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DISCURSO DEL DECANO
DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE LA SANTA SEDE,
SR.
LUIS AMADO BLANCO, EMBAJADOR DE CUBA*

Lunes 12 de enero de 1970

 

Santidad:

Henos aquí de nuevo como si fuera ayer, llevados y traídos por ese viento de las horas que jamás afloja su poderío, viajaros apresurados por el paisaje de esta tierra nuestra, tan hermosa y pisoteada por nuestras injurias. Henos aquí no todos los del año pasado, pero con el mismo placer incalculable de rendirle homenaje a Vuestra Santidad, encarnación de Pedro como se ha repetido en el último Sínodo.

Nosotros tuvimos el alto honor de decir una mañana como ésta, que Vuestra Santidad y el Cuerpo Diplomático formábamos algo así como una familia, y nos gusta repetirlo ahora como el mejor símbolo, no sólo de nuestra razón de ser, sino con el más alto destino de nuestras funciones. Donde no hay diálogo no puede haber diplomacia y ¿cuál diálogo mejor que el que se establece entre los miembros de una familia? Entran en su conformación extraordinaria desde la sabiduría de los ancianos hasta el ímpetu generoso de 1a juventud, y lo preside el corazón que todo lo ennoblece; la coincidencia cultural de ciertas perspectivas, hasta el conocimiento de las propias virtudes y peculiaridades. Basta, a veces, un gesto diminuto, una mirada de soslayo, una débil sonrisa tierna para que se solucione, sin palabras, algún inicio tendenciosamente conflictivo y la armonía se establezca entre sus miembros, todos ellos intencionalmente conformados para la búsqueda fraterna de la paz y de la concordia.

«Formamos una numerosa familia», dijimos entonces, «atraída por la afabilidad y sabiduría del Padre», y es por lo tanto una gustosa obligación ejemplarizante que nos miremos todos juntos en el nobilísimo espejo de las acciones de Vuestra Santidad en el año que dejamos atrás. Primero, el viaje a Ginebra, allá por el mes de junio, para asistir al Cincuentenario de la fundación de la Oficina Internacional del Trabajo, y, después en el mes de agosto, a África, precisamente a Uganda, donde se ha levando un altar en honor de los Mártires canonizados por Vuestra Santidad no hace mucho tiempo. Fueron des paternales aventuras que aún hoy sacuden al mundo con sólo recordarlas. El Sumo Pontífice en Suiza, con su visita al Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra, representa algo así como una avanzada rectificadora de los antagonismos del pasado, en busca de la auténtica fraternidad cristiana que debe unir a los hombres. Y el Papa, en la Conferencia Internacional del Trabajo, la búsqueda de una moderna dignificación del trabajo, sobre el cual se forja el destino de los hombres : «A Jesús se le conoce como el hijo del carpintero», afirmó Su Santidad en aquella Asamblea memorable, para añadir seguidamente : «El trabajo del hombre adquiría así las más altas letras de nobleza imaginables, y habéis querido que estén presentes en el puesto de honor, en la sede de vuestra Organización, con este admirable fresco di Mauricio Denis, consagrado a la dignidad del trabajo, y donde Cristo anuncia la Buena Palabra a los trabajadores que le rodean, hijos de Dios ellos también y todos ellos hermanos ».

La ovación estremecedora aún resuena en los oídos de los cuatro horizontes deseosos de sinceras alocuciones de justicia y esperanza. El hombre actual sufre, y se vuelve hacia las perspectivas de su futuro y padece de insomnio. Cuando las palabras del Buen Pastor lo alcanzan y lo sosiegan, vuelve a sonreír seguro de sí mismo. Con la misma sonrisa buena y feliz, Santo Padre con que lo recibió el pueblo de Uganda en la música de sus oscuros y parlanchines tambores, en el júbilo dichosamente ingenuo de sus corazones abiertos a la alegría y a la confianza. Nadie olvida Vuestro memorable, retraso en dejar África para intervenir personalmente en las discusiones, sobre la paz en Nigeria. Como Su Santidad había dicho anteriormente: «Our pilgrimage to these holy places is not for purposes of prestige or power. It is a humble and ardent prayer for peace, through the intercession of the glorious Protectors of Africa, who gave up their lives for love and for their belief».

Recordamos la inolvidables última salida bajo la lluvia, y la llegada bajo el cielo estrellado en la inquietud rumorosa de Fiumicino, del suspiro de tranquilidad al saberlo de nuevo en Roma. Porque la vida continua y así este año, del que pisamos los primeros escalones, ella espera los nuevos empeños de Vuestra Santidad con dos obligados eventos de trascendental importancia. El Centenario del Concilio Ecuménico Vaticano 1 y el Cincuentenario de Vuestra ordenación sacerdotal, una dulce mañana del mes de Mayo de 1920. El primero abierto a la perspectiva histórica de los grandes acontecimientos de la Iglesia, y el segundo, que desearíamos íntimo, aunque forzosamente debe salir la luz de las ejemplarizaciones, allí donde el impulso personal se encuentra con el destino del mundo, en busca de una coincidencia de comunes trayectorias. Misterio. ¿Quién es capaz de predecir la importancia de una arruga en la frente del hombre?

Santidad: En los últimos días del año que acaba de transcurrir había florecido inesperadamente, a pesar de la nieve y el duro frío del invierno, un retoño que rejuvenecía, las pacíficas esperanzas del mundo. Algunos síntomas, por acá y por acullá, parecían anunciar un cambio favorable. De todos modos, hoy como ayer seguro de interpretar los deseos de todos mis Colegas, yo anhelaría expresarle con palabras nuevas. jamás desgastadas por el uso y el abuso de las lenguas, nuestra sencilla pero profunda adhesión por todos los aleccionadores esfuerzos de Vuestra Santidad, en busca de una permanente y segura era de Paz, en busca de una completa hermandad entre todos los hombres, aún entre aquellos que no poseen la gracia de una buena voluntad.


*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°3 p.2.

 

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