión de la persona humana en toda su grandeza y, por tanto, del concepto mismo de derechos humanos, tiende a desvanecerse o a limitarse a una perspectiva meramente individualista. En efecto, el núcleo familiar representa como el contrapunto vital a la distinción —exasperada por algunos en el campo de la teoría jurídica— entre los derechos llamados civiles y aquellos económicos, sociales y culturales (cf. Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz 1998, n. 2).

3. El Santo Padre no ha dejado pasar ninguna ocasión propicia para proclamar el compromiso de la Iglesia en favor de la vida y la familia, advirtiendo con vigor de los retos provenientes hoy de múltiples frentes y que, además de contradecir el plan de Dios, representan una amenaza sumamente destructiva para la sociedad, especialmente cuando pretenden ser amparadas por las legislaciones. En este contexto, son esclarecedoras la reflexiones de la encíclica Evangelium vitae, al afirmar que, cuando «el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión», se corrompe la raíz de la legalidad y «el iederechol, deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte» (n. 20). De este modo, bajo el pretexto de la libertad, se da paso en realidad a la tiranía de quien no permite a todos vivir según los principios de igualdad fundamental (cf. ib.).

Tampoco son ajenos a estas tendencias destructoras los ataques a la institución familiar que se detectan cada vez más frecuentemente de manera insidiosa, especialmente cuando se pretende equipararla a otras formas de unión y convivencia no fundadas en el matrimonio ni abiertas natural e incondicionalmente a la vida. En este sentido, el reconocimiento de las llamadas «uniones de hecho» por parte de algunas propuestas legislativas, tienden a difuminar en la práctica la identidad de la familia, a su descrédito y pérdida de estima en la sociedad, con el consiguiente daño a esta institución fundamental para la sociedad y que las leyes mismas deberían ser las primeras en tutelar (cf. Discurso a los participantes en la XIV Asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, 4 de junio de 1999, n. 2).

4. Mientras expresa su estima y aliento a los participantes en ese Encuentro propiciado por el Consejo pontificio para la familia, y al que asisten numerosas personalidades de la vida pública y también pastores de todo el continente americano, Su Santidad les asegura un particular recuerdo en la oración para que el Todopoderoso les asista en sus trabajos y puedan así contribuir decisivamente, desde la gran responsabilidad que les compete como políticos y legisladores, a promover el reconocimiento integral de los derechos humanos mediante la defensa de la vida y la protección efectiva de la familia, que se enfrentan a acuciantes retos.

Con estos sentimientos, e invocando sobre ellos la maternal protección de la Virgen María, les imparte complacido la bendición apostólica.

Cardenal ANGELO SODANO
Secretario de Estado

 

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